El Miedo: Ansiedad, Duda e Inseguridad.
Junio 2015. Ainara Erro Jiménez.
“Para quien tiene miedo, todo son ruidos.” Sófocles.
1. Los peros del estado de bienestar.
El miedo es una de las emociones más naturales y normales en el ser humano. Nuestro propio instinto de supervivencia, nos dota de esta defensa natural ante los avatares de la naturaleza y los peligros del mundo. Sin embargo, en el mundo actual, especialmente en las sociedades occidentales, quizá con menos amenazas vitales, el miedo se ha convertido en una experiencia psicológica que ha llevado a muchas personas al extremo de la ansiedad y la angustia. El estrés y la neurosis se han apoderado de una sociedad que ha vivido, al menos hasta hace poco, en relativa comodidad, pero que, a la larga, se ha visto que el precio pagado por ese llamado ‘estado de bienestar’ ha sido alto en cuanto a su estabilidad emocional. De hecho, estudios recientes revelan que la ansiedad se ha convertido en la enfermedad mental más común en el mundo occidental, superando incluso a la depresión.
Describe Rojas la deshumanización del hombre actual debido a diversos ‘ismos’ que caracterizan la era en que vivimos. La era del consumismo y el materialismo en la que sólo importa y tiene valor aquello que es tangible y cuyo objetivo fundamental es la abundancia, nos llevan la hedonismo relacionado directamente con el disfrute inmediato de dichos bienes materiales. La inmediatez es otra de las características del disfrute. La máxima del mundo virtual, what you see is what you get, lo que ves es lo que hay, se aplica a todos los ámbitos de la vida. Esto produce una batería constante de experiencias espiritualmente vacías, lo que Rojas denomina “la vivencia de la nada”, con la consecuente dificultad para digerir tal vivencia y la ansiedad que produce la percepción de la angustia del vacío, lo hueco, lo yermo en definitiva el nihilismo.
La era de la información y de la globalización también produce esa sensación. La vivencia de la masificación, lo gregario, la ‘información no formativa’, accesible pero a la vez abrumadora y efímera, conduce al hombre a convertirse en un ser sin criterio, incapaz de sintetizar y procesar todo lo que le llega constantemente. Esa corta duración de las cosas y la rapidez con que cambiamos de una cosa a otra, de una noticia a otra, de un tema a otro, fomenta esa superficialidad con la que se vive actualmente. La avidez de información, demostrada sin ir más lejos por los noticieros diarios, mezcla noticias, hechos y conjeturas en un afán de adelantarse los unos a los otros que producen confusión y duda constantemente. La falta de criterio y de capacidad de discernimiento y pensamiento crítico convierte a muchos ciudadanos en borregos que siguen indistintamente a un pastor o a otro sin profundizar apenas en sus propias creencias.
Otro gran reflejo de esta actitud, claramente favorecedora para las clases dirigentes, es el control político de la educación, que nos ha conducido a la deshumanización de los centros educativos en todos los sentidos y a la instauración, cada vez más fervientemente de un pragmatismo brutal basado en la adquisición de habilidades técnicas y capacidades de supervivencia económica.
Así, las artes creativas y las humanidades como la filosofía y la cultura antigua que define las raíces de nuestras sociedades han quedado relegadas a un plano banal y al que apenas acceden unos pocos con deseos de conocimiento real considerado inútil en nuestra era. El no indagar en el conocimiento y el pensamiento humano, desde el origen más antiguo, nos desconecta de nuestra propia naturaleza como seres humanos, una naturaleza que nos ha otorgado el don de tener consciencia de nuestra propia existencia y de reflexionar sobre todos los aspectos de la creación y el mundo en que vivimos.
Este don de reflexión también ha conducido al ser humano a cuestionarse los principios básicos de la existencia y a sufrir la angustia derivada de tales pensamientos. Pero, al mismo tiempo, dichas reflexiones y los miedos, creencias o esperanzas derivadas de las mismas, son compartidas por todos los seres humanos. De esta manera, la desconexión es personal y, a la vez, con el resto de la humanidad y del mundo.
Esta desconexión queda reflejada también en nuestra forma de comunicarnos. Los cauces habituales de contacto han quedado mermados en favor de nuevas vías de comunicación virtual que crean muchas veces más desconfianza y malentendidos de los necesarios. Estos medios de los que hablamos son fundamentalmente las famosas redes sociales y otros mecanismos cibernéticos y de telecomunicaciones tras lo que se esconden multitud de personas con serios problemas de comunicación, aunque pueda parecer una contradicción. Como todo, estas redes tienen su cara positiva y su cara negativa.
