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Transmisión intergeneracional de la violencia. Violencia filio-parental

Prioritariamente a través de los trabajos de Bandura y su teoría del aprendizaje social se ha venido desarrollando el concepto de transmisión intergeneracional de la violencia, concepto que tuvo su impulso teórico en los estudios de la violencia como comportamiento socialmente aprendido, (Bandura, 1971 a 1986), relaciona el vínculo entre una historia de violencia doméstica adulta y la violencia parental presenciada por los niños. Este enfoque rechaza la base genética del temperamento, así como que la agresividad humana sea innata, concibe la raíz de la violencia en el aprendizaje por el modelado durante las interacciones personales.
A través de procesos de aprendizaje social (aprendizaje por observación), la violencia es usada como respuesta habitual al conflicto con parejas íntimas por medio de canales de comportamiento aprendido. La agresión aprendida en la infancia puede provocar conductas violentas, “pero también puede enseñar lo idóneo de tal comportamiento en una relación íntima mediante el refuerzo directo y vicario de recompensas y castigos” (Bandura, A., 1986).
En consecuencia, es factible que un comportamiento modelado aparezca en las conductas posteriores debido a que se pueden percibir los resultados ventajosos sin advertir las consecuencias negativas del mismo. Por ejemplo, en resolución de conflictos con parejas íntimas, o como medio para obtener el control.
Así pues, una de las variables de mayor influencia para desarrollar conductas de maltrato ascendente (de hijos a padres) es el haber sido víctima o testigo de violencia durante la infancia, de donde se desprende la hipótesis de la bidireccionalidad de la violencia (Calvete, Orue, y Sampedro, 2011; Ibabe y Jaureguizar, 2011; Gámez-Guadix y Calvete, 2012; Ibabe, 2015). Esta hipótesis sostiene que la violencia paterna ejercida por los progenitores contra los hijos es relativa a la de los hijos contra sus padres.
La explicación de la hipótesis queda enmarcada en el aprendizaje de modelos de relación basados en la violencia, “los niños interiorizan que la mejor forma de lidiar con los conflictos es mediante comportamientos violentos”. La interiorización de ciertas creencias sobre la violencia, y la interiorización de los modelos comportamentales agresivos, es la explicación ofrecida que indica que los niños testigos de violencia en sus hogares muestran, en consecuencia, comportamientos violentos hacia sus padres.
Los hallazgos de Foshee, Bauman y Linder (1999) respaldan esta teoría según la cual el 21% de la perpetración femenina y el 15% de la perpetración masculina se debieron a variables mediadoras de la teoría del aprendizaje social. White y Koss (1991) sobre encuestas a 4.700 universitarios descubrieron que la exposición infantil a la violencia, antes de los 18 años, se asocia positivamente con la perpetración de violencia entre parejas por ambos sexos. De la misma forma Kwong, Bartholomew, Henderson y Trinke (2003) hacían hincapié en que presenciar violencia parental se asociaba con una mayor probabilidad de perpetración de violencia en las relaciones de adultos jóvenes.
Todas las formas de violencia en la familia de origen predicen todas las formas de abuso en las relaciones, en consonancia con un modelo general de aprendizaje social, en definitiva, esta teoría brinda una explicación para el fenómeno de la violencia filio-parental, puesto que tal y como se ha mencionado, los niños aprenden a comportarse violentamente a través de la observación y de la experimentación directa de dichos comportamientos provenientes de sus progenitores.
Al respecto se vienen realizando una gran cantidad de estudios. Shaffer, Lindheim, Kolko y Trentacosta (2013), en un trabajo longitudinal de tratamiento (3 años), muestra de 139 díadas padre-hijo (niños de 6 a 11 años sin problemática psiquiátrica), estudiaron como los comportamientos parentales producen cambios en los niños, y como las conductas de estos influyen en el ajuste de los padres. La disciplina tímida de los padres (la reticencia a imponer límites o la vacilación para llevarlos a cabo), fue el estilo parental de crianza que predijo aumentos en los problemas de comportamiento infantil en el tiempo, (como en el estudio de Burke et al., 2008).
