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Psicoterapia, gestalt y espiritualidad - Iñaki Viscarret

El Llamado Espiritual.

La espiritualidad es una llamada, un anhelo, un susurro que, desde la lejanía, evoca el recuerdo de algo que se intuye, se siente, se desea. Es el recuerdo de la conciencia de Dios que mora en el interior de uno esperando repuesta. Es sentir e intuir que existe una realidad mayor de la que experimentamos normalmente con los sentidos ordinarios. Una conciencia que se expande más allá de nuestro cuerpo físico y de nuestra realidad mental y material ordinaria, que nos conecta con todo y que nos abre a experiencias y potencialidades mayores. Más allá de las restricciones de la conciencia ordinaria se expande y se muestra nuestra verdadera realidad espiritual o divina.
Como decía Willian Blake:
“Si las puertas de la percepción se depurasen, todo aparecería a los hombres como realmente es: infinito. Pues el hombre se ha encerrado en sí mismo hasta ver todas las cosas a través de las estrechas rendijas de su caverna.”
Esta es la idea que nos han transmitido también los grandes guías y maestros de oriente y occidente. Vivimos en la ilusión de la separación y de la limitación, maya, sin ser conscientes de nuestra verdadera identidad y origen, restringidos por las percepciones de los sentidos. Es el resultado de una creencia profundamente arraigada en el subconsciente individual y colectivo de la raza humana, que nos hace sentirnos separados, y ante la cual subyugamos y nos postramos sin saber salir de esta caverna auto construida y auto sostenida. Una práctica terapéutica o espiritual nos debe ayudar a refinarnos, a pulirnos, con el objetivo de trascender los aspectos limitantes de nuestra propia experiencia y condición; para ir más allá de la limitada percepción que nos hace sufrir y nos impide vivir. Creo que el despertar de la conciencia se va dando de a poco aunque hay personas que dicen haber alanzado estados de despertar o de iluminación de manera súbita o repentina a través de episodios de catarsis o de crisis extremas.
En mi experiencia personal, hasta el momento, el despertar de la conciencia es el resultado de un proceso lento, a veces arduo y costoso, a veces con más retrocesos que avances; un proceso de integración, de práctica, de crecimiento, de observación y de trascendencia que va sintonizando a la persona con realidades y aspectos de la conciencia cada vez más sutiles y elevados. No todas las personas seguimos el mismo camino ni perseguimos el mismo fin. Cada vida tiene su propio dharma, como expresa la tradición yogui, cada persona tiene su propia misión, sus experiencias que vivir y sus lecciones que aprender. Encontrar y aceptar está misión quizás sea unos de los mayores retos del buscador espiritual y del hombre consciente.
El Bhagavad – Gita nos advierte al respecto:
“Más conviene a un hombre su dharma aunque sea imperfecto, que el de otro, aunque sea superior. La perfección la alcanza uno cumpliendo su dharma, aunque sea menos elevado que el de los demás.”
Para poder acceder a esta verdad o revelación debemos estar conectados con nuestro interior, con nuestro Ser, con nuestra alma, para ver las señales que la vida nos pone delante, para aceptar y rendirnos a lo que esta quiera decirnos y ver hacia dónde esta quiere guiarnos. Pero en una sociedad de tendencia patriarcal en dónde hemos encumbrado a la mente en bastión de toma de decisiones se hace necesario desarrollar otros centros, sensibilizarse con otro tipo de señales, más intuitivas, menos racionales, más corporales y sensoriales. Señales sutiles que nos envía el alma a través del cuerpo, a través de sucesos aparentemente insignificantes, de susurros cercanos, de señales silenciosas. El ego nos hace perdernos de nuestro propio camino, al ego le gusta tener razón, cree saber lo que es bueno para uno, persigue ideales prestados y sueños introyectados. Nos hace creer mentiras y nos lleva por caminos sin salida. Eduard Bach, en su libro “La curación por las flores”, afirmaba que las enfermedades son producto de un conflicto entre el alma y la personalidad. La enfermedad es el fruto de un conflicto entre el alma y la personalidad. El alma representa nuestra orientación trascendente, y la personalidad, los intereses inmanentes. El conflicto entre ellas dramatiza la lucha entre la voluntad de transformación y de evolución frente a la de conservación y resistencia al aprendizaje; entre el anhelo de crecimiento, por una parte, y el deseo de bienestar, por la otra.
