Revisión en violencia infantil y la relación con psicopatología, neurodesarrollo y etapas de crecimiento.
Violencia familiar y neurodesarrollo
1.- Marco teórico
Este trabajo para poder contrastar la hipótesis de que la violencia familiar provoca cambios estructurales y funcionales en el neurodesarrollo, se ha servido de dos hipótesis complementarias y no excluyentes. Una estructural, que menciona cómo el estrés temprano afecta a los procesos básicos e interfiere con la progresión ordenada del desarrollo cerebral. La otra, funcional, que menciona cómo la violencia actúa en la desadaptación cerebral en función de la vulnerabilidad temporal, y cómo esta violencia va afectando e interfiriendo en los estadios de desarrollo posteriores.
–La primera de las dos hipótesis mencionadas, la estructural, es la “hipótesis de la irritabilidad límbica”, que refiere cómo el inicio temprano, y la mayor duración del abuso, quedan asociados estructuralmente con un mayor cambio morfológico afectando definitivamente a los sistemas reguladores (De Bellis, Keshavan y Clark, 1999), de forma que las experiencias abusivas inducen una cascada de efectos mediados por el estrés sobre neurotransmisores y hormonas, dejando irreversiblemente afectado el desarrollo de las regiones vulnerables del cerebro (Anderson, Polcari, Lowen Renshaw y Teicher, 2002). La aparición en los sistemas glucocorticoides y noradrenérgicos de estrés, y la liberación de neurotransmisores inducidos por este, afectan a procesos básicos. El punto de vista predominante es que el estrés es perjudicial para el cerebro, y particularmente dañino para el cerebro en desarrollo, así las alteraciones que pueda producir constituyen un daño, y la psicopatología puede emerger como resultado de este daño.
-La segunda hipótesis es la “hipótesis de modificación cerebral”, presentada por Teicher y Polcari (2006), es una hipótesis funcional alternativa. Es dependiente del momento de afectación de la violencia parental en el desarrollo cerebral, en esos momentos de afectación las regiones cerebrales sensibles al estrés tienen sus propias ventanas de vulnerabilidad, períodos concretos de sensibilidad y afectación cerebral, y asimismo de oportunidad, durante las cuales las intervenciones clínicas pueden proporcionar ventajas para minimizar las consecuencias a largo plazo del maltrato infantil y de la adversidad.
Para probar la hipótesis mencionada, (de modificación cerebral), Andersen et al., (2014), realizan un estudio que comprende medidas de hipocampo, cuerpo calloso, corteza frontal y tamaño de la amígdala en exploraciones de resonancia magnética (RM). En dicho estudio, el volumen del hipocampo fue relacionado con abuso y maltrato recibido entre los 3 y 5 años de edad, y en segundo lugar entre los 11-13 años de edad. En contraste, el área del cuerpo calloso se asoció con el maltrato ocurrido entre los 9-10 años. Reflejan los autores que al madurar más lentamente la corteza frontal puede tener un período tardío de vulnerabilidad y podría ser resistente a los efectos del estrés temprano.
Todos los estudios relacionados con la hipótesis de modificación cerebral, desde el estudio de Teicher y Polcari (2006), relatan que el cerebro es modificado por el estrés temprano de una manera adaptativa. Al respecto, Andersen et al. (2014) refieren cómo la exposición al maltrato infantil empuja al cerebro a crear vías alternativas de desarrollo para facilitar la reproducción y supervivencia, generándose efectos moleculares y neurobiológicos que alteran el desarrollo neural de una forma adaptativa preparando al cerebro adulto para sobrevivir y reproducirse.
Cuando esta modificación no es adaptativa y resulta disfuncional surge la psicopatología (Teicher y Samson, 2016), debido al desajuste cerebral producido por este cambio, en consecuencia, esta modificación va afectando en los estadios de desarrollo posteriores, produciendo una desregulación cerebral. Mencionan los autores que puede haber tipos de exposición que desencadenen respuestas adaptativas, y experiencias que dañan el cerebro de una manera no adaptativa.
2.- Violencia familiar y neurodesarrollo. Resultados
Hipótesis: La violencia familiar provoca cambios estructurales y funcionales en el neurodesarrollo.
La revisión llevada a cabo en diferentes investigaciones relacionadas con violencia familiar y neurociencias ha contrastado la hipótesis supuesta de que todo tipo de violencia doméstica, incluida la violencia familiar, con repetidos patrones de maltrato y de estrés en periodos del desarrollo cerebral, afecta a la actividad de los principales sistemas reguladores, y puede tener impacto en la arquitectura cerebral y poner en peligro, tal vez de forma permanente, los principales sistemas neurales, provocando cambios en su estructura (De Bellis y Kuchibhatla, 2006; Pechtel et al., 2014; Teicher y Samson, 2016);
Hart y Rubia (2012) informan que los niveles elevados de catecolaminas y cortisol pueden conducir a un desarrollo cerebral adverso, y revisan estudios realizados al respecto: Sapolsky (2000), a través de mecanismos de pérdida acelerada de neuronas; Dunlop et al. (1997), por retrasos en la mielinización; Todd (1992), debido a anomalías en la poda apropiada para el desarrollo; y Tanapat et al., (1998) por la inhibición de la neurogénesis. Estos efectos actúan en regiones específicas del cerebro, hipocampo, amígdala, neocórtex, cerebelo y tracto de materia blanca, es decir, el estrés temprano es un agente tóxico que interfiere con la progresión ordenada del desarrollo cerebral. Al respecto indican De Bellis y Zisk (2014) que la experiencia traumática o de violencia puede anular cualquier factor genético, constitucional, social o psicológico de resiliencia, teniendo a largo plazo un impacto sobre la actividad de los genes sin cambiar la secuencia de ADN.
En un estudio reciente sobre efectos neurobiológicos del abuso en el hipocampo Teicher y Samson (2016) mencionan que el hipocampo es el objetivo más obvio en el cerebro para reflejar los efectos potenciales del maltrato infantil, al estar densamente poblado con receptores de glucocorticoides, siendo en consecuencia susceptible al daño por elevados niveles de cortisol. Relatan los autores que los adultos con historial de maltrato tienen hipocampos más pequeños que los sujetos de comparación no maltratados, con una correlación inversa entre la gravedad de la exposición y el volumen. En un estudio previo, Samplin et al. (2013) observaron que la reducción del volumen del hipocampo sólo se produjo en hombres, en consecuencia, las mujeres pueden ser menos vulnerables a estos efectos. El hipocampo ha sido asociado particularmente con la memoria a largo plazo (Andersen y Teicher 2008; De Bellis et al., 1999),
La amígdala también es una ventana de vulnerabilidad a la violencia parental en el desarrollo neuronal (De Bellis y Zisk, 2014), integra las emociones con los patrones de respuesta, provocando una respuesta a nivel fisiológico o la preparación de una respuesta conductual (Stein, 1996). Según mencionan Andersen et al. (2014) es el principal núcleo de control de emociones y sentimientos en el cerebro, estando implicada en el aprendizaje emocional, y en la modulación de la memoria en la activación emocional.
También ha sido estudiada la variabilidad de la amígdala, donde se comprueban el volumen de la amígdala en las diferentes etapas de desarrollo, para explorar los períodos de sensibilidad en los que la amígdala es susceptible al estrés temprano y continuado (Pechtel et al., 2014). La exposición a la violencia familiar representó un aumento del volumen de la amígdala derecha de hasta el 27%, con una mayor sensibilidad a los 10-11 años, y con una importancia a la exposición significativa. No surgieron asociaciones con el volumen de amígdala izquierda o tálamo. El estudio proporciona evidencia respecto a que la amígdala tiene un período sensible al desarrollo en la preadolescencia, y sugiere que la asociación entre la violencia y amígdala parece estar lateralizada. Estudios previos, también observaron una asociación específica entre maltrato y cambios anatómicos en la amígdala derecha (Buss et al., 2012; Mehta et al., 2009). En un estudio dicha asociación fue hallada en adolescentes provenientes de familias desestructuradas (Mehta, et al., 2009) y, en el otro estudio, en niñas de siete años con problemas afectivos (Buss et al., 2012).
Asimismo, Whittle et al. (2015) contrastaron los datos de crecimiento retardado del hipocampo izquierdo y crecimiento acelerado de la amígdala izquierda con el tiempo (Kuo, Goldin, Werne, Heimberg y Gross, 2012), así como que la relación entre la exposición y el volumen de la amígdala puede verse afectada independientemente por la presencia o ausencia de psicopatología. A diferencia de la atrofia reversible del hipocampo, los efectos del maltrato sobre la amígdala persisten incluso después de la terminación de la adversidad, siendo esta región subcortical más resistente a la recuperación (Pechtel et al., 2014; Samplin et al., 2013; Whittle et al., 2015).
Se han encontrado una gran cantidad de estudios que documentan las consecuencias adversas de la exposición a violencia familiar en el desarrollo neurocognitivo, los estudios informan de consecuencias a corto plazo a nivel cognitivo en niños y adolescentes (Holt et al., 2008; Kuhlman, Howeel y Graham-Bermann, 2012; Levendosky et al., 2013; Wathen y MacMillan, 2013), pudiendo quedar afectadas las áreas de aprendizaje, memoria y concentración, incluyendo deficiencia intelectual, deficiencias verbales y un rendimiento escolar deficiente, un menor coeficiente intelectual (CI) y una menor capacidad de lectura pueden ser consecuencias de abuso infantil.
