Síntomas del trauma. Cómo abordar el trauma. Terapias de recuperación. Extracto de Trauma y cuerpo. Mª Antonieta Bartolomé García. Pamplona, octubre de 2018
Síntomas del trauma
Los síntomas del trauma son el medio que utiliza el organismo para defenderse a sí mismo. Pueden ser estables, inestables o permanecer ocultos durante años. Por lo general no se dan uno a uno sino en constelaciones. A menudo se hacen más complejos con el tiempo y tienen una menor conexión con la experiencia traumática original. Aunque ciertos síntomas pueden sugerir un cierto tipo de trauma particular, no existe ninguno que sea exclusivamente indicativo del trauma que lo causó.
Las personas manifiestan los síntomas traumáticos de un modo diferente según la naturaleza y la gravedad del trauma, la situación en la que sucedió y los recursos personales y de desarrollo que el individuo tenía a su disposición en el momento de la experiencia. Los síntomas traumáticos están sujetos de tal manera al ciclo original que los causó, que se perpetúan a sí mismos, razón por la que el trauma resulta tan resistente a la mayoría de los tratamientos.
La lista de síntomas es ingente, por ello me limitaré a tratar aquí los más característicos que están en la génesis de todos los demás.
Los síntomas del trauma forman un proceso en espiral que empieza con unos mecanismos biológicos primitivos. En el centro de este proceso está la respuesta de inmovilización o de congelación, un mecanismo de defensa activado por el cerebro reptil.
Ante una amenaza la persona puede luchar, huir o inmovilizarse. Estas son respuestas de un sistema defensivo unificado. Si las dos primeras no funcionan la persona instintivamente busca la tercera, la inmovilización. Así la energía que se había generado para huir o luchar no tiene salida y se encuentra atrapada, ahora se convierte en ira y da paso a la frustración e impotencia. Esto provocará un trauma al no poder ser descargada. Así utilizando las palabras de Peter Levine la “biología se convierte en patología”. Cuando todo ello se empieza a renegociar y el trauma empieza a ser tratado podemos llegar a la descongelación, a salir de él. La clave está en separar la inmovilización, del miedo que va asociado a ella. Así “la patología se convierte en biología”[1] y se revierte el proceso del trauma.
El ciclo de excitación alcanza su grado máximo cuando nos movilizamos para hacer frente a la amenaza, después la excitación se desactiva y nos sentimos relajados y satisfechos. Las personas traumatizadas no terminan este ciclo, porque quedan paralizadas o inmovilizadas por el miedo.
Hay señales muy claras asociadas a la excitación. A nivel físico aumentan los latidos del corazón, la respiración se hace rápida y superficial, los músculos se tensan y se experimenta un sudor frío. A nivel mental también aumentan los pensamientos, hay preocupación y la mente está inquieta, se focaliza la atención y se “anestesian” los sentimientos[2]. Si reconocemos todo ello y dejamos que alcance su punto álgido para que pueda descargarse y fluir, podemos experimentar de modo natural temblores, estremecimientos, vibraciones, oleadas de calor, respiración profunda, palpitación cardíaca más lenta, sudoración calurosa, relajación de la musculatura y una sensación general de alivio, bienestar y seguridad.
Si tras un incidente traumático la energía no se descarga o integra, aparecerán, de una manera u otra, componentes del trauma que siempre estarán presentes: hiperexcitación, constricción, disociación y congelación (asociada al sentimiento de impotencia). El resto de múltiples síntomas del trauma irán apareciendo a partir de ellos.
La hiperexcitación es la semilla de los otros síntomas. Tras una experiencia traumática el instinto de supervivencia se pone alerta por si vuelve el peligro y por ello el sistema nervioso autónomo permanece permanentemente activado, lo que lleva a la persona a sobresaltarse con facilidad, dormir mal, irritarse a menudo. La persona revive de forma obsesiva el momento traumático como si estuviera ocurriendo en el presente. Tiene frecuentes flashback tanto despierto como durante el sueño, no hay descanso. Tiene una fijación con ese momento. Los recuerdos asociados al trauma no son lineales, son fríos y silenciosos y no tienen una narrativa verbal ni están inscritos en un contexto, son un conjunto de imágenes y sensaciones muy vívidas. La repetición obsesiva se da en los pensamientos, en los sueños y también en la acción.
