rejas

Violencia filio-parental (VFP)

1.- Transmisión intergeneracional (hipótesis bidireccional)

Los niños que han experimentado u observado violencia familiar pueden aprender a comportarse de una manera similar y no sólo emplear este tipo de conductas violentas para relacionarse con sus progenitores, sino también con su pareja o con sus hijos en un futuro (Gámez-Guadix y Calvete, 2012). Existe abundante literatura sobre la hipótesis bidireccional y la transmisión intergeneracional de violencia, la hipótesis menciona que la violencia observada en las figuras parentales, donde el niño resulta víctima o testigo, representa el mayor riesgo de ocasionar violencia o víctimas en actos similares posteriores, resultando ser esta violencia una de las variables de mayor influencia para desarrollar conductas de maltrato ascendente (de hijos a padres), de esta relación se desprende la hipótesis (Calvete, et al., 2011; Foshee, et al., 1999; Gámez-Guadix y Calvete, 2012; Ibabe y Jaureguizar, 2011; Ibabe, 2015; Kwong, et al., 2003).
En definitiva, la hipótesis sostiene que la violencia paterna ejercida por los progenitores contra los hijos es relativa a la de los hijos contra sus padres. Dos claros predictores del comportamiento agresivo de los hijos a los progenitores: El comportamiento agresivo de los padres hacia los hijos, y que éstos hayan sido testigos de violencia familiar. No obstante, la violencia parental no es condición suficiente ni necesaria para explicar la violencia filio parental, es un factor de riesgo.  La explicación de la hipótesis queda enmarcada en el aprendizaje de modelos de relación basados en la violencia, “los niños interiorizan que la mejor forma de lidiar con los conflictos es mediante comportamientos violentos”. La interiorización de ciertas creencias sobre la violencia, y de los modelos de intervención parental agresiva en los niños testigos o víctimas de violencia familiar, es la explicación que indica que los niños muestran, en consecuencia, comportamientos violentos hacia sus padres.
Los niños expuestos a violencia doméstica tienen representaciones más negativas de las situaciones de conflicto y creencias y valores negativos sobre las relaciones cercanas, (estereotipos de género, desigualdades entre hombre y mujer), lo que puede dar lugar a problemas en el funcionamiento social/ emocional. Si el grado de la agresión se percibe por el niño como justificado o aceptable resulta relevante en el vínculo entre la exposición a violencia doméstica y los problemas de externalización.
Si los niños ven un acto violento como normativo o aceptable, es probable que desarrollen la creencia de que la agresión puede ser apropiada o efectiva en relaciones cercanas. De esta forma, quedan asentadas las bases del maltrato y la violencia doméstica en las futuras relaciones de pareja, y de futuras mujeres maltratadas en el caso de las niñas. La mayoría de la literatura existente menciona que la tendencia observada es que las niñas se identifiquen con el rol materno adoptando conductas de sumisión, pasividad y obediencia, y los niños con el rol paterno adoptando posiciones de poder y privilegio.
Prioritariamente a través de los trabajos de Bandura y su teoría del aprendizaje social se ha venido desarrollando el concepto de transmisión intergeneracional de la violencia, concepto que tuvo su impulso teórico en los estudios de la violencia como comportamiento socialmente aprendido, (Bandura, 1971 a 1986), relaciona el vínculo entre una historia de violencia doméstica adulta y la violencia parental presenciada por los niños. Este enfoque rechaza la base genética del temperamento, así como que la agresividad humana sea innata, concibe la raíz de la violencia en el aprendizaje por el modelado durante las interacciones personales.
Por medio de procesos de aprendizaje social (aprendizaje por observación), la violencia es usada como respuesta habitual al conflicto con parejas íntimas por medio de canales de comportamiento aprendido. La agresión aprendida en la infancia puede provocar conductas violentas, “pero también puede enseñar lo idóneo de tal comportamiento en una relación íntima mediante el refuerzo directo y vicario de recompensas y castigos” (Bandura, A., 1986). En consecuencia, es factible que un comportamiento modelado aparezca en las conductas posteriores debido a que se pueden percibir los resultados ventajosos sin advertir las consecuencias negativas del mismo, bien sea en resolución de conflictos con parejas íntimas, o bien como medio para obtener el control de la pareja.
