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Violencia familiar, variables y psicopatología.

El NICE, 2014, en su guía de práctica clínica sobre violencia y abuso doméstico, subraya la urgencia de identificar y derivar, a los niños y jóvenes que hayan sido víctimas o testigos de violencia de género e implementar servicios especializados para su atención psicológica. (Martínez, A. M. 2015), cita que disponemos de datos sobre prevalencia, que avalan la existencia de un problema social y de salud generado por la exposición a la violencia doméstica, sea parental, familiar o de género, siendo más que posible que en esta situación se encuentren otros menores que aún no han sido detectados, debido a que este tipo de violencia sucede dentro de la intimidad y privacidad de la familia.
Según los resultados encontrados, la exposición a violencia doméstica, pueden ocasionar consecuencias en la madre; físicas y psicológicas (efectos cognitivos, conductuales y emocionales). Consecuencias de desregulación en los hijos de madres maltratadas, y transmisión intergeneracional de la violencia; ya que las experiencias vividas en la infancia son factor determinante en el desarrollo posterior y en la adaptación al entorno. La concepción del mundo del niño está definida por lo que observa en su entorno más próximo, se define así mismo y se relaciona con el mundo en función de ello.

 Violencia doméstica y psicopatología

La relación entre violencia doméstica y sintomatología infantil ha ido quedando establecida en una gran cantidad de estudios a lo largo del tiempo, estudios que toman en consideración que “los niveles de psicopatología aumentan cuando lo hace el nivel de exposición”, (Graham Bergman, 1998; Pérez 2018), sea en cantidad o en duración. El trabajo ha revisado los últimos cinco años en la búsqueda de nuevas aportaciones a la primera hipótesis trazada en el estudio “comprobar y verificar la relación existente entre violencia doméstica y psicopatología.
Diferentes estudios, (Bettel et al., 2016;Deater-Deckart et al., 2013), informan de problemas conductuales y emocionales en niños testigos de violencia doméstica. Los estudios afirman que los menores expuestos a este tipo de violencia tienen mayor probabilidad de presentar problemas internos (somatizaciones), emocionales (ansiedad, depresión), y externos o problemas de conducta (conducta no normativa y agresión). (Alcántara, 2013).
Los adolescentes que han sufrido abuso pueden presentar sintomatología depresiva y/o ansiosa, y desarrollar conductas de riesgo (alcohol, drogas, sexualidad temprana), pudiendo derivar en trastornos psicológicos (Bradley et al. 2011; Teicher et al, 2016).Al respecto mencionan DeJonghe et al., (2011) que los niños que habían presenciado violencia tenían 2.72 y 3.48 veces más probabilidades de síntomas de externalización, por encima del límite clínico, (a los 2 y 3 años, respectivamente).
Pérez (2016) realiza un trabajo en muestra comunitaria (España) sobre la asociación entre exposición infantil a violencia doméstica, y las consecuencias psicopatológicas asociadas. Diseño descriptivo correlacional en el que se comparan las variables dependientes (VD: síntomas internalizados y externalizantes, medidos con CBCL), con la Variable Independiente: Exposición a violencia doméstica. La muestra son niñ@s de 11 a 17 años, en dos submuestras de 572 y de 353 jóvenes. La exposición a violencia doméstica apareció estrechamente relacionada con el desarrollo de sintomatología internalizada, (ansiedad, depresión, aislamiento y somatización), y externalizante (conducta agresiva y no normativa) y traumática (hiperactivación, evitación y pensamientos intrusivos).
La correlación entre exposición a violencia doméstica y sintomatología total fue de 0,469, estadísticamente significativa, este valor correlacional señala una importante asociación con consecuencias psicopatológicas. La investigación deduce que el nivel de exposición a violencia doméstica en muestra comunitaria es muy elevado y alcanza un nivel del 17%. Manifiesta la autora que es probable que este porcentaje deba corregirse al alza, por falta de información, (poco aceptada socialmente), y por la falta de alumnos con probabilidad de violencia doméstica. Los datos del estudio indican un mayor nivel de exposición que el aportado por el Instituto de la Mujer (2011), que estima que el 10,1% de los menores residentes en España habrían estado expuestos a violencia doméstica.
Martínez realiza un estudio en Murcia (2015) con la participaron de 153 menores con alteraciones psicológicas. Expuestos a la violencia que ejercía el padre biológico contra la madre, y al maltrato directo de su progenitor. Dos grupos de edad; 97 menores (8 a 12 años, y otro grupo de 56 (13 a 17 años). Evaluaron que el maltrato sufrido por la madre fue emocional (63%) y físico (37%). Los menores fueron testigos de la violencia emocional y física hacia la madre, y, sufrieron maltrato directo por parte del padre: negligencia 37%, maltrato emocional 28%; y maltrato físico (5%).