La constricción afecta a todas las funciones y partes del cuerpo. El sistema nervioso actúa concentrando todos nuestros esfuerzos en la amenaza, se altera la respiración, el tono muscular y la postura. Los vasos sanguíneos de la piel, las extremidades y las vísceras se contraen para permitir una acción defensiva rápida a los músculos. La atención se fija en el entorno y se agudiza, el estado es de hipervigilancia. Si esta hipervigilancia y constricción no se descargan porque la persona se abruma o permanece inactiva, se canalizará de forma irregular hacia otros síntomas como ansiedad, ataques de pánico, imágenes intrusivas, etc.
Si la constricción no consigue hacer reaccionar al organismo para que se defienda, el sistema nervioso pasa a la acción y se vale de otros mecanismos como la disociación y la congelación.
La disociación es la paralización del sentido de percepción de una persona. Nos protege del dolor de la muerte en una situación de peligro inminente. Tiene diferentes grados puede ir desde un distanciamiento de la situación, hasta el síndrome de personalidad múltiple. Casi siempre incluye distorsiones del tiempo y la percepción y sobre todo una desconexión del propio cuerpo. El distanciamiento y la falta de memoria son los síntomas más obvios que se desarrollan a partir de la disociación. Aunque hay otros originados por ella que no son tan sencillos de reconocer como la negación o las indisposiciones físicas. Éstas pueden ser la consecuencia de una disociación parcial en que una parte del cuerpo está desconectada de las demás. Dolores recurrentes de cabeza, de espalda pueden ser la combinación de una disociación parcial con una constricción.
Frente a una amenaza abrumadora la respuesta es la congelación o el sentido de impotencia. Si la hiperexcitación es el acelerador del sistema nervioso, el sentido de impotencia abrumadora es el freno. El cuerpo en esa situación es incapaz de moverse. La persona sufre una sensación de parálisis tan profunda que no puede ni moverse, ni gritar, ni sentir, queda congelada.
La desconexión entre el cuerpo y el alma es uno de los efectos más importantes del trauma. La pérdida de la sensación en la piel es una manifestación física corriente del entumecimiento y la desconexión que la gente experimenta tras el trauma.
Cómo abordar el trauma. Terapias de recuperación
El proceso de curación empieza en nuestro interior. Es necesario liberar los síntomas de nuestra mente y de nuestro corazón, junto con la energía que está encerrada en nuestro sistema nervioso. Para resolver el trauma es necesario fluir en armonía entre el instinto, la emoción y el pensamiento racional.
Es básico para iniciar la recuperación establecer un sentimiento de seguridad, de confianza, de comunicación. La persona debe atender a sus necesidades básicas y transformar los comportamientos autodestructivos y poco a poco entrar en contacto con el entorno. Si el entorno apoya y protege a la persona será más fácil que el proceso de superación del trauma tenga éxito.
Recuperarse de un trauma implica recuperar el poder y establecer nuevos vínculos relacionales con la comunidad. Hay una serie de facultades psicológicas de la persona que quedaron dañadas por el hecho traumático vivido como son: confianza, autoestima, competencia, autonomía y poder. Sólo en contacto con otras personas y haciéndose responsable de su propia curación la persona podrá revertir el trauma y sanar.
La fase de recuperación de los recuerdos traumáticos es una fase compleja pero necesaria, hay que hacerlo con cuidado. Algunos métodos catárticos que fomentan un aluvión intensamente emocional del trauma pueden ser muy perjudiciales. Si la persona no está preparada para ello rememorar verbalmente el suceso traumático puede llevar a revivir la situación traumática sin conseguir darle realmente salida a la energía retenida en ese momento.