Sin negar las ventajas de todos estos medios, debemos reconocer que sus desventajas son también abundantes y, peor, abrumadoras. La manera de comunicarse de nuestros jóvenes ha cambiado radicalmente. Hay que abarcar mucho y ser popular. Esto se considera un reflejo de un – falso – éxito social y personal. El estrés y la ansiedad que produce mantener cientos de ‘amigos’ virtuales pueden ser bestiales. Y no digamos, si todo eso se vuelve contra uno y se sufre bullying (o mobbing) abiertamente o cualquier otra experiencia de rechazo social cibernéticamente anunciado. Y todo esto por no citar la ansiedad, incluso la fobia, que produce a muchas personas el mero hecho de no tener acceso a los aparatos electrónicos, especialmente al teléfono móvil. Personalmente, también, opino que la exposición física y constante a las ondas de dichos aparatos electrónicos y de telefonía daña de alguna manera nuestra salud física y mental.
Aunque existen estudios que así lo empiezan a vislumbrar, especialmente en lo que se refiere a personas hipersensibles a este tipo de ondas electromagnéticas, creo que todavía nos llevará unos años concienciarnos más, siempre y cuando, la información llegue a nuestro conocimiento y no sea parada en algún estadio, como suele suceder con aspectos globales que responden a intereses concretos y poderosos y mueven millones y millones de euros.
Los aspectos económicos que imperan y mueven el mundo actual se reflejan también en la competitividad en la que nos vemos inmersos los ciudadanos. El propio gobierno consta de un Ministerio de Economía y Competitividad. El estrés que produce en la sociedad el interés por mantener esos logros económicos y de bienestares alcanzados, hacen que nos centremos constantemente en la imagen y los bienes materiales. Llegados a este punto, parece que no podemos prescindir de nada de lo que hemos logrado y nuestra vida se orienta objetivos vacíos que nada aportan a nuestro desarrollo como personas.
De hecho, cada vez estamos menos preparados para tolerar el fracaso y el sufrimiento, no digamos el paso del tiempo y la certeza de la muerte. Así que emocionalmente nos encontramos castrados. El dolor y las emociones que producen sufrimiento deben ser eliminados. La eterna juventud y un estado perenne de felicidad son los objetivos fundamentales. Sin embargo, puesto que esto no es real para el ser humano, producimos el efecto contrario, la lucha contra lo irremediable, contra el cambio y la temporalidad, nos convierten en seres profundamente miedosos y ansiosos.
Con todo ello, podemos decir en general de la sociedad occidental actual que nos hemos convertido en personas desorientadas, cada vez más desconocidas para nosotras mismas, sin una verdadera capacidad de comunicación y de relación y con un oculto y profundo sentimiento de insatisfacción e infelicidad.
2. Las Emociones.
Las cuatro emociones principales se consideran el miedo, la tristeza, la rabia y la alegría. Todas las demás parten de estas cuatro. Miedo y tristeza se consideran emociones de interiorización y contracción, mientras que las otras dos, rabia y alegría son de exteriorización y expansión. El miedo, así como la rabia, la tristeza y el asco, se consideran básicamente una emoción negativa puesto que implica sentimientos desagradables ante la valoración de una situación como potencialmente dañina o peligrosa que requiere la movilización de recursos para afrontarla.
Etimológicamente emoción significa ‘mover hacia el exterior’. Hablamos entonces de algo que nos mueve y nos impulsa a actuar de determinada manera provocando los cambios corporales necesarios. En toda emoción hay un componente esencialmente personal. Cómo nos llega y cómo nos mueve un suceso depende totalmente de nuestra vivencia personal y esto tiene un impacto directo en los procesos cognitivos y de memoria.
Aquellos sucesos que nos despiertan emociones o valoramos como positivos quedan más fácilmente grabados en nuestra memoria que aquellos que consideramos negativos o que no nos producen una vivencia emocional. Pero también a veces nuestros pensamientos interfieren o modelan las sensaciones que vivimos. De esta manera, una persona deprimida parece recrearse en una rueda de pensamientos negativos que no hace otra cosa que perpetuar ese estado depresivo, generalmente, aunque de manera inconsciente, con una determinada función.
En ocasiones expresamos las emociones y otras veces no. A veces tratamos de ocultarlas, sin embargo nuestro lenguaje corporal, difícilmente manipulable, nos delata. Los motivos por los que tratamos de esconder o no manifestar abiertamente una emoción pueden ser variados, aunque generalmente responden a introyectos y modos de actuar repetitivos e interiorizados de manera inconsciente debido a nuestras experiencias vitales y rasgos de carácter.
Cuando tratamos de reprimir o suprimir una emoción de manera repetitiva es bastante posible que acabemos somatizándola en alguna parte de nuestro cuerpo a través de alguna dolencia (dolores musculares, dolores de cabeza, etc.) o enfermedad crónica. La propia estructura de nuestro cuerpo se convierte en un espejo de nuestras emociones. Como digo, entre otras cosas, dolores crónicos o enfermedades recurrentes a las que no encontramos solución no dejan de ser sino el reflejo de nuestro agitado estado emocional interno.
