Trastorno antisocial

Psicopatología
Trastorno Antisocial De La Personalidad

 

¿Es el hombre fundamentalmente malo y corrompido, o es fundamentalmente bueno y perfectible?

El Antiguo Testamento no toma posición de la corrupción fundamental del hombre. La desobediencia de Adán y de Eva a Dios no se llama pecado; en ningún lugar hay indicio de que esa desobediencia haya corrompido al hombre. Por el contrario, la desobediencia es la condición para el conocimiento de sí mismo por parte del hombre, por su capacidad de elegir, ese primer acto de desobediencia es el primer paso del hombre hacia la libertad.

El Antiguo Testamento ofrece por lo menos tantos ejemplos de hacer el mal como de hacer el bien, su posición es que el hombre tiene las dos capacidades, la del bien y la del mal, entre la vida y la muerte. Dios no interviene en su elección; presta ayuda enviando a sus mensajeros a enseñar las normas que conducen a distinguir la bondad, a identificar el mal, y a amonestar y protestar. Pero hecho eso, se le deja solo al hombre con sus dos fuerzas, la fuerza del bien, y la fuerza para el mal, y la decisión es suya únicamente.

Realmente sería difícil, para quien haya tenido una larga experiencia como psicoanalista, subestimar las fuerzas destructoras que hay en el hombre, en pacientes enfermos ve funcionar esas fuerzas y experimenta la enorme dificultad de detenerlas o de canalizar su energía en direcciones constructivas, mas, la intensidad de estas fuerzas no implica de ninguna manera que sean invencibles, o ni aun dominantes. (E. Fromm 1966).

 

 

Conducta Antisocial.

Reglas que rigen en un momento dado, y que conforman un sistema de reglas que definen y controlan las conductas posibles en situaciones determinadas, regulando las actividades de las personas. Reglas que son dictadas por la costumbre, las conveniencias sociales y las tradiciones de la sociedad donde se desempeñan. Son las normas, implícitas y explícitas que se constituyen como una forma permisible de comportamiento en cuanto a las explícitas, y una forma deseable en cuanto a las implícitas, y que se convierten en creencias y prácticas habituales de los miembros de la comunidad en las que se inscriben.

Sin estas reglas, leyes de cumplimiento, y normas sociales, no podrían ser identificados como antisociales o desviados, actos o conductas que conforman la personalidad psicopática, la psicopatía o el trastorno antisocial. Como visión conductual el acto antisocial en sí mismo se debe a la existencia de una serie de circunstancias situacionales que lo posibilitan, para la psicología de la personalidad la disposición para cometer actos antisociales se debe a varios rasgos de personalidad que coexisten en la persona, que se infieren de la observación, que se mantienen estables en el trascurso del tiempo, y que se repiten en distintas conductas instrumentadas por la misma persona.

 

 

Psicopatía.

“Incapacidad para aprender ciertas formas de conducta necesarias para una actuación eficaz en lo social”.
Ya Pinel a principios del siglo pasado se refirió a la conducta que entra en conflicto con la sociedad, se le ha aplicado diversos nombres en el transcurrir del tiempo, siendo Birnbaum el primero en acuñar el término psicopático, personalidad que Schneider llama “explosiva”; desobedientes y desafiantes son aquellos que a la menor provocación se ponen rabiosos e incluso violentos sin guardar la menor consideración. Este término fue adoptado en Inglaterra como “insania moral”, que era un tipo de personalidad desajustado de las normas sociales, y presentaban casos que hoy conocemos como comportamientos psicopáticos, lo delincuente era una deficiencia del “sentido moral”. Scholtz define la “anestesia moral” como la de aquellos que conocen perfectamente bien las leyes morales, pero no las sienten, y a causa de ello no subordinan a ellas su comportamiento”. En lenguaje popular psicópata es igual a conducta antisocial, aunque es necesario precisar que aunque si es habitual encontrar psicopatías en los actos delictivos, hay personalidades psicopáticas que no son en absoluto delincuentes.

El psicópata no puede sentir realmente, no le es posible experimentar plenamente el componente emocional en sus conductas, “demencia semántica” lo llamó Clekley, lo que le lleva a no experimentar un interés por los demás, a quienes manipula, pudiendo simular estados emocionales. Sus dos connotaciones específicas son la incapacidad de amar y la falta de culpabilidad, no pueden situarse en el lugar del otro.