De la misma forma, las conductas de externalización del niño empeoran la supervisión de los padres, lo que trae una disciplina inconsistente a lo largo del tiempo. “El estudio de Shaffer contempla como la negligencia es causa directa del desajuste infantil, y cómo la aparición de conductas disruptivas en el niño da lugar a una falta adecuada de supervisión parental”. Shaffer et al., indican que los padres deben evitar reticencias a participar en estrategias disciplinarias por temor a la reacción conductual del niño, o habrá un aumento en la oposición y el desafío del niño como respuesta a futuros esfuerzos en disciplina.
Por lo tanto, la influencia de las figuras parentales o bien de los cuidadores, opera sobre la autorregulación de los niños, siendo un proceso bidireccional, es decir, los niños que no están regulados pueden obtener interacciones sociales de menor calidad. “Hay abundante evidencia de que en las interacciones entre padres e hijos existe una regulación recíproca de la emoción, es decir, la calidad de los padres y el comportamiento del niño se afectan entre sí durante las interacciones y probablemente a través del tiempo”. (Teicher y Samson 2016).
Es decir, cuando los niños afectan a los padres (efectos del niño) o los padres afectan al niño (efectos del padre), se producen transacciones bidireccionales (dos vías), el niño motiva la respuesta parental y ésta altera el comportamiento del niño, lo que puede llevar a comportamientos adaptados o desadaptados. Cada uno cambia como resultado de las interacciones con el otro, “tanto el padre como el niño entran en la siguiente interacción con un cambio” (Bornstein, Hahn y Haynes 2011).
Bailey, Hill, Oesterle y Hawkins (2009) extraen dos factores de riesgo en la relación bidireccional: problemas en los niños cuando padres o cuidadores responden de manera inapropiada a su comportamiento, especialmente ante un temperamento difícil, y, por otro lado, la sobreprotección paterna que acaba generando síntomas internalizados en niños y niñas, asimismo, las expectativas inapropiadas acerca del desarrollo y del comportamiento del niño pueden llevar a la una internacionalización del conflicto (sobre exigencia), o a conductas desadaptadas (rebeldía, consumos…).
El autoconcepto, aspecto esencial para el ajuste organísmico y psicosocial en los niños también se relaciona con la influencia bidireccional educativa, es la percepción de sí mismo formada a través de las relaciones parentales y de comparaciones con otros significantes. Tener un bajo autoconcepto, y un bajo concepto de la propia familia, ha sido relacionado por la literatura con problemas externalizados e interiorizados. Habilidades sociales y estilos de vida en la adolescencia, (Baumeister, Campbell, Krueger y Vohs 2003; Garaigordobil et al. 2005). Agresividad y comportamiento antisocial en los niños/as y adolescentes con una baja autoestima (Donnellan, Trzesniewski, Robins, Mofftt y Caspi (2005). El informe de Donnellan, et al., 2005, afirma que la autoestima global a los 11 años se asocia con los problemas externalizados a los 13 años.
La información va desarrollando la idea de que la exposición a violencia doméstica es un factor relevante para la posterior emisión de conductas violentas por parte de niños y adolescentes (hipótesis bidireccional), la violencia filio-parental (VFP) está inmersa en la violencia doméstica. Aunque esta violencia ascendente, de hijos a padres, no había sido considerada por la investigación, en los últimos años se han desarrollado una serie de trabajos al respecto. (Aroca (2010; Calvete, Orue, y Sampedro, 2011; Ibabe y Jaureguizar, 2011; Calvete 2012; Ibabe, 2015). Existen datos dispares sobre la incidencia de abuso y maltrato hacia los hijos en la instauración de la VFP, 10,9% padres, 9,1% madres (Browne y Hamilton (1998), debido a la dificultad en valorar la incidencia del castigo físico sobre la VFP.