Algunas emociones pueden considerarse como adaptativas en determinados contextos. De esta manera, el miedo, no deja de ser un estado de alerta ante posibles peligros que nos obligan a estar alerta para poder protegernos en un momento dado. En este sentido, el miedo nos prepara para actuar en situaciones de peligro de manera efectiva. El problema surge cuando estas emociones dejan de ser una ayuda y se convierten en estados repetitivos de neurosis que impiden a la persona llevar una vida plena y satisfactoria.
3. El Miedo.
El miedo se considera una de las emociones adaptativas básicas. Se trata de una emoción natural y normal en determinadas situaciones que nos pone a punto para actuar ante el peligro y sobrevivir en circunstancias variadas. Dice Marks que “el miedo es un legado evolutivo vital que conduce al organismo a evitar amenazas y que tiene un valor de supervivencia obvio.” Y así es. Se trata de una conducta que protege a los animales y a los humanos de amenazas presentes o anticipadas – en este último caso debido generalmente a una vivencia negativa previa.
Las respuestas y reacciones al miedo varían enormemente entre las distintas especies, de manera que no existe una sola conducta que sea típica e inequívocamente válida para todas. El abanico es, por tanto, amplio e incluye diversas formas de huida, inmovilización e incluso ataque, todo lo cual depende de los contextos, la edad y el estado de ánimo del sujeto – o animal – implicado.
Desde un punto de vista biológico, se ha demostrado que en muchas especies el miedo que da grabado como conducta defensiva llegando a crear respuestas innatas. Estas respuestas defensivas que emergen como adaptación a un determinado entorno y sus amenazas presentes, acaban constituyendo un sistema de supervivencia vital que se transmite de generación en generación. También parece que cuanta mayor similitud se ha encontrado entre las respuestas al miedo en las diferentes especies, mayor es también su cercanía evolutiva. El propio Charles Darwin en 1877 estudió, motivado por las reacciones de miedo de su hijo pequeño ante animales enjaulados, la programación innata que hace que cada especie sea especialmente sensible a determinados estímulos.
Se trata de una herencia evolutiva que hace que sintamos miedo ante determinadas situaciones, apareciendo estos temores a edades tempranas en las que la experiencia vital aún no es condicionante. Algunas investigaciones han comprobado que incluso en el vientre materno el embrión puede sentir miedo. El mayor miedo del embrión es el miedo a ser rechazado y, de forma más extrema, a morir. Este miedo, dice Bizkarra, se fija en las células del embrión y estas células se van haciendo paulatinamente más pequeñas y redondas, manteniendo así el máximo nivel de energía (retenida en la emoción del miedo) con la mínima exposición en superficie.
Como ya he mencionado anteriormente, el miedo, además de ser útil para la supervivencia, mejora el rendimiento en determinadas situaciones de estrés moderado. Incluso hay personas que disfrutan con una provocada sensación de miedo, por ejemplo, viendo películas de terror o practicando deportes de riesgo. A veces, una exagerada inmunidad al miedo también es un determinante de algún desajuste emocional.
En general, el ser humano, además de sentir miedo ante determinadas situaciones concretas, comparte ciertos miedos que podemos denominar de alguna forma trascendentales, como son el miedo a la soledad, a no poder valerse por sí mismos, al descontrol (temor a perder la cabeza), a la muerte y al sufrimiento o al dolor.
Recientes estudios han destacado la importancia de la amígdala, un pequeño órgano del tamaño de una almendra alojado en el cerebro, en la percepción y la elaboración del circuito del miedo en nuestro cerebro. Dicen los científicos que la amígdala empieza a estar desarrollada en los mamíferos hace aproximadamente 220 millones de años. Este órgano activa los miedos más primitivos y las emociones primarias y coordina con el resto del cerebro las reacciones y respuestas al miedo ante una situación de peligro.
En el caso del ser humano, interactúa estrechamente con el resto del cerebro y las conexiones neuronales creando respuestas más complejas que en otras especies animales debido al peculiar desarrollo de la corteza cerebral. La amígdala analiza el ambiente constantemente en busca de amenazas. Cuando las detecta, activa automáticamente determinadas neuronas y se pone en marcha un microcircuito que activa otras partes del cerebro, incluyendo centros implicados en la cognición y el razonamiento complejo. El miedo así produce una respuesta fisiológica, una respuesta cognitiva y emocional – pensamos y sentimos-, y una respuesta motora – huida, ataque, etc.
El miedo implica una serie de reacciones de diversa índole. Entre las reacciones conductuales pueden producirse desde la paralización y no reacción, a los gritos o la huida desesperada o el ataque. Incluso, pueden darse varias sucesivamente. Fisiológicamente la manifestación del miedo incluye sensación de erizamiento del pelo, frío, sudores, dilatación de las pupilas, respiración rápida y ritmo cardíaco acelerado, acompañado de un aumento de la circulación sanguínea y contracciones en la vejiga y en el recto.
Desde un punto de vista bioquímico se produce una secreción de adrenalina y noradrenalina y un incremento de la producción de ácidos grasos libres y corticoesteroides en plasma. Los sensaciones físicas internas que produce una situación de miedo o terror incluye tensión muscular, temblores, náuseas, dificultad para respirar y sensación de irrealidad, entre otras. Cuando se trata de una situación de miedo prolongada, se pueden producir situaciones permanentes de inquietud – hablaremos de la ansiedad más adelante -, problemas para dormir, pesadillas, pérdida de apetito y fatiga crónica.
Las manifestaciones externas del miedo vienen condicionadas también por factores sociales y de aprendizaje individual.
Describe Marks diversas situaciones típicamente evocadoras del miedo: Estímulos físicos atemorizantes. Son aquellos que amenazan las necesidades básicas de un organismo (oxígeno, alimentos, agua, refugio, etc..).
Estímulos atemorizantes provenientes de otros animales/personas:
• Toque, proximidad y captura. Se trata de la tendencia de cualquier animal y de los humanos a retirarse ante un toque súbito e inesperado. Cuanto más cerca está el peligro, el miedo aumenta y más probable es que se intente evitar en lugar de intentar alejarlo.
• Cambios bruscos y movimientos. Los ruidos o movimientos precipitados alertan a muchas especies. El tamaño de aquello que se acerca es también un factor determinante en la evaluación del peligro que supone.
• Ser mirado. Según Marks es un factor bastante habitual en todas las especies el miedo o sensación de amenaza ante unos ojos que miran fijamente. Existen animales que poseen características físicas que simulan ojos, por ejemplo, mariposas que tienen ese dibujo en sus alas, como factor disuasorio ante posibles amenazas o depredadores. El tema de la mirada es muy variable en el hombre. El carácter, así como otras variables sociales, determinan la inoportunidad, idoneidad o amenaza que puede suponer una mirada fija. Existen otros factores como determinadas enfermedades que tienen como característica la evitación permanente de la mirada – el autismo, por ejemplo.
• Señales parecidas a serpientes. También llamado el efecto del halcón. Son señales que disparan la alarma rápidamente en determinadas especies, incluso aunque no hayan tenido contacto directo con dicha amenaza, validando así la teoría que ya mencionamos anteriormente de una herencia biológica de instinto de supervivencia.
• Señales de amenaza, alarma o lesión. Por ejemplo, muchas especies reaccionan ante la visión de otros miembros de su especie lesionados o heridos. En el caso de la especie humana existe una generalizada reacción a los estímulos relacionados con intervenciones quirúrgicas o sangre, por ejemplo.
• El olor. Este factor está menos desarrollado en los humanos que en otras especies animales. El olor puede revelar amenaza de depredadores o alerta sobre otros congéneres lesionados o atemorizados.
• Sonidos. Los gritos de alerta ponen en guardia a otros miembros de la misma especie. Incluso se ha demostrado que algunos mamíferos han desarrollado sistemas de alarma bastante complejos. Los humanos se muestran afectados por los sonidos de alerta o dolor de otras personas.
• Estar solo. Algunas especies tienen tendencia a la soledad, pero para muchas otras, incluida la humana, estar solo conlleva muchos peligros. La mayoría de los seres humanos buscamos el contacto social, de hecho, los miedos que podamos sentir son más llevaderos en compañía. Aunque paradójicamente, este mismo contacto social es también la fuente generalizada de muchos miedos y ansiedades que afectan a la vida diaria de muchas personas.
Las conductas defensivas principales relacionadas con el miedo son cuatro: retirarse, inmovilizarse, amenazar o atacar al enemigo. Según explica Marks podemos definirlas de la siguiente manera.
• Retirada. La huida, escape o evitación ha sido detectada incluso en organismos unicelulares. Los animales utilizan la carrera, el salto, el vuelo, la natación o incluso la caída libre desde el aire. Existen especies que huyen cambiando de aspecto o usando estímulos detractores. Los humanos huyen con estrategias muchas veces más elaboradas, como puede ser evitar una situación que anticipemos desagradable. La evitación es una estrategia muy utilizada para huir de situaciones de confrontación con otras personas.