La autora halló que la prevalencia de alteraciones internas (retraimiento, quejas somáticas, ansiedad/depresión y problemas sociales) fue más elevada que las externalizantes (conducta agresiva y anti normativa), siguiendo la tendencia en función de la gravedad clínica. Quedó establecida relación entre conductas disruptivas (externalizadas) del menor y maltrato físico a la madre; estando los internalizadas relacionadas con los diferentes tipos de maltrato.
Los trabajos revisados dejan constancia de que la violencia doméstica en el niño afecta el desarrollo cerebral. Mencionan De Bellis y Zisk (2014) que la experiencia de un trauma severo de origen interpersonal puede anular cualquier factor genético, teniendo a largo plazo un impacto sobre la actividad de los genes sin cambiar la secuencia de ADN.
El inicio temprano y la concurrencia de varios tipos de violencia se han asociado a un mayor cambio morfológico, Teicher en 2006 presentó una hipótesis alternativa en el sentido de que las regiones cerebrales sensibles al estrés tienen sus propios períodos sensibles únicos, (sus propias ventanas de vulnerabilidad).
Al respecto Andersen et al. 2014), realizan un estudio para probar esta hipótesis, tomando medidas de hipocampo, cuerpo calloso, corteza frontal y tamaño de la amígdala mediante resonancia magnética en 26 mujeres con episodios repetidos de maltrato infantil y 17 mujeres sanas (18 a 22 años). En el estudio, el volumen del hipocampo fue relacionado con abuso y maltrato recibido entre los 3 y 5 años, y en segundo lugar entre 11-13 años. En contraste, el área del cuerpo calloso se asoció con el maltrato ocurrido entre los 9-10 años. Al madurar más lentamente la corteza frontal puede tener un período tardío de vulnerabilidad y podría ser resistente a los efectos del estrés temprano.
El estudio de Pechtel et al. 2014, comparó el volumen de la amígdala en adultos con violencia infantil y en controles sanos, para explorar los períodos de sensibilidad en los que la amígdala es susceptible al estrés temprano y continuado. Los adultos de la muestra fueron seguidos desde la infancia.
La severidad de la exposición a la violencia representó el 27% en la amígdala derecha, siendo la mayor sensibilidad a los 10-11 años, con una importancia a la exposición altamente significativa, no así en la amígdala izquierda, en consecuencia, la asociación entre la violencia y el volumen de la amígdala parece estar lateralizada. El estudio proporciona evidencia de que la amígdala tiene un período sensible durante la preadolescencia. A diferencia de la atrofia reversible del hipocampo, los efectos del maltrato sobre la amígdala persisten incluso después de la terminación de la adversidad, haciendo esta región subcortical más resistente a la recuperación.
Tomoda ert al., (2012) investigan sobre la posible reducción del volumen y grosor de la materia gris de la corteza visual en adultos jóvenes testigos de violencia doméstica durante la niñez. 52 personas (30 control y 22 con antecedentes de violencia doméstica). La exposición a múltiples tipos de maltrato se asocia más comúnmente con alteraciones morfológicas en las regiones cortico-límbicas. Según sus resultados, la exposición exclusiva a violencia doméstica produce una reducción en el fascículo que interconecta la corteza visual con el sistema límbico.
Asimismo, el estudio reveló un aumento de volumen de materia gris o el grosor cortical en la corteza auditiva de los jóvenes que habían estado sujetos a violencia doméstica. Estos hallazgos sugieren que los sistemas sensoriales que procesan e interpretan los insumos sensoriales adversos pueden ser modificados por la exposición a la violencia doméstica, hallazgos que encajan con estudios preclínicos que muestran que la corteza visual es una estructura altamente plástica.
Lim et al. (2016), investigan la asociación entre el abuso en la infancia y la activación del cerebro en una tarea de atención sostenida.  Encontraron errores de omisión que se correlacionaron positivamente con la duración del abuso, dándose una activación reducida en la atención más difícil, (no así en la más fácil), sólo en regiones de atención típicas (corteza prefrontal izquierda, ínsula y áreas temporales izquierdas). En definitiva, probaron la hipótesis de que los jóvenes sujetos a violencia doméstica presentan déficits de activación durante la atención sostenida.