En la teoría del aprendizaje social todas las formas de violencia en la familia de origen predicen todas las formas de abuso en las relaciones, la teoría brinda una explicación para el fenómeno de la violencia filio-parental, explica que los niños aprenden a comportarse violentamente a través de la observación y de la experimentación de dichos comportamientos de sus progenitores. La bidireccionalidad puede producirse en todos los aspectos de la violencia familiar (padres a hijos, de género, y de hijos a padres), teniendo en esta última, VFP, especial trascendencia las otras violencias familiares.
La permanencia intergeneracional de la violencia familiar está apoyada en gran medida por la influencia de factores de tipo cultural y educacional. La desigualdad en la socialización del género, la exclusión de los diferentes, la aceptación de la violencia de género en función de mitos existentes, inciden en que los niños que crecen en hogares violentos interioricen creencias y valores negativos sobre las relaciones con los otros y las relaciones familiares.
Factores de protección que se convierten en factores de riesgo, y que originan mecanismos responsables de esta transmisión intergeneracional son el aprendizaje social, el modelo interno operativo, el apego, las creencias sobre los métodos más adecuados de disciplina o una personalidad hostil como consecuencia de sus experiencias infantiles. (Cantón y Cortés 2011). El desarrollo de niños / jóvenes en un contexto desestructurado, violento y hostil, es bien probable que afecte a la personalidad en desarrollo, siendo lógico pensar que a medida que este contexto vaya resultando más complicado, existe una mayor probabilidad de que los daños que se generen vayan siendo cada vez mayores.

2.- Violencia filio-parental (VFP)

La violencia de hijos a padres siempre ha existido en nuestra sociedad occidental, sería inexplicable la existencia de un imperativo bíblico como “honrarás a tu padre y a tu madre” sin que no hubiera una experiencia previa de maltrato a los progenitores (Pereira, 2006)
La violencia filio-parental es un fenómeno complejo, de incidencia creciente y etiología múltiple y variada, ya que no hay un perfil exclusivo de maltratador, como tampoco un perfil definido de familia, influyendo factores diversos que interactúan en distintos contextos ecológicos.
Para Aroca, et al., (2011) la VFP se refiere a la reiteración de conductas conscientes e intencionadas de causar daño físico (agresiones, golpes, empujones, arrogar objetos…), psicológico (insultos, amenazas…) y económicos (robos, extorsiones…); todo ello, para conseguir lo que desea el agresor y obtener poder y control sobre sus padres.
La primera referencia corresponde a Sears, Maccoby y Levin (1957), que relacionan VFP con las pautas de crianza de las madres y su permisividad hacia las agresiones por parte de sus hijos. Definición clásica es la de Cottrell (2001) que entiende la VFP como cualquier acto de los hijos que provoque miedo en los padres, y que tenga como objetivo hacer daño a éstos. Más recientemente Holt (2015) la define como un patrón de comportamientos tanto verbales, financieros, físicos como emocionales cuyo objetivo es demostrar poder y ejercer control sobre los progenitores.
La víctima de abusos o maltrato en general está sometida a violencia cronificada reiterada e intencional con tendencia a aumentar, intercalada con arrepentimiento y muestras de afecto del agresor. La víctima habitualmente se encuentra en situación de dependencia del agresor, en el caso de la violencia filio-parental esta situación se invierte dado que es el menor de edad quien ejerce la violencia sobre sus ascendentes, y posiblemente hacia sus descendientes.
Hay una gran cantidad de modelos explicativos de la VFP, Sancho (2016) los desarrolla y agrupa en tres grandes categorías: Modelos basados en las teorías del aprendizaje. Modelos basados en la teoría de la Ecología del desarrollo humano y modelos basados en aspectos del control social, asociación diferencial y factores estresantes.
Encuadrado en la teoría ecológica “el túnel de la violencia” de Wolfe, Werkele y Scout (1997) entiende tres niveles de riesgo en la VFP. Las influencias propias del macrosistema, creencias sociales a favor de la violencia difundidas por medios de comunicación y redes sociales. El segundo nivel de riesgo es el mesosistema, relaciones con pares que refrendan la violencia. Siendo el de mayor riesgo el microsistema, la ontogenia, que son características significativas para ejercer conductas de VFP: psicológicas, la historia de la agresión experimentada, pobre control de impulsos, afectividad negativa y locus de control externo.
Al igual que en el maltrato, en la VFP pueden aparecer distintos tipos de maltrato: Maltrato físico (agresiones, etc.). Maltrato psicológico corresponde a comportamientos intimidatorios y atemorizadores dirigidos hacia las figuras parentales. Maltrato emocional, representado por mentiras o engaños, demandas irrealistas o fugas del hogar. Maltrato financiero, robo de dinero o pertenencias, o la destrucción de bienes, o la compra de cosas.
Los jóvenes inmersos en VFP tienen edades comprendidas entre los 12 y los 18 años, estando la edad pico entre los 14 y los 16 años. Con un incremento de la cantidad y la variedad de conductas antisociales y de los problemas internalizados en la adolescencia. Son jóvenes que no se van regulando adecuadamente en las diferentes etapas de desarrollo, se sienten incomprendidos, y consideran responsables a las figuras parentales de su insatisfacción por lo que las encaran y agreden.
El tipo de abuso más habitual en las relaciones parentales es el emocional, padres o hijos pueden usar el conocimiento que tienen de la debilidad de los otros para intentar controlarles, dominarles y explotarles. Este daño es mayor cuando la persona que lo realiza es un ser querido, esta actitud debilita la competencia personal e interpersonal, compromete la autoestima e infunde angustia emocional Holt (2013).
En cuanto a menores perpetradores de VFP, siguiendo a Sancho (2016) se pueden considerar cinco clases diferentes, asumiendo que no hay estados puros y sin tener en cuenta aspectos contextuales:
1.- Impulsivos y explosivos con poco autocontrol, escasa reflexividad, baja frustración y alta impulsividad, son características propias del déficit de atención e hiperactividad, del trastorno explosivo intermitente o del trastorno disruptivo del estado de ánimo, corresponde con figuras parentales con manejo ansioso, estresado de la relación.
2.- Adolescentes desajustados, emocionalmente inestables, déficits importantes de apego y problemática interiorizada, caso típico personalidad límite o esquizoide, que corresponde con progenitores esencialmente enfadados.
3.- Adolescentes con grandiosidad y metas narcisistas, personalidad psicopática, son adolescentes contenidos-violentos en el hogar, corresponde con familias donde la relación parental queda establecida en el conflicto, sea latente o manifiesto.
4.- Fusionados y triangulados, son relaciones simbióticas con una gran dificultad para la diferenciación y la salida hacia el mundo, que corresponde con progenitores en contradicción en el marco educativo, que da origen a trastornos depresivos y dependientes.
5.- Victimizados: Menores que han sufrido acoso o abuso dentro o fuera del hogar y que son víctimas de la violencia doméstica, estas situaciones confieren desconfianza y malestar con los íntimos, resultan adolescentes inadaptados e inseguros. Puede ser origen de un trastorno agudo de estrés o de estrés postraumático, predisponen al trastorno disocial y antisocial de la personalidad.
Existen datos dispares sobre la incidencia de abuso y maltrato hacia los hijos en la instauración de la VFP, la revisión de Thompson (2002) reveló que las madres son las que hacen un mayor uso de la disciplina coercitiva, Calvete et al., 2011 encontraron que tanto la violencia inter parental como el abuso infantil predecían el 30% de la VFP.
No existen datos concluyentes sobre la incidencia de fatores culturales o sociales en la prevalencia de la VFP. Según Ibabe y Jaureguizar (2011), hasta un 21% de los menores de una muestra comunitaria habrían maltratado física y psicológicamente a sus padres, frente a un 46% que habrían ejercido abuso emocional.
Lo que sí parece evidente es que la VFP está inmersa dentro de una violencia familiar global en una relación causal, y que aunque no sea condición suficiente ni necesaria para explicar este tipo de violencia es un factor de riesgo, ya que la violencia familiar altera la relación de unos miembros hacia otros, así como al funcionamiento familiar en su conjunto, lo que aumenta la probabilidad de que los menores agredan (Gámez-Guadix, et al., 2010).
Pese a la gran cantidad de variables intervinientes, se puede establecer un análisis funcional del desarrollo de la VFP, mencionan Calvete, Gómez y Orue (2014) que éste comporta una forma operativa específica entre agresor y víctima que adquiere, en ocasiones, la forma de “ciclo coercitivo”.
Ante situaciones desencadenantes de conflicto (en principio verbal), las madres y los padres de los niños y adolescentes maltratadores descubren que sus recursos habituales de reaccionar resultan ineficaces con sus hijos. Los padres emiten respuestas de control de la situación, mediante amenazas o castigos, ante las que los menores incrementan en intensidad y frecuencia su conducta violenta (pasando a ser material), lo que hace optar a los padres por la persuasión, la aceptación o la comprensión del hijo, con respuestas inconsistentes y contradictorias con la situación.
Sin embargo, el menor no solo ignora estos gestos conciliadores, sino que reacciona con mayor desdén, negando la autoridad paterna. Es en este momento, cuando la figura parental entra en un estado de indefensión y sumisión, y es cuando aumentan todavía más las exigencias del adolescente por su experiencia de éxito en el manejo de la autoridad, (aparece la violencia financiera), lo que lleva a los padres al enfado e indignación contundente.
“Diríamos que las víctimas compensan o refuerzan el comportamiento del hijo desistiendo o cambiando de posición como respuesta del acto agresivo del hijo” Calvete, Gómez y Orue (2014).
Paralelamente los padres, ante la necesidad de explicarse la situación comienzan a elaborar una teoría justificativa, señalando al adolescente como único responsable, y negándole sus propias capacidades, lo que da en el hijo una cognición de incomprensión. Aunque en ciertos casos los progenitores vuelven a la hostilidad y dureza, apareciendo una lucha de poder constante, pudiendo llegarse a la violencia física.
Antes de seguir desarrollando el tema se hace necesario concluir que ni todos los padres que utilizan estilos de intervención permisivos, autoritarios o sobreprotectores producen violencia filio parental, ni que en todas las familias donde se produce VFP existían pautas parentales disfuncionales. Hay que resaltar que la familia constituye el primer agente socializador del niño y del futuro adolescente, en consecuencia, el modelo de intervención parental y los estilos de intervención en la familia constituyen un factor de gran importancia a la hora de analizar la violencia filio-parental y de planificar intervenciones tanto preventivas como de tratamiento. La mayor parte de los autores están de acuerdo en la importancia de los estilos educativos en la génesis de la VFP, pero ¿hasta qué punto podemos cargar en muchos casos a las familias con esa responsabilidad? (March, 2017).
Un clima familiar positivo, entendido como un ambiente que propicie la confianza, la autonomía y el afecto, donde haya respeto y relaciones positivas entre los progenitores a la hora de relacionarse, tanto entre sí como con sus hijos, puede actuar como un factor de protección de la violencia filio-parental, promoviendo el desarrollo de conductas prosociales en los menores, tanto en el ámbito familiar como en otros contextos (Ibabe, 2015; Jaureguizar e Ibabe, 2012). Al contrario, un clima familiar con violencia familiar, o altos niveles de conflicto, falta de comunicación, baja cohesión y conflicto entre miembros, constituye un claro factor riesgo para el desarrollo de la VFP.
Pese a la tendencia a una mayor igualdad en la educación parental actual la madre sigue adjudicándose la mayor carga en el proceso educativo, ya que la mayoría de las interacciones infantiles les corresponden a ellas, la instauración de las normas y el rol de ejercer la disciplina es frecuente en la actividad materna. Los padres están menos disponibles y su rol está más relacionado con el estatus en la jerarquía familiar, es el encargado final de reprimir conductas y de manifestar autoridad, aunque por su ausencia sus decisiones en la familia puedan resultar menos significativas.
En los casos de VFP los padres se siente desconcertados y cuestionados, tanto por el niño como por la sociedad. Esta desesperanza está relacionada con el incremento de conductas violentas en los hijos, ante estas conductas pueden reaccionar con coerción y castigos, impulsividad, sumisión ante las demandas y percepción de fracaso, al respecto Weinblatt y Omer (2008) presentan dos dimensiones: Escalada complementaria, el consentimiento de los padres, explícito o implícito, hace sentir al menor que posee el control e incrementa sus demandas y amenazas. Escalada recíproca: Es la hostilidad que produce una mayor hostilidad.
Analizando las dimensiones estructurales de las familias en las que se da este tipo de violencia intrafamiliar, se observa una ausencia de estructura jerárquica entre el subsistema parental y el filial, que dificulta el establecimiento claro y coherente de normas y límites (Pereira, 2006). Son familias caracterizadas por proporcionar una guía parental y supervisión inadecuadas, en las que el adolescente asume un papel de excesiva autonomía para el que aún no está preparado y que, a menudo, acaba en violencia (Ibabe, 2015). En definitiva, el clima familiar propicio para la VFP está caracterizado por un elevado nivel de conflicto, un bajo nivel de cohesión y presencia de violencia parental.
Son muchos los estudios que destacan una mayor proporción de familias monoparentales en el conflicto de VFP, en las que las madres viven solas con sus hijos (bien por ser solteras, separadas o divorciadas).  Los cambios en el nuevo sistema parental suponen un factor de riesgo de agresiones físicas contra las madres, estos cambios familiares no tienen por qué ser en sí mismos factores de riesgo, pero sí lo son todas las variables asociadas a estos cambios, que pueden ser los que deterioren la relación entre padres e hijos. Hay situaciones en que las rupturas parentales son vividas de una manera angustiosa por los chicos que reaccionan con depresión y agresividad ante la pérdida.
Ibabe y Jaureguizar (2011) analizan las relaciones entre los miembros familiares, corroborando que los hijos ejercían mayor violencia física cuando este era testigo de violencia familiar, los datos del estudio demuestran que esta experiencia aumenta las probabilidades de conducta violenta hacia sus madres y no hacia los padres. Los datos también confirman que no hay diferencias de género, tanto hijos como hijas son agresores por igual, siendo más común la violencia física en los hijos y, el maltrato psicológico por parte de las hijas, aunque esta pueda pasar más desapercibida. En caso de conducta violenta por parte de las hijas esta es más bien defensiva ante las actitudes patriarcales en el hogar.
La violencia de género es un factor decisivo para un futuro comportamiento violento, los abusos a la madre son claramente factor de riesgo para la VFP de carácter físico hacia las madres. En el modelo patriarcal una parte de la sociedad ha crecido con la creencia de que la falta de respeto y los comportamientos abusivos hacia las mujeres son aceptables (Gelles y Struss, 1988), pudiendo generalizarse el modelo en las futuras relaciones de pareja de estos jóvenes. La teoría feminista relacionada con la violencia contra la mujer hace hincapié en la posición de superioridad del hombre sobre la mujer, otorgada por una organización social concreta: la patriarcal, donde las relaciones sociales están jerarquizadas en función de esta organización.
Resulta evidente que cuando el niño presencia escenas de violencia verbal o física esto tiene efectos negativos directos con consecuencias duraderas (Alcántara et al., 2013), e implicaciones negativas en su salud (Cunningham y Baker, 2004), siendo además la violencia de género un factor de riesgo importante para sufrir maltrato físico y sexual en la infancia (Holt, 2015). El impacto de la exposición a la violencia familiar puede interpretarse desde la teoría del apego, los niños construyen modelos de apego acerca de las relaciones interpersonales a partir de las experiencias con sus figuras parentales, estos modelos guían posteriormente la interpretación de nuevas experiencias y las respuestas a las mismas. El apego seguro dota al niño de estrategias conductuales apropiadas y reductoras del estrés, al sufrir violencia estos niños pueden desarrollar patrones de apego disfuncionales que aumentan el riesgo de problemas de conducta en la infancia tardía y en la adolescencia.
