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Schopenhauer: La libertad / Causalidad

La forma más general y esencial de nuestro entendimiento es el principio de causalidad, y únicamente gracias a este principio, presente siempre a nuestro espíritu, es cómo podemos mirar el espectáculo del mundo como conjunto armonioso, porque nos hace concebir inmediatamente como efectos los afectos y modificaciones que se presentan en los órganos de nuestros sentidos.
En cuanto se ha experimentado la sensación, sin necesidad de educación ni de experiencia previa, pasamos inmediatamente de esa modificación a sus causas, las cuales, por el mismo efecto de esta operación de inteligencia, se nos presentan como objetos situados en el espacio. De ahí se sigue indiscutiblemente que el principio de causalidad no es conocido a priori, es decir, como un principio necesario relativamente a la posibilidad de toda experiencia en general; y no es necesaria, al parecer, la prueba indirecta, penosa, y casi diría insuficiente, que ha dado Kant a esta importante verdad.
El principio de causalidad está sólidamente sentado a priori como regla general a que están sometidos sin excepción todos los objetos reales del mundo exterior. El carácter absoluto de este principio es consecuencia misma de su prioridad, y se refiere esencial y exclusivamente a las modificaciones fenomenales: cuando en cualquier lugar o momento en el mundo objetivo, real y material, en cualquier cosa grande o chica experimenta modificaciones, el principio de causalidad nos da a comprender que inmediatamente antes de ese fenómeno otro objeto a tenido que experimentar necesariamente una modificación, y así sucesivamente hasta lo infinito.
En esta serie regresiva de modificaciones sin fin, que llenan el tiempo como la materia en el espacio, no puede descubrirse ni aun imaginar posible ningún punto inicial, ni puede suponérsele existente. En vano la inteligencia, al remontarse cada vez más lejos, se cansa persiguiendo el punto fijo que se le escapa. No puede sustraerse a la pregunta que sin cesar se renueva: ¿Cuál es la causa de ese cambio? Por eso una causa primera es tan impensable como el principio del tiempo o el límite del espacio.
La ley de causalidad comprueba con igual seguridad que cuando la modificación antecedente (causa) se verifica, la modificación consiguiente traída por ella (efecto) debe verificarse indefectiblemente, con absoluta necesidad.
Por ese carácter de necesidad, revela el principio causal su identidad con el de razón suficiente, del cual es su aspecto particular. Saberse que ese último principio, que constituye la forma más general de nuestro entendimiento apreciado en su conjunto, se presenta en el mundo exterior como principio de causalidad, en el mundo de las ideas como ley lógica del principio del conocimiento y hasta en el espacio vacío, considerado al principio como ley de dependencia rigurosa de la dependencia de las partes, en relación unas con otras: dependencia necesaria, cuyo estudio especial y desarrollado es el único objeto de la geometría. Ya he demostrado que precisamente por el concepto de necesidad y el de consecuencia de una razón determinada son nociones idénticas y convertibles.
Cuantas modificaciones ocurren en el mundo exterior están pues sometidas a la ley de la causalidad, y por consiguiente, cada vez que se verifican, llevan el carácter de la más estricta necesidad. Esto no puede tener excepción, porque la regla está establecida a priori para toda experiencia posible. En lo que atañe a su aplicación a un caso determinado, basta con preguntarse cada vez si se trata de una modificación ocurrida en un objeto real dado en la experiencia anterior; en cuanto se cumple esta condición, las modificaciones del objeto están sometidas al principio de causalidad, es decir que deben ser producidas por una causa, y por lo tanto, se verifican de forma necesaria.
El principio de causalidad que rige todas las modificaciones de los seres, se presenta bajo tres aspectos, correspondientes a la triple división de cuerpos en inorgánicos, plantas y animales, a saber:
1º.- La Causación, en el sentido más estricto de la palabra.
2º.- La Excitación.
3º.-La Motivación.
Entiéndase bien que con estas tres formas diferentes el principio de la causalidad conserva su valor a priori, y que la necesidad de la relación causal subsiste rigurosamente.