En cuanto a las funciones ejecutivas el abuso durante la infancia ha sido asociado con una disminución del funcionamiento cortical izquierdo en lóbulo frontal y temporal. En adolescentes maltratados en la infancia, se muestra una menor memoria de trabajo espacial, con un menor volumen de materia gris en la corteza prefrontal izquierda. El maltrato manifiesta déficits prioritariamente en dos sistemas neuronales; Uno consistente en circuitos orbitofrontales-límbicos de control de afecto de arriba hacia abajo, y otro en el sistema de atención, en el prefrontal ventral, que es crucial para el control cognitivo y la atención sostenida, (Hart y Rubia 2012) “los hallazgos sugieren que las regiones frontal-límbicas están comprometidas tanto a nivel estructural como funcional durante el procesamiento emocional en la violencia doméstica”. (Lim et al, 2016).
Variables moderadoras entre violencia doméstica y psicopatología
La segunda hipótesis del trabajo busca comprobar que la psicopatología consecuente con la violencia, esta mediada por unos factores de riesgo determinados (sexo y género, estado anímico materno, la desregulación emocional en los hijos y la relación parental). La búsqueda de este trabajo ha ido enfocada a la comprensión de estas variables y factores de riesgo que intervienen en la relación. Sabiendo que es muy difícil que exista un solo tipo de violencia o maltrato, (físico, sexual, emocional, negligente), de ahí su elevada comorbilidad.
Con relación al sexo los diferentes estudios clásicos, (Achenbach y Rescorla, 2001; Rescorla et al., 2012), evidencian que los chicos tienen mayor predisposición a desarrollar problemas de tipo externalizado y las chicas hacia conductas internalizadas. En los dos primeros años hay pocas diferencias por sexo. Los síntomas conductuales (morder, golpear, rabietas) decrecen desde los dos años tanto en niños como en niñas. El estudio menciona que las niñas superan las conductas oposicionistas y agresivas más tempranamente que los niños, y alrededor de los 4 a 5 años emergen las diferencias de género en cuanto a los comportamientos externalizados, apareciendo los niños como más agresivos, impulsivos y proactivos.
Esta tendencia se puede explicar porque las niñas maduran cognitivamente más pronto que los niños, por lo que tienen la posibilidad de mayor autorregulación (Keenan 2009). Al respecto et al., 2007 estudiaron los problemas de banda ancha y banda estrecha reportados por los padres de niños de 6 a 16 años de 31 países a través del CBCL, en una muestra de 55.508 participantes, también encontraron que las niñas presentan mayores puntuaciones en problemas internalizados y los niños en externalizados; las niñas puntuaron más alto en ansiedad, problemas afectivos y problemas somáticos de 12 a 16 años; y los niños en atención, conducta oposicionista y problemas de conducta en el rango de 6 a 11 años. Concluyen diciendo que los problemas internalizados tienden a incrementar con la edad mientras que los externalizados a disminuir.
En España, López-Soler y otros (2009), estudiaron la prevalencia de los problemas externalizados en la infancia en una muestra clínica de 300 niños y niñas de 6 a 12 años de Murcia, por medio del CBCL. Hallaron que los problemas de atención son más prevalentes en niños (49.3%) que en niñas (34.3%), en coherencia con el estudio de Rescorla. En 2010 estudiaron características y prevalencia de síntomas internalizados en una muestra clínica de 207 niños y 93 niñas de 8 a 12 años, (mediante CBCL).
Hallaron que los niños presentaban más ansiedad y alteraciones afectivas que las niñas, y estas una mayor prevalencia de quejas somáticas. Resultado que no concuerda con lo señalado por Rescorla et al., lo que puede estar determinado según los autores, por tratarse de una muestra clínica. Por otro lado, la proporción mayor de niños en la muestra clínica corrobora el hecho que son más los niños que las niñas quienes presentan problemas psicológicos.
Existe más literatura de niños que de niñas por la evidencia de problemas de conducta en ellos y los consecuentes informes de padres y profesores. En clínica hay mayor prevalencia de trastornos externalizados en niños. Las conductas internalizadas, al contrario, no muestran un patrón de género definido en los años preescolares, siendo en etapas posteriores donde se hacen más frecuentes en niñas que niños (López-Soler, Alcántara, Fernández, Castro y López (2010), en la pubertad son observados más trastornos internalizados, especialmente alto en adolescentes chicas. (Andrade, Betancourt y Vallejo 2010).
En cuanto al sexo como variable moderadora en el impacto de la exposición infantil a violencia familiar no está considerado en varios autores, y entre los que, si lo reconocen tampoco hay acuerdo respecto a las posibles consecuencias psicopatológicas asociadas a cada uno. Hay estudios sobre violencia doméstica que demuestran en su investigación que “los niños son más vulnerables que las niñas al impacto de la violencia familiar. (Ramos y otros, 2011)”. En contraste, otros investigadores encuentran que “las niñas que viven la violencia doméstica son más propensas a manifestar problemas internalizados y externalizantes que los niños” (Alcántara, et al., 2013). Otros estudios informan de consecuencias similares o “no encuentran diferencias significativas (Lamers-Winkleman et al, 2012)”.