Creo que hoy en día, estamos excesivamente identificados con el cuerpo, lo físico y lo material, a todos los niveles. No damos espacio a lo espiritual, a lo sutil, a lo mágico, a lo misterioso. Todo tiene que ser medible, predecible. Buscamos la seguridad de una realidad material y necesitamos tenerlo todo controlado, bien atado. Tenemos pavor a lo desconocido, a lo descontrolado. En una sociedad donde priman los valores hedonistas y materialistas; el bienestar y el consumo, no existe lugar para aquellas cosas que se escapen o entren en discordia con el ideal de hombre y de sociedad que nos quieren vender, que nos tratan de imponer. Vivimos en la superficie de las cosas y sólo vemos lo evidente y aparente, desterramos la enfermedad y el dolor, aquello que nos incomoda o nos estorba y que no encaja con ese ideal; somos incapaces de ver la totalidad de la Vida Una que se manifiesta y creemos saber cómo deben ser las cosas. Negamos aquellas partes de la vida que nos estorban, escondemos la enfermedad y etiquetamos las cosas como buenas o malas en función de nuestras preferencias infantiles, de nuestra estrecha mirada. No sabemos abrazar la Vida en su totalidad, no sabemos rendirnos, entregarnos, acoger cada momento y cada espacio. La Vida es y se manifiesta plenamente a cada instante, la Vida no se da a medias, se da siempre en plena totalidad, pero nosotros creemos saber qué aspectos de la misma son convenientes y aceptables y cuales son injustos o reprobables. Fragmentamos la vida y la realidad como un reflejo de nuestra propia fragmentación interna. No somos capaces de ver los hilos que tejen la realidad enlazando unas cosas con otras, dando totalidad y coherencia al conjunto y negamos muchas veces lo que es evidente y se manifiesta de frente.
La realidad y la conciencia es algo realmente amplio y complejo, mucho más de lo que pensamos o nos imaginamos la mayoría de las personas. La realidad que normalmente percibimos los humanos en nuestro estado de vigilia ordinario no es mas que una minúscula parte de un aspecto inmensamente más amplio, rico, vivo y complejo. Vivimos, como decía Platón, dentro de la caverna, consolándonos con las sombras del reflejo de una realidad viviente mucho mayor y trascendente; que nos atrae, nos motiva, nos alimenta y sustenta. Existen dos facultades de nuestra conciencia que, dependiendo de su uso y del enfoque que les demos, determinan en gran medida nuestras experiencias de vida. Son la atención y la intención. Estas dos facultades pueden funcionar de manera consciente, sostenidas por la voluntad y la fuerza de nuestra conciencia, o de manera inconsciente, alimentadas por las ideas o sensaciones que anidan en nuestro inconsciente. De nosotros depende el camino que elijamos y las elecciones que tomamos a cada segundo alimentaran y surcaran esas rutas. Asentar nuestra conciencia en experiencias y aspectos del ser cada vez más elevados requiere de un trabajo continuo y de una observación constante de uno mismo. Hace falta una técnica adecuada, una constancia y una disciplina en su práctica, además de un trabajo de auto observación y honestidad sobre los aspectos de nuestra realidad que nos alejan y nos distraen de estos objetivos.
