Violencia (doméstica) familiar de padres a hijos. Marco Teórico
Marco Teórico de la violencia (doméstica) familiar de padres a hijos
El término de “exposición a violencia doméstica” fue incluido por Holden por primera vez en 1991, indicando posteriormente (2003) que va más allá de un constructo dicotómico que dependa de si el niño observa y escucha el suceso violento, o no, Holden (1991) menciona que es un fenómeno más complejo que puede subdividirse en diferentes categorías.
Al respecto, más recientemente, Pérez (2016) manifiesta que todavía no disponemos de una definición consensuada, pero, añade que la coincidencia generalizada es que esta exposición ocurre cada vez que los niños ven, oyen, o están directamente involucrados, o experimentan las secuelas de agresiones físicas o sexuales que ocurren entre sus figuras parentales.
Para Patró y Limiñana (2005) el término exposición a violencia doméstica hace referencia a “cualquier forma de abuso, bien sea físico, psicológico o sexual, que pueda ocurrir en la relación entre los miembros de la familia, que lleva implícito un desequilibrio de poder, siendo ejercido desde el más fuerte hacia el más débil con el fin de ejercer el control de la relación” (p.11). Holden (2003), describe distintos tipos de exposición a violencia doméstica/ familiar que van desde la participación directa hasta algún tipo de exposición indirecta, de esta taxonomía se mencionan los siguientes tipos de exposición:
-Exposición a violencia doméstica durante el embarazo.
Hay abundante literatura que relaciona la violencia de pareja durante el embarazo con mayor riesgo de parto prematuro y riesgo de muerte fetal, aborto espontáneo y mortalidad materna (Boy y Salihu, 2004; El Kady, Gilbert y Smith, 2005; Silverman, Decker, Reed, y Raj, 2006), asimismo en la etapa prenatal (de 0 a 2 años) las consecuencias adversas asociadas con la exposición temprana a la violencia doméstica preparan el terreno para dificultades continuas durante la infancia y la niñez (Graham-Bermann y Perkins, 2010). En esta etapa los bebés son muy sensibles a las emociones de otras personas, particularmente las de los miembros de su familia, mencionan (Cunningham y Baker, 2004; Alcántara, López-Soler, Castro y López, 2013) que convivir con el maltrato materno en este momento del neurodesarrollo es un abuso emocional y/o físico que necesariamente conlleva implicaciones negativas en la salud general del niño.
-Cuando el niño es testigo del abuso.
Esto ocurre bien sea de forma visual mediante presencia directa, o bien de forma auditiva, porque el niño se encuentra en otro espacio y solamente escucha la agresión. La exposición auditiva, según mencionan Fusco y Fantuzzo (2008) es la forma más habitual de participar en la violencia familiar, al respecto señala Holden (2003) que es muy importante lo que el niño escuche ya que de ello dependen los posteriores sentimientos de culpa y responsabilidad y los problemas de ajuste posteriores. En estos tipos de exposición (visual o auditiva) queda afectado el vínculo de apego del niño con su madre o cuidador ya que surge en el niño la inseguridad y la incertidumbre producto de la violencia, cuando el vínculo afectivo resulta afectado y es inseguro o desorganizado, las relaciones sociales pierden la normalidad necesaria para compartir adecuadamente con sus iguales (Beutel et al., 2017), la calidad social puede verse reducida, afectando esto al grado en que los niños pueden desarrollar relaciones saludables con compañeros y otras personas fuera del hogar (Shields, Ryan y Cicchetti, 2001).
-Implicación infantil en la violencia doméstica.
Fusco y Fantuzzo (2008) encuentran tres formas de implicación: en caso de niños menores de seis años como parte de los eventos precipitantes o bien con su propia implicación física, y en caso de niños mayores de siete años pidiendo ayuda. En todos los casos los niños viven las consecuencias psicológicas de la violencia familiar debido a la dificultad en la relación parental. Cuando los padres no son capaces de solucionar o comprender sus diferencias, y entran en falta de consenso, y en consecuencia en conflicto parental en la relación, puede ocurrir que cada uno continúe individualmente la educación, o que se retire de la educación parental conjunta, esto puede conllevar la implicación infantil en la violencia familiar.