Por lo tanto, la influencia de los estilos e intervenciones parentales opera sobre la autorregulación de los niños, Hay abundante evidencia, Teicher y Samson (2016), de que en las interacciones entre padres e hijos existe una regulación recíproca de la emoción, es decir, la calidad emocional de los padres y el comportamiento afectivo del niño se relacionan entre sí durante las interacciones y probablemente a través del tiempo.
Es decir, cuando los niños afectan a los padres (efectos del niño) o los padres afectan al niño (efectos del padre), se producen transacciones bidireccionales (dos vías), el niño motiva la respuesta parental y ésta altera el comportamiento del niño, esta situación en una relación filio parental disfuncional puede llevar a comportamientos desadaptados.
Cada uno cambia como resultado de las interacciones con el otro, tanto el padre como el niño entran en la siguiente interacción con un cambio. En consecuencia, los niños que no están bien regulados pueden obtener interacciones sociales de menor calidad, al exhibir los menores patrones de conducta agresiva con el grupo normativo de iguales, tienen muchas posibilidades de no ser aceptados por sus iguales, corriendo el riesgo de ser aislados o dirigirse hacia grupos desviados o agresivos.
Es necesario evitar una simple asociación entre la violencia filio-parental y otro tipo de violencia intrafamiliar, ya que, aunque la violencia doméstica o la violencia entre los padres es un claro factor de riesgo para que se dé la violencia de hijos a padres, no supone el único factor interviniente para que se produzca el maltrato contra los padres, y no se puede deducir que inevitablemente uno conduzca a lo otro. Podría depender de características psicológicas, culturales y contextuales.

3.- Variables en la VFP.

En relación con los estilos parentales de intervención el estilo autoritario parece asociarse más al abuso verbal que al abuso físico (Gamez-Guadix, et al., 2012), el problema surge cuando los hijos no aceptan la autoridad parental o tratan de conseguir sus objetivos sin importarles las consecuencias, Ibabe (2015) concluye que las estrategias coercitivas de disciplina se asocian a la VFP, mientras que las estrategias no coercitivas no se relacionan, la autora reflexiona que la aparición de los problemas de conducta de los hijos determina la utilización de estrategias de disciplina por parte de los padres, que quizá de otro modo no serían necesarias. En estas estrategias la autoridad es impuesta a través de la coerción y de castigos corporales, humillaciones y rechazos, propiciando el resentimiento hacia los padres y hacia a la sociedad en su conjunto (March, 2017).
Aroca, C., et al., (2014) encontraron más violencia en adolescentes con estilos de crianza permisivos y una menor disciplina de castigo, estrategias educativas con la intencionalidad de ignorar una mala conducta, al respecto queda instalada una mayor dificultad para establecer normas y límites, en este estilo negligente, de bajo nivel de control y afecto, Gámez-Guadix, et al., (2012) encontraron un incremento del riesgo de abuso físico contra el padre y contra la madre. En cuanto al abandono parental, la ausencia de la figura paterna parece ser mejor predictor de la VFP que la materna (Calvete, et al., 2014).
Shaffer, et al., (2013), en un trabajo longitudinal (niños de 6 a 11 años sin causa psiquiátrica), también encontraron que la disciplina indulgente o negligente de los padres (la incapacidad para poner límites o la vacilación para llevarlos a cabo), fue el estilo parental de crianza que originó un mayor aumento en los problemas de comportamiento infantil en el tiempo. En reciprocidad las conductas de externalización del niño empeoran la supervisión de los padres, lo que trae una disciplina inconsistente a lo largo del tiempo.