Al respecto, en el estudio de Keenan (2009) los resultados indicaron que había un retraso significativo en el desarrollo intelectual del niño, en concreto, los niños expuestos a altos niveles de violencia doméstica obtuvieron puntuaciones de CI ocho puntos más bajos que los niños no expuestos. El menor CI en los niños sujetos a violencia doméstica es un hallazgo consistente en la literatura (De Bellis et al., 1999; De Bellis y Kuchibhatla, 2006) encontraron que el CI estaba relacionado con la gravedad del maltrato; el CI verbal, el CI de desempeño y el CI de escala completa se correlacionaron negativamente con duración y frecuencia de la exposición
Recientemente, en el estudio de Petkus-Lenze, Butters-Twamley y Wetherell (2018) realizado con adultos que fueron maltratados cuando eran niños, indican que no existen diferencias respecto al CI en comparación con el grupo control. Los autores sugieren que el CI asociado con violencia doméstica puede normalizarse con la edad, no obstante, y pese a los datos señalados, hay información contradictoria entre violencia parental y la capacidad cognitiva medida por el CI. A este respecto, Samplin et al. (2013) no encuentran asociación entre maltrato y una menor estimación del coeficiente intelectual, ni evidencia que sugiera una asociación entre historia de maltrato infantil y capacidad cognitiva general. No obstante, diferente literatura (Wahthen y MacMillan, 2013; Warner y Swisher, 2014) indica que los efectos negativos sobre el rendimiento cognitivo traen riesgo para futuros problemas de adaptación y relacionales.
Lim et al. (2016) investigaron la asociación entre violencia parental y la activación del cerebro durante una tarea de atención sostenida, probando la hipótesis de que los jóvenes con maltrato infantil manifiestan déficits de activación durante la atención sostenida. Los autores, mediante la utilización de resonancia magnética (RM), demostraron que la violencia familiar se asocia con anomalías neuro funcionales en las regiones de atención sostenida frontal-temporal ventral. Esta región es la que determina la capacidad de mantener la mente enfocada en una tarea particular.
Las funciones ejecutivas han sido asociadas con adultos que fueron maltratados durante la infancia. En Mueller et al. (2011) el abuso durante la infancia ha sido asociado con una disminución del funcionamiento cortical en adultos que fueron maltratados, los niveles más altos de estrés en la infancia muestran una menor memoria de trabajo espacial en adolescentes, con un menor volumen de materia gris en la corteza prefrontal izquierda.
Mencionan Hart y Rubia (2012) y Lim et al. (2016) que el maltrato infantil manifiesta déficits prioritariamente en dos sistemas neuronales; Uno consistente en circuitos orbitofrontales-límbicos de control de afecto de arriba hacia abajo, y otro en el sistema de atención, en el prefrontal ventral, que es crucial para el control cognitivo y la atención sostenida. Los hallazgos sugieren que las regiones frontal-límbicas están comprometidas tanto a nivel estructural como funcional durante el procesamiento emocional en el maltrato infantil. Podemos resumir que en general los diferentes estudios neuropsicológicos ya citados encuentran una asociación entre abuso infantil y déficit de CI, memoria, memoria de trabajo, atención, inhibición de la respuesta y discriminación emocional.
Los trabajos revisados han dejado constancia de que la violencia familiar en el niño afecta el desarrollo cerebral. Los procesos de neurodesarrollo son afectados e interrumpidos por la violencia vivida o percibida por el niño. En consecuencia, la desregulación de los sistemas influye en las reacciones al estrés, el desarrollo del cerebro y el desarrollo cognitivo. Se puede resumir:
–La neuroimagen estructural halla evidencia de déficit en el volumen del cerebro, materia gris y blanca de varias regiones, mayor déficit en la corteza prefrontal, dorsolateral y ventromedial, así como en hipocampo, amígdala y cuerpo calloso.
-La neuroimagen funcional halla déficit en la conectividad entre estas áreas, lo que sugiere anomalías en las redes neuronales. Los déficits más prominentes asociados con el maltrato infantil temprano están en la función y estructura de las áreas cerebrales fronto-límbicas laterales y ventromediales y las redes que median conducta y afecto.
Revisión en violencia infantil y la relación con psicopatología, neurodesarrollo y etapas de crecimiento.
Violencia familiar y neurodesarrollo
Melchor Alzueta S. Pamplona 2018