• Inmovilidad. En muchas ocasiones se produce una ‘inmovilidad vigilante’, es decir, el individuo se queda estático y agudiza sus sentidos como una manera de evaluar la situación para tomar decisiones más adelante. El individuo, de esta manera, permanece inmóvil y alerta en la situación de peligro, dispuesto a luchar o huir en cualquier momento. En situaciones más extremas, el individuo puede quedarse paralizado de terror. En estos casos se produce una inhibición motora profunda sin pérdida de consciencia, con incapacidad para hablar, bajada de la temperatura corporal y analgesia aparente o insensibilidad al dolor temporal. Algunos animales, como la zarigüeya, utilizan esta estrategia de inmovilidad de manera innata ante los peligros vitales.
• Defensa agresiva. Los animales, en estos casos, utilizan las mejores armas a su alcance, generalmente las propias, mordiendo o atacando con los cuernos, desgarrando, picando, etc. Cabe decir que, en lo que se refiere a recursos armamentísticos, es el ser humano, que de manera natural posee pocas armas innatas, el que más ha desarrollado esta faceta. En muchas especies existen también demostraciones de amenaza para disuadir al enemigo. En este sentido, algunas tribus humanas han desarrollado danzas tribales con esta misma función, sirvan como ejemplo los maoríes neozelandeses.
• Desviación de los ataques y apaciguamiento (sumisión). La desviación en la vida cotidiana de las personas es muy común, desde defender al más débil hasta evitar temas peliagudos en una conversación. A veces, cuando nos sentimos amenazados por alguien superior, adoptamos como defensa una postura de sumisión evitando así daños mayores.
4. Miedo, Ansiedad y Angustia.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define el término miedo como “Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario” y ansiedad como “Estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo”. Y define angustia como sinónimo de ansiedad. Se remite Rojas a estas definiciones de la RAE para establecer las diferencias entre estos términos, pero añade algunas características específicas que distinguen miedo y ansiedad. Considera también la angustia como sinónimo de ansiedad, siendo ambos términos frecuentemente intercambiados por los psiquiatras. Dice Rojas pues que el miedo es un temor específico, concreto, determinado y objetivo ante algo que, de alguna manera, viene de fuera de nosotros y se nos aproxima trayéndonos inquietud, desasosiego y alarma.
La ansiedad, en cambio, es el temor a algo inconcreto y vago que no tiene una referencia explícita. Al contrario que el miedo, la ansiedad es causada por situaciones indefinidas o irreales. Al tratarse de emociones adaptativas e instintivas en el ser humano, se considera que un cierto nivel de miedo o ansiedad puede ser productivo en determinadas situaciones. Sin embargo, es la intensidad excesiva lo que puede acabar por incapacitar a la persona para llevar una vida normal. Establece Rojas también una diferencia entre la ansiedad causada por este tipo de situaciones descontroladas y la llamada angustia existencial inherente al ser humano por el mero hecho de enfrentarse a su situación vital en el mundo y a la eventual e inevitable experiencia de muerte.
Como ya hemos visto anteriormente en Marks, en los animales, las reacciones de miedo suelen ser el resultado de una programación biológica. El miedo es instintivo, es un reflejo que conlleva una serie de respuestas, también generalmente específicas a cada especie. Pero para el hombre, todo es más complejo, puesto que, además de ser capaces de mostrar conductas variadas para enfrentarnos al miedo, también aprendemos de la experiencia y tenemos la capacidad de prever posibles o eventuales peligros.
La percepción del peligro también tiene que ver con la particular manera individual de interpretar y evaluar la información que percibimos en determinadas situaciones.
La ansiedad y el estrés tienen como objetivo fundamental activar y preparar el organismo para la acción. Según Rojas, los fenómenos ansiosos pueden originarse en cuatro parcelas:
• Aspectos endógenos. Se refiere a lo biofuncional, la manera física interna de reaccionar ante determinados estímulos.
• Aspectos biológicos. Se refiere, por ejemplo, a la ansiedad que puede provocar una enfermedad grave que supone un riesgo vital. En estos casos, además, parece ser que la reacción psicológica a dicha enfermedad puede afectar directamente al desarrollo de la misma.
• Aspectos psíquicos. Tiene que ver con el desarrollo a nivel psíquico de la persona y la gestión de los acontecimientos que vive y sus experiencias vitales. Toda experiencia humana tiene traumas en sus vivencias. La persona sana es capaz de aceptarlos y superarlos, pero los traumas que no han sido integrados convierten al hombre en un ser neurótico atrapado en ellos.
• Aspectos sociales. La situación económica, social y laboral están incluidos en este grupo de condicionantes.
El estrés se ha convertido en una experiencia o, casi un modo de vida, muy frecuente en el hombre moderno de los países desarrollados. El estrés hace que la persona viva una situación constante de tensión y agobio que le afecta no solo psicológicamente, sino también físicamente provocando una serie de síntomas como aumento de la frecuencia cardíaca, del tono muscular, y trastornos gastrointestinales de diversa índole. Existen diversas fases en la vivencia del estrés. Pasando por una fase de adaptación, hasta una fase de agotamiento en la que la persona puede acabar sumida en una depresión o sufriendo un infarto de miocardio.
