Emma Garde. Pamplona Agosto 2015
“Que mi destino siga su curso, vaya donde vaya”. (Edipo)
Desde que Freud elaboró su teoría sobre el Edipo, este complejo ha pasado a ser un concepto familiar y conocido para la gran mayoría de la gente, pasando a ser parte del vocabulario normal de la gente de la calle, aunque a veces no se sabe muy bien de qué se trata o se simplifica, o incluso, frivoliza. Se dice, que es, cuando las niñas se enamoran del papá y los niños de la mamá. El complejo de Edipo es mucho más que eso. Tanto hablar de Edipo se llega a banalizar y nos hace olvidar lo complejo que es, no solo para el niño, sino también para los padres y para la familia; es complejo por la complejidad de las relaciones y de los sentimientos que entran en juego.
Universalidad del Complejo de Edipo.
Freud desde el comienzo, sostuvo la universalidad de los deseos edípicos a través de la diversidad de culturas y de los tiempos históricos. El complejo de Edipo es un fenómeno universal que se produce en el desarrollo de todos los seres humanos, tanto en el sexo femenino como en el masculino, independientemente del entorno cultural en que crezcan. Algunos autores se oponen a esta idea, por lo que han observado en otras culturas, observaciones que han dado lugar a interesantes debates y críticas desde el propio psicoanálisis y desde la antropología. Para este trabajo se considerará el complejo de Edipo como universal y que este variará en función de las culturas y la evolución histórica de las sociedades. El tránsito por la situación edípica es universal como explicación de la estructuración de la personalidad y del carácter de la persona, aunque su evolución y el desarrollo individual dependerán de las normas sociales y culturales del momento histórico correspondiente.
A partir de Edipo se da la posibilidad de ocupar un lugar de poder en la familia y en la sociedad, aunque para ello necesitamos aceptar las normas que regulan las relaciones interpersonales y sociales que rigen en la sociedad en cada momento histórico. A sí mismo, el complejo de Edipo no puede descontextualizarse de la historia familiar, de la importancia de las interrelaciones de los tres personajes de la tríada y el contexto familiar.
No es un hecho aislado, ya que forma parte de una red de comunicaciones afectivas que desde el nacimiento del niño, e incluso antes, van transformando las relaciones y condicionando a todos los miembros de la familia. Además esta familia no está aislada, forma parte de una sociedad, con las normas, las presiones, los valores morales imperantes…La situación familiar es reflejo de la cultural ya que la familia está sujeta a las normas de la sociedad a la que pertenece. Nuestra cultura occidental cuyos valores dominantes son el poder y el éxito, es todavía patriarcal y con valores éticos, morales y humanísticos poco definidos, donde el poder personal se entiende como el poder de dominar al otro, donde el esfuerzo se pone en obtener éxito.
El Complejo de Edipo: Una Perspectiva Psicoanalista.
El complejo de Edipo es una noción central en el psicoanálisis freudiano, estrechamente relacionada con la sexualidad infantil, con el complejo de castración, con la prohibición del incesto, con la diferencia de sexos y de generaciones. Es un fenómeno que se da en el desarrollo de todos los seres humanos, tanto en el sexo masculino como en el femenino, y se produce independientemente del entorno cultural. Dentro del contexto del psicoanálisis, el complejo de Edipo (también conocido como conflicto edípico) se conoce como el conjunto de emociones y sentimientos infantiles motivados por la presencia, simultánea y ambivalente, de deseos afectuosos y hostiles hacia los progenitores. En su teoría original, Freud definió el complejo de Edipo “como el deseo inconsciente de mantener una relación sexual (incestuosa) con el progenitor del sexo opuesto y de eliminar al padre del mismo sexo (parricidio).”