“No tiene capacidad para adquirir un condicionamiento al miedo, es decir, no aprende las conductas para evitar los castigos que originen un miedo anticipatorio y refuercen la conducta de evitación, el psicópata no anticipa en sentido emocional la consecuencia desagradable de su comportamiento. La conducta de recompensa está más determinada por las necesidades inmediatas, ante estas necesidades los psicópatas tiene respuesta excesiva, ya que no pueden desarrollar o mantener las representaciones mentales abstractas necesarias para iniciar formas de conducta superiores, y así obtener la recompensa, los psicópatas necesitan de señales externas que les indiquen si pierden o ganan, que les ayuden a regular su conducta de manera efectiva, al igual que las personas normales hacen con sus mecanismos reguladores internos”. (Jarne, A. y Talarn,A. 2005)

 

 

El Carácter Sádico Y La Lujuria.

El trastorno antisocial de la personalidad es un extremo patológico de este carácter descrito por Claudio Naranjo. Lujuria es una pasión por el exceso, pasión que busca la intensidad en todo tipo de estímulos, y que evita la interioridad, nos dice Claudio que el ansia de estar siempre vivo es un intento de ocultar una falta de viveza, que busca a través de la acción la sensibilidad emocional, carácter hiper-masculino e insensible, extra-punitivo y osado.

Está apasionadamente a favor de la lujuria como forma de vida, esta propia pasión denota una actitud defensiva, necesita demostrarse y demostrarnos que lo que todos llaman malo en realidad no lo es, en la lujuria hay placer en reafirmar la satisfacción de los impulsos, placer por lo prohibido, placer de luchar por el placer y la intensidad.

Otros rasgos asociados al carácter son los de ser intimidador, humillante y frustrante, es el más airado y el menos intimidado por la ira, es vengativo, pero a largo plazo, se toma la justicia por su mano como respuesta a lo sentido en la infancia, siente, después de haber sufrido humillación, que ahora es el momento de tomarse la justicia por su propia mano, de obtener placer, aunque esto ocasione dolor en otros, este proceso sádico de humillar al otro lo podemos considerar como una transformación de tener que vivir con la de uno mismo. La característica antisocial y la rebeldía en la que se apoya es una reacción de enfado ante el mundo, y por tanto una manifestación de castigo vengativo.

Se esfuerza en mantener una asertividad y una agresividad excesivas para evitar una posición de indefensión que implicaría sumisión a las constricciones sociales y una renuncia a los propios impulsos, pone en marcha un proceso de negación de la culpa, vergüenza y falta de valor que implica su desconsideración hacia los otros, y una represión del superego más que del ello, hay un rechazo de la autoridad internalizada y de sus valores. C. Naranjo habla en este caso de una “contraintroyección” como el lujurioso está presto a vomitar lo que no encaje en sus deseos. Mecanismo significante de este carácter es la desensibilización, un encallecimiento, un desistir de las expectativas de amor de los demás y un volverse contra los valores de la sociedad.

Hay una pérdida de totalidad, pérdida de Ser, en su impaciencia por la satisfacción, desplaza su objetivo hacia una noción excesivamente concreta de placer, riqueza, triunfo, sólo para descubrir que este logro, sustituto del ser, le deja para siempre insatisfecho, anhelante de intensidad, el sobredesarrollo de la acción al servicio de la lucha en un mundo peligroso en el que no se puede confiar es el paradigma existencial de este carácter.

 

 

Carácter Fálico-Narcisista (Wilhelm Reich).

El carácter fálico -narcisista típico, es seguro de sí mismo, a menudo arrogante, elástico, vigoroso y con frecuencia dominador. Cuanto más neurótico el mecanismo interior, tanto más saltan a la vista estos modos de conducta.

En cuando al tipo corporal, la expresión facial muestra por lo común rasgos duros, marcados, masculinos, mas con no poca frecuencia también femeninos, como de niña, pese al porte atlético. La conducta cotidiana es por lo común altanera, quizá fría y reservada, quizá agresiva o “erizada de púas”. En el comportamiento en relación con el objeto, incluido el objeto amoroso, siempre domina el elemento narcisista sobre el elemento libidinal objetal, y existe siempre una mezcla de rasgos sádicos más o menos disfrazados.

Estas personas se anticipan por lo general a cualquier ataque esperado, con un ataque de parte de ellos. Muy a menudo la agresión se expresa no tanto en lo que dicen o hacen, sino en la manera en que lo dicen o hacen. Aparecen como agresivos o provocativos ante personas que no disponen de su propia agresión. Los tipos francos tienden a lograr posiciones rectoras en la vida y se rebelan contra la subordinación ejerciendo su dominio sobre otros situados en peldaños más bajos de la escala jerárquica. Si sienten su vanidad herida, reaccionan con fría reserva, con profunda depresión o con vivaz agresión.

A diferencia de otros caracteres, su narