TRAUMA Y PODER.
Raquel Morales Casado.
La doble vertiente del trauma: el dolor, la indefensión y la pérdida de seguridad y el manejo que desde el mismo hacemos para aliviar la sensación de desamparo.
Acercamiento Desde las Aportaciones de Diferentes Autores.
Trauma y poder: la lucha incansable por recuperar el control por encima de cualquier cosa.
¿Pero es control o poder lo que busca la persona herida?
A lo largo de la bibliografía que he ido leyendo me llama la atención este apunte a cerca de la recuperación del control cuando una persona ha ejercido su autoridad sobre un niño u otra persona en condiciones de inferioridad o dependencia abusando del poder que tiene. “El aspecto más particularmente devastador del abuso en la infancia es la penetración y clausura de la mente que sucede cuando se depende física y emocionalmente de otro que viola y explota, cuando una persona tiene concedida la autoridad de controlar y definir la realidad del otro, incluso cuando la definición de esa realidad subsista en duro contraste con la experiencia real vivida por la persona” (Davies 2000).
Pero, ¿es control o poder? “Cuando lo real percibido es inasimilable, el niño crecido tiene la sensación de haber estallado […] Su identidad rota ha perdido la capacidad de tratar las informaciones del mundo y de adaptarse a ellas. Dar forma a esta rotura, en esto consiste la urgencia de recuperar el control. Al construir una coherencia en el mundo que percibe, el niño se concede la posibilidad de una respuesta adaptativa: huir, someterse, seducir al agresor, afrontarlo o analizarlo para poder controlarlo” (Boris Cyrulnik. El murmullo de los fantasmas”).
Parece que antes no poder controlar al agresor y, después, no poder controlar ni entender todo lo que le pasa por la cabeza (los efectos del trauma sobre la propia mente) el niño o la niña pierde el poder sobre el pensamiento sobre sí misma y sobre el pensamiento de las relaciones significativas que le rodean. Esta diferenciación de términos me ha llamado la atención a menudo cuando leía a cerca de este tema, no porque no distinga tales términos si no porque los he ido resituando a lo largo de los años. Como decía en el párrafo anterior, al perder el control sobre la realidad externa también se pierde el poder de los acontecimientos internos.
La ilusión y el esfuerzo tras haber sufrido un trauma como son los abusos sexuales por parte del padre realmente es la imperiosa necesidad de controlar lo que pasa afuera, en el exterior como si ese control externo fuese la única realidad a la que poder aferrarse ante tanta confusión y caos interno. En un primer momento, se aprende a saber perfectamente donde están cada uno de los efectos personales, el orden de cada cosa de la casa, los horarios y asignaturas de cada día en el colegio, el teléfono de casa y los dos del trabajo de la mamá más los de dos o tres amigas y cada cosa tiene su sitio y cualquier movimiento o cambio produce tal angustia que es impensable.
Después este control se traslada también a las personas y a las relaciones. Es un control aprendido durante el tiempo que perduraron los abusos, de este modo, el niño o niña aprende a controlar los movimientos, sentimientos e incluso lo que la persona agresora espera de ella o él y es una manera de minimizar el impacto del abuso.
“Primero, nos sometemos mentalmente al atacante. Segundo, este sometimiento nos permite adivinar los deseos del agresor, penetrar en la mente del atacante para saber qué está pensando y sintiendo, para poder anticipar exactamente lo que el agresor va a hacer, y de esta manera saber cómo maximizar nuestra propia supervivencia. Y tercero, hacemos aquello que sentimos que nos salvará: por lo general, nos hacemos desaparecer a nosotros mismos a través de la sumisión y una complacencia calibrada con precisión, en sintonía con el agresor. Todo esto sucede en un instante.
El resultado final con frecuencia es la complacencia, acomodación y sumisión en la situación amenazante, más que agresión desplazada a un tiempo posterior o a otro campo de batalla. Conocer al agresor “desde dentro” en un puesto de observación tan cercano, permite al niño calibrar con precisión en cada momento cómo apaciguar, seducir, o bien desarmar al agresor. Sin que medie un pensamiento consciente, descubre rápidamente las habilidades precoces que se necesitan para la tarea” (Explorando el concepto de Ferenczi de identificación con el agresor en el trauma, la vida cotidiana y la relación terapéutica. Frankel, Jay)
Me ha parecido interesante la manera de exponer de este autor porque habla de tres mecanismos que he ido dando nombre lo largo de la formación (identificación, introyección y disociación) y que me clarifica la manera de relacionarlos con esta necesidad de control para sobrevivir por parte del niño o niña ante una amenaza tal como son los abusos sexuales y que se van a ir evidenciando a lo largo de la vida.