Gurdjeff, en este sentido, hablaba de la observación de las funciones del hombre, no por sus funciones mismas, sino para extraer consciencia de ellas. La enseñanza entera apuntaba a esto. Todo el estudio de las leyes y los fenómenos tenía que apuntar a generar consciencia. El hombre, en su regular estado de vigilia era, en su mayor medida, inconsciente. Mediante esfuerzos sistemáticos y consistentes, podía volverse consciente. El recuerdo de sí era el esfuerzo específico para ser consciente. En cada momento y circunstancia, el hombre estaba llamado a recordarse a sí mismo. Es un esfuerzo separarse de cualquier mundo imaginario que pueda haberse permitido hace un momento, para regresar a la realidad presente. Para ello es necesaria una verdadera revisión personal y un continuo auto observación con el objetivo de desmontar y descomponer todos los aspectos propios adquiridos que nos limitan de múltiples formas. El ego, yo sintético o falso yo, es una entidad compleja, construida y constituida a través de experiencias emocionales de la infancia, de creencias limitantes, llámense introyectos o ideas locas, que conforman nuestra realidad personal, la moldean y la condicionan.
Sólo conociendo al “enemigo”, podremos observarlo, identificarlo y desmontarlo al dejar de alimentarlo. El ego necesita de nuestra atención y de nuestra energía para poder vivir. Es una elección a cada instante, un trabajo constante. El trabajo psicológico y terapéutico y la práctica espiritual deben ir de la mano, cada uno actuando en su campo de acción, en cooperación y sincronía, para ir superando los escollos y las dificultades que nos mantienen atados a las frecuencias más bajas y nos permitan elevarnos sobre ellas cada vez más hacía estados más elevados de la conciencia. Tanto la física cuántica como los grandes maestros de todos los tiempos han apuntando la posibilidad de que gran parte de la realidad la estemos creando nosotros mismos a través de nuestra creencias y pensamientos, a través de estos prismas distorsionados, tanto a nivel individual como colectivo. Tenemos el poder y el potencial de crear mundos y realidades pero para ello debemos integrar todo nuestro ser en aras a una creación consciente, sólida y coherente; sin dudas ni fisuras. Un trabajo verdaderamente honesto, creativo y atrevido a la hora de cuestionar estas ideas fijas sobre nosotros y los demás puede abrirnos a nuevas realidades propias y colectivas. Pero hace falta valentía, atrevimiento y voluntad, pues quién más quién menos nos sentimos cómodos en nuestra zona de confort y nos da vértigo y miedo asomarnos a nuevos y desconocidos horizontes.
El Enfoque Transpersonal- Un Puente Entre Psicología Y La Espiritualidad.
La psicología transpersonal es una rama de la psicología que integra los aspectos espirituales y trascendentes de la experiencia humana con el marco de trabajo e investigación de la psicología moderna. El término transpersonal significa “más allá” o “a través” de lo personal, y se refiere a las experiencias, procesos y eventos que transcienden la habitual sensación de identidad, permitiendo experimentar una realidad mayor y trascendente. Sus investigadores estudian lo que consideran los potenciales más elevados de la humanidad y del reconocimiento, comprensión y actualización de los estados modificados de consciencia, unitivos, espirituales y trascendentes. La psicología transpersonal surge como “cuarta fuerza” tras la Psicología Humanista, que estudia el Desarrollo Personal y el Potencial Humano. Constituye una comprensión diferente del psiquismo, la salud, la enfermedad y el desarrollo personal y espiritual. Estudia, directamente y en profundidad, el funcionamiento del ego y la dimensión espiritual del ser humano. Abraham Maslow, uno de los principales precursores de la psicología humanista, ya se interesó en aquéllas posibilidades que iban más allá de la autorrealización, donde el individuo trasciende los límites de la identidad y la experiencia ordinaria.
“Considero que la psicología humanista, la psicología de la tercera fuerza, es un movimiento de transición, una preparación para una cuarta psicología, superior a ella, transpersonal, transhumana, centrada en el cosmos, más que en las necesidades e intereses humanos. Una psicología que va más allá de la condición humana, de la identidad, de la auto-realización”.