Analizando a sus pacientes, Freud, observó, que las causas de los problemas emocionales, tenían relación con la sexualidad infantil y con los sentimientos sexuales hacia el progenitor del sexo opuesto, y que, estos sentimientos incestuosos estaban asociados al deseo de ver morir al otro progenitor. Denominó a esta situación como edípica por la semejanza con la leyenda de Edipo. Por lo tanto, la sexualidad tenía mucha más trascendencia psíquica de lo que hasta entonces se creía. Los conflictos de carácter sexual no resueltos a una temprana edad podían estar en el origen de muchas neurosis.
Así pues, el psicoanálisis modifica el concepto de sexualidad al considerar que esta actúa desde el comienzo de la vida. Hablar de sexualidad infantil significa reconocer no sólo la existencia de excitaciones o de deseos genitales precoces, sino también, de una serie de actividades que hacen intervenir a otras zonas corporales (zonas erógenas) que también buscan el placer, independientemente del ejercicio de una función biológica como la nutrición, por ejemplo. El placer erótico que experimenta el bebé cuando mama o cuando se chupa el dedo se considera sexual.
Entre los tres y los cinco años, la sexualidad infantil se va centrando en los genitales. Según Freud a los cinco años, en la culminación de la sexualidad infantil, esta ya se aproxima a la alcanzada en la edad adulta. La diferencia entre sexualidad infantil y la adulta es que en la primera hay impulsos, pero no actos como la penetración o la eyaculación. Freud dice que es fálica, antes que genital. Lo fálico asociado a la excitación, no a la descarga. Mientras que la sexualidad adulta se caracteriza por la importancia de la descarga.
Para Freud el complejo Edipo es, no sólo, el complejo nuclear de las neurosis, sino también, el momento decisivo en que culmina la sexualidad infantil y en el que se decide el porvenir de la sexualidad y de la personalidad adulta, fundamentalmente, a través de las identificaciones que posibilitan y definen la posición sexual masculina o femenina y la manera de ser en general. Por tanto, es, al atravesar la fase edípica, cuando se produce la estructuración de la personalidad y la orientación del deseo humano. Se considera que todos los niños, entre los tres y los siete años, pasan por la fase edípica, durante la cual, tienen que enfrentarse, por una parte, con los sentimientos de atracción sexual hacia el progenitor de sexo opuesto, y por otra parte, con los celos y hostilidad hacia el del mismo sexo. El complejo, supone además, diversos grados de culpa asociados a esos sentimientos.
Componentes del Complejo.
Durante el periodo edípico ocurre el despertar de la sexualidad y se manifiesta en actividades masturbatorias, en una aumentada curiosidad sexual y en el interés sexual del niño por el progenitor del sexo contrario. Los sueños y recuerdos de muchas personas dan pruebas de este despertar y si los padres son observadores pueden confirmarlo pues los niños no ocultan sus sentimientos sexuales. El niño percibe el atractivo sexual de su madre y le encanta tocarla. Lo mismo le ocurre a la niña con su padre. La fantasía es casarse con esa persona y estar con ella para siempre.
Esta nueva relación, es sexual en cuanto a la sensación de excitación erótica y al deseo de contacto, pero carece de descarga. A esta edad, a los niños les encanta meterse en la cama de los padres y sentir su calor y contacto. Sin embargo, los padres percibiendo y temiendo el elemento sexual de este contacto, le ponen fin. “Ya eres muy mayor para venir a nuestra cama”. Este despertar sexual es seguido por una fase inactiva, la fase de latencia, que se prolonga hasta la pubertad, cuando la actividad hormonal y sexual comienza a tomar la forma adulta.
Otro componente del complejo es la culpa sexual, el deseo sexual del niño hacia su progenitor es algo natural y el niño es inocente hasta que los padres proyectan en él su culpa sexual. El interés sexual del hijo hacia el progenitor, le crea a este un gran temor y sobre este temor planea la idea del incesto. Pero el peligro del incesto es irreal cuando el niño tiene cinco o seis años. El niño desea inconscientemente a su madre, pero no tiene ninguna intención de acostarse con ella y ni sabe, ni tiene capacidad para ello. Son los padres, al rechazar la sexualidad del niño, quienes dan a entender que el peligro es real, dando así, un toque de realidad a las fantasías y sentimientos que de otro modo permanecerían en el plano del juego.
