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Bases de la psicoterapia: Transferencia

Psicodrama. J.L. MORENO

La definición de la transferencia, tal como nos la ofrece Freud, está concebida evidentemente desde el punto del terapeuta profesional. Es el prejuicio del terapeuta. Si la definición hubiera sido formulada desde el punto del paciente, la descripción que hace Freud habría ser expuesta al revés, con sólo poner la palabra “médico” lugar de “paciente”, y a la inversa. “Una transferencia de sentimientos sobre la personalidad del paciente se hallaba lista y preparada en el médico y ha sido transferida al paciente en ocasión del tratamiento psicoanalítico. Sus sentimientos no tienen su origen en la situación presente y no atañen a la personalidad del paciente, sino que repiten lo que ha ocurrido anteriormente en su vida.” Si este fenómeno se manifiesta en el paciente hacia el médico, también se produce en el médico hacia el paciente.
Sería correcto pues, expresar que ocurre tanto en un sentido como en otro. Que la formación psicoanalítica produce un cambio fundamental en la personalidad del terapeuta es cosa que no puede tomarse en serio. Persisten en su conducta las tendencias irracionales. En el mejor de los casos lo provee de un método que le confiere habilidad terapéutica. De acuerdo con esto también podríamos llamar transferencia a la respuesta del médico y contra transferencia a la del paciente. Es evidente que tanto el terapeuta como el paciente pueden entrar en la situación terapéutica con ciertas fantasías irracional es desde el comienzo. Tal como lo he señalado en el artículo anteriormente citado, “un proceso semejante (al de la situación terapéutica) ocurre entre dos amantes”. La mujer proyecta, por ejemplo, a primera vista, sobre su amado, la idea de que éste es un héroe o que su mentalidad es la de un genio. Él, a su vez, ve en ella a la joven ideal que soñaba encontrar en su vida. Esto es una transferencia en los dos sentidos. ¿Quién podrá decir cuál es la “contra”?
Luego de eliminar el preconcepto de que es el terapeuta quien define la situación terapéutica, al asignársele un “status especial”, un status injustificado de persona no comprometida en dicha situación cuando ésta ha llegado a clarificarse un tanto -pero aun así asignándole el beneficio de que sólo le afecta un “contra”-, llegamos a la simple, primaria situación de dos individuos con sus respectivas formaciones, tipos de expectativa y roles, dos personas que se enfrentan, una como virtual terapeuta y otra como virtual paciente.
Antes de proseguir, analicemos esta doble situación desde un ángulo diferente, ya que queda algo por advertir en ella, algo que sólo raramente se señala. He observado que cuando un paciente se siente atraído por un terapeuta, al margen de la situación transferencial, surge en el primero otro tipo de comportamiento. Repitamos aquí las palabras con que he formulado mis observaciones originales en mi artículo sobre el tema: “Uno de los procesos es la aparición de fantasías inconscientes” que proyecta sobre el psiquiatra, rodeándolo de cierta aureola. Al mismo tiempo se desarrolla en él otro proceso: la parte de su yo que no ha sido arrebatada por la autosugestión se siente dentro del médico.
Entra a juzgar al hombre que está del otro lado del escritorio y a estimar intuitivamente qué clase de hombre es. Estos sentimientos suyos acerca de las condiciones de ese hombre (físicas, mentales o de otra índole) son relaciones de “tele”, Si, por ejemplo, el hombre sentado al otro lado del escritorio es un hombre sabio y bondadoso, de vigoroso carácter y, según a él se le figura, toda una autoridad en la profesión, este juicio que el paciente se ha formado de él no es transferencia, sino una convicción alcanzada de un modo distinto. Se trata de una convicción acerca del verdadero estilo de la personalidad del psiquiatra.
Podemos ir más lejos aún. Si en las primeras sesiones el psiquiatra siente, ante el paciente, una superioridad como de Índole divina y si el paciente advierte esto por los gestos que hace el médico y por su manera de hablar, se sentirá atraído por un proceso psicológico real, no ficticio, que se desarrolla en el terapeuta.
De esta manera, lo que a primera vista pudo parecer una transferencia de parte del paciente resulta ser otra cosa”. A medida que las sesiones se suceden la transferencia hacia el terapeuta puede perder más y más terreno, para ser reemplazada por otro tipo de atracción, la atracción ejercida por la verdadera personalidad del médico, que estaba allí desde el comienzo, pero un tanto velada y desfigurada por la otra. Veamos ahora el otro componente de la díada, el terapeuta. También él comenzó por sentir una atracción transferencial hacia el paciente recostado en el diván. Puede tratarse de una mujer joven cuyo encanto estético y emocional perturbe la claridad de su pensamiento.
Si no fuese una situación profesional, podría sentirse inclinado a invitarla a comer juntos. Pero a lo largo de las sesiones comienza a enterarse de todas sus dificultades y, reconociendo su inestabilidad emocional, puede decirse a sí mismo: “Me siento afortunado al no verme comprometido con una criatura tan perturbada”, En otros términos, un proceso que venía operando desde el comienzo, proceso paralelo al del encanto producido por transferencia, se está perfilando ahora con rasgos más vigorosos. Ahora ve a la paciente tal cual ella es.
Este otro proceso, que actúa entre dos individuos, falta en la transferencia. Se llama “tele” y consiste en sentirse una persona dentro de la otra y viceversa.