En la configuración de la Psicología Transpersonal se fueron fusionando conocimientos y técnicas que ya habían existido en Oriente desde hacía varios siglos: el Budismo Zen y Tibetano, el Taoísmo, el Sufimo, el Vedanta, y la sabiduría de pueblos originarios de América, generaron técnicas y conceptos referidos a cada aspecto del psiquismo humano: las emociones, su relación con el pasado o el futuro, el vínculo con su cuerpo, sus sueños, su interacción con los demás y con una concepción más grande de la vida tal como se entendía en pensamiento occidental. Los recientes aportes de las Neurociencias y las hipótesis formuladas por las últimas investigaciones de la física cuántica han sido decisivos para lograr una mayor confirmación de cómo las antiguas técnicas de Oriente tienen un valor innegable a la hora de trabajar el desarrollo de la conciencia y el bienestar integral de la persona. Durante mucho tiempo, en el ámbito de la intervención psicológica y terapéutica, ha habido una especie de rivalización entre aquellas escuelas que defendían enfoques basados en la tradición occidental y aquellas que defendían enfoques de corte más oriental. Unas se desprestigiaban a otras tratando de imponerse como estandartes de la verdad.
Ken Wilberr en su libro, “El espectro de la conciencia”, expone y defiende como cada enfoque y práctica espiritual o terapéutica actúa e influye en un determinado nivel de la conciencia. La Conciencia, en la concepción más amplia de la palabra, es la realidad de donde todo emana y que todo lo abarca. Es la energía creadora y sostenedora de todos los universos, la Mente Universal y Creadora. Está Conciencia o Inteligencia Suprema tiene diferentes niveles o dimensiones, desde la conciencia más densa del mineral hasta la Supraconsciencia, Unitaria e Infinita, nos encontramos una infinitud de grados, expresiones y manifestaciones de una misma realidad. Los enfoques occidentales, a través de sus prácticas y planteamientos, se dirigen y se enfocan hacia aspectos más egoicos y personales del individuo. Buscan mejorar los aspectos personales del individuo de cara a mejorar su calidad de vida. Se centran en reforzar el ego al integrar el yo, en corregir la auto imagen de uno mismo, en adquirir seguridad y coherencia, en los aspectos prácticos y relacionales de la persona, en integrar sus emociones reprimidas y atender sus necesidades, persiguen una mayor plenitud y bien estar a través de la reducción de las neurosis propias del ego. Por su parte, el objetivo primordial de los enfoques orientales no es el de reforzar el ego, sino el de trascenderlo de un modo total y completo, para alcanzar la liberación, la virtud de lo absoluto y la iluminación. Estos enfoques pretenden conectar con un nivel de la conciencia que ofrece una libertad total y la liberación completa de la raíz de todo sufrimiento, los enfoques orientales y occidentales son, por consiguiente, asombrosamente dispares, pero ello no debe sorprendernos, ya que los objetivos son distintos porque también lo son los niveles de la conciencia sobre los que actúan. (Ken Wilberr, p.26)
Dicho esto podemos afirmar que los enfoques orientales y occidentales no son excluyentes sino complementarios, inclusivos y necesarios. Cada cual actúa y trabaja una parte de la realidad del ser humano, de la Conciencia y, cada persona, en función de su situación personal o de su momento vital y evolutivo necesitará trabajar con uno u otro enfoque. Como la conciencia es Una y los diferentes niveles de la misma están superpuestos y se relacionan unos con otros, cualquier trabajo que hagamos sobre un aspecto de la conciencia afectará al resto de la misma. Veo en la psicología transpersonal un puente, un modelo integrativo e incluyente que abarca tanto los aspectos propios de enfoques occidentales como aquellos que pertenecen a la tradición oriental. Sin desprestigiar ninguno de ellos y usándolos de modo complementario, coherente e intuitivamente, permite dar cabida a un mayor número de aspectos, inquietudes y dimensiones inherentes al ser humano. A parte de los aspectos personales propios de la psicología occidental abarca aspectos de la humanidad, la vida, el psiquismo y el cosmos que antes eran experimentados como ajenos o pertenecientes al ámbito de la fe y de las creencias. Por otro lado, las experiencias transpersonal, debido a la correlación que comentábamos entre los diferentes aspectos de la conciencia, suelen ir acompañadas de cambios psicológicos importantes, duraderos y beneficiosos que se reflejan en lo cotidiano, ya que pueden proporcionar una sensación de sentido y transcendencia ante la vida, pueden ayudarnos a superar crisis, traumas o dificultades personales y existenciales a la vez que despiertan una visión compasiva e inclusiva de la humanidad, el planeta y la Vida en su totalidad.
El Enfoque Trascendente De La Terapia.
Hacia una actitud realmente responsable. Aquí se nos abre una puerta al cambio, a la transformación. Porque en la medida en que me identifique con esos patrones y crea que esos aspectos personales soy yo, como mucho podré cambiarlos o tratar de modificarlos pero difícilmente podré trascenderlos. Cambiaré mi personaje, lo modificare, lo haré más agradable, más sociable o saludable pero seguirá siendo un falso yo, una máscara, una falsa identidad. La conciencia, la presencia y el Ser nos abren el camino a una nueva forma de ser y estar en el mundo. En la realidad de la conciencia todo está conectado, todo forma parte de un Todo, de una realidad Mayor y todo está entrelazado. Cualquiera de las partes afecta al Todo. Vivimos en un universo causal, dónde cada efecto tiene su causa y cada causa genera un efecto. Si agudizamos la mirada y vemos más allá de lo aparente veremos como unas cosas se entrelazan con otras y como cada parte influye en el todo. Sólo buscando y actuando en las verdaderas causas de los síntomas podremos generar un cambió real y duradero en los efectos, en aquellas circunstancias vitales que nos son incómodas o desagradables. No vemos esto porque tenemos la atención centrada en la superficie de las cosas, en la forma, en la apariencia. Parte del sueño colectivo en que vivimos es este, que sólo vemos lo aparente, lo superficial, lo material. Vemos la realidad separada, fragmentada, fruto de nuestra propia fragmentación interior. Nos cuesta llegar al fondo de las cosas, ver como unas se unen con otras, ver como se relacionan, como se conectan, como se influencian. Necesitamos desarrollar nuestra visión interior, una visión que vea más allá de los fenómenos físicos, ver la conexión energética que une todas las cosas.
Por debajo de esta realidad aparentemente fragmentada y separada hay una energía y una conciencia que tiende a la unidad, una fuerza integradora que nos impulsa a buscar la totalidad y la plenitud de la Vida y de la experiencia del Ser. Es el eco de la voz de nuestra alma que susurra el camino de vuelta a casa. Esa fuerza integradora de unidad siempre está, es nuestro núcleo y nuestra esencia; actúa de diferentes formas y busca diversos caminos de acción en función de cada persona y de cada experiencia de vida. Está el potencial de esta fuerza y de este logro, pero no todos escuchan el llamado ni todos reman en esa dirección. La fuerza y la inercia del ego nos llevan por el camino opuesto, nos lleva a la fragmentación, se alimenta del miedo y nos lleva a proyectar en el exterior la responsabilidad de nuestras circunstancias internas. Es un mecanismo inherentemente inmaduro e inconsciente que no se responsabiliza de sus circunstancias de vida; gusta ser víctima o verdugo, gusta poner fuera la responsabilidad de lo que le pasa dentro. Y así alimenta el sufrimiento y la sensación de incapacidad e impotencia ante la vida. El ego es una identidad creada por nuestra propia consciencia infantil distorsionada; un mecanismo de funcionamiento neurótico que creamos para adaptarnos a un entorno que no entendíamos y que no nos comprendía. En una sociedad mayoritariamente neurótica y egótica casi nadie dice lo que piensa, hace lo que siente, ni siente lo que dice. La apariencia ha tomado el lugar de la presencia, de nuestra esencia.