El estudio de Shaffer contempla la negligencia como causa directa del desajuste infantil, los autores indican que los padres deben evitar reticencias a participar en estrategias disciplinarias por temor a la reacción conductual del niño, ya que esto puede provocar un aumento en la oposición y el desafío del niño como respuesta. La negligencia es la forma más habitual de maltrato, es una falta de supervisión para poder cimentar la seguridad del niño, bien sea por cuidado insuficiente, negligencia o carencia social, manifestándose esta falta en que el niño no tenga cubiertas las necesidades emocionales básicas para poder disponer de bienestar, estímulo y afecto por parte de sus cuidadores. Madres desbordadas por violencia de género, o por separación, o en familias monoparentales y padres ausentes con una manifestación autoritaria inconsistente. Ahondando al respecto, mencionan Jaureguizar e Ibabe, 2012, e Ibabe 2015, que la falta de afecto e implicación paterna en la educación de los hijos, estarían vinculadas con la expresión de agresividad hacia los progenitores.
Bailey, et al., (2009) extraen factores de riesgo en la relación bidireccional: Problemas en los niños cuando padres responden de manera inapropiada a su comportamiento, especialmente ante un temperamento difícil. La sobreprotección parental que acaba generando síntomas internalizados en niños y niñas. Y las expectativas inapropiadas acerca del desarrollo y del comportamiento del niño que pueden llevar a la una internacionalización del conflicto (sobre exigencia), o a conductas desadaptadas (rebeldía, consumos…).
En la sobreprotección son los padres los que se hacen cargo de evitarles a los niños las consecuencias negativas de sus actos, el niño se siente invulnerable y a la vez inútil, ya que no aprende a resolver sus propios problemas. Son madres que no han podido resolver la disolución del vínculo de apego y siguen manteniendo con sus hijos una relación simbiótica, y son asimismo padres o madres excesivamente controladores en la niñez. En la sobreprotección la VFP representa el intento del joven en intentar adquirir el control sobre su propia vida.
Mencionan Calvete et al., (2011) que las diferentes formas de exposición pueden dar lugar en la adolescencia a diferentes tipos de conductas agresivas. El comportamiento agresivo proactivo, (deliberado y planificado para la consecución de un objetivo), está más relacionado con la observación de la violencia, (exposición indirecta). Por el contrario, el comportamiento agresivo reactivo que corresponde con una reacción de rabia, ira y hostilidad ante la percepción de la amenaza, queda más vinculado a experiencias de victimización (exposición directa). González et al. (2013) mencionan que los adolescentes agresores se sienten rechazados por el padre, lo que indica un débil vínculo paternofilial, mencionan que prácticas super protectoras, o, al contrario, excesivo control apoyado en el castigo físico provoca respuestas agresivas. El hecho comprobado es que la violencia filio-parental ocurre, y aparece, en abundantes casos de los dos tipos de trastornos, internalizados y exteriorizados.
Al respecto de los dos tipos de comportamiento mencionados en la adolescencia, es en esta etapa donde se van produciendo reajustes sociales y la búsqueda de la propia identidad, el desarrollo ideológico y de valores éticos y morales que guiarán a la persona toda su vida, así como el inicio de las relaciones de pareja y la apertura de nuevas relaciones sociales. Se van consolidando las relaciones con el grupo de iguales, figuras de apego horizontales, que dotan al menor de apoyo emocional e instrumental para la resolución de conflictos. De la misma forma en el ámbito familiar pueden ir ocurriendo conflictos que ocasionen un mayor distanciamiento psicológico y emocional. En esta etapa es necesario redefinir las relaciones entre padres e hijos, los hijos han de ir reconociendo sus límites, y los padres han de integrar el crecimiento del menor, adecuándose ambos a la nueva situación creada.