La revisión de Thompson (2002) reveló que las madres son las que hacen un mayor uso de la disciplina coercitiva, Calvete et al., 2011 encontraron que tanto la violencia inter parental como el abuso infantil predecían el 30% de la VFP aunque como mencionan los autores los instrumentos que valoran la medida en ocasiones no muestran una elevada especificidad. Lo que sí parece evidente es que la VFP está inmersa dentro de una violencia familiar global en una relación causal, y que aunque no sea condición suficiente ni necesaria para explicar este tipo de violencia es un factor de riesgo, ya que la violencia familiar altera la relación de unos miembros hacia otros, así como al funcionamiento familiar en su conjunto, lo que aumenta la probabilidad de que los menores agredan (Gámez-Guadix, Straus, Carrobles y Muñoz-Rivas 2010).
La víctima de maltrato está sometida a violencia cronificada reiterada e intencional, y con tendencia a aumentar, intercalada con arrepentimiento y muestras de afecto del agresor. La víctima habitualmente se encuentra en situación de dependencia del agresor, al contrario, en la violencia filio-parental esta situación se invierte dado que es el menor de edad quien ejerce la violencia sobre sus ascendentes, y posiblemente hacia sus descendientes. Este tipo de violencia se ejerce en edades comprendidas entre 10 y 18 años, incrementándose en cantidad y variabilidad de conductas antisociales en plena adolescencia.
Para Bandura (1977) la conducta agresiva de los hijos podría deberse a una reacción hacia las agresiones previas sufridas o a una respuesta adquirida por aprendizaje social. Según Charles (1986) y Wells (1987) las relaciones entre los menores que ejercen violencia filio-parental y sus padres son disfuncionales, por lo que encontramos vínculos afectivos limitados entre ellos, pudiendo estar la negligencia parental en la base de este tipo de violencia.
Cottrell (2001) distingue cuatro dimensiones en la VFP. El maltrato físico (pegar, morder, empujar o lanzar objetos). El maltrato psicológico, intimidación y temor de los progenitores. La tercera es el maltrato emocional, materializado en un amplio espectro de conductas, el maltrato económico, (robo de dinero o compras excesivas, destrucción de bienes), mencionando Holt (2015) que es un patrón que se establece con el objeto de ejercer poder y control sobre los progenitores.
Aroca, C., Lorenzo, M., Miró, C. (2014) encontraron más violencia en adolescentes con estilos de crianza permisivos y una menor disciplina de castigo, estrategias educativas con la intencionalidad de ignorar una mala conducta y controlar o vigilar las conductas de los hijos. Kendziora y O’Leary, 1993 mencionan “La dificultad para establecer normas y límites es lo más llamativo en las figuras parentales, así como la admisión del fracaso, y la petición de que alguien del exterior se ocupe de hacerlo”
En lo relacionado con variables personales Aroca et al., mencionan que la VFP se asocia con conductas de ruptura de normas, violentas, con agresiones en general y fracaso escolar, también con el consumo de sustancias, estilo impulsivo de conflictos sociales, síntomas depresivos y baja autoestima. Los adolescentes que ejercen VFP aprendieron que la agresión es necesaria para descargar la tensión que crean los conflictos y los desacuerdos.
Ibabe (2015) concluye que todas las estrategias coercitivas de disciplina se asocian moderadamente a la violencia filio parental, mientras que las no coercitivas no se relacionan. Esta asociación tiene una explicación bidireccional, y la autora sostiene, como García-Linares, et al., (2011), que “los problemas de conducta de los hijos determinan la utilización de estrategias de disciplina por parte de los padres que, quizá, de otro modo no serían necesarias.”
Mencionan Jaureguizar e Ibabe, 2012, e Ibabe 2015, que la falta de afecto e implicación paterna en la educación de los hijos, estarían vinculadas con la expresión de agresividad hacia los progenitores, los estilos más permisivos o democráticos se caracterizan por una mayor demostración de afecto, lo que en consecuencia daría una probabilidad menor de desarrollar conductas asociadas a la violencia filio-parental.