Es por ello, que el consenso es factor básico ante la exposición a violencia doméstica Teubert y Pinquart, (2010), ya que su desajuste o su contradicción hace que los hijos disocien la información recibida, y no sepan bien a qué atenerse Plá, (2015). La disfuncionalidad de la intervención parental con los hijos, por apoyo inadecuado, o por falta de consenso, o por incapacidad parental para resolver conflictos, nos conecta con la dificultad del niño en su neurodesarrollo.
Esta implicación puede representar distintos niveles de gravedad, en caso de lesiones tres diferenciaciones: gravedad leve (sin atención médica), gravedad moderada cuando ha requerido algún tipo de tratamiento, y en caso extremo, donde pueden desprenderse consecuencias posteriores como hospital u emergencias, o centros de acogida. Si las amenazas parentales son constantes e impiden la interacción del menor se puede producir un importante daño psicológico, haciéndose necesaria una atención clínica al respecto.
– Victimización.
Cuando de forma intencional o accidental el niño se convierte en víctima de la violencia familiar, esta situación coloca a la madre en un ambiente hostil, estresante y debilitante, que afecta su relación con los hijos (Bornstein y Bornstein, 2010), como resultado de esta situación la madre puede quedar supeditada a utilizar métodos disciplinarios inadecuados Chang, Theodore, Martin y Runyanc (2007) indican que la violencia conyugal aumenta los riesgos de castigo físico y abuso infantil de la madre hacia el hijo, (castigo físico, negligencia, agresión psicológica y violencia sexual). En la revisión de Kelleher et al. (2007) la victimización por violencia familiar se asocia con conductas disciplinarias más agresivas y negligentes.
Los jóvenes expuestos a una intervención parental disfuncional, mayormente desadaptados, y con frágil vinculación, tienen dificultades para desarrollar y mantener amistades, y mayor probabilidad de desarrollar relaciones desadaptadas, siendo en términos generales más solitarios que sus compañeros no expuestos (McCloskey y Stuewig, 2001), todo ello puede incluir intimidación y victimización. Esto también puede ocasionar, como señalan Graham-Bermann y Perkins (2010) unas concepciones más rígidas de los roles de género y una mayor aceptabilidad de la violencia.
Todas estas formas de exposición tienen una serie de características relevantes propias de la familia Straus y Gelles, 1986, citado en Patró y Limiñana, 2005 (p. 12) indican las siguientes: (1) La alta intensidad de la relación, determinada por la gran cantidad de tiempo compartido, el alto grado de confianza y el elevado conocimiento mutuo. (2) La propia composición familiar integrada por personas de diferente sexo y edad, con diferentes roles, motivaciones, intereses y actividades entre sus miembros. (3) El alto nivel de estrés de la familia como grupo, debido a los cambios a lo largo del ciclo vital y las exigencias económicas, sociales, laborales o asistenciales. (4) El carácter privado de la familia que, tradicionalmente, la ha hecho situarse fuera del control social.
Modelos Teóricos
Con respecto al marco teórico de la violencia familiar se recogen brevemente en este trabajo distintos modelos teóricos, que explican la violencia familiar desde un marco sociológico o psicológico, se citan entre otros:
El modelo de aprendizaje social, que se fue desarrollando a través de los estudios de Bandura, (1971; 1979; 1986; 1987); Bandura y Walyters (1983), el modelo ha desarrollado el concepto de transmisión intergeneracional de la violencia que tuvo su impulso teórico en los estudios de la violencia como comportamiento socialmente aprendido, Bandura (1986;1987) relaciona el vínculo entre una historia de violencia doméstica adulta y la violencia parental presenciada por los niños.
A través de procesos de aprendizaje social (aprendizaje por observación), la violencia es usada como respuesta habitual al conflicto con parejas íntimas por medio de canales de comportamiento aprendido, de tal forma que la agresión aprendida en la infancia puede provocar conductas violentas, pero también puede enseñar lo idóneo de tal comportamiento en una relación íntima mediante el refuerzo directo y vicario de recompensas y castigos Bandura, (1986; 1987). En consecuencia, es factible que un comportamiento modelado aparezca en las conductas posteriores debido a que se pueden percibir los resultados ventajosos sin advertir las consecuencias negativas del mismo, en un modelo general de aprendizaje social todas las formas de violencia en la familia de origen pueden predecir todas las formas de abuso en las relaciones posteriores.
Otra teoría significativa es la feminista, relacionada con la violencia contra la mujer, basada en una posición de superioridad del hombre sobre la mujer otorgada por una organización social concreta: la patriarcal, donde las relaciones sociales están jerarquizadas en función de esta organización.
Al respecto Amorós y De Miguel (2005) mencionan que fue el feminismo radical de los años 60 (Friedan, Millet, Rubin, Fraser) el que elaboró un marco estructural que explicó el sentido y el alcance de la violencia contra las mujeres. Millet (1975) manifestaba que la violencia sobre la mujer no era un problema personal entre agresor y víctima, sino más bien un problema de violencia estructural sobre el colectivo femenino, menciona Millet (1975):”no estamos acostumbrados a asociar el patriarcado con la fuerza, su sistema socializador es tan perfecto, la aceptación de sus valores tan firme, y su historia tan larga y universal, que apenas necesita el respaldo de la fuerza”. (p.58).
Otro marco teórico es el referente al intercambio de costes y beneficiosde Gelles y Straus (1988), los autores mencionan que las causas principales del maltrato son de carácter estructural: la posición de la familia en la estructura social y los recursos económicos, sociales y educativos de los miembros del grupo, la teoría indica que las personas se relacionan y tienden a actuar en la búsqueda de beneficios y en la evitación del castigo, es decir, según los beneficios reales o percibidos que obtienen al mantenerse en una relación. El carácter asimétrico de esta relación, o bien la propia percepción de asimetría, constituyen el inicio de un comportamiento coactivo que puede desembocar en la violencia física.
A nivel psicológico se pueden indicar diferentes modelos, como el del ciclo de la violencia de Walker (1994) como resultante de la interacción asimétrica y coactiva de los miembros de la pareja. El modelo de violencia en el hogar de Echeburúa y Fernández-Montalvo (1998), donde la conducta violenta es el resultado de un estado emocional intenso y un pobre repertorio de conductas, y el Modelo interactivo de violencia doméstica de Stith y Rosen (1992) que explora los factores multicausales implicados (factores de vulnerabilidad, de estrés situacional, recursos individuales y sociales y contexto sociocultural), y plantea que una vez que la violencia ha sido empleada, existe una tendencia a repetir su uso.
La teoría de procesamiento emocional, (Foa y Kosak, 1986), sugiere que la psicopatología surge debido a la creación de una estructura patológica de miedo en las redes de memoria relacionada con los acontecimientos de violencia, que abarca reacciones corporales extremas, esquemas cognitivos y expectativas no realistas sobre la probabilidad de daño, y una resistencia por parte del niño afectado a cambiar la información contradictoria almacenada en memoria. Para Foa y Kosak en la violencia familiar el trauma es mayor al producirse por personas conocidas o lugares conocidos, es decir cuando los estímulos y respuestas seguros antes de la agresión dejan de serlo.
Desde los modelos biológicos (Huertas, López-Ibor y Crespo, 2005) se asocian factores etiológicos, genéticos, neuroquímicos (serotonina), hormonales (testosterona) y déficit en estructuras cerebrales (corteza prefrontal, amígdala, hipocampo, etc.) con la exposición a violencia doméstica.
En cuanto a la prevalencia de la exposición infantil a violencia doméstica son significativos en Estados Unidos los estudios de Carlson (2000), donde estima que entre un 10% y un 20% de los niños están expuestos a violencia doméstica anualmente, de McCloskey y Figueredo (1995) que informan de que un 20-25% de los niños en edad escolar presencian la violencia doméstica de forma directa y de Strauss y Gelles (1990) que cifran en un 77% los niños maltratados a lo largo de su vida en hogares violentos.