Bayarri y otroos, 2011, estudian en España la relación entre violencia doméstica y psicopatología infantil, así como el papel del sexo y edad como variables moderadoras. En una muestra clínica de 144 niños de entre 4 y 17 años encuentran que los niveles de psicopatología aumentan cuando lo hace el nivel de exposición. No ven efecto moderador en las variables sexo o edad y señalan que en la exposición a violencia doméstica se producen los mismos niveles de psicopatología en niños y niñas. Este estudio pone de manifiesto la necesidad de obtener información directa del niño.
Pese a los diferentes criterios existentes sobre la variable sexo en la relación entre violencia doméstica y la problemática interna o externa de los jóvenes, los estudios revisados encuentran que el género, más bien, se relaciona con los diferentes mediadores estudiados; (desregulación emocional, estilo parental y tipo de disciplina paterna). Las chicas tenían más probabilidades de experimentar evaluaciones cognitivas temerosas / hostiles y los jóvenes tenían más probabilidades de experimentar disciplina dura. Esto sugiere que cualquier influencia del sexo en la violencia doméstica estaría inmersa en el contexto de las variables de proceso relacionadas, en lugar de ser diferencias estáticas entre niños y niñas.
Wright y Fagan (2012) evaluaron si el género del perpetrador de la violencia familiar influyó en la presentación de los síntomas. Mostraron que la violencia perpetrada por las mujeres predijo un aumento de los problemas de internalización en las niñas, pero no en los niños, incluso después de controlar variables relevantes. Estos resultados no se observaron cuando los perpetradores eran solo hombres o en el caso de violencia mutua entre padres (cuidadores), lo que sugiere que el género del perpetrador juega un papel importante en los resultados durante la adolescencia.
Harned (2001) en un estudio (n=874) de jóvenes (16-24) examina si las mujeres y los hombres son igualmente maltratados en las relaciones de pareja. Mediante encuesta sobre experiencias y agresión en las relaciones de pareja, evaluando asimismo los motivos y los resultados de la violencia. Las mujeres y los hombres difieren en el tipo de violencia experimentado. Mujeres, victimización sexual, hombres más a menudo agresión psicológica. Tasas de violencia física similares en los dos géneros, sin embargo, el impacto de la violencia era más severo para las mujeres que para los hombres
Factor de riesgo: Estado anímico materno como consecuencia de la violencia conyugal.
El maltrato doméstico se refiere a las agresiones físicas, psíquicas o sexuales realizadas por un familiar que vulneran la libertad de otra persona, y que causan daño físico o psicológico. En este caso nos estamos refiriendo a la violencia sufrida por la madre y sus consecuencias anímicas, y cómo la investigación va haciendo evidente la relación positiva entre la gravedad de la violencia doméstica, y la instauración de problemas conductuales y emocionales en los hijos.
Las consecuencias del maltrato en la madre (problemas emocionales, precariedad, estrés), afectan en el desarrollo del rol materno y en el ejercicio de la crianza, provocando déficits en sus respuestas afectivas y dificultades en las tareas educativas. La dificultad en establecer adecuadamente la vinculación afectiva, y el hecho de compartir la vida con una pareja agresora y violenta, que descalifica a la madre en presencia de los hijos, ha de influir necesariamente en su ser como mujer y en el desempeño de su rol como madre, limitando su capacidad para mostrar normas y establecer límites en sus hijos.
Echeburúa y otros en 2002 estudiaron las repercusiones de la violencia doméstica en la mujer en función de las circunstancias del maltrato en una muestra de 212 víctimas. Los resultados expusieron que la gravedad psicopatológica (estrés y malestar emocional) estaba relacionada con diferentes circunstancias de maltrato: convivencia con el maltratador, cercanía de la violencia en el tiempo, años de maltrato, relaciones sexuales forzadas, y episodios de maltrato en la infancia.
El 62% de las mujeres era víctima de violencia física y psicológica, el 38% restante sufría maltrato psicológico. La violencia era de gran intensidad, 37% habían sido forzadas sexualmente por su pareja, 43% había sufrido maltrato incluso durante los embarazos y en el 63% la violencia se había extendido a los hijos. Era un maltrato de instauración precoz, lo que indica que la situación de maltrato es crónica y de larga evolución. Las mujeres que habían sufrido más años de maltrato y las que presentaban violencia en su familia de origen manifestaban un mayor grado de inadaptación a la vida cotidiana.