1º La Causación,

entendida en su sentido más limitado, es la ley por la cual se verifican todas las transformaciones mecánicas, físicas y químicas en los objetos de la experiencia. Siempre está caracterizada por dos señales esenciales:
• En primer lugar, donde obra la tercera ley fundamental de Newton (igualdad de la acción y la reacción), encuentra aplicación, es decir, que el estado antecedente llamado causa, sufre una modificación igual a la del estado consiguiente, llamado efecto.
• En segundo lugar, conforme a la segunda ley de Newton, el grado de intensidad de efecto está siempre en exacta proporción con el grado de intensidad de la causa, y por lo tanto, una mayor intensidad de una implica una mayor intensidad de la otra. Resulta pues, que cuando el modo de producirse el efecto se conoce de una vez, en seguida se puede saber, medir y calcular, según el grado de intensidad del efecto, el grado de intensidad de la causa, y recíprocamente.
Sin embargo, en la aplicación empírica de este segundo criterio, no debe confundirse el efecto, propiamente dicho, con el efecto aparente (sensible), como lo vemos producirse. Por ejemplo, no hay que esperar que el volumen de un cuerpo sometido a la compresión disminuya indefinidamente, en la misma proporción que crezca la fuerza que comprime, porque el espacio en que se comprime el cuerpo disminuye sin cesar y de ahí se interfiere que la resistencia aumenta, y si en este caso el esfuerzo real, que es el aumento de la densidad, crece verdaderamente en proporción directa de la causa, se ve que no ocurre lo mismo con el efecto aparente, al cual se podría querer aplicar erróneamente esta ley.
Igualmente, una cantidad creciente de calor que obra sobre el agua produce hasta cierto grado una calefacción progresiva, pero pasado este punto, un exceso de calor, un exceso de calor no produce mas que una evaporación rápida. En este como en otros muchos casos, existe la misma relación entre la intensidad de la causa y la intensidad real del efecto. Únicamente por la ley de esa causación se verifican las transformaciones de todos los cuerpos sin vida o inorgánicos.

2º.- La Excitación,

caracterizada por dos particularidades:
a) No hay proporcionalidad exacta entre la acción y la reacción correspondiente.
b) No puede establecerse ninguna ecuación entre la intensidad de la causa y la intensidad del efecto, por lo tanto, el grado de intensidad del efecto no puede medirse ni determinarse anticipadamente conociendo el grado de intensidad de la causa. Es más: un ligerísimo aumento de la causa excitadora puede provocar un aumento muy grande en el efecto, o al revés, anular completamente el efecto obtenido por una fuerza menos, y hasta producir uno que sea opuesto. Se sabe, por ejemplo, que el crecimiento de las plantas puede activarse de modo extraordinario por influencia del calor, que obra como estimulante de su fuerza vital, pero por poco que se pase de la medida justa en el grado de excitación, ya no resultará crecimiento de actividad ni de madurez precoz, sino muerte del vegetal. Así, usando el vino, o el opio, podemos excitar las energías del espíritu, exaltándolas notablemente, pero si pasamos de cierto límite, el resultado será completamente contrario. Esta forma de la causalidad, llamada excitación, determina las modificaciones de los organismos, considerados como tales.
Todas las metamorfosis sucesivas y todos los desarrollos de las plantas, como todas las modificaciones únicamente orgánicas y vegetativas, o funciones de los cuerpos animados, se producen por la excitación. De ese modo obran sobre ellos el calor, la luz, el aire, el alimento. Puede considerarse pues, perteneciente al reino vegetal todo cuerpo cuyos movimientos y modificaciones particulares y conformes a su naturaleza se producen siempre y exclusivamente por la excitación.

3º.- La Motivación,

la tercera forma de la causalidad motriz es particular al reino animal, y lo caracteriza: la motivación, es decir, la causalidad que obra por mediación del entendimiento.
Interviene en la escala natural de los seres en el punto en que la criatura, con necesidades más complicadas, y por consiguiente muy varias, no puede satisfacerlas, solo por la excitación que tendría que aguardar siempre del exterior; necesita estar en situación de elegir, de apreciar, hasta de buscar los medios de satisfacer estas nuevas necesidades. Por eso, en los seres de esta especie se ve como sustituye a la simple receptividad de las excitaciones, y a los movimientos que son su consecuencia, la receptividad de los motivos, es decir, una facultad de representación, una inteligencia, que ofrece innumerables grados de perfección, y se presenta materialmente bajo la forma de sistema nervioso y de cerebro con privilegio de conocimiento. Se sabe también, que en la base de la vida animal hay una vida puramente vegetativa, que como tal, no procede más que por la excitación. Pero todos aquellos movimientos de orden superior que el animal verifica como animal, y que por esa razón dependen de lo que la fisiología denomina funciones animales, se producen a consecuencia de la percepción de un objeto, y por consiguiente bajo la influencia de motivos.
Comprendemos pues bajo la denominación de animales, todos aquellos seres cuyos movimientos y modificaciones característicos y conformes con su naturaleza se verifican mediante el impulso de motivos, es decir, de ciertas representaciones presentes en su entendimiento, cuya existencia está ya presupuesta por ellas. Esa fuerza motriz interior, cada una de cuyas manifestaciones individuales es provocada por un motivo, percibido interiormente por la conciencia, es lo que designamos con el nombre de voluntad.
La excitación obra siempre por contacto inmediato, y donde el contacto no es visible, como cuando la causa excitadora es el aire, la luz o el calor se trasluce, sin embrago, esta manera de acción, porque el efecto está en proporcionalidad manifiesta con la duración e intensidad de la excitación, aunque esta proporcionalidad no sea constante en todos los grados.
En cambio, cuando es el motivo el que provoca el movimiento, desaparecen por completo esas relaciones características, porque entonces el mediador propio entre causa y efecto no es la atmósfera, sino el entendimiento. El objeto que obra como motivo no necesita para ejercer su influencia ser percibido ni conocido; no hace falta saber durante cuánto tiempo, ni con qué grado de claridad o de distancia han apreciado los sentidos el objeto percibido.
Ninguna particularidad de esas modifica la intensidad del efecto; en cuanto se ha percibido el objeto, obra de modo constante. Lo que aquí se llama voluntad, fuerza inmediata e interiormente presente en la conciencia de los seres animados, es aquello que, hablando con propiedad, comunica al motivo la fuerza de acción y el resorte oculto del movimiento que solicita.
Esta energía interior debe siempre quedar sentada anticipadamente, y con anterioridad a toda explicación (fenómenos), como algo inexplicable, porque no hay en la interioridad de todos los seres ninguna conciencia a cuyas miradas pueda ser inmediatamente accesible.
La diferencia que en la misma motivación constituye la excelencia del entendimiento humano, es la razón, por la cual el hombre es capaz de percibir por los sentidos el mundo exterior (como los animales), y además sabe sacar de ese espectáculo nociones generales, que designa con palabras, para poder conservar y fijar ese espíritu. Dan lugar esas palabras a innumerables combinaciones relacionadas con el mundo de los sentidos, pero además su conjunto constituye lo que se llama pensamiento, gracias al cual pueden realizarse las grandes ventajas de la raza humana sobre todas las demás, o sea, el lenguaje, la reflexión, la memoria de lo pasado, la previsión del porvenir, la intención, la actividad común y metódica de numerosas inteligencias, la sociedad política, las ciencias, las artes, etc.
Se derivan todos estos privilegios de la facultad particular del hombre de formar representaciones no sensibles, abstractas, generales, llamadas conceptos (es decir, formas colectivas y universales de la realidad sensible), porque cada una de ellas comprende una colección considerable de individuos. Carecen de esta facultad los animales, hasta los más inteligentes, así que no tienen otras representaciones que las sensibles y solo conocen lo que cae inmediatamente bajo sus sentidos, porque viven únicamente encerrados en el momento presente.