UNICEF en 2007 estimó que al menos 275 millones de niños en el mundo son víctimas de violencia en sus hogares. El informe que esta entidad realizó en el año 2010 sobre prácticas parentales de disciplina violenta, obtenido mediante encuestas realizadas en 33 países, indicó que tres de cada cuatro niños con edades comprendidas entre los 2 y 14 años, estaban sujetos a un tipo de disciplina violenta en el hogar, siendo la agresión psicológica la más común.
El el informe concluyó que el uso generalizado de la violencia se encontraba enmascarado a través de la disciplina parental. Este informe también nos conecta con la universalidad del maltrato, Dinpahah y Akbarzadeh (2017) resaltan que, en independencia de la cultura y las creencias de una sociedad, el maltrato a los niños es un problema social y multidimensional y nos recuerdan que el abuso infantil es un problema en todas las sociedades, que está directamente relacionado con la salud mental y física de las próximas generaciones.
En España Matud, (2007) encuentra que el 55% de las mujeres maltratadas informan de que la pareja también ha ejercido violencia contra los menores, al respecto los datos reflejados en la encuesta Española del Instituto de la Mujer (2013) revelan que el 53% de las mujeres que habían sufrido maltrato afirmaron que sus hijos también habían sido víctimas directas del maltrato. Extrapolando los datos, se estima que 517.000 menores (6,2% de los niños residentes en España) habrían sufrido directamente violencia familiar en situaciones de violencia conyugal en 2013 (Pérez, 2016).
El presente estudio se ciñe a la exposición de los menores al maltrato, o violencia ejercida sobre ellos por las figuras parentales, se hace necesario considerar que este tipo de violencia familiar de padres a hijos conlleva consecuencias muy negativas, ya que la exposición del menor influye en su bienestar y desarrollo psicológico.
Distintos autores (Eisenberg, Spinrad y Eggum, 2010; Bornstein y Bornstein, 2010; Dwari y Achoui, 2010; Kuhlman, Howell y Graham-Bermann, (2012), recalcan que al producirse esta violencia en el hogar el maltrato no es solamente el acto en sí mismo, sino que además queda establecida en la familia una relación interpersonal disfuncional y traumatizada, donde el niño va perdiendo la fe y la confianza en el padre o en la figura de autoridad, y donde así mismo opera el temor a la pérdida del apoyo parental, con lo que la capacidad de formar relaciones del niño puede estar intacta, pero traumatizada (De Bellis y Zisk, 2014), así queda establecida una profunda desconfianza y temor ante la apertura a nuevas relaciones interpersonales.
La vulnerabilidad producto de la violencia familiar es mediada por factores protectores y de riesgo: personales, (cognitivos y de personalidad) Eisenberg Spinrad y Eggum, (2010), de capacidad social y de afrontamiento White et al., (2015), y factores ambientales, (familiares y sociales), mencionando Pearl, French, Dumas, Moreland y Prinz (2012) que esto da lugar a una múltiple interacción entre mecanismos de vulnerabilidad y protección, en todo el proceso evolutivo Al respecto Cano y Muñoz (2015) señalan diferentes factores de riesgo, tales como, accidentes perinatales, el contexto familiar, los predisponentes psicológicos individuales, los distintos estilos de crianza, la propia experiencia individual y una socialización disfuncional.
En la violencia familiar intervienen múltiples factores como, por ejemplo, la edad del niño en el momento del maltrato y su etapa de desarrollo Achenbach y Rescorla, (2001), la relación con el perpetrador, la gravedad y duración de cada suceso, las reacciones familiares y sociales, así como los posibles efectos de las experiencias traumáticas en el desarrollo de los sistemas biológicos De Bellis y Zisk (2014), y en las capacidades psicológicas Rescorla et al., (2012).
Los niños, sean testigos o víctimas de violencia, tienen una pérdida mucho más perturbadora, ya que surge la desconfianza, quedando afectada la seguridad hacia las personas que conforman su nicho ecológico (Hughes, 1988; Hill, 2009; Gibb y Abela, 2008) sobre todo, porque el agresor es la figura parental de referencia para el niño en cuanto a la autoridad y al sistema de valores, en consecuencia, esto conlleva la destrucción de todas sus bases de seguridad surgiendo la indefensión (Alcántara, et al, 2013), y el miedo a la posibilidad de que la experiencia traumática pueda repetirse, mencionan Patró y Limiñana (2005) que en el caso de la violencia familiar, la probabilidad de que esta experiencia temida se repita, de forma intermitente y a lo largo de muchos años, es alta en función de las propias características familiares.