Existe un medio para recuperar el control que perdimos del cuerpo cuando las secuelas traumáticas se hicieron crónicas. Se puede estimular deliberadamente el sistema nervioso para que se excite, y entonces descargar la excitación suavemente. Es posible utilizar las sensaciones corporales como una guía capaz de revelar dónde experimentamos el trauma, para que nos dirijan a nuestros recursos instintivos.
Cuando iniciamos el proceso de curación utilizamos el denominado sentido de percepción. Es difícil definir qué es exactamente, porque no es un proceso lineal, a diferencia del lenguaje que sí lo es. Es el medio a través del cual experimentamos la totalidad de la sensación. Los sentidos físicos al igual que las emociones sólo aportan una parte de la información que constituye la base del sentido de percepción. La conciencia interna de nuestro cuerpo también aporta informaciones para entenderlo, e incluso los pensamientos pueden modificarlo. En el proceso de curación del trauma nos centramos en las sensaciones individuales, pero también en el trasfondo, integrándolo todo en una experiencia, en una unidad organizada de experiencia (Gestalt).
A través por tanto del sentido de percepción dejamos que el cuerpo “hable”, experimentando y siendo conscientes de lo que ocurra. El cuerpo se expresará a través de imágenes, recuerdos, emociones, discernimientos, intuiciones, sensaciones vagas o sutiles, etc. todo ello nos permitirá ir dando pasos en la curación del trauma. Las sensaciones provienen de los síntomas y los síntomas de la energía retenida, aprendiendo a reconocerlos se irá descomprimiendo y recuperando el cuerpo.
Más que en la emoción intensa, la clave para superar el trauma reside en la sensación corporal y en cómo el cuerpo experimenta estas emociones en forma de pensamientos y sensaciones. Cuando conseguimos entender cómo tiene lugar el trauma e identificamos los mecanismos que impiden resolverlo, empezamos a entender y reconocer cómo el organismo intenta curarse a sí mismo.
La fase del duelo es imprescindible en la curación del trauma. La psicoterapia ayuda a integrar los sucesos traumáticos, pero no puede borrar lo ocurrido. La persona aprende a aceptar la pérdida, del tipo que sea, que trae aparejada el trauma vivido. Es así como la persona llega a la fase clave de descongelación y poco a poco vuelve a reconectarse con la vida.
En esta fase es importante valorar aquellos aspectos del yo desarrollados a partir del suceso traumático, esto le da a la persona la dimensión de su propia transformación.
Dotar de un nuevo significado a su existencia descubriendo sus propios recursos, su fuerza interna y sabiduría le permitirá enfrentar con coraje situaciones difíciles que puedan darse en un futuro, es lo que llamamos resiliencia.
Técnicas de intervención:
Son muchas las técnicas de intervención con el trauma, aquí me limitaré únicamente a nombrar algunas.
Un referente en el trabajo con el trauma es Peter Levine y los autores que mencioné ya en la introducción de este escrito. Somatic Experiencing es el término que engloba su forma de abordar el trauma. Su intervención se centra en el trabajo corporal para descongelar lo que quedó congelado en el momento del trauma. Él defiende que el trauma es fisiológico y que hay que acceder al mecanismo fisiológico que gobierna la respuesta instintiva que paraliza la acción frente a un suceso traumático, para que el cuerpo se active y fluya de nuevo, revirtiendo de este modo el trauma provocado por la inmovilización.
Hay otros enfoques como la bionergética que permiten también trabajar con el cuerpo. Pueden ser de gran utilidad los ejercicios de arraigamiento y de centramiento. Al igual que todos aquellos ejercicios que supongan un trabajo emocional de liberación de la ira contenida y permitan una descarga de energía. Serán bienvenidas todas las manifestaciones de la descarga energética como temblores, vibraciones, etc. Podemos trabajar también con visualizaciones creativas que permitan canalizar de una manera más sutil e indirecta la ira no expresada, el miedo y otras emociones que pudieran haberse bloqueado al vivir los sucesos traumáticos.