Los padres amenazan al niño con castigos, con palabras y con miradas. Por ejemplo, la madre que regaña o mira fría y duramente a su hija por levantarse la falda y exhibir su cuerpo; o cuando un niño se toca su genitales y le reprenden o incluso del pegan en la mano porque “eso no se toca”, o se lo castiga por mirar a sus padres en el baño o fisgonear en el dormitorio. En realidad, los padres están proyectando sus propios sentimientos y sus propios conflictos en sus propios hijos, con lo que la situación se convierte en una carga de emociones adultas que los niños no pueden manejar. Todo se complica aún más cuando los padres responden emocionalmente a la sexualidad de sus hijos. Les excita y el interés y el juego sexual de los niños.
Otto Fenichel en su libro “Teoría psicoanalítica de la neurosis” señala: “con frecuencia, la madre ama al hijo varón y el padre ama a la hija. El amor sexual inconsciente de los padres por sus hijos es mayor cuando su satisfacción sexual real es insuficiente, ya sea por circunstancias externas o debido a sus propias neurosis” Cuando sucede esto los padres proyectan su propia culpa sobre el hijo y hacen que sienta, que él es el culpable. El niño asocia su deseo y amor natural e inocente a los sentimientos de culpa y dolor. Se culpa al hijo de sus sentimientos y de sus conductas sexuales. El niño actúa de manera inocente siguiendo sus impulsos instintivos, pero son sus padres quienes interpretan las expresiones o manifestaciones sexuales como sucias o pecaminosas.
El sentimiento de culpa del hijo respecto de su sexualidad, depende de lo que dicen o hacen sus padres, de la actitud general de los padres hacia el sexo, que mostraran constantemente de manera consciente o inconsciente. El complejo de Edipo del niño suele ser reflejo de los conflictos no resueltos de sus padres. Durante este periodo se constituye un triángulo familiar donde la madre es un objeto de deseo tanto para el padre como para el hijo, o el padre para la madre y la hija. Cualquiera que sea el sexo del hijo siempre hay un período de DÍADA donde madre e hijo/ hija son una unidad. Este dúo comienza a fracturarse cuando ingresa la figura del padre y esto se complica al producirse el deseo del hijo/a hacia uno de sus padres, habitualmente con el progenitor del sexo opuesto, tratando de excluir a su rival.
Veamos cómo se llega a esta situación triangular:
Durante la etapa oral el niño vive en intima fusión con la madre, a la que no diferencia de sí mismo. Se irá dando cuenta de que se encuentra en una situación de indefensión total y que necesita de otra persona para su supervivencia. La madre es la persona que nutre y protege al niño de todos los peligros que le amenazan desde el mundo exterior. El niño se conecta con su madre a través del contacto corporal y la lactancia, y el primer objeto erótico del niño es el pecho materno que lo alimenta. Posteriormente, este primer objeto se complementará con la figura total de la madre, que además de alimentar al niño, le dará el conocimiento de una serie de satisfacciones que él buscará repetir durante toda su vida. En la medida en que la madre asegura una presencia corporal, cuidadora y erógena a la vez, cumple verdaderamente su función de soporte materno.
Durante la fase anal se produce la separación de ese estado fusional, la individualización del niño. La individualización, como ser autónomo que se diferencia del otro y de sus necesidades; el control sobre su cuerpo, el control de esfínteres, su lenguaje, la bipedestación y la comunicación; así como el inicio de la conciencia social.
En la etapa fálica, los órganos genitales se vuelven una fuente destacada de placer, la curiosidad respecto al cuerpo aumenta, el niño empieza a darse cuenta de la diferencia entre hombre y mujer, estamos en pleno complejo de Edipo, etapa el niño desarrolla una atracción sexual hacia la madre y ve a su padre como rival e inicia una competencia por conservar el amor de la madre. Tras la individualización, en la etapa fálica, el niño continúa con el movimiento de separación de su madre y, el padre empieza a tener una importancia primordial.