Según Pico-Alfonso (2006), citado en Vargas (2017), “la violencia conyugal afecta a largo plazo la salud mental de la mujer con la aparición de trastornos o problemas de salud mental, tales como: Trastorno depresivo (47,6%), Trastorno de Estrés postraumático, (63,8%), suicidios (17,9%), abuso o dependencia de alcohol (18,5%) y de sustancias psicoactivas (8,9%)”. Cita Pico-Alfonso que la mujer maltratada sistemáticamente experimenta diversos estados anímicos vinculados al maltrato, (baja autoestima, descenso del rendimiento, aislamiento social, dificultades de integración, alteraciones de conducta y aprendizaje), en la evaluación más de la mitad de las mujeres refirieron sentirse “siempre o casi siempre” preocupadas y tristes.
Esta alta tasa de estrés origina síntomas psicológicos y físicos en la madre (angustia, trastornos somatomorfos, alteraciones sistémicas como diabetes o hipertensión), y un desajustado proceso vincular con el hijo donde también predomina el estrés, con incremento en los menores de síntomas emocionales (irritabilidad, trastornos afectivos, reacciones depresivas, y trastornos comportamentales (descargas agresivas, oposicionismo).
Este estrés puede conllevar una falta atencional hacia el bebé o el hijo, dando lugar a retrasos en su desarrollo, en definitiva, este tipo de violencia impide la consolidación de un vínculo de apego seguro, quedando inseguro o desorganizado), “la madre termina siendo una fuente de miedo, como consecuencia los hijos al crecer, no tendrán la suficiente seguridad afectiva para enfrentar los eventos estresantes de la vida”. (Vargas 2017).  Dos aspectos fundamentales, menciona el Instituto Canario de Igualdad (2012):
“Incapacidad de las madres para atender a las necesidades básicas de los niños, debido a la situación física y anímica en la que se encuentra, lo cual puede generar situaciones de negligencia y abandono, y la incapacidad de los agresores de establecer una relación cálida y afectuosa cercana con sus hijos. Lo que puede generar serios problemas en la vinculación afectiva y en poder establecer relaciones de apego seguras”.
Hay varios estudios que encuentran que la pérdida temprana y las carencias en el vínculo de apego presentan un mayor riesgo para la aparición de conductas internalizadas”. (Samplin, Ikuta, Malhotra y De Rosse 2013). “La trascendencia de las interacciones afectivas de apego radica en que el niño interioriza la relación y sus componentes como auténticas coordenadas desde las que interpretarse a sí mismo, a los otros y a los acontecimientos vitales, lo que tiene repercusiones a lo largo de toda la vida”. (Moya, 2011 p. 164).
Pérez Grabow et al., (2017), estudian las asociaciones entre trauma materno, sus síntomas depresivos, y la problemática infantil en familias adoptivas y biológicas, examinando los mecanismos hereditarios y ambientales por los cuales el trauma materno, y los síntomas depresivos asociados están vinculados a conductas de internalización y externalización. En 541 díadas de madres adoptivas, y 126 diadas biológicas de madres y niños biológicos, el objetivo del estudio fue comprobar si el trauma materno, la depresión consecuente, y las conductas de internalización y externalización resultan de influencias biológicas, influencias ambientales o ambas. La asociación fue significativa en diadas que solo estaban genéticamente relacionadas, (sin un entorno compartido), lo que sugiere una vía hereditaria de influencia de los síntomas depresivos maternos provenientes de maltrato o violencia.
Las similitudes entre una madre biológica y el niño adoptado reflejan influencias hereditarias y / o del entorno prenatal de la madre biológica, dada la falta de un ambiente de crianza posparto compartido entre ambos, es decir, los síntomas de internalización de las madres de crianza tienden a estar relacionados con comportamientos de internalización de los niños a través de una misma generación.
Además, los contextos de bajo nivel socioeconómico pueden exacerbar los efectos negativos. En otras palabras, la exposición ambiental combinada al trauma materno y al riesgo hereditario de síntomas depresivos puede colocar a algunos niños en mayor riesgo de desarrollar comportamientos de internalización. Los síntomas biológicos de la madre depresiva no fueron un factor predictivo significativo del comportamiento de externalización infantil y no midieron el efecto del trauma en estas conductas.
Por otro lado, las madres adoptivas informaron de mayores tasas de conductas externalizadas en sus hijos adoptados que las madres biológicas, ya que estas madres pueden ser más propensas a percibir conductas disruptivas en sus hijos, en consecuencia, el efecto total de la madre adoptiva en el comportamiento de externalización infantil fue significativo.
En resumen, madre biológica sujeta a violencia doméstica, con síntomas depresivos producto del abuso, (a través de herencia), puede generar comportamientos internalizados en los niños. Madres adoptivas se ven más afectadas por posibles conductas externalizadas de sus hijos adoptados, lo que puede provocar desregulación emocional en ambos casos.