En definitiva, un clima familiar afectivo y de respeto y con relaciones adecuadas entre los padres y de estos con los hijos concurre como factor de protección de la violencia filio-parental, promoviendo el desarrollo de conductas prosociales en los menores, tanto en el ámbito familiar como en otros contextos. Al contrario, un clima familiar con violencia familiar, o altos niveles de conflicto, falta de comunicación y baja cohesión entre miembros, constituye factor riesgo para el desarrollo de la violencia filio-parental.
Los niños expuestos a violencia doméstica tienen representaciones más negativas de las situaciones de conflicto y más creencias negativas y valores negativos sobre las relaciones cercanas, (estereotipos de género, desigualdades entre hombre y mujer, y las relaciones con los demás), lo que puede dar lugar a problemas en el funcionamiento social/ emocional. Si el grado de la agresión se percibe por el niño como justificada o aceptable resulta relevante en el vínculo entre la exposición a violencia doméstica y los problemas de externalización. Si los niños ven un acto violento como normativo o aceptable, es probable que desarrollen la creencia de que la agresión puede ser apropiada o efectiva en relaciones cercanas.
De esta forma, quedan asentadas las bases del maltrato y la violencia doméstica en las futuras relaciones de pareja, de futuras mujeres maltratadas en el caso de las niñas, los autores que venimos revisando mencionan que la tendencia observada es que las niñas se identifiquen con el rol materno adoptando conductas de sumisión, pasividad y obediencia, y los niños con el rol paterno adoptando posiciones de poder y privilegio.
La permanencia intergeneracional de la violencia doméstica está inmersa en gran medida por la influencia de factores de tipo cultural y educacional. La diferente socialización del género y la aceptación social del uso de la violencia conyugal en función de los mitos existentes hace que los niños que crecen en hogares violentos interioricen creencias y valores negativos sobre las relaciones con los otros y las relaciones familiares.
Conclusión puede ser que los menores que exhiben patrones de conducta agresiva con el grupo normativo de iguales tienen muchas posibilidades de no ser aceptados por sus iguales, corriendo el riesgo de ser aislados o dirigirse hacia grupos desviados o agresivos. Mecanismos responsables de esta transmisión intergeneracional son el aprendizaje social, el modelo interno operativo, el apego, las creencias sobre los métodos más adecuados de disciplina o una personalidad hostil como consecuencia de sus experiencias infantiles. (Cantón y Cortés 2011).
El desarrollo de niños / jóvenes en un contexto desestructurado, violento y hostil, es bien probable que afecte a la personalidad en desarrollo, siendo lógico pensar que a medida que este contexto vaya resultando más complicado, existe una mayor probabilidad de que los daños que se generen vayan siendo cada vez mayores.
Al respecto de la violencia filio-parental un apunte sobre la adolescencia, etapa donde se van produciendo reajustes sociales y la búsqueda de la propia identidad, el desarrollo ideológico y de valores éticos y morales que guiarán a la persona toda su vida, así como el inicio de las relaciones de pareja y la apertura de nuevas relaciones sociales. Se van consolidando las relaciones con el grupo de iguales, figuras de apego horizontales, que dotan al menor de apoyo emocional e instrumental para la resolución de conflictos.
De la misma forma en el ámbito familiar van en aumento conflictos que ocasionan un mayor distanciamiento psicológico y emocional. En esta etapa es necesario redefinir las relaciones entre padres e hijos, los hijos han de ir reconociendo sus límites, y los padres han de integrar el crecimiento del menor, adecuándose ambos a la nueva situación creada.