Distingue Rojas entre ansiedad negativa y positiva. Una ansiedad positiva, como ya hemos dicho, es buena para el rendimiento en determinadas situaciones y se caracteriza también por la actitud curiosa de la persona que demuestra gran interés, aspiraciones o inquietudes por ciertos temas o actividades. La ansiedad negativa produce en la persona emociones diversas que van desde el aburrimiento a la melancolía, después la desesperación, la desesperanza y finalmente el paso a las ideas o tendencias suicidas.
El aburrimiento físico y emocional en el que la vida está vacía de contenido hace que la persona se sienta hueca y se suma en la melancolía, un cansancio y pesar vitales que ata al pasado y no permite mirar hacia el porvenir. La desesperación, que sería el estadio siguiente, nos dice que aún habría algo por lo que vivir, una reminiscencia de rebeldía ante el vacío vivido. Cuando el hombre llega a la desesperanza, se terminan de cerrar todas las puertas al cambio, mueren las ilusiones y ya no hay nada que sostenga a la persona, llevándola inevitablemente a tener deseos de llegar a un fin y acabar con la larga y dolorosa situación vivida.
En muchas ocasiones los síntomas de la ansiedad y de la depresión confluyen, especialmente en lo que se refiere a la sensación de inquietud y síntomas melancólicos. Sin embargo, en general podemos decir que los síntomas de la ansiedad tienen que ver más con la inquietud interior, la inseguridad, las anticipaciones agoreras, tensiones físicas, estado general de agitación interior, etc., mientras que los síntomas de la depresión se relacionan más con un fuerte descenso del estado de ánimo, apatía o pérdida de interés por las actividades habituales, melancolía, poco apetito, sentimientos de culpa, trastornos de atención, de memoria, de pensamiento (ideas repetitivas de muerte y/o suicidio), fatiga, dolores de cabeza y malestares diversos y disminución del interés sexual.
Existen estudios científicos que revelan una predisposición genética a la ansiedad, aunque su desarrollo depende en alta medida de las circunstancias vitales de la persona. Investigaciones genéticas han detectado la presencia de una variante especifica de un gen – el RGS2- que afectaba al funcionamiento de la ínsula y la amígdala, de manera que los individuos con una amígdala hiperactiva mostraban una mayor tendencia a la timidez y la introversión y revelaban más propensión a sufrir trastornos de ansiedad.
La ansiedad es susceptible de provocar enfermedades psicosomáticas en las personas. Los cuadros más frecuentes incluyen trastornos y enfermedades del aparato digestivo – digestiones lentas, aerofagias, úlceras, etc.-, enfermedades del aparato respiratorio – asma, respiración rápida y suspirosa, opresión torácica, etc. , enfermedades del aparato cardiovascular – hipertensión, arritmias, etc. -, trastornos del sistema nervioso central y del aparato locomotor – rigidez, dolores musculares, tics, etc. -, trastornos del aparato genital-urinario – picores, disminución de la libido, problemas de control de esfínteres, etc.-, y problemas de mucosas, piel, uñas y rubor.
Diversos estudios han tratado de relacionar la ansiedad con la aparición de problemas en determinado órgano. En general, la persona ya presenta una cierta debilidad en ciertas áreas, pero determinados factores parecen influir decisivamente en la enfermedad de una en particular. El momento en que surge el conflicto, así como el tipo de conflicto, la herencia y el entorno familiar son aspectos determinantes en este sentido.
Entre las manifestaciones más extremas de ansiedad podemos destacar la hipocondría, las fobias y las obsesiones, las crisis histéricas y compulsiones. Estas fobias y obsesiones constituyen temores irracionales y desproporcionados que el sujeto es incapaz de controlar y cuya defensa más habitual es la huida. Los intentos de salida de estos estados incluyen desde medicación hasta la ingesta de alcohol, drogas o la aparición de problemas con la comida. Estos estados generalmente necesitan intervención terapéutica para poder ser superados.
Aunque, como ya hemos mencionado anteriormente, generalmente en psiquiatría los términos ansiedad y angustia se intercambian con igual significado, disiente Bizkarra de esta opinión y define la angustia como un estado de ansiedad tan intenso que provoca la paralización de la persona. Las causas fundamentales de angustia a nivel existencial y vital para la mayoría de las personas se producen en tres momentos decisivos de la vida. En primer lugar, se produce el miedo típico de la niñez que es el miedo al abandono. La angustia de la separación se produce en momentos como la iniciación de la etapa escolar o, antes con la guardería. El niño busca constantemente el amor de los padres y cuando siente esa pérdida surgen en él la rabia y la frustración.
El sentimiento de abandono produce generalmente en los niños rabia y rebeldía.
En segundo lugar se produce la crisis de identidad propia de la adolescencia. En este momento el adolescente necesita separarse de la familia y se separa también del mundo al percibir todo aquello que no le gusta. Vive también un fuerte instinto sexual y cambios corporales importantes, todo lo cual le lleva a la pregunta última sobre su verdadera identidad.
En la etapa adulta se produce la crisis existencial. La angustia existencial surge en cierto modo de una obligada revisión o reflexión sobre nuestro modo de vivir y la percepción del irrefrenable paso del tiempo. Todo ello puede plantear a la persona un vacío existencial y una sensación de falta de sentido vital e irreversibilidad de su manera de vivir.
Las causas de la ansiedad pueden ser diversas: las preocupaciones, el estrés, la frustración constante, una enfermedad, etc. Existen según Hans Seyle tres fases en el desarrollo físico de la ansiedad: la Fase de Alarma, en la que el cuerpo se prepara para adaptarse a una situación nueva; la Fase de Resistencia, en la que la persona trata de encontrar un equilibrio en la nueva situación; y la Fase de Agotamiento, cuando las energías flaquean y surge la enfermedad o se produce la cronificación del estado ansioso, con el desgaste energético que ello conlleva.
5. Teorías Del Vínculo. La Ansiedad De La Separación.
Numerosos estudios han destacado la importancia del vínculo madre-hijo desde el nacimiento, o incluso desde el desarrollo del bebé el útero materno. Un vínculo afectivo positivo tiene profundos efectos en el bienestar del niño a largo plazo. Hay estudios incluso que alargan este efecto positivo a generaciones posteriores. Scott Stossel destaca la estrecha relación existente entre las fobias infantiles tempranas y disfunciones adultas como fobias sociales, depresión o incluso drogadicciones. Parece ser que dichos temores tempranos predisponen neurológicamente a la persona a desarrollar distintas fobias o trastornos que pueden aparecer sucesivamente en distintas etapas de su desarrollo vital, siendo dicha probabilidad cinco veces mayor que en un niño que no presente tales miedos.
Dice Freud en su libro Inhibición, síntoma y angustia: La primera angustia es la pérdida de objeto del cuidado materno; tras la infancia y durante el resto de la vida, la pérdida del amor se convierte en un peligro nuevo y más perdurable, y en un motivo de angustia.
Fue el británico John Bowlby quien desarrolló posteriormente este tema a través de su teoría de apego, una idea que predice o explica el nivel de ansiedad de la persona en función de la calidad de la relación con las primeras figuras de apego o cuidadores, figura que, generalmente, suele ser la madre.
Resulta muy interesante la historia de cómo Bowlby, en contra de la opinión generalizada en la época, comenzó hacia la década de 1940-50 a destacar el papel de la relación con los progenitores en el desarrollo de la salud mental del niño. En un estudio que realizó con niños huérfanos o separados de sus padres tras la Segunda Guerra Mundial, descubrió el elevado nivel de angustia que mostraban los niños separados de sus madres durante un largo período de tiempo. Hasta entonces, se consideraba que dicha separación no tenía efecto alguno sobre los niños siempre y cuando sus necesidades básicas de comida y cobijo estuvieran cubiertas.
Posteriormente, el desarrollo de estos estudios culminó en la formulación de su teoría de apego y los estilos de apego, estableciendo que un vínculo seguro y tranquilo entre el niño y la madre a edades tempranas hace que los niños sean más felices, atrevidos, tranquilos y con un desarrollo emocional basado en un sentimiento de seguridad y la sensación de sentirse querido y a salvo.
Por el contrario, los apegos “inseguros” o “ambivalentes”, en los que las madres se mostraban más frías, ansiosas o sobreprotectoras, causaban mayor ansiedad de separación y alteraciones en los niños.
La discípula de Bowlby, Mary Ainsworth, muy interesada, debido fundamentalmente a su propia historia personal, en los estudios de su profesor, acabó desarrollando un experimento que arrojó cientos de datos significativos para establecer los tipos de apego y que se convertiría en estudio de referencia para la comunidad investigadora. El llamado experimento de la situación extraña, se basaba en situar a una madre y a su hijo en una habitación con montones de muñecos dándole al bebé libertad para explorar. Después entraba un extraño que observaba la reacción del bebé y posteriormente la madre abandonaba la habitación dejando al bebé sólo con el extraño. Los investigadores observaban la escena a través de un espejo polarizado.
En la primera fase se observó una tendencia general en los bebé a explorar manteniendo siempre la madre como un punto seguro al que retornar y desde el que alejarse. Sin embargo, en las otras situaciones las variantes del comportamiento infantil fueron muy diversas. Ainsworth catalogó a los bebés que se alteraban especialmente cuando la madre salía de la habitación y se aferraban fuertemente a ella mostrando enfado y ansiedad a la vez como ambivalentes. Los evitativos, en cambio, que en un principio parecían seguros y equilibrados al no reaccionar de manera alguna ante la salida y entrada de la madre, resultaron haber desarrollado un mecanismo de defensa basado en un letargo emocional que les evitaba el sufrimiento y la ansiedad de la separación.
Los niños y las madres a los que clasificaba dentro del grupo de los de apego seguro, habían desarrollado un estilo de interactuación de calidad – las madres de mostraban sensibles y prontas a reaccionar a los signos de turbación de sus hijos. La conclusión de Ainsworth fue que “el carácter previsible de la reacción materna contribuía a reforzar la seguridad y autoestima del niño en las fases posteriores de su vida; las madres que, de modo previsible, reaccionaban a los signos de perturbación rápida y cariñosamente tenían bebés más tranquilos y felices que se convertían en niños seguros e independientes.
Los problemas detectados en estudios posteriores ya con adolescentes, e incluso con adultos, revelaron la permanencia en el tiempo del estilo de apego, con datos como las mayores destrezas sociales de los niños con apego seguro y la ansiedad y marginación social sufrida por muchos de los niños con apego ambivalente. La manera en que tomaban decisiones más o menos acertadas sobre su vida e incluso, el estatus económico alcanzado, también arrojaban datos concluyentes sobre cómo un estilo de apego seguro podía otorgar a los niños herramientas eficaces en el manejo de sus circunstancias vitales.
Posteriormente, Bowlby, que siguió trabajando en la línea de su discípula, llegó a la conclusión, en contra de la opinión generalizada de los psicoanalistas de la época, de que las conductas de apego, también detectadas en animales, constituían una conducta innata de supervivencia que otorgaba mayor éxito de sobrevivir a aquellos hijos más predispuestos a mantenerse pegados a sus madres.
Los experimentos del renombrado psicólogo Harry Harlow en la década de 1950 con chimpancés, acabaron por corroborar las teorías de Bowlby y demostrando que las conductas de apego no tenían que ver exclusivamente con la alimentación. Es más, los datos más inquietantes revelaban los problemas de relaciones sociales de bebés que habían sido separados de sus madres tempranamente, e incluso, se detectaron conductas más extremas como tendencia al maltrato o tendencias asesinas.
Bowlby, una vez más en contra de la tendencia educativa de la época que recomendaba tratar a los niños con distancia y frialdad como pequeños adultos, concluyó “si quieres infundir una base segura en el niño y una mayor resistencia a la ansiedad y la depresión, no escatimes en amor y afecto.”15 En su libro La Separación Afectiva, Bowlby estableció que aquellos bebés con apego inseguro, eran más propensos a sufrir ansiedad, depresión y temores de abandono en la adolescencia, llegando a convertirse en adultos inquietos que se dedican a detectar.
Bibliografía.
-Bizkarra, Karmelo. Encrucijada Emocional: Miedo (Ansiedad), Tristeza (Depresión), Rabia (Violencia), Alegría (Euforia). Descleé De Brouwer. Bilbao. 2005
-Levine, Peter A. with Frederick, Ann. Curar el Trauma. Urano. Barcelona. 1999
-Lowen, Alexander. Miedo a la Vida. Editorial Era Naciente. Buenos Aires. 1980
-Marks, Isaak M. Miedos, Fobias y Rituales T1: Los Mecanismos de la Ansiedad. Martínez Roca. Barcelona.1989
-Marks, Isaak M. Miedos, Fobias y Rituales T2: Clínica y Tratamientos. Martínez Roca. Barcelona. 1991
-Naranjo, Claudio. Carácter y Neurosis. Una Visión Integradora. Barcelona. 2013
-Rojas, Enrique. La Ansiedad: Cómo diagnosticar y superar el Estrés, las Fobias y las Obsesiones. Ediciones Temas de Hoy. Madrid. 1989
-Stossel, Scott. Ansiedad, Miedo, Esperanza y la Búsqueda de la Paz Interior. Seix Barral. Barcelona. 2014
Bibliografía Web.
-Real Academia Española. Diccionario de la Lengua. [Consulta: 10-05-2015]
-tiene-un-objetivo-tu-supervivencia_C8ViRQmjt69hTAVIRi0LY3/>. [Consulta: 30-04-2015]
< http://www.grup7psicolegs.com/articulos/las-tres-respuestas-del-cuerpo-humano-reacciones-ante-las-situaciones-temidas>. [Consulta: 30-04-2015].
-Lalande, M. Las tres Respuestas del cuerpo humano. Reacciones ante las situaciones temidas.