La figura del padre es responsable de la primera y necesaria ruptura de la intimidad madre-hijo y de la introducción del hijo en el mundo de los hermanos, de los parientes y de la sociedad. La relación del niño con el padre marca la primera distancia de la madre y la primera salida a la realidad externa. El padre cumple entonces, una función de separación y apertura. Es el puente entre el mundo personal y social. Durante el trayecto, el niño se orienta mediante la figura que construye del padre héroe, quien a su vez todo lo sabe, lo puede y lo hace. La madre debe acompañarlo adecuadamente, debe soltarle, si no, el niño quedará atrapado en un vínculo simbiótico, y no podrá producirse la situación triangular madre-padre-hijo donde el padre estará ausente por estar excluido e imposibilitado para desarticular dicho vínculo. La madre, por tanto, debe “soltar” a su hijo, y el padre, recibirle.
Si el niño no se siente recibido por el padre, o se siente abandonado por la madre, que le reprocha su alejamiento, el niño, fracasará en su intento de separación e iniciará un movimiento de regresión hacia etapas anteriores de su desarrollo.
El complejo incluye también un sentimiento de rabia y hostilidad por parte del niño hacia el progenitor del mismo sexo. Sostiene Freud que la “rabia y la hostilidad contra el padre tiene relación con sus deseos incestuosos”. Que el niño sienta celos de la relación sexual de los padres es algo natural y estos celos no representan ninguna amenaza real para los progenitores. Sin embargo, según Lowen, muy distinto es cuando nos encontramos con el problema de los celos y la hostilidad de un progenitor hacia el hijo/a.
Cuando el padre tiene celos del hijo porque presiente que su esposa favorece o prefiere al niño, se genera una situación que sí entraña un verdadero problema para el hijo. De la misma manera, la hostilidad y los celos maternos significan una seria amenaza para la niña. El padre se muestra hostil ya que ve al hijo como una amenaza a su poder y un rival que le disputa el afecto de la esposa. El padre quiere proteger su situación y su poder.
El niño desarrolla sentimientos de culpa por su hostilidad hacia el progenitor del mismo sexo. La hostilidad surge en respuesta a la conducta del padre, que ve al hijo como un rival. El niño quiere tener la posesión exclusiva de su madre, la niña de su padre, y, ven al otro progenitor como rival. Pero el primer acto hostil en la situación edípica es la amenaza de castración por parte del padre. Si bien esta amenaza no es explicita, es expresada mediante miradas, actitudes y comentarios negativos o incluso, castigos. Como reacción, aparece en el niño, el deseo de que muera su padre. Desear la muerte del padre y a la vez, amarlo crea en el niño un gran conflicto interno.
Erik Erikson dice al respecto:” Los deseos edípicos (tan simple y confiadamente expresados en la certeza del varón de que se casará con la madre y hará que se sienta orgullosa de él, y en la seguridad de la niña de que se casará con el padre y lo cuidará como nadie) conducen a fantasías secretas de asesinato y violación. La consecuencia es un profundo sentimiento de culpa, una sensación extraña pues parece implicar que el niño cometió un crimen que, después de todo no cometió y que habría sido biológicamente imposible. Esta culpa secreta, sin embargo, tiene el efecto de dirigir todo el peso de la iniciativa del individuo hacia ideales deseables y metas prácticas.”
Sin embargo, tanto Lowen como Reich sostienen que esas fantasías surgen debido a que se culpa al niño de sus deseos incestuosos. Dice Reich:” La fase edípica es una de las experiencias humanas más significativas. Sus conflictos están en el centro de toda neurosis y movilizan fuertes sentimientos de culpa… Estos sentimientos desembocan con particular intensidad en actitudes de odio que son parte integral del complejo de Edipo.” Por tanto el odio es consecuencia de la culpa, no a la inversa. El niño para llamar la atención del progenitor elegido (en ese momento) arbitrará diferentes mecanismos: lo seducirá, le exigirá, le hará reclamos, lo defenderá, y el padre en cuestión responderá a estas maniobras según sus características personales, algunos serán más sensibles a unas conductas y otros a otras.
La manera en que se conquista a este progenitor, tiene mucho que ver con los mecanismos posteriores que utilizará más adelante la persona cuando se convierta en adulto. A su vez, el niño tratará de expulsar a su rival con broncas, agresiones, evasiones, pero como también lo ama, le creará conflicto interno, porque no querrá que se vaya del todo ni quedar mal con él, por lo cual se le mezclarán sentimientos de culpa, así también como conductas de aplacamiento por temor al enojo o al abandono. Los padres, como hemos visto, no son ajenos, ellos son parte de esta situación compleja. La actitud que tengan con el hijo, tanto en su relación de pareja, como en su relación como padres y como individualidades, padre, madre; cómo sea su entorno, será fundamental en cómo se resolverá la situación. Según como se resuelva esta situación edípica, será la personalidad posterior o incluso la neurosis de la persona.
Resolución del Complejo de Edipo.
Freud sostenía que la neurosis era resultado de una resolución inadecuada del complejo de Edipo. A juicio de Freud, si no se suprimían los sentimientos sexuales hacia la madre los varones vivirían el mismo destino que Edipo: matarían al padre para casarse con la madre. Para evitarlo, se amenaza el niño con la castración si no reprime su deseo sexual y sus sentimientos hostiles. Pero, no sólo se reprimen estos sentimientos, sino la situación edípica misma. De manera que el adulto no tiene memoria del triángulo en el que estuvo envuelto en la infancia. Prácticamente nadie, recuerda haber sentido deseo sexual por su padre o por su madre. Y casi todos niegan haber estado celosos del progenitor de su mismo sexo. Los sentimientos sexuales infantiles están tan cargados de culpa, temor y odio que no pueden resolverse de manera simple y el complejo se reprime en su totalidad.
La represión del complejo de Edipo tiene lugar bajo la amenaza de la castración. El niño renuncia inconscientemente a su deseo por la madre y a su hostilidad hacia el padre, por temor a la castración. Tiene miedo de que le corten el pene. Cuando a un niño se le castiga o amenaza con castigarlo por masturbarse, aunque no se amenacen sus genitales de manera explícita, el miedo a la castración está presente. El niño sabe que está compitiendo con su padre y percibe su hostilidad y dado que el pene es el órgano ofensor, asume que se lo lastimarán o cortarán. El niño percibe el “enamoramiento” hacia su madre como peligroso y teme ser castigado por ello con la pérdida de su pene. Aunque sólo tiene una ligera idea de lo que es la satisfacción amorosa, percibe que su órgano genital tiene que ver con ello. Esta amenaza sólo surte efecto si va asociada al descubrimiento de los genitales femeninos. Ve a la niña desprovista de pene, y la pérdida de su propio pene se convierte en una posibilidad real. La amenaza de la castración comienza entonces a surtir sus efectos.
Lowen, constata que todos sus pacientes tienen temor a la castración y que muchos de ellos refieren sueños angustiosos sobre ello y que cualquier hostilidad que manifieste un padre hacia el hijo por causa de su sexualidad, produce en el niño una elevación y contracción del suelo pélvico. Una simple mirada de reproche, tendrá ese efecto. Mientras el niño siga temiendo al padre, la tensión pélvica permanecerá. Esta contracción de la pelvis está asociada con el temor a la lesión de los genitales. No se tiene conciencia del temor si no se es consciente de la tensión. También sus pacientes mujeres experimentan el temor a la castración, que se manifiesta en su miedo a sufrir lesiones en la zona genital. Este temor es inconsciente. La paciente experimenta la hostilidad del progenitor como un grave peligro. Este peligro, provoca mucho miedo y tiene el mismo efecto que las amenazas de castración. Las niñas son avergonzadas y humilladas por cualquier expresión de deseo sexual, sobre todo hacia el padre. El miedo a la humillación las lleva a reprimir el sentimiento sexual, por lo que actúa como una amenaza de castración.