Ferenczi distingue realmente dos mecanismos, identificación e introyección, que pienso que son dos caras de una misma moneda, pero estas dos palabras nos conducen a diferentes aspectos del proceso. Parece que la identificación significa tratar de sentir algo que algún otro siente, esencialmente, entrando en la cabeza del otro, moldeando la propia experiencia en la del otro. En el caso de alguien que se siente amenazado, la identificación es un camino que guía la propia adaptación a la persona atemorizante. Y la introyección se refiere a incorporar una imagen de la persona que abusa en la propia cabeza.
El hacer esto puede ayudarle al niño o la niña a sentir que controla la amenaza externa, sentir que la amenaza ha sido transformada en algo interno más manejable. Por último, está la disociación, que Ferenczi enfoca como una respuesta al trauma: como la expulsión de la percepción inmediata de la experiencia de aquello que resulta intolerable.
“Como yo lo veo, el introyectar al abusador nos permite continuar nuestra lucha contra él. En nuestra mente, el agresor (una imagen del agresor, el agresor introyectado) está disponible para nosotros; es nuestro. En la fantasía, con frecuencia en la fantasía inconsciente, continuamos interminablemente la batalla que no nos atrevemos a sostener en la realidad.
El trauma y la humillación de tener que rendirnos en la realidad puede incluso llevarnos a no abandonar nunca la batalla interna y llevarnos a encarrilar nuestros esfuerzos a subyugar o conquistar a nuestro agresor, ya sea en nuestra mente o proyectando su imagen en delegados designados en el mundo externo para luego luchar contra ellos. Podemos intentar doblegar a nuestro enemigo interno por dominación o, más hábilmente, por sumisión, pero continuará persiguiéndonos; no podemos vencerlo nunca de verdad, porque realmente nos ha abatido, al menos en un momento de nuestras vidas. e esta manera, como yo lo veo, la introyección no sólo nos ayuda a hacer frente a los sentimientos traumáticos, sino que también perpetúa nuestra experiencia del trauma.
Y esta experiencia de trauma perpetuo se convierte en una raison d’être (una razón de ser, en francés) para nuestra respuesta traumática continuada. Ya la identificación con el agresor y la disociación se vuelven habituales y refractarias.” (Explorando el concepto de Ferenczi de identificación con el agresor. Su rol en el trauma, la vida cotidiana y la relación terapéutica. Frankel, Jay).
Durante el resto de su vida, ese niño o niña que ha desarrollado este mecanismo tan sofisticado de supervivencia, tendrá que aprender a desarmarlo para que el trauma no se perpetúe ni se convierta en la razón de su vida. Al leer esto, me daba cuenta de que este mecanismo de ilusión de control tan sofisticado que en su momento fue muy útil en el niño o niña para sobrevivir a tal desposeimiento de la dignidad, invade de tal manera su patrón de relaciones que al ir creciendo la persona se olvida de lo más importante: recuperar su poder, que no está en el control del afuera si no en la gestión del adentro.
“La única forma que las personas tienen de atravesar un trauma es poder tomar el control total de su recuperación, es asumir la responsabilidad por ello. El único camino es que pueda descubrir sus fortalezas y utilizarlas al máximo, sin destruir”. (Trauma y recuperación. Judith Lewis Herman, MD Basic Books, 1992).
Y esta es la batalla para salir de este trauma: salir de la sumisión total, la indefensión, la paralización, el sometimiento, la impotencia sabiendo que la espada y el escudo más accesible y el que parece ser más fuerte es el que hace que ese niño o niña se convierta en sometedor de las personas cercanas, prepotente, una hábil seductora, una persona fría, defendida e impenetrable capaz de utilizar a los demás única y exclusivamente que para obtener un control que le haga sentir ese poder una vez perdido. Por ello, el trabajo de la persona tendrá que enfocarse a dejar de sentirse víctima para sentirse sobreviviente.