Otro factor, a tomar en cuenta en la situación anímica materna es la dependencia emocional hacia el maltratador y la sumisión ante el abuso. Dependencia, patrón de necesidades insatisfechas, (tal vez experiencias no resueltas desde la infancia), que puede resultar como problema vinculativo en las relaciones interpersonales y dar origen a violencia conyugal y doméstica. La persona dependiente busca satisfacer las carencias afectivas que no pudo compensar en su contexto familiar, e intenta cubrirlas con el agresor de forma desadaptada. La mujer sujeta a violencia doméstica considera que debe cumplir su rol de mujer sumisa para satisfacer a su pareja y llenar su vacío existencial, con gran miedo a la soledad, así como la modificación de planes, la planificación de su vida siempre estará dependiente con el fin de retener a la pareja.
La sumisión es la mayor entrega del dependiente, sumisión que con el tiempo se profundiza y se convierte en un círculo vicioso que genera baja autoestima, miedos infructuosos y ansiedad de separación, la cual hace idealizar a la pareja, “de tal manera que cuando ésta percibe una posible ruptura la ansiedad, desesperación y necesidad de satisfacer sus carencias de afecto son inmediatas”. (Carrión 2016). La dependencia emocional involucra aspectos cognitivos, afectivos y motivacionales que producen creencias erróneas sobre sí mismo y sobre la vida en pareja.
Factor de riesgo. La desregulación emocional en los hijos
Los problemas de desregulación emocional en la infancia, secundarios a violencia doméstica, se asocian con el deterioro en múltiples dominios de procesamiento (fisiológicos, sensoriales, y cognitivos), una mayor reactividad al cortisol, y la desregulación intrínseca y relacional durante la edad adulta. Surgen problemas de atención, depresión ansiosa, desregulación afectiva y del comportamiento, y de la cognición, en la edad adulta temprana. La desregulación emocional es una variable esencial para poder explicar la relación entre violencia doméstica y problemas psicopatológicos.
En la edad preescolar (de 3 a 6 años), los niños ya tienen una mayor comprensión de sus cogniciones internas. Al respecto, Miller, et al., 2013, en un estudio sobre 68 niños (4 a 6 años), encontraron que las evaluaciones de culpabilidad de los niños aumentaron con el tiempo, y hubo una tendencia a que las niñas denotaran más culpa de sí mismas que los niños, los autores mencionan que sin intervención, estos niños pueden estar en riesgo de desarrollar patrones cognitivos desadaptativos relativamente estables, lo que aumenta el riesgo para una psicopatología en los desarrollos posteriores.
En el estudio de Zarling, et al., (2017) 132 niños de 6-8 años y sus madres, la influencia de la violencia doméstica en la desregulación emocional de los niños fue un potente mediador de los vínculos entre la exposición y los problemas de internalización y externalización. El desarrollo de una regulación efectiva de las emociones está fuertemente influenciado, por las interacciones continuas entre cuidador e hijo, y las propias reacciones emocionales de los cuidadores. “Resultando la desregulación emocional una vulnerabilidad clave para los síntomas psicológicos en los niños que han estado expuestos a violencia doméstica”.
Torres y Rodrigo (2014). Siguen un modelo descriptivo y correlacional. 216 chicos de entre 6 y 12 años. (102 en riesgo psicosocial, y 114 de familias normalizadas). Los modelos de regresión confirman que apego inseguro, autoestima y autoconcepto son predictores de los comportamientos de externalización y agresión en el grupo de riesgo, no así en el normalizado. El bajo autoconcepto y el alto componente emocional se muestran como indicadores de problemas de externalización y cognitivo-sociales. El estudio indica que en situaciones de desventaja socioeconómica los chicos, en la segunda infancia y (pre) adolescencia, resultan muy vulnerables a estos problemas, que pueden acarrear déficit en el desarrollo personal, social y escolar.
Delker et al., (2014), mediante diseño longitudinal examinan cómo los abusos en la juventud de una madre se relacionan con las dificultades de autorregulación de sus hijos en la preadolescencia. San Diego (USA). Familias en riesgo de maltrato infantil (488 madres). Evaluaciones de madres y niños en cuatro puntos de tiempo: 1-2 semanas del nacimiento del niño, y en niños de 12, 24 y 36 meses, y una evaluación de seguimiento a largo plazo (n = 240) cuando los niños tenían de 9 a 12 años.
El trabajo proporciona evidencia de que el comportamiento materno en los primeros años del niño es una vía importante por la cual el historial de abuso materno conduce a la dificultad de autorregulación del niño en la preadolescencia, a través de la maternidad controladora en la primera infancia.