El yoga, la meditación y cualquier técnica que nos permita trabajar con la respiración y la relajación progresiva ayudarán en el trabajo de reconexión. Técnicas que nos anclen en el aquí y ahora permitirán un trabajo sutil y efectivo.
Por supuesto que abordar el trabajo desde un enfoque gestáltico es una forma muy rica de intervenir para revertir el trauma y sus efectos. Trabajos con polaridades, cambios de rol, silla caliente y toda la batería de técnicas que faciliten el hacerse consciente de las sensaciones y cómo van fluyendo y transformándose a lo largo del proceso.
También se pueden utilizar en la intervención con el trauma técnicas como el EMDR (reprocesamiento y desensibilización a través del movimiento ocular rápido de los ojos). Es una técnica neuropsicológica que permite restablecer el equilibrio interno, haciendo que la información congelada, no digerida, asociada al trauma, que es revivida de formas diferentes una y otra vez y que aunque haya ocurrido en el pasado muy lejano, afecta a situaciones actuales, sea desensibilizada, procesada e integrada de forma adaptativa en el presente y de forma consciente.
El sujeto traumatizado no es consciente de las sensaciones físicas que precipitan las emociones de temor y las acciones amenazantes. No son conscientes de que sus reacciones están causadas por un recuerdo, les falta una fuerza organizadora central, que les ayude a colocar los elementos traumáticos en el contexto temporal y espacial correcto. El tratamiento del TEPT usando EMDR consiste en ayudar a los pacientes a superar las improntas traumáticas que dominan sus vidas, sensaciones, emociones y acciones que, aunque sean irrelevantes para la situación actual, son desencadenadas por estímulos internos o externos que reactivan antiguos estados mentales basados en el trauma.
La persona víctima del trauma no es que “aprenda” un esquema de indefensión con el que reacciona posteriormente. En el momento de la reacción disfuncional sintomática, la persona está indefensa, porque la experiencia almacenada del trauma previo, la inunda emocional y físicamente y la atrapa en un circuito de respuestas inadecuadas. Es decir, las experiencias previas de la situación traumática (el miedo, la vergüenza, la aceleración del pulso o la respiración, los pensamientos acompañantes…) son las que son almacenadas y “disparadas” por estímulos posteriores dando lugar a situaciones no adaptativas.
La emergencia de este material almacenado hace que el pasado se “actualice”. Al no producirse las conexiones y asociaciones internas adecuadas, la experiencia queda almacenada de la misma forma que en el periodo de tiempo en el que ocurrió y no se produce el proceso de aprendizaje que lleva a la resolución.
Utilizando el EMDR se facilita al paciente que durante el proceso de terapia pueda realizar nuevas conexiones y asociaciones entre el recuerdo no procesado y la información adaptativa contenida en otras redes de memoria. Esto traerá como consecuencia el cambio de las percepciones disfuncionales en otras más adaptativas y saludables.
Los nuevos aprendizajes requieren que se hayan hecho conexiones, dentro de las redes de memoria asociativa, entre las experiencias del pasado y el presente. El núcleo del trabajo del EMDR es potenciar las conexiones a través de esos canales asociativos de la memoria.
Desde este modelo conceptual, el trauma no está grabado primariamente en la conciencia de los sujetos, sino que estaría incrustado en las experiencias sensoriales. Aunque el diálogo y la adquisición de insight pueden servir de ayuda para que las personas adquieran una sensación de dominio. El EMDR entiende que es poco probable que esto influya o modifique las sensaciones corporales que son las que constituyen los motores de la repetición traumática continuada. El EMDR permitirá procesar las sensaciones corporales y emociones traumáticas y a partir de ahí, las atribuciones asociadas del yo y de los otros.
La cuestión fundamental en el trauma es conocer cómo la mente logra integrar la experiencia de forma tal que esté preparada para una amenaza futura, a la vez que es capaz de discriminar lo que pertenece al presente de lo que pertenece al pasado.