La utilización del victimismo como táctica ofensiva, en este caso, no es en absoluto, inocua, sino plenamente consciente y con un afán manipulador que no repara en medios para lograr sus objetivos. Siempre miran hacia uno mismo y no les importa demasiado los daños colaterales causados por su actitud. El victimismo no es su modo de vida, sino un elemento más que utilizan a su conveniencia y que les hace estar dispuestos a cobrar la supuesta deuda a cualquier precio.
La única manera de salir del victimismo es asumiendo la responsabilidad de crear su vida más allá de la herida.
La vía para no culpar al mundo de su historia, para no destruir fuera lo que se vive con rabia dentro, para dejar de hacerse una fortaleza contra la que embestir a las personas que le rodean es tomar la responsabilidad de que es la persona ya adulta la única protagonista de esa herida y lo que quiera hacer con ella. Y, o tener la suerte de que ese niño o niña se encuentre en su camino una persona adulta que le devuelva otro estar en la relación, seguridad, respeto y ternura para seguir creciendo o, ya más mayor, sea capaz de arriesgarse a amar y ser amado.
“Solo la experiencia de ser querido y apreciado permite al niño y a la niña identificar la crueldad como tal, percibirla y rebelarse contra ella. Sin esa experiencia le es imposible saber que en el mundo pueden existir otras cosas además de la crueldad y más tarde, cuando ya adulto, disfrute de poder, la ejercerá él o ella como si fuera algo completamente normal” (Alice Miller 1990 “El saber proscrito”. Tusquets Editores
Barcelona España).
Por último, voy a nombrar una idea de Karen Horney que explica en su libro “La personalidad neurótica de nuestro tiempo”. Apunta distintas necesidades neuróticas que las personas desarrollan a lo largo de su vida como manera de relacionarse con el mundo. Ella habla de distintos “movimientos” que se dan respecto a la gente (hacia, contra, a aparte de la gente) que generan distintas necesidades en las personas. En concreto, el “movimiento contra la gente” es una respuesta a la hostilidad del mundo que se caracteriza por considerar la vida como una lucha, donde lo importante es mantener la superioridad sobre los demás y manejar la situación, sea de manera directa o indirecta.
Dentro de este movimiento, ella explica la “necesidad neurótica de poder “como” el poseer el dominio sobre los demás, la devoción a una causa, deber, responsabilidad. No se respeta la individualidad ni la dignidad de los demás, teniéndose sólo como su subordinación. Hay una gran adoración por la fuerza y un desprecio por la debilidad. Se da el temor a lo ingobernable y a la impotencia”.
Por otro lado, en el “movimiento a parte de la gente” se da la “necesidad neurótica de independencia y autosuficiencia”: “El individuo no requiere jamás la ayuda de nadie y no cede a influencia alguna; se intenta no quedar atado a nada, ya que podría llevar a una posible esclavización. Distancia y alejamiento son la fuente de seguridad. Hay temor a necesitar de los demás o a los vínculos”.
Ambas necesidades reflejan muy bien los mecanismos ya instaurados en las personas ya crecidas cuando en la niñez han sufrido cualquier tipo de abuso de poder: el intento desesperado por controlar y someter ante la angustia de volver a ser sometida. Al principio son una salida pero normalmente se perpetúan en el tiempo y lo mejor que puede pasar es que la persona se dé cuenta de que le fueron útiles para sostener una situación en un espacio-tiempo que ya no es y que en el ahora estos mecanismos ya no sirven más que para crearse perturbaciones nuevas, ilusiones sobre el mundo y sobre uno mismo. Todo abuso sexual es una violación al cuerpo, a los límites y a la confianza. Es una ruptura de los límites personales, emocionales, sexuales y energéticos, que provocan heridas profundas y que dejan cicatrices a nivel físico, emocional, espiritual y psicológico, que producen en la personas una serie de síntomas. Sin embargo, estos síntomas, pueden ser las semillas para iniciar el proceso de recuperación. “Trauma es un hecho de la vida, sin embargo no tiene que ser una cadena de perpetuidad”. P. Levine. Se trata de un trabajo vital por la recuperación del poder interno no del control externo que crea fantasías de fuerza y superioridad. Es el poder que crea posibilidad, confianza y sentido en la vida.
Trauma y Poder.
El dolor, la indefensión y la pérdida seguridad, y el manejo que hacemos para aliviar la sensación de desamparo.
Raquel Morales Casado
txakel@hotmail.com