El ego está formado por el conjunto de experiencias emocionales desagradables que vivimos en la infancia y por las creencias limitantes que se generaron a partir de estas. Es una entidad auto creada, es un falso yo, un yo sintético, que acaba tomando fuerza, vida propia y, sin apenas darnos cuenta, toma las riendas de nuestra vida y vive por nosotros. Decide, actúa, piensa y siente por nosotros sin que apenas nos demos cuenta. Al ser algo general y socialmente aceptado, lo vivimos con normalidad y naturalidad a pesar del sufrimiento individual y colectivo que está forma de existencia conlleva. Esto nos lleva a vivir en una reacción continua ante nuestra experiencia del mundo. Y cuándo se vive en la reacción, la única actividad que parece tener algún valor es aquella que recibe el apoyo, el reconocimiento y la recompensa del mundo exterior y de la gente que hay en él. Buscamos siempre aprobación y reconocimiento y así, actuamos en función de lo que creemos que los demás esperan de nosotros y no en función de nuestras propias necesidades, impulsos y deseos personales. Las reacciones siempre son inconscientes, reaccionamos ante el mundo en función de lo que nos pasó en el pasado o en función de lo que creemos o queremos que nos pase en el futuro. La reacción siempre busca un objetivo que nunca consigue, nos mantiene atado a nuestro mecanismo neurótico y nos priva del potencial de la experiencia que se abre en el ahora. La reacción es siempre inconsciente y condicionada, carece de frescura, de espontaneidad y nos deja insatisfechos. No existe un movimiento real y auténtico en ella y sólo refuerza un mecanismo de actuación que es conocido y predecible.
Una de las transformaciones más potentes que podemos experimentar en la vida es la que nos lleve de una vida de reacciones a una vida de respuestas; la que nos lleve del victimismo a la responsabilidad. Este ajuste causal interior de nuestra percepción del mundo y, por tanto, de nuestras interacciones con él, mejorará la calidad de nuestra experiencia vital. El ego es un mecanismo reactivo, reacciona ante la vida en función de las experiencias que ha vivido. Y las reacciones son siempre inconscientes. Sólo poniendo conciencia en nuestra vida, alumbrando nuestras sombras y aceptando lo que nos ocurre en un momento dado como lo mejor que nos puede ocurrir, llegaremos a un lugar de rendición y gratitud que nos permita vivir desde otro enfoque más pleno y amplio.
Los Enfoques Integradores.
El ser humano está compuesto por diferentes cuerpos, diferentes aspectos o espectros de una misma realidad que coexisten, se influencian y se desarrollan simultáneamente. Tomando una analogía para ello podemos usar el cuerpo físico, el más visible y denso de ellos. El cuerpo físico del hombre está compuesto por diferentes órganos (corazón, riñones, pulmones, páncreas, intestinos), cada uno de los cuales está relacionado con una actividad específica (digestiva, respiratoria, excretora) Todos los órganos funcionan y se influencian mutuamente, forman parte de una unidad mayor y están en continua relación. Sin embargo, parte de la ciencia “moderna” y el pensamiento moderno, por llamarlo de alguna forma, trata y estudia estos órganos de manera separada, como si funcionasen de manera independientemente y no tuvieran relación entre ellos. El médico experto en digestivo sabe del sistema digestivo, el del respiratorio sabe mucho de ese sistema, el endocrino del suyo… pero de nuevo se olvidan de la unidad que existe en el organismo y obvian que el funcionamiento de un órgano afecta e influye al resto de órganos y al organismo en general. Si vamos más allá nos encontramos no sólo eso sino que además no ven la relación entre los diferentes cuerpos o centros del ser humano. La medicina alopática, excepto en contadas ocasiones, no suele tener en cuenta factores emocionales o psicológicos que están desencadenando o favoreciendo en las personas el desarrollo de sus síntomas físicos. De nuevo se hace evidente el sistema fragmentado que tenemos de ver e interpretar la realidad y sus desastrosas consecuencias.