Bessel van der Kolk[3] menciona el neurofeedback, otra forma de abordar el tratamiento del trauma para reprogramar el cerebro.
El entrenamiento alfa-theta es uno de los procedimientos de neurofeedback que inducen a un estado hipnótico. Este método busca que las ondas del cerebro alfa puedan actuar como un puente del mundo externo al interno y viceversa, para así revertir los patrones fijados en el momento del trauma.
El mismo autor menciona las posibilidades terapéuticas del teatro como formas de abordar el trabajo con el trauma. Aunque no voy a entrar en desarrollar este punto si mencionaré a autores como Alain Vigneau que podría ser un exponente interesante para ilustrar este tipo de trabajo. “La terapia y el teatro, en palabras de Tina Packer, son intuiciones en estado puro. (…) Lo que hace que la terapia sea efectiva es la resonancia profunda y subjetiva y esa profunda sensación de verdad y veracidad que habita en el cuerpo”.
[1] Peter A. Levine y Ann Frederick: Curar el trauma descubriendo nuestra capacidad innata para superar experiencias negativas, Ediciones Urano, Barcelona, 1999, pág. 117..
[2] Término tomado de Ana Mª Berruete: Apuntes de tesina sobre el trauma, publicados por Instituto Ananda, Pamplona, Formación en Gestalt, página 2
[3] Bessel van der Kolk, M.D.: El cuerpo lleva la cuenta. Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma, Editorial Eleftheria, Barcelona, 2015. Cap. 19, págs. 230 y siguientes.
Conclusión
¿A qué se debe que los animales de presa no domesticados rara vez se traumaticen? En su entorno natural sus vidas se ven constantemente amenazadas.
Sin embargo, no se traumatizan. Al observarlos en estado salvaje se ha podido constatar que tienen una capacidad innata para recuperarse del peligro. Se sacuden la energía residual al temblar, mover rápidamente los ojos, sacudirse, jadear y completar movimientos motores.
Mientras el cuerpo comienza a recuperar su equilibrio, se puede observar al animal respirando espontáneamente en profundidad. La respiración surge desde un lugar profundo de su organismo. Todo esto forma parte del mecanismo normal de autorregulación y homeostasis. La buena noticia es que compartimos esta misma capacidad con los animales.
Entonces ¿por qué los humanos padecemos los síntomas del trauma? Somos más complejos y al estar dotados de un cerebro racional superior, sencillamente pensamos demasiado. Además, pensamiento y juicio van juntos a menudo. Los animales no juzgan sus sentimientos y sensaciones. No hay sentimientos de culpa, vergüenza, o reproches. El resultado es que no impiden el proceso de sanación que lleva de regreso al equilibrio y la homeostasis como lo hacemos nosotros.
El trauma no puede ser ignorado, es la cicatriz del estrés Es una parte inherente a la biología primitiva que nos ha traído hasta aquí. La única manera en que seremos capaces de liberarnos, individual y colectivamente, de la representación de nuestros legados traumáticos, será transformándolos a través de la renegociación.
Lo importante independientemente de lo que haya pasado es poder dar sentido a lo que ocurrió. Es importante poner nuestra experiencia en palabras para desarrollar nuestro potencial como seres humanos. El problema es que, a pesar de que un evento pueda haber desaparecido de la memoria consciente, el cuerpo no olvida. Hay un imperativo fisiológico para completar los impulsos sensomotrices incompletos que se activaron antes de que el cuerpo fuera capaz de regresar a un estado de alerta relajado.
Las personas traumatizadas son incapaces de superar la ansiedad de su experiencia, quedan abrumadas, vencidas y aterrorizadas por el incidente, presas de miedo e incapaces de reengancharse a la vida. No todas las personas que sufren un suceso traumático quedan traumatizadas. El proceso de curación resulta más efectivo cuanto menos dramático y más gradual es. Todos tenemos la capacidad de curar el trauma. Para liberarnos de nuestros síntomas y miedos hay que despertar nuestros profundos recursos psicológicos y utilizarlos conscientemente. La energía que se congeló en el momento de la experiencia traumática debe fluir y a ello nos ayuda despertar nuestro lado instintivo y sensible. La propia persona tiene los recursos necesarios para salir de esa situación de inmovilización, incluso muchos años después de haber vivido la experiencia traumática.