Numerosos estudios afirman que los niños que viven cualquier tipo de violencia, sea única o permanente, tienen más probabilidades de mostrar resultados negativos que los que se transmiten en la vida adulta Bethell, Ch., et al., (2016), con problemas continuos de desregulación emocional y autoconcepto Deater-Deckart et al., (2012), y habilidades sociales y motivación académica Margolin, et al., (2010), incluyendo comportamiento agresivo y dificultades entre compañeros. Diversos estudios (Alcántara, et al., 2010; Hill et al., 2009) informan de problemas conductuales y emocionales en niños testigos de violencia familiar, afirman que los menores expuestos a este tipo de violencia pueden presentar problemas internos (ansiedad, depresión y somatizaciones), y externos o problemas de conducta (conducta no normativa y agresión).
En las situaciones de maltrato y exposición a la violencia, suele existir concurrencia de otros tipos de violencia, y de otros factores de riesgo asociados, que actúan como factores estresantes y que pueden tener un efecto acumulativo a largo plazo (Martínez, 2015), teniendo mayores consecuencias psíquicas que episodios traumáticos de un mismo tipo repetidos en el tiempo (Sternberg, 2006; Edleson y Nissley, 2011; Hamby, 2012), lo que es conocido como “adversidad acumulada” . Esta acumulación de situaciones de adversidad puede llegar a la etapa adulta con más claridad que los menores expuestos a una sola experiencia traumática, esto es considerado como poli victimización, múltiples formas de violencia, con efectos acumulativos o combinados.
En consecuencia, al ser una experiencia multidimensional, la violencia familiar puede tener un mayor efecto adverso sobre la salud mental que otros eventos traumáticos. La investigación concluye que esta violencia se mantiene como una relación de abuso, dando como resultado una pérdida de identidad y control que puede llevar a sentimientos de desesperanza, y a una incapacidad para abandonar la relación abusiva.
Violencia (doméstica) parental y psicopatología.
Hipótesis: Existe relación directa entre violencia parental y psicopatología.
La correlación hallada en los diferentes metaanálisis (Kitzmann, Gaylord, Holt y Kenny, 2003; Evans, Davies y DiLillo, 2008; Chan y Yeung, 2009) entre exposición a violencia familiar y sintomatología fue significativa, los valores señalan una importante asociación con consecuencias psicopatológicas, teniendo esta violencia un mayor efecto adverso sobre la salud mental que otros eventos traumáticos Lagdon, Armour y Stringer, (2014).
En la revisión llevada a cabo por Evans, et al., (2008) a través de metaanálisis, encuentran efecto para la relación entre exposición a violencia familiar y síntomas internalizados y externalizados, siendo el mayor efecto el relacionado con los síntomas traumáticos. Kitzmann et al., 2003, referencian que los niños que observan la violencia inter parental no difieren de los que son abusados físicamente, presentando niños y niñas similares niveles de sintomatología internalizada y externalizante.
En la revisión de Chan y Yeung, (2009) encuentran asimismo una asociación significativa entre la violencia familiar y los problemas de ajuste infantiles, presentando problemas internos o emocionales (ansiedad, depresión y somatizaciones), y externos o problemas de conducta (conducta no normativa y agresión), estas asociaciones también son referidas por (Eisenberg, et al., 2010; Hill, 2009).
Recientemente en España se han llevado a cabo dos estudios sobre la relación entre violencia parental y psicopatología. En primer lugar, el estudio de Pérez (2016) en muestra comunitaria estudia la asociación entre exposición infantil a violencia familiar, y consecuencias psicopatológicas. La correlación de la exposición con la sintomatología señala una importante asociación.