Cualquiera que sea el medio que empleen los padres hacia la sexualidad de sus hijos: miradas o palabras de reproche, reprimendas, castigos más o menos severos, el resultado es que el hijo reprime su deseo sexual por un progenitor y su hostilidad hacia el otro. Estos sentimientos son sustituidos por un sentimiento de culpa por su sexualidad y miedo a las figuras de autoridad. La represión de los sentimientos asociados al complejo de Edipo lleva al desarrollo del superyó, que es una función psíquica que simboliza las prohibiciones parentales. El superyó es alimentado por la cultura, la educación y las exigencias sociales. El Superyó es para Freud, “una instancia que surge como resultado de la resolución del complejo de Edipo y constituye la internalización de las normas, reglas y prohibiciones parentales.” La autoridad parental es introyectada en el yo formando el superyó que asegurará que el niño acate los deseos de sus padres en el proceso de aculturación.
El niño/a se rinde; el niño renuncia a su deseo hacia la madre porque acepta que es del padre, y la niña renuncia al padre porque acepta que es de la madre. Se resigna al cumplimiento de sus deberes.
Acepta la castración psicológica y deja de ser un rival para el padre y se identifica con él. El niño quiere ser como su padre y se identifica con él. Lo mismo, la niña con la madre. Esta renuncia supone la aceptación del poder de los padres y un sometimiento a sus valores y exigencias.
Para Freud, los conflictos edípicos se resuelven por medio de la represión y esta represión es necesaria para poder tener una sexualidad “normal” en la edad adulta, y poder transferir a otro adulto el deseo sexual; de lo contrario la persona quedará fijada en su progenitor. La represión del complejo permite al niño la entrada en el período de latencia hacia una madurez normal. Si la represión es incompleta, la persona se vuelve neurótica.
Para Lowen y Reich, sin embargo, la represión no los resuelve, sólo los entierra en el inconsciente, donde permanecen activos y desde donde controlan la conducta de la persona.
Dice Reich:” es cierto que el complejo de Edipo desaparece como resultado de la angustia de castración, pero vuelve a surgir en forma de reacciones caracterológicas que, por un lado, perpetúan sus rasgos principales de un modo distorsionado y, por otro, son formaciones de reacción contra elementos básicos” En la etapa de latencia se interrumpe el desarrollo de la sexualidad. Esta recomienza con la pubertad. El/la adolescente se encuentra ante la tarea de rechazar las fantasías incestuosas y de emanciparse de la autoridad parental. La fase edípica es un proceso que debe desembocar en la posición sexual y la actitud social adultas y el deseo debe dirigirse hacia otras personas fuera del núcleo familiar.
Quienes han desarrollado una relación muy estrecha con el progenitor del sexo opuesto, y su correspondiente e ineludible sentimiento de culpa, se verán en peligro de proseguir toda su existencia con una sensación de incomodidad ante cualquier experiencia sexual, puesto que, inconscientemente la asociarán con sus culposos deseos de incesto en la infancia. En la adolescencia hay una re- actualización de la situación edípica, esta vez, como un conflicto de poder. El hijo disputará al progenitor del mismo sexo su lugar de poder.
Y si las cosas funcionan bien, y el progenitor mantiene su lugar dentro del ámbito familiar, se permite que el hijo salga fuera y vuelque su energía hacia el mundo exterior, donde tratará de crear su propio espacio. Sin embargo, cuando el hijo detenta demasiado poder dentro del ámbito familiar y queda atrapado en el hogar, pierde su oportunidad de hacerse un lugar en el mundo.
