ESPIRITUALIDAD Y CIENCIA.
Rubén González Lillo.
Maestro Zen.
Terapeuta Gestalt.
Entre Psicoterapia y Meditación.
A lo largo de la historia de la humanidad, el hombre ha tratado en todo momento de encontrarle un sentido a su vida. Tras ir en pos de innumerables quimeras que, en la mayoría de las ocasiones, solo le han producido gran insatisfacción, ha ido tornando su visión hacia sí mismo en el intento de comprender mejor su vida. Tras sentir el inmenso dolor e inquietud que el desconocimiento de su propia esencia le produce, ha ido buscando una solución a esta profunda insatisfacción que esta ignorancia provoca en él. Llegado a este punto de insatisfacción de poco le sirve tener la vida más maravillosa y cómoda que nadie se pueda imaginar. A pesar de tener cubiertas todas sus necesidades la inquietud y el dolor interior no cesan. Es entonces cuando va sintiendo la necesidad de mirar en lo más profundo de su ser, de abandonar lo superfluo que haya en su vida. De poco le sirve ahora la posesión de más y más cosas.
La popularidad, la fama o el éxito social no logran colmar su profunda insatisfacción. Le va llegando la hora de abandonar los subterfugios y las maquinaciones de la mente, que solo le apartan de la realidad de la vida. Ha llegado la hora de mirar en el interior de sí mismo, de ir quitando capa tras capa de pensamientos y sentimientos superficiales, para llegar a lo más profundo y esencial que hay en él. Comienza la búsqueda de lo más auténtico en nosotros mismos. Comienza la búsqueda de nuestro “ser”.
Para realizar esta búsqueda y paliar el sufrimiento que esta ignorancia básica le produce, el hombre moderno ha recurrido principalmente a la psicología. Ciencia no muy antigua, por cierto, que en estas últimas décadas ha sufrido una importante evolución en sus fundamentos esenciales, así como también en su praxis. Gracias a psicólogos innovadores de mentes abiertas que han puesto sus miradas más allá de donde sus predecesores lo hicieran con anterioridad, buscando una nueva perspectiva del desarrollo humano, y técnicas terapéuticas más eficaces que ayuden al hombre a descubrir sus interioridades y las zonas poco visitadas de su propia psique.
En los últimos años, estos innovadores de la psicología han ido poniendo su mirada en el lejano oriente, con su rico bagaje en tradiciones espirituales, en la búsqueda de nuevas perspectivas para el desarrollo del ser humano, y de nuevas y más eficaces técnicas terapéuticas. Estos innovadores fueron descubriendo como en estas tradiciones espirituales se utiliza desde sus comienzos la meditación como componente esencial de las mismas. Y que esa meditación calma la mente notablemente de las inquietudes que la turban, y que le provocan un sinfín de sufrimiento.
En todas ellas se practica de manera asidua. Es un componente fundamental sin el cual el camino espiritual estaría vacío de contenido. Se convertiría en algo más insustancial, parecido a lo que hoy en día nos tienen acostumbrados las religiones modernas, principalmente las de occidente, vacías casi por completo de contenido. Llenas todas ellas de meros formalismos e interpretaciones de la idea que cada una tiene de la divinidad. Apegadas sumamente a lo material su práctica no va mucho más allá de meras litúrgicas y cultos.
Llenas también de dogmas sin mucho sentido por las que se rigen. Tienen poco valor tanto espiritual, como terapéutico, ya que más que despertar adormece todavía más al hombre. Hacen que éste siga con su somnolencia espiritual, y a mi entender fomentan un tanto la neurosis en el ser humano. En tanto que perpetúan en la persona la idea falsa que pueda tener de sí misma, a base de inculcar miedos e ideas erróneas sobre ellos mismos y sobre la vida.
Estos innovadores de la psicología se concentraron fundamentalmente en la meditación, más que en los contenidos filosóficos que estas tradiciones les brindaban. Tras el estudio de la meditación, se dieron cuenta del gran valor que suponía su práctica continuada para calmar la mente del ser humano del sinfín de tribulaciones que la apartan de la realidad. También se dieron cuenta del gran valor introspectivo y sanador que hay en ella. Sin apenas usar la mente consciente, solamente con poner toda la atención en el cuerpo, en la respiración y en la observación de las imágenes e ideas mentales que van surgiendo durante su práctica, el practicante puede ir rescatando contenidos profundamente arraigados en lo más hondo de su mente.