Por otro lado, el estudio elaborado por Martínez (2015) en jóvenes con psicopatología expuestos a violencia conyugal y al maltrato directo de su progenitor, encontró que la prevalencia de alteraciones internas (retraimiento, quejas somáticas, ansiedad/depresión y problemas sociales) fue más elevada que las externalizantes (conducta agresiva y anti normativa), siguiendo la tendencia en función de la gravedad clínica.
Quedó establecida una relación entre conductas disruptivas (externalizadas) del menor y el maltrato físico a la madre, estando los internalizadas relacionadas con los diferentes tipos de maltrato. Los datos encontrados demuestran consecuencias psicopatológicas en todo el entramado sistémico, (cerebral, metabólico y neural), comprobando la hipótesis establecida.
La mayoría de los análisis no encuentran la variable edad como significativa, Sternberg, Barandaran, Abbott, Lamb y Gutertman, (2006); Kitzmann, Gaylord y Kenny, (2003); concluyendo que todas las edades estarían igualmente afectadas por la exposición a violencia, al respecto citan Miller, Howell y Graham-Bermann (2013) que la diferencia estriba en los diferentes factores de riesgo intervinientes en cada etapa del desarrollo, factores considerados por los autores son desregulación emocional, estilo parental y tipo de disciplina paterna. De la misma forma, Bayarri, Ezpeleta, y Granero (2011), no ven efecto moderador en las variables sexo o edad indicando el estudio que en la exposición a violencia doméstica se producen los mismos niveles de psicopatología en niños que en niñas.
Indica Pérez, (2016) que en cuanto al sexo como variable moderadora en el impacto de la exposición infantil a violencia familiar los resultados son contradictorios, no está considerado en diferentes estudios como mencionan Sternberg, et al., (2006) en metaanálisis, entre los autores que si lo contemplan tampoco hay acuerdo respecto a las posibles consecuencias psicopatológicas asociadas a cada uno. Al respecto, los diferentes estudios clásicos de Achenbach y Rescorla, (2001) y de Rescorla et al., (2012), evidencian que los chicos tienen mayor predisposición a desarrollar problemas de tipo externalizado y las chicas en desarrollar conductas internalizadas. Para Ramos, De la Peña, Luzón y Recio (2011) los niños son más vulnerables que las niñas al impacto de la violencia familiar. En contraste, otros investigadores encuentran que las niñas que viven la violencia son más propensas a manifestar problemas internalizados y externalizantes que los niños (Alcántara, et al., 2013), también hay estudios que informan de consecuencias similares o no encuentran diferencias significativas (Lamers-Winkleman et al, 2012).
En su relación con la psicopatología infantil los resultados no son unánimes, hay autores que encuentran relación sólo con problemas internos, (Rodrigo, García, Márquez, Rodríguez y Padrón 2008; Samplin, Ikuta, Malhotra y De Rosse 2013), y otros autores encuentran sólo relación con problemas externalizantes, (Bates, Pettit, Dodge y Ridge 1998; Alcántara et al., 2013). Otros estudios informan de consecuencias similares o no encuentran diferencias significativas (Kitzman, 2003; Wolfe, 2003; Garaigordobil, Durá y Pérez, 2005), se puede suponer que tanto conducta como cognición estén afectadas de alguna manera en todos los casos de violencia familiar, y dada la comorbilidad existente en los trastornos del neurodesarrollo se puedan presentar síntomas relacionados con ambas tipologías, internalizadas y externalizadas, en una amplitud de casos de desajuste.
Por resumir con brevedad se puede indicar que las consecuencias psicológicas de la exposición a la violencia familiar corresponden en los niños/jóvenes con una mayor cantidad de conductas agresivas y antisociales (conductas externalizantes) y más conductas de inhibición y miedo (conductas internalizadas).
Que de la misma forma estos niños también pueden presentar menor competencia social y un menor rendimiento académico, y por supuesto, una mayor ansiedad, depresión y síntomas traumáticos. Toda esta conjunción psicológica trae consecuencias en todo el entramado sistémico, (cerebral, metabólico y neural).
Revisión en violencia infantil y su relación con psicopatología. Violencia doméstica (parental). Marco Teórico y psicopatología