Uno de los padres es destituido y si el otro, en lugar de apoyar a su pareja, se inclina por el hijo, el joven quedará atrapado en el problema, lo que significará que su salida al mundo peligre. Pierde en el ámbito familiar, para ganar un espacio afuera. Ahora ese hijo, salido del ámbito familiar, deberá matar al padre interno (admitir que puede arreglárselas solo, renunciar a su protección, declararlo prescindible) para poder erigirse como adulto autónomo. Este proceso no es nada fácil para ninguno de los implicados, ya que se juegan sentimientos de dolor, culpa y temor.
El conflicto edípico mal resuelto continúa actuando desde el inconsciente constituyendo con sus derivados el complejo nuclear de cada neurosis.
De cómo se haya atravesado este complejo y de sus avatares, dependerá la vida psíquica del sujeto, teniendo consecuencias en la sexualidad, en la relación con los otros, en el origen de sus miedos y de sus fantasías. Hay quienes llegan a ser adultos sin resolver esa etapa en su vida, y esto es, consecuencia de las necesidades emocionales insatisfechas desde la infancia que persisten. Puede reflejarse en cuadros neuróticos y en una dificultad para establecer relaciones de pareja en el futuro. Como ejemplo de esta situación, encontramos hombres adultos que viven con su madre y no están casados ni tienen vida sexual.
Hay personas que quedan atrapados y se eternizan en el conflicto, a veces quedando como eternos adolescentes. Personas con problemas para acatar límites con la autoridad o conflictos de rivalidad. Hombres y mujeres que eligen inconscientemente parejas que se parezcan a su padre o a su madre. Mujeres atraídas por los hombres que se le recuerdan tanto a su padre. Hombres que, casándose con mujeres tan distintas a su madre, las tratan igual que si fueran su madre. Mujeres y hombres buscando la pareja perfecta, sin encontrar nunca, a esa persona con quien sentirse lleno y satisfecho. Mujeres y hombres que buscan relacionarse sentimentalmente con personas mayores. Hombres y mujeres al recate de otros hombres y mujeres. Mujeres y hombres incapaces de unir la sexualidad con el amor y la ternura.
Tanto Layo, como Edipo intentaron evitar su destino. Sin embargo, todos sus esfuerzos fueron inútiles y la predicción del oráculo se hizo realidad. Según Freud, nosotros podemos evitar el destino de Edipo reprimiendo los sentimientos y recuerdos asociados con nuestros deseos incestuosos infantiles. Sin embargo y en palabras de Lowen, esta represión encadena al individuo a la situación traumática y lo programa para repetirla más adelante en su vida.
Dice Lowen:” Como resultado, cada varón se casa con la madre y cada niña se casa con el padre. Y, aunque en la realidad no asesinamos a nuestro padre, como Edipo, lo matamos simbólicamente en el plano psicológico con el odio que guardamos en el corazón. Sostengo que reprimir el complejo de Edipo es garantía de que, a nivel psicológico, tendremos el mismo destino que Edipo.
Bibliografía Consultada.
FREUD, S. Obras completas. Ed. Biblioteca Nueva. Madrid.
(1892-99) Fragmentos de la correspondencia con Fliess. Carta 71.
(1905) Tres ensayos sobre una teoría sexual.
(1908) Teorías sexuales infantiles.
(1910). La Interpretación de los sueños.
(1912) Tótem y tabú.
(1923) La organización genital infantil.
(1924) El final del complejo de Edipo.
(1926) Inhibición, síntoma y angustia.
Nasio, J.D.El Edipo. El concepto crucial del Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 2010.
Sófocles. Tragedias. Madrid: Gredos, 1986
Lowen, A. Miedo a la vida. Barcelona: Papel de liar. 2009, 1ª Ed.
Albert Gutierrez, J.J. Ternura y Agresividad. Madrid: Mandala Ediciones, 2009
Emma Garde.
Pamplona Agosto 2015