Con la ventaja de ser un observador imparcial de sí mismo desde la distancia que esta práctica le concede. Simplemente debe observar y dejar que esos contenidos mentales vayan surgiendo sin querer hacer nada especialmente con ellos. La persona podrá entonces tomar la distancia suficiente de sus pensamientos obsesivos y neuróticos. Olvidando sus quebraderos mentales a través de esta atención profunda va apareciendo su ser esencial. Con la ayuda de un terapeuta experimentado podrá ir desentramando e integrando las partes quebradas que haya en su psique. E integrar también las historias inconclusas que puedan existir en ella. Ayudándole en definitiva a ser más consciente de la vida que quiere vivir. Ayudándole a habitar el instante que vive a cada momento.
En la tradición budista, que es una de las más conocidas y aceptadas en occidente, se habla de tres componentes esenciales que oscurecen y mantienen nuestra conciencia oscurecida denominados “los tres venenos”, que son la avidez, la ira (aversión) y la ignorancia. Estos factores hacen que el ser humano esté totalmente confundido y apartado de la realidad de la vida. Hacen que esté sumido en un sueño profundo, que le hace creer que este mundo neurótico en sumo grado y lleno de penurias, es la realidad absoluta. Son los que hacen que nuestra mente enferme y vague sin cesar de un estado mental turbado a otro estado mental turbado.
A esta mente abrumada por las imágenes mentales que estos venenos le hacen creer que ve, le es imposible percibir la realidad de la vida, le imposibilita totalmente la percepción de su rostro original. Está totalmente incapacitada para ver y comprender la esencia común que habita en todo ser humano.
El budismo ha designado de estos tres venenos a la “ignorancia” como base principal de la degeneración de la conciencia. Ignorancia que oscurece y produce una confusión mental que incapacita a nuestra mente para percibir y mantener la conciencia espiritual. De otra manera, la psicoterapia enfoca la degeneración de la conciencia como la pérdida de un tipo de conciencia menos profunda, que es la conciencia de lo evidente y del aquí y del ahora.
En esta conciencia va implícito lo que sentimos, nuestros pensamientos, y lo que estamos haciendo con nuestra vida. Aunque esta cuestión de la conciencia solo difiere en el nivel que existe entre ambas percepciones, las dos coinciden en que es la pérdida de la conciencia un factor muy importante que genera mucho sufrimiento. Son muchos los problemas que genera la ignorancia en nosotros.
1. (Por ignorancia debemos entender el desconocimiento y pérdida de contacto con nuestra esencia).
Para erradicar la ignorancia el único antídoto que se conoce es el la sabiduría. La sabiduría implica una clara comprensión de la realidad, que llega a través de la investigación profunda en uno mismo por medio de la meditación. Ya que por el mero estudio psicológico de uno mismo, aun siendo de gran valar para la persona, podemos llegar en el mejor de los casos a la erudición. A una comprensión intelectual de nosotros mismos, que en definitiva no deja de ser la imagen de nosotros que hemos creado a lo largo de nuestra historia personal. Pero no al conocimiento intrínseco y sabio de nuestro ser profundo que la meditación nos proporciona.
Está claro que las dos visiones son importantes para llegar a comprendernos realmente, y también para sanar nuestras heridas y nuestras neurosis. De poco sirve practicar la meditación si a su vez no va acompañada de un estudio profundo de nosotros mismos que vaya aclarando nuestra visión de la vida. En muchos casos es muy recomendable acompañar la práctica meditativa de algún tipo de psicoterapia. En particular alguna de tipo humanista, como puede ser la terapia gestalt u otra de tipo transpersonal, que nos ayuden en el camino de retorno a nuestro ser esencial. Y también a integrar los movimientos psíquicos que de práctica de la meditación van a ir surgiendo.
2. Otro factor importante de nuestra disfunción mental, que nos produce igualmente un sinfín de tribulaciones mentales, es el apego al deseo. Lo podemos definir como una dependencia excesiva a la satisfacción de nuestras apetencias. Es la idea neurótica que nos hace creer que si no estamos constantemente deseando algo, no estamos del todo vivos. Pero el deseo propiamente dicho es algo natural en nuestra naturaleza humana, y en sí mismo no es algo negativo. Si no fuese por él no nos levantaríamos de la cama cada mañana, ni realizaríamos ninguna de las necesidades básicas que debemos satisfacer a lo largo del día, ni tampoco hubiésemos evolucionado.
Sin embargo, lo que no es tan natural, es el apego al deseo, el estar empeñados en tener que conseguir todo aquello por lo que sentimos alguna atracción. De esta disfunción mental se nutre, por ejemplo, nuestra sociedad de consumo. Que nos bombardea con un sinfín de mensajes, no del todo verdaderos, que nos crean una inmensa cantidad de falsas necesidades, y nos hace creer que gracias a su obtención seremos más felices. Pero una vez que hemos obtenido el objeto de nuestro deseo seguimos deseando más. Creando de este modo un círculo vicioso que nos obliga a seguir deseando. Generando una gran insatisfacción y sufrimiento en nosotros.
Con la práctica de la meditación podemos ir dilucidando esta confusión que habita en nuestro interior. Y llevada al ámbito de psicoterapia como herramienta colaboradora en la exploración de nuestras neurosis, puede ayudarnos a profundizar considerablemente en nuestra psique. Está claro que la psicoterapia, y mucho más la meditación, llegan más lejos de lo que las apariencias nos puedan hacer creer. Ya que tienen el poder de calar muy hondo en nosotros. Tanto en la persona que la recibe como en el propio terapeuta. Yo creo que ambas son un arte en sí mismas, que actúan más allá de lo aparente en la mente y en el cuerpo de las personas que las practican. Aunque la meditación actúa en un orden diferente. Actúa en un ámbito más profundo.
Yo entiendo que con la psicoterapia podemos aliviar enormemente el sufrimiento neurótico del ser humano. Y con la meditación podemos ir allende de nuestra imagen personal en busca de alivio y curación para el dolor que nos produce el desconocimiento y la pérdida de contacto con nuestra esencia. Con la psicoterapia podemos sanar nuestro dolor psicológico. Y a la par, con la meditación podemos sanar nuestro dolor existencial.
Existen muchas escuelas de psicoterapia con sus teorías y sus prácticas, así como existen muchas escuelas y tradiciones espirituales. Pero tanto unas como otras son vehículos que nos pueden ayudar a dar un paso más allá de la creencia que tenemos de nosotros mismos, más allá de esa imagen que hemos ido creando a lo largo de nuestra existencia. Nos pueden ayudar en ese “ir más allá” a vivir el instante presente con plena consciencia. Consciencia en el aquí y el ahora que es la fuente de salud integral para el ser humano. Nos pueden ayudar considerablemente a iluminar las zonas oscuras de nuestra psique, ayudándonos de este modo a sanar nuestras heridas internas que tanta angustia nos proporcionan.
Creo que realizar una práctica meditativa, y más si es practicada como camino espiritual, nos puede ayudar enormemente en el camino de sanación de nuestros sufrimientos. Pero es muy positivo y recomendable realizar a la par de la práctica meditativa algún tipo de psicoterapia que la complemente. Ya que en innumerables ocasiones de la práctica meditativa surgen contenidos psíquicos de cierta índole. Como puede ser algún recuerdo traumático de nuestra infancia, que sin la ayuda de un terapeuta cualificado que nos ayude a integrarlos, pueden llegar a frustrar totalmente la práctica meditativa que estemos realizando.
La práctica de la meditación como camino espiritual dista mucho de ser una técnica terapéutica. Aunque bien es cierto que una práctica asidua y desinteresada supone un beneficio notable para la salud integral del practicante. Creo que sin haber sanado nuestra neurosis en el grado suficiente que nos permita saber dónde estamos a cada momento, la práctica de la meditación puede llegar a ser muy peligrosa para la persona que no esté muy centrada en su vida. Sería una práctica fallida desde su comienzo. Por otra parte, también pienso que una práctica meditativa sincera nos puede ayudar a vernos de un modo más desapegado de nuestros atavismos y de las ideas obsoletas que tengamos de nosotros mismos. Nos puede ayudar a ir abandonando el personaje que creemos ser. Sea como fuere, en uno u otro camino es muy importante la sinceridad de sus practicantes hacia sí mismos y hacia lo que están haciendo. Tanto maestros como discípulos. Tanto terapeutas como clientes.
Aunque por otro lado, y hablando de un modo un tanto estricto, a mi entender la meditación no se puede tomar en sí misma como una técnica terapéutica, a pesar de que su práctica resulte sanadora para la persona que la realiza. Ya que su alcance es mucho más profundo e inconmensurable. El maestro Zen Dogen Zenji decía que la meditación es el Dharma de Buda.
Es el camino del que hablaba el maestro Jesús, y del que hablan las demás tradiciones espirituales. Es algo que está mucho más allá de nuestro alcance. Aunque su beneficio para la salud integral del ser humano es innegable, no es algo que podamos “usar” en el sentido estricto de la palabra. Ya que al fin y al cabo, es la meditación quien nos utiliza a nosotros. No es el meditador el que medita, es zazen que hace zazen. Nosotros sólo podemos tener la intención de ponernos en su corriente” y dejarnos llevar por ella. Es bien cierto que aporta un gran beneficio psicosomático a la persona que la práctica, pudiendo llegar a un profundo conocimiento de su ser sin la ayuda de ningún aditivo exterior, ni intención alguna por lograr ese conocimiento y mucho menos la iluminación. Todo esto es algo que está implícito en su práctica.
Para que esta práctica sea realmente eficaz no debemos en ningún momento tratar de apropiarnos de nada de lo que hay en ella. La práctica ha de ser totalmente gratuita y confiar plenamente en ella. De igual manera debemos confiar en el proceso terapéutico sin hacernos muchas expectativas al respecto. Dejando que este proceso actúe libremente en nosotros, sin que por ello dejemos de ser conscientes de lo que ocurre en este proceso.
En la tradición del budismo Zen existe un término que expresa muy bien este espíritu de desapego a la obtención de los beneficios de la práctica de la meditación, que se llama mushotoku. Para esta tradición la práctica de la meditación es en sí misma la iluminación. En la tradición Zen la iluminación no está separada de la práctica de la meditación, ni mucho menos es algo de lo que podamos poseer.
Solamente por la práctica de zazen se puede llegar a ella. Sin práctica no hay iluminación. Por lo tanto no podemos hablar, ni mucho menos practicar la meditación, sin otro objetivo que no sea el olvido de uno mismo, el abandono del personaje, de nuestro yo ideal, de nuestra personalidad, de nuestro ego, llámese como se le quiera llamar. De todas las maneras, a través de la práctica desapegada de la meditación estos beneficios actúan de todas formas en la persona que realiza esta práctica. Así que no existe ninguna necesidad de desear nada. Todo está implícito en esta experiencia.
Aquí me estoy refiriendo a la meditación Zen, que se llama zazen. Eihei Dogen (1200-1253). Maestro Zen nacido en el 1200, en Uji, cerca de Kyoto. Fue el maestro Zen japonés que fundó de la escuela del Zen en Japón. Sin meta ni ánimo de provecho. Creo que esta idea es aplicable también a la psicoterapia. Si bien es cierto que acudimos a ella con una meta, que es sanar, un deseo desmesurado de querer sanar se torna en un impedimento para que ello ocurra.
De todos modos podemos rescatar aspectos de la meditación, y emplearlos específicamente en la psicoterapia y en otros ámbitos de nuestra vida. Para ello en principio debemos conocer muy bien los componentes esenciales de la meditación. Estos componentes son básicamente dos: la concentración y la observación de los pensamientos y sentimientos que van surgiendo durante la práctica. La práctica de la meditación requiere de toda nuestra atención a esos contenidos mentales que van apareciendo. Durante su desarrollo hay un continuo ir y venir de pensamientos y sensaciones, que debemos observar con una atención, que voy a denominar “flotante”, ya que no hacemos nada con ellos. Los dejamos pasar sin querer ni mantenerlos, ni expulsarlos de nuestra mente. Puesto que si no los mantenemos éstos no duran mucho tiempo un su interior. Van pasando y desapareciendo como las nueves lo hacen en el cielo movidas por el viento dejando nuestra mente clara.
La práctica de la meditación requiere de unas condiciones óptimas para que la concentración y la observación fluyan sin obstrucción alguna. Sobre todo en las primeras etapas de la meditación es muy aconsejable procurarse un lugar tranquilo en el que no existan demasiadas distracciones que desvíen nuestra mente de lo que estamos haciendo. Es por este motivo que en oriente se practica en templos alejados del mundanal ruido y se usan ropas monocromas y oscuras, poco llamativas, que ayudan a la concentración de los practicantes. Más adelante con la práctica continuada podremos meditar en cualquier lugar.
Durante los primeros minutos de la meditación los pensamientos surgen sin cesar con gran celeridad. Nuestra mente se parece a una habitación con las ventanas abiertas de par en par por las que entra el viento a placer llevándoselo todo por delante. Después con la prolongación de la práctica se van calmando estos pensamientos, disminuyendo en gran medida, y por último se detienen. Ahora nuestro cerebro se convierte en un lugar tranquilo.
La extinción de los pensamientos da lugar a la concentración. La simple cesación del pensamiento no constituye más que un aspecto de la meditación, que si lo prolongamos en exceso nos conduce a un estado de somnolencia. Nuestra mente no puede mantener el estado de vigilia, que requiere una cierta tensión de nuestra conciencia y necesita actividad. Esta actividad vigilante es la observación, que es el segundo componente de la meditación. Concentración y observación asociadas dan la correcta actitud de la mente durante la meditación. Producidos simultáneamente son la condición más elevada, ideal y absoluta de la conciencia.
Como podemos ver, la concentración por si sola conduce al oscurecimiento de la conciencia. El estado puramente de concentración acaba por desvanecer nuestra percepción del aquí y del ahora. Para no caer en el estado somnoliento se debe practicar la observación. Ésta constituye el despertar de la conciencia desde el subconsciente. Los pensamientos son encauzados hasta la conciencia y observados por ella. Esta observación puede ser instantánea, que no se estanca en cada pensamiento, que surge y desaparece inmediatamente. Pero también puede ocurrir que el pensamiento se estanque, y que por lo tanto la observación se prolongue. Si este es el caso, entonces la conciencia se agita y se dispersa y hay que volver al estado de concentración.
La meditación es un constante ir y venir entre la concentración y la observación. Con la práctica, este ir y venir entre estos dos estados se funde en uno solo llamado samadhi. Que es un estado de concentración y de plenitud absoluta en la que nuestra conciencia se funde con la conciencia universal, en el que no existe la dualidad. Es el estado natural del ser humano en el que la neurosis no puede habitar de ningún modo. El estado de paz y de serenidad es tal, que nos hacemos absolutamente uno con el momento presente.
La intención de estar concentrado y observando lo que nace a cada momento desaparece por completo, pues va surgiendo espontáneamente a cada instante sin que nosotros hagamos nada para ello. Es un estado en el que no cabe la más mínima disquisición mental, ni sufrimiento alguno. Y que todo ser humano debería llegar a experimentar alguna vez a lo largo de su existencia en este mundo, para llegar a conocer el estado natural en el que deberíamos vivir los humanos. Un estado exento de toda neurosis y de salud plena. En el que la persona siente la unidad con todo el universo.
La conciencia que surge de la práctica de la meditación Zen, es la conciencia del despertar de nuestro cerebro y de nuestro ser integral. A esta conciencia, que llamaré conciencia innata, que siempre ha estado situada exactamente en la profundidad del espíritu del hombre desde el nacimiento. Esta conciencia no tiene nada que ver con el inconsciente del que habla la psicología, ni con el inconsciente colectivo del que hablaba C. G. Jung. Ni se trata de una conciencia primitiva o de un estado regresivo de nuestra mente.
La conciencia Zen es tan solo una conciencia básica y esencial. Es una vía que va desde la esclavitud del ser humano hasta su última libertad. Libera nuestras energías naturales, protegiéndonos de algún modo de desequilibrios neuróticos, y nos insta a expresar en este mundo nuestra facultad innata de felicidad y de amor. En este punto muestra el gran poder sanador que conlleva su práctica continuada.
La meditación Zen no es otra cosa que practicar a partir de esta conciencia innata, que podemos experimentar a través del silencio interior que genera su práctica, y llevarlo de un modo automático, inconsciente y natural a la vida cotidiana. Al eterno presente en el que vivimos, aunque no seamos siempre del todo conscientes.
Existe un poema del maestro Wanshi que resume de un modo muy hermoso todo lo expuesto en estos últimos párrafos, con el que me gustaría terminar este trabajo.
“Cuando en el silencio se olvida toda palabra, esto surge ante vosotros con toda claridad. Esto es la realidad de la vida que impregna todo el universo. Sin intentar alcanzar la verdad ni cortar con las ilusiones, sin huir de nada ni correr tras nada, la conciencia universal se manifiesta naturalmente. Así se hace realidad una conciencia intuitiva, original, radicalmente diferente de la conciencia habitual del yo.”
Maestro Wanshi.
Wanshi Shogaku (1091-1157) Maestro Zen de la línea de transmisión china.
Rubén González Lillo.
Maestro Zen. Terapeuta Gestalt.
Rubenglillo@gmail.com
Pamplona, Junio del dos mil catorce.