El trauma no resuelto nos puede llevar a ser víctimas eternas o eternos pacientes de terapias diversas. Los síntomas traumáticos pueden ser tanto fisiológicos como psicológicos, intensos y globales o sutiles y elusivos. El quid de la cuestión es comprender que el trauma representa un instinto no llevado a término, que moviliza mucha energía para salir de la situación, pero que a la vez es frenada impidiendo que se exprese y resuelva la situación amenazante.
Muchas culturas incluida la nuestra, son víctimas de una actitud comúnmente aceptada de que la fuerza significa aguante; de que ser capaz de seguir adelante a pesar de la severidad de los síntomas, es de algún modo heroico. La mayoría aceptamos esta pauta social sin siquiera cuestionarla. Mediante la utilización de la corteza cerebral, de nuestra capacidad de razonar, es posible dar la impresión de que se ha atravesado más de un incidente amenazante, incluso una guerra sin el menor rasguño, y eso es exactamente lo que muchos de nosotros hacemos. Seguiremos adelante como héroes con los labios apretados, como si no nos hubiera pasado nada. Así los efectos traumáticos se irán haciendo más graves, se fijarán firmemente y se harán crónicos. El verdadero heroísmo consiste en reconocer la propia experiencia, no en desterrarla o negarla.
La sanación y transformación del trauma es un camino hacia el despertar. Dejamos la ilusión de seguridad y aprendemos a ser de una forma nueva. Al liberar todas esas energías congeladas en el trauma se abre nuestra sensibilidad más creativa. Dándole al instinto el lugar que le corresponde nos rendimos al presente al “eterno ahora”. Al ir resolviendo nuestros traumas vamos reencontrando las partes ausentes de nuestro ser, las que nos hacen sentirnos completos y descubrimos el conocimiento simple pero muy vital de “yo soy yo y estoy aquí”. La sanación del trauma nos hace conscientes, nos trae de vuelta a casa. Sanar el trauma nos conecta con el impulso de vida. Es un camino hacia el despertar y hacia la creatividad.
Bibliografía
1.- Peter A. Levine y Ann Frederick: Curar el trauma descubriendo nuestra capacidad innata para superar experiencias negativas, Ediciones Urano, Barcelona, 1999.
2.- Peter A. Levine: Sanar el trauma. Un programa pionero para restaurar la sabiduría de tu cuerpo, (+ 12 audios de ejercicios de somatic experecing, )Ed. Neo Person, Madrid 2012
3.- Pat Ogden, Kekuni Minton y Clare Pain: El trauma y el cuerpo. Un modelo sensoriomotriz de psicoterapia, ed.Biblioteca de psicología Desclée de Brouwer, Bilbao 2009
4.- Bessel van der Kolk, MD: El cuerpo lleva la cuenta. Cerebro , mente y cuerpo en la superación del trauma. Editorial Eleftheria, Barcelona 2015
5.- Pau Pérez Sales: Trauma, culpa y duelo. Hacia una psicología integradora. Programa de autoformación en psicoterapia de respuestas traumáticas,(2ª Edición), Ed. Bibioteca de psicología Desclée de Brouwer, Bilbao 2006
6.- Ana Mª Berruete: El trauma. Una aproximación Gestáltica. Apuntes de tesina sobre el trauma, Instituto Ananda, Pamplona, 2015
7.-Mónica Ventura: EMDR: Una estrategia para el manejo del trauma emocional, Presentación PowerPoint
8.- Graciela Lauro: Entrevista con Anngwyn St. Just: “El desafío de volvernos más grandes que lo que nos pasó”