Mencionan Calvete et al., (2011) que las diferentes formas de exposición pueden dar lugar en la adolescencia a diferentes tipos de conductas agresivas. El comportamiento agresivo proactivo, (deliberado y planificado para la consecución de un objetivo), está más relacionado con la observación de la violencia, (exposición indirecta). Por el contrario, el comportamiento agresivo reactivo que corresponde con una reacción de rabia, ira y hostilidad ante la percepción de la amenaza, queda más vinculado a experiencias de victimización (exposición directa).
González et al. (2013) mencionan que los adolescentes agresores se sienten rechazados por el padre, lo que indica un débil vínculo paternofilial, mencionan que prácticas super protectoras, o, al contrario, excesivo control apoyado en el castigo físico provoca respuestas agresivas. El hecho comprobado es que la violencia filio-parental ocurre, y aparece, en abundantes casos de los dos tipos de trastornos, internalizados y exteriorizados.
Al respecto de la VFP mencionan Calvete, Gómez y Orue en 2014 que ésta comporta una forma operativa específica entre agresor y víctima que adquiere, en ocasiones, la forma de “ciclo coercitivo”. Las madres y los padres de los niños y adolescentes maltratadores descubren que sus recursos habituales de reaccionar resultan ineficaces con sus hijos. Al utilizar amenazas o castigos los menores incrementan en intensidad y frecuencia su conducta violenta, lo que hace optar a los padres por la persuasión, la aceptación o la comprensión del hijo. Sin embargo, el menor no solo ignora estos gestos conciliadores, sino que reacciona con mayor desdén.
Es en este momento, cuando la figura parental entra en un estado de indefensión y sumisión cuando aumenta todavía más las exigencias del niño o adolescente, lo que lleva a los padres al enfado e indignación contundente. “Diríamos que las víctimas compensan o refuerzan el comportamiento del hijo desistiendo o cambiando de posición como respuesta del acto agresivo del hijo”. Aunque en ciertos casos los progenitores vuelven a la hostilidad y dureza, apareciendo una lucha de poder constante.
Black, Sussman, y Unger (2010), estudian la transmisión intergeneracional de tipos específicos de violencia para poder relacionar el vínculo entre la violencia doméstica en la familia de origen y la violencia de la pareja en relaciones íntimas subsiguientes. El estudio examina si los jóvenes-adolescentes que son testigos de violencia doméstica tienen más probabilidades de mostrar violencia en sus propias relaciones íntimas.  (N = 223). California. (18 a 27 años). El 58.3% fueron testigos de violencia psicológica en la familia de origen y experimentaron violencia psicológica dentro de sus propias relaciones íntimas (69.5%).
También se observó violencia física entre los padres (17,5%) y la experiencia en su propia relación íntima (27%). Existen importantes correlaciones entre presenciar agresión psicológica y experimentar agresión psicológica en la adultez emergente. También existieron correlaciones significativas entre presenciar violencia física inter parental y experiencia de violencia física en las relaciones posteriores.
Estas asociaciones de modelado de un tipo específico de violencia sugieren un apoyo para la transmisión intergeneracional de violencia porque las asociaciones entre la violencia parental observada y la violencia experimentada en relaciones adultas emergentes fueron claras para la misma forma de violencia utilizada, solo el mismo tipo de violencia se relacionó significativamente.
Los niños que han experimentado u observado violencia familiar pueden aprender a comportarse de una manera similar y no sólo emplear este tipo de conductas violentas para relacionarse con sus progenitores, sino también con su pareja o con sus hijos en un futuro (Gámez-Guadix y Calvete, 2012). Son varios los estudios revisados sobre la hipótesis bidireccional y la transmisión intergeneracional de violencia, donde la violencia observada en las figuras parentales representa el mayor riesgo de ocasionar violencia o víctimas en actos similares posteriores, los trabajos establecen una relación estadísticamente significativa entre la exposición a la violencia familiar en la infancia y las experiencias de violencia de pareja en la edad adulta.

Transmisión intergeneracional de la violencia. Violencia filio-parental

Melchor Alzueta S. Pamplona 2018