Las conductas de control parental de la madre tienen implicaciones a mayor plazo en el desarrollo autorregulador del niño que otros factores de riesgo como la exposición materna a violencia.
La victimización materna en los primeros años del niño le afecta negativamente, debido a que la agresión psicológica y física por parte de la pareja predice percepciones prenatales más negativas del bebé y del yo como madre. En consecuencia, la paternidad controladora materna y la agresión de la pareja covarían significativamente, con lo que las interacciones tempranas entre padres e hijos pueden desarrollarse en un ciclo bidireccional creciente de control coercitivo y desafíos del comportamiento infantil, originando una problemática o trastorno, sea interiorizado o exteriorizado.
Estudios retrospectivos; Bradleyet al. (2011) con una muestra de 530 participantes, mujeres (62%), de entre 18 y 77 años (media = 42,3 años), encontraron que los problemas de regulación emocional en la edad preescolar secundarios a la exposición a violencia doméstica, se asocian con la desregulación en múltiples dominios de procesamiento informacional (fisiológicos, sensoriales, emocionales y cognitivos) y la desregulación intrínseca y relacional durante la edad adulta, sus resultados apoyan los modelos teóricos en los que la capacidad de desarrollo para regular las emociones de forma adaptativa puede verse perturbada por experiencias disruptivas tempranas.
Es decir, la desregulación de las emociones agregó una valía incremental significativa en relación con una amplia gama de síntomas psicológicos internalizados y comportamientos desadaptativos. “Sugieren que, aunque el afecto negativo esté relacionado con formas de psicopatología, (p. ej., depresión), la desregulación emocional está más asociada con comportamientos y trastornos más impulsivos, autodestructivos o externos como el abuso de sustancias y los intentos de suicidio”.
Factor de riesgo. Prácticas y estilos parentales
Musitu (2002), define los estilos parentales como “una constelación de actitudes hacia el hijo que, consideradas conjuntamente crean un clima emocional en el que se expresan las conductas de los padres” (p. 16). Entre los diferentes estilos parentales ya mencionados en la introducción, el estilo democrático consigue una mayor regulación emocional y psicosocial, autoestima y éxito académico en el menor. El estilo autoritario, permisivo y negligente, al contrario, conlleva para el menor consecuencias negativas; síntomas somáticos, estrés emocional o conductas antisociales (Ibabe, 2015)
Benites, (2017) lleva a cabo en Trujillo (Perú), un estudio no experimental con diseño correlacional. 50 madres de familia de niños de tres años, con el objetivo de analizar la relación entre prácticas disciplinarias parentales y conductas externalizantes e internalizadas, comprobando una relación altamente significativa entre prácticas disciplinarias violentas y conductas externalizantes e internalizadas. El estudio halla relación positiva y de grado medio entre las practicas disciplinarias violentas y las conductas internalizadas en las subescalas: Ansiedad/depresión, quejas somáticas y retraimiento. El análisis corrobora resultados previos y acepta la hipótesis sobre la existencia de una correlación negativa entre prácticas no violentas y conductas externalizantes e internalizadas.
Moya y otros 2013, analizan el papel moderador y mediador del apego seguro y su ajuste psicológico en un contexto de riesgo psicosocial. Dos grupos, uno de riesgo psicosocial (n=30), niños sujetos a violencia doméstica (abuso sexual o psicológico), y otro grupo de familias normativas (n=30). Edad media 5.45 años. Los resultados sugieren el papel del apego como mecanismo explicativo de las relaciones entre riesgo psicosocial y problemas de ajuste en los niños.
El grupo de riesgo mostró un mayor nivel de problemas tanto exteriorizados como interiorizados, los cuales tendían a disminuir a medida que los niveles de apego eran superiores. Esta mediación del apego fue total para los problemas exteriorizados y parcial para los interiorizados, lo que pone de manifiesto el papel mediador del apego y el ajuste exteriorizado de los niños. Esto sugiere la importancia de esta mediación apego-exteriorizados en los contextos de riesgo psicosocial. Es decir, un contexto de riesgo psicosocial tendería a inducir manifestaciones exteriorizadas en un niño debido a sus bajos niveles de apego seguro, si estos niveles no están alterados no cabe esperar dichas conductas.
Jiménez-Barbero y otros, 2016, realizan un estudio con 316 adolescentes, (entre 12-15 años), población general 268, y trastornos externalizantes, 42. Los adolescentes de la muestra clínica describen los estilos parentales como más autoritarios y menos inductivos, destacando la influencia de estos estilos en el desarrollo de conductas externalizadas. El estudio solo encontró diferencia en impulsividad como variable predictora en función del sexo, no obstante, las diferencias se observaron con valores superiores entre las mujeres jóvenes, entrando este resultado en contradicción con los resultados obtenidos en las últimas décadas (Eysenck,1967; Barratt y Patton 1983).