En cambio, el hombre gracias a su capacidad para formar representaciones no sensibles, mediante las cuales, piensa y reflexiona, domina un horizonte infinitamente más extenso, que abarca los objetos ausentes o mismo que los presentes, lo porvenir como lo pasado, y por tanto puede ejercer su elección entre mucho mayor numero de objetos que el animal, cuyas miradas no traspasan los límites del presente, más bien lo inmediatamente presente en el espacio y en el tiempo a su percepción sensible no es lo que determina sus acciones, suelen ser más bien los pensamientos los que pueden sustraerlo a la acción inmediata de la realidad presente.
El pensamiento se hace motivo, como se hace motivo la percepción, en cuanto puede ejercer su acción sobre la voluntad humana, todos los motivos son causas y toda causalidad entraña necesidad.
Este motivo abstracto, pensamiento, es un motivo exterior que necesita la voluntad, así como el motivo sensible, producido por la presencia de un objeto real, por lo tanto es causa como otro motivo cualquiera, y es motivo real, material, en cuanto reposa, en último resultados, en una impresión de lo exterior, percibida en cualquier lugar, y en cualquier época.
Su diferencia reside en la longitud mayor del hilo que dirige los movimientos humanos, es decir, pueden no ser inmediatos en tiempo y espacio, su influencia se extiende a mayor distancia gracias al sucesivo encadenamiento de las nociones y de los pensamientos enlazados unos con otros. La causa está en la misma constitución, en la eminente receptividad del órgano que sufre la influencia de los motivos y se modifica a consecuencia de estos, ósea el cerebro del hombre, su razón. Pero esto en nada atenúa el poder causal de los motivos ni la necesidad con que se ejerce su acción.
Únicamente considerando la realidad de un modo muy superficial, puede tomarse por libertad de indiferencia esta comparativa. La facultad deliberativa que de ella previene no tiene en realidad más efecto que el de producir el conflicto, penos muchas veces, que precede a la irresolución, y cuyo campo de batalla es el alma y la inteligencia entera del hombre.
En efecto, deja que los motivos prueben diversas veces sus fuerzas respectivas sobre la voluntad, equilibrándose unos con otros, de modo que la voluntad se encuentre en la misma situación que un cuerpo sobre el cual diversas fuerzas actúan en direcciones opuestas, hasta que al fin el motivo más fuerte obliga a los demás a abandonar el campo y determina él solo la voluntad. Este resultado del conflicto entre los motivos se llama resolución, y como tal, tiene un carácter de absoluta necesidad.
Si consideramos toda la serie de formas de la causalidad, las causas en el sentido más restringido de la palabra, las excitaciones, y finalmente los motivos, sean sensibles o abstractos, al recorrerlos de abajo a arriba la causa y el efecto se diferencian cada vez más, se distinguen más claramente y llegan a ser más heterogéneos, haciéndose la causa cada vez menos material y palpable, de modo que parece que según se avanza, la causa contiene menos fuerza y el efecto más, el lazo existente entre la causa y el efecto se hace fugitivo, inapreciable, invisible.
El hombre, como todos los objetos de la experiencia, es un fenómeno en el espacio y el tiempo, y como la ley de la causalidad influye a priori en todos los fenómenos, y por consiguiente carece de excepción, también el hombre está sometido a esa ley. Esta verdad es proclamada por la razón pura apriori, confirmada por la analogía que persiste en toda la naturaleza, demostrada sin cesar por la experiencia diaria, siempre que no nos dejemos engañar por las apariencias.
Recordemos lo que es una causa en general: la modificación antecedente que tiene necesaria la modificación consiguiente.
No hay causa en el mundo que saque el efecto en absoluto de sí misma. Siempre hay una materia en la cual se ejerce, y no hace más que ocasionar en un momento, en un lugar y en un ser dados, una modificación que está siempre conforme con la naturaleza de aquel ser, y cuya posibilidad habrá de existir en él. Por tanto, cada efecto es el resultado de dos factores, uno interior y otro exterior: la energía natural y original sobre la cual obra esa fuerza, y la causa determinante que obliga a realizarse a esa energía, pasando de la potencia al acto. Esa energía primitiva está presupuestada por toda idea de causalidad y por toda explicación que a ella se refiera; así es que una explicación de ese género, sea la que fuese, nunca lo explica todo, sino que siempre deja en último resultado algo inexplicable.

La libertd. Causalidad. Archivo
Arthur Schopenhauer.
La Libertad / Causalidad.
La nave de los locos / Premia Editora S.A. 1980 México.