En lo relacionado con variables personales Aroca et al., (2014) mencionan que la VFP se asocia con conductas de ruptura de normas, violentas, con agresiones en general y fracaso escolar, también con el consumo de sustancias, estilo impulsivo de conflictos sociales, síntomas depresivos y baja autoestima, mencionan los autores que tal vez la razón de la relación entre estas variables sea la inadaptación social (conductas antisociales). En cuanto a variables psicológicas (Calvete et., 2014) detallan las que resultan más frecuentes en estos adolescentes y jóvenes:  agresividad, impulsividad, trastorno de atención con hiperactividad (TDAH), trastorno negativista desafiante (TND), falta de empatía, bajo control de la ira, ansiedad, trastorno disocial (TD), e irritabilidad.
Una de las variables personales fundamentales en el estudio de la VFP es la frustración. Debido a que los jóvenes afectados demuestran escasas habilidades para conseguir sus objetivos más allá de la violencia, y que tienen dificultades emocionales (baja autoestima, baja autonomía o trastornos emocionales) y escolares (dificultades de adaptación escolar y de aprendizaje), se puede pensar que sus niveles de frustración pueden ser elevados, y su capacidad de tolerarla bastante baja, como consecuencia de ello los jóvenes recurren a la agresión como único medio para conseguir sus fines. Otra variable fundamental es el autoconcepto, aspecto esencial para el ajuste organísmico y psicosocial en los niños. Es la percepción de sí mismo formada a través de las relaciones parentales y de comparaciones con otros significantes. Tener un bajo autoconcepto, y un bajo concepto de la propia familia, ha sido relacionado por la literatura con problemas externalizados e interiorizados, y habilidades sociales y estilos de vida en la adolescencia.
En cuanto a factores ambientales de riesgo para la VFP, la violencia filial-filial (entre hermanos) es un fuerte predictor ya que ambas violencias pueden ocurrir simultáneamente. El nivel socioeconómico medio de las familias es el que acumula el mayor porcentaje de padres que sufren este tipo de violencia, siendo menor para los niveles altos y bajos (Aroca, et al., 2011), extensa literatura refleja que tiende a darse en familias de nivel socio- económico medio-alto, y posiblemente con sólida formación académica, esto resulta más notorio cuando la familia no dispone de una red social de apoyo adecuada que mitigue el conflicto familiar y la falta de consenso. Lo más grave es la aceptación de la violencia como norma de las interacciones sociales.
Por otro lado, los iguales y el contexto tienen una gran importancia, ya que el grupo de iguales y los sistemas de comunicación actúan como moldeadores de la conducta, aproximadamente a partir de los diez años las funciones educativas corresponden a todo lo que se puede observar y modelar en los distintos contextos de aprendizaje. Las relaciones con otros menores violentos, la exposición a violencia en el colegio y el barrio, y el rechazo y falta de apoyo por parte e iguales constituyen factores de riesgo. Rechea et al., (2008) encontraron que el 58,8% de menores violentos procedían de familias donde no se habían producido otras dinámicas de violencia intrafamiliar aparte de las planteadas por el menor. También puede ocurrir que algunos adolescentes violentos con sus progenitores hayan sido víctimas de agresiones por parte de sus iguales (Cottrell 2011).
Existen factores culturales vigentes en la sociedad actual que inciden directamente en la consolidación de la VFP.  La sociedad basada en el consumo, que viene propiciando una transformación de valores donde prima el valor económico en detrimento de otros valores fundamentales (bondad, verdad, justicia) y un creciente cultivo al cuerpo basado en estereotipos de belleza propiciados por el consumo. Factores sociales son el desprestigio de la autoridad y la idealización del permisivismo, un modelo educativo basado en la recompensa y la tolerancia con renuncia a la disciplina y a la sanción (Pereira y Bertino, 2009) donde prima el derecho sobre el deber, el aislamiento propiciado por los nuevos sistemas de comunicación y de redes sociales y la crisis educativa en general y de la familia en particular (March, 2017), unido a los nuevos modelos de familia, que han venido derivando de modelos autoritarios a niveles indulgentes, y tal vez con negligencia.

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Revisión en violencia infantil y la relación con psicopatología, neurodesarrollo y etapas de crecimiento.

Violencia Filio Parental

Melchor Alzueta S. Pamplona 2018