Molina y otros, 2.017, realizan un estudio con 623 adolescentes (México), de entre 12 y 18 años (52 % mujeres y 48% hombres), con el objetivo de conocer la percepción de la crianza paterna en adolescentes mediante cuestionario abierto, y analizar los elementos que componen el apoyo, el afecto y el control.  Se reporta que la afectividad y el apoyo se asocian con las prácticas de crianza maternas, las madres reflejan una mayor comunicación bidireccional con los hijos, mientras que la dimensión de control se asocia con la crianza paterna, la percepción del padre puntúa más alto en la dimensión de control que en afectividad y apoyo hacia los hijos,
La violencia ejercida sobre la mujer en la vida conyugal produce efectos serios en el nivel de su identidad, papel y experiencia parental. Sani (2011) analiza el impacto este tipo de violencia en las prácticas educativas parentales. Muestra, 60 madres, víctimas de violencia (n = 30) y no víctimas de violencia (n = 30), entre 21 y 60 años, en Portugal.  “Los datos recogidos revelaron que las mujeres víctimas de la violencia utilizan prácticas educativas inadecuadas en la interacción con sus hijos, en un análisis global de los resultados se observó que madres víctimas de violencia tienden a mostrar más tolerancia a este tipo de comportamientos, que incluyen entre otros los malos tratos físicos y psicológicos”
Mattos da Silva et al., 2017, mediante estudio transversal, (Brasil), analizan la asociación entre la violencia de pareja contra la mujer durante el embarazo, posparto y los primeros siete años, y la práctica educativa materna dirigida a los niños. 631 parejas de madres e hijos. La violencia se refiere a actos psicológicos, físicos y sexuales infligidos a las mujeres por la pareja íntima. La prevalencia de la violencia infligida fue del 24,4% y la práctica educativa materna violenta fue del 93,8%. Los niños cuyas madres informaron violencia de la pareja presentaron mayor probabilidad de sufrir agresión psicológica (PR = 2.2, IC 95%), este tipo de violencia que sufre la madre interfiere en la educación materna, mostrándose una alta prevalencia de prácticas educativas maternas violentas.  La violencia física exclusiva fue menos frecuente, estando presente junto con violencia psicológica o acompañada de violencia sexual. A su vez, la violencia sexual no se encontró en forma aislada, sino que se superpuso a otros tipos de violencia (física o psicológica).
La investigación encuentra, en concordancia con otros estudios, que la exposición a violencia doméstica interfiere con el comportamiento materno en relación con el niño, aumentando el riesgo del uso de prácticas educativas violentas. Los actos violentos pueden ocurrir juntos, en los cuales la persona abusada también puede ser un agresor y las prácticas educativas violentas se disfrazan como prácticas disciplinarias socialmente permisibles, prácticas punitivas combinadas con la comprensión tradicional de la educación que asocia el castigo con la educación, llevando a la reproducción de modelos educativos vividos en la familia y la cultura, dificultando el cambio hacia prácticas educativas apropiadas, el estudio llama la atención sobre la ocurrencia de violencia naturalizada en las actitudes diarias de las figuras parentales.
Zarling, et aL., (2017) examinan la influencia de la violencia doméstica con los problemas externalizados y de internalización, contemplando distintas variables, (desregulación emocional infantil, funcionamiento psicológico de la madre y disciplina severa. 132 niños de 6-8 años y sus madres, en un estudio longitudinal sobre la crianza de los hijos y el desarrollo social de los niños.
La disciplina severa medió el vínculo entre la exposición a violencia y la externalización, pero no la internalización de los síntomas, “los niños expuestos tienen más probabilidades de desarrollar problemas de conducta cuando hay una interrupción en la relación padres-hijo”. Los padres con altos niveles de violencia son propensos a mostrar una disciplina pobre e inconsistente. “El funcionamiento psicológico de la madre medió el vínculo entre la exposición a violencia doméstica y la internalización, pero no la externalización de los síntomas, resultando una variable intermedia”. Las madres perpetradoras y/o víctimas es probable que experimenten problemas psicológicos, lo que puede contribuir a que el niño no la sienta solidaria y confiable. Los niños expuestos a problemas internalizados maternos y violencia materna tienen mayor riesgo de problemática interiorizada.

Melchor Alzueta S. Pamplona. 2018

Revisión en violencia infantil y su relación con psicopatología, neurodesarrollo y etapas de crecimiento.

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