Tal como un teléfono, posee dos terminales y permite la comunicación en ambos sentidos. Se conoce el hecho frecuente de que las relaciones terapéuticas entre médico y paciente, luego de una fase de intenso entusiasmo, declinan y llegan a su fin, a menudo por alguna razón emocional. Esta razón es, con frecuencia, una mutua desilusión al desaparecer el encanto transferencial y al no ser la atracción tele lo suficientemente poderosa como para permitir beneficios terapéuticos permanentes.
Puede decirse que la estabilidad de la relación terapéutica depende de la fuerza de la cohesión tele que actúa entre los dos partícipes de la relación. La relación médico-paciente, es, por supuesto, sólo un caso especializado de un fenómeno universal. Así, por ejemplo, si en una relación amorosa la mujer proyecta sobre su amado la idea de que es un héroe y si él, a su vez, proyecta sobre ella la idea de que es una Virgen, ello puede Ser suficiente al comienzo; pero luego de un breve romance ella quizá descubra que, en muchos sentidos, su héroe no es más que un farsante o no ha realizado nada importante. Él, por su parte, tal vez advierta en ella diversas imperfecciones. Es pecosa y no tan virginal como le había parecido. Pero si, después de saber y sentir todo esto, los dos se quieren todavía y no sólo continúan su romance, sino que se casan y fundan un hogar y una familia, ello es señal de que los factores tele son sumamente poderosos en el caso. Está actuando aquí una fuerza cohesiva que estimula una relación estable y permanente.
La conclusión es ésta: las realidades concretas e inmediatas que se dan entre terapeuta y paciente en el momento de la relación terapéutica constituye el foco de atracción. Uno y otro tienen pareja oportunidad para el encuentro.
Si el terapeuta es atraído por el paciente, o si lo rechaza, delatará su secreto, en lugar de ocultarlo bajo una máscara analítica; y si el paciente siente rabia hacia el terapeuta, o bien es atraído por él, está en libertad de expresarlo, en lugar de esconderlo tras el miedo. Si la atracción que siente tiene algún significado, el terapeuta tiene derecho a aclararlo y si la rabia del paciente tiene algún significado, también él podrá explicitarlo.
Si las cosas que uno y otro perciben, correctas o deformadas, se refieren al pasado del paciente o del terapeuta, se las examinará a plena luz. Esto es amor terapéutico, tal como lo he definido cuarenta años atrás: “Un encuentro de dos, cara a cara, frente a frente, “y cuando estés cerca de mí, sacaré tus ojos y los colocaré en el lugar de los míos y tú sacarás los míos y los colocarás en lugar de los tuyos, y yo te miraré con tus ojos y tú me mirarás con los míos”.
El problema por considerar ahora es el de la realidad subyacente a la conducta transferencial.
La poética idea de que las personas amadas u odiadas en el pasado de un individuo se hallan guardadas en el inconsciente de éste para ser transferidas, de una manera instantánea, sobre la personalidad del terapeuta, ha sido un artículo de fe para los psicoanalistas de todas las tendencias desde hace más de cuarenta años.
Indudablemente es en un cónclave privado de dos donde ocurre que un determinado paciente se pone de acuerdo con un determinado terapeuta para que le sea interpretada su transferencia. Pero más allá de esa “valoración existencial a dos” esta clase de experiencias requieren un marco teórico de referencia más sustancial, incluso dentro de un marco de referencia subjetivo. Freud ha postulado el origen genético de la transferencia, sosteniendo que “no se origina en la situación presente, que se trata de una repetición de algo que le ha ocurrido al paciente en alguna otra ocasión en su vida”. “El paciente ve en su analista el regreso -la reencarnación- de alguna figura importante de su infancia o de su pasado y en consecuencia le transfiere (al analista) sentimientos y reacciones que indudablemente se aplicaban a ese modelo.”
El carácter vago, mudadizo y cambiante de la conducta de transferencia¬ contratransferencia hace particularmente difícil la clarificación.
Una clave para un nuevo enfoque de este problema se me ofreció con motivo de otra observación hecha en el curso de situaciones de relación entre terapeuta y paciente. La transferencia no se produce hacia una persona en general ni hacia una vaga configuración, sino hacia un “rol” que el terapeuta desempeña para un paciente, un rol paterno, materno, el rol de un hombre sabio é instruido, el de amante o amado, el de caballero, el de individuo perfectamente adaptado, el de hombre modelo, etc.
El terapeuta, a su vez, si puede caer en la actitud de sentir al paciente según dichos u roles.
La cuidadosa observación de terapeutas en su trabajo no ha hecho más que reforzar esa idea. “Parecen” y “actúan” tal como corresponde a papeles ya manifiestos en sus gestos y en su expresión facial. Llegué entonces a la conclusión de que
“todo individuo, del mismo modo en que es el foco de numerosas atracciones y repulsiones, es también el centro de numerosos roles relacionados con los roles de otros individuos. Todo individuo, así como en todo momento tiene un conjunto de amigos y otro de enemigos, dispone también de una variedad de roles y rostros y de una diversidad de “contra-roles”, en distintas etapas de desarrollo. Los aspectos tangibles de lo que se conoce como “yo” son los roles con que opera”.
Esta es la esencia de mi crítica del concepto de transferencia, hecha hace dieciocho años. Si bien ha penetrado en algunos aspectos de la literatura psicoanalítica, las consecuencias de esta posición, especialmente en cuanto a la psicoterapia de grupo, todavía se mantienen sin aclarar.

Las bases de la psicoterapia. La Transferencia. 1967
José Luís Moreno.
Ediciones Horme. Buenos Aires.