Esta medicina actúa así en pleno siglo XXI, obviando el conocimiento que ya tenían medicinas antiguas mucho más avanzadas que la actual, no en tecnología o en determinados tratamientos quirúrgicos, pero si a la hora de observar la realidad y de ver las interacciones y relaciones de unos órganos con otros y de unas funciones del ser humano con otras. En la actualidad están surgiendo muchas corrientes relacionadas con la medicina y la terapia que adoptan enfoques integradores y holísticos a la hora de tratar y de trabajar con las personas. Estos son los únicos enfoques que pueden tener un impacto real sobre el bienestar y la salud, ya que somos unidades indivisibles que formamos parte de otras unidades mayores. Sólo viendo la relación existente entre todo lo que existe podremos tratar eficazmente dolencias o síntomas; buscando el origen y la causa de algo podremos actuar sobre ello para que se produzca un cambio significativo en los efectos.
De La Fragmentación A La Unidad.
Estamos acostumbrados a tener la mirada y la atención puesta en el “afuera”. Nos perdemos en el mundo de los fenómenos físicos, en el mundo de las apariencias, en la ilusión de maya. Así, vemos y creemos sólo en la realidad separada y fragmentada que se presenta ante nuestros ojos físicos, en la realidad material. Esta realidad, más allá de su apariencia física separada, tiene una conexión íntima entre sus partes, una conexión energética, pero no somos capaces de percibirla sino agudizamos nuestros sentidos y cuestionamos ciertos paradigmas y creencias fuertemente arraigados en nuestro subconsciente. Vivimos en un mundo de tendencia fuertemente materialista, muy influenciada todavía por la física newtoniana y sus postulados y, como consecuencia de ello, tenemos nuestra atención centrada principalmente en la superficie de las cosas. Nuestra realidad está sustentada en múltiples y variadas creencias, la mayoría de ellas inconscientes y limitadas. Una de estas creencias es la creencia de la separación, creemos que estamos separados cuándo esto no es verdad. Pero es una creencia tan fuertemente arraigada y aceptada que casi la totalidad de los seres humanos la experimentamos como real.
La realidad se adapta a nuestra creencias, o dicho de otro modo, adaptamos nuestras experiencias a las creencias que tenemos sobre la realidad. De este modo, nos movemos en un mundo que nos resulta cómodo y conocido pero no por ello satisfactorio o relevante. Para trascender esta creencia de separación, y las experiencias asociadas a ella, y abrirnos a otras realidades de la existencia necesitamos cuestionar gran parte de las ideas que hoy en día asumimos como reales e inamovibles. También el hombre creyó en un tiempo que la tierra era plana o que el sol giraba alrededor de la tierra. Estas ideas que hoy nos parecen absurdas e infantiles tuvieron un peso importante durante parte de la evolución de esta civilización. Al igual que estas ideas fueron cuestionadas y cayeron por su propio peso quizás debamos hoy cuestionarnos otras ideas que, aunque socialmente aceptadas y de gran peso a la hora de configurar nuestro paradigma actual, puedan ser igualmente erróneas o pueriles.
Más allá de toda apariencia externa o manifestación debe haber siempre una realidad sustancial. Esta es la ley. El hombre, al observar y examinar el universo, del cual es una unidad, no ve otra cosa que un cambio continuo en la materia, en las fuerzas y en los estados mentales. Ve que nada Es realmente, que todo se transforma y cambia. Nada permanece: todo nace, crece y muere; tan pronto como una cosa ha adquirido su máximo de desarrollo empieza a declinar; nada es firme, nada duradero, fijo o substancial, nada permanece; todo es cambio. Todas las cosas surgen y evolucionan de otras cosas. Hay una acción continua que es seguida siempre de su reacción correspondiente; todo fluye y refluye, todo se construye y derrumba, todo es creación y destrucción, vida y muerte. Y si el hombre que tal examen hace fuera un pensador, comprendería que todas esas cosas en perpetuo cambio no pueden ser sino simples apariencias externas o manifestaciones de algún poder que se oculta tras ellas, de alguna realidad sustancial encerrada en las mismas. Todos los pensadores de cualquier país o época se han visto obligados a afirmar la existencia de esta realidad substancial. Todas las filosofías, cualquiera que haya sido su nombre, se han basado en esta idea. Los nombres que se le han dado a esta realidad substancial son muchos: Dios, Inteligencia Suprema, Tao, Eterna Energía… pero todos han reconocido su existencia. Es evidente por sí misma. (Kybalion, p. 42)
La arrogancia de nuestra identidad egóica, sobre la que se basa la civilización y la cultura actual predominante, nos dificulta el aceptar y el abrirnos a estas nuevas posibilidades de realidad. Creemos saberlo todo. Creemos que hemos llegado a la cumbre de la civilización cuándo una mirada honesta a los valores y formas de relación existentes en el planeta nos evidencian lo contrario. Hay mucho por aprender y mucho por descubrir, y los mayores descubrimientos vendrán del campo de la conciencia, del campo de la visión y de la experimentación interior. Es ahí donde se gesta la realidad y dónde podremos hacer cambios que sean realmente relevantes como individuos y como civilización. Está civilización y sus grandes logros actúan constantemente a nivel de los fenómenos, manipula y experimenta con la realidad material y parece haber logrado grandes éxitos en este campo. Sin embargo, no tiene en consideración el verdadero germen y motor que alimenta y sustenta dichos fenómenos, la realidad que cohesiona los mismos y sobre la cual esos fenómenos surgen, tiene lugar y se desarrollan. Es la conciencia y la energía subyacente a la materia la que da vida y soporte a los fenómenos materiales.
Las élites del mundo que dirigen y controlan a la humanidad desde la sombra saben bien estos principios y conocen bien está realidad y por ello tienen al género humano adormecido e hipnotizado con todo tipo de distractores externos. Los medios de comunicación y la tecnología, que nos vendieron como paradigma de la libertad de un nuevo mundo se han convertido en una trampa y una cárcel sin que apenas nos demos cuenta. A través de ellos, presentan y fomentan todo tipo de información, y nos venden modas, productos, ideas, tendencias, creencias… incluso identidades. Nos dicen que hacer, como ser y que pensar.
La próxima revolución que tendrá que llevarse a cabo en este planeta será la revolución de la conciencia. Es la única revolución que puede provocar un cambio real y causal en la experiencia que nos lleve a construir un mundo y una civilización más madura, consciente y equilibrada. Sólo siendo conscientes del verdadero impacto que tienen nuestros actos y pensamientos sobre la realidad, tanto a nivel individual como colectivo, podremos asumir la responsabilidad de los mismos y, quizás, tratar de modificarlos. Un cambio y una revolución a nivel de la consciencia nos conducirán necesariamente a un mundo más solidario y armónico. Si asumimos nuestra identidad como parte de una realidad mayor seremos incapaces de dañarnos a nosotros mismos o de dañar a los demás. Estas actitudes sólo pueden ser fruto de creencias asociadas a la separación y al miedo; de la necesidad de defenderme del otro, de defender “lo mío”, de protegerme. El desarrollo de la conciencia, o la identificación con niveles de conciencia cada vez más elevados, nos llevará siempre hacía nuevos horizontes en dónde los velos de la separación se irán cayendo o haciendo cada vez más tenues. Las señales de unidad están por todas partes y se nos presentan a nada que nos abrimos a ellas, pero para que existan en nuestra conciencia individual y se manifiesten en nuestra experiencia primero les tenemos que dar cabida como ideas y pensamientos.

Iñaki Viscarret G. Pamplona, 2016.
Extracto de Psicoterapia, Gestalt Y Espiritualidad.
Pamplona 2016.

Bibliografía.

-Bhagabad Gita; Ed. Ed. Arca de Sabiduría; 2005
-El Poder del Ahora, Eckhart Tolle. Ed. Gaia; 2001
-Babaji y la tradición del Kriya Yoga de los dieciocho Siddhas. M.Govinda M.A. Kriya 1991
-El espectro de la conciencia. Ken Wilber; Ed. Kairos; 1977
-La curación por las flores. Edward Bach; Ed. Edaf; 1996
-El Kybalion. Tres iniciados. Ed. Sirio; 2002
-El Proceso de la Presencia. Michael Brown. Ed. Obelisco; 2001
-El cuarto camino. Piotr Ouspensky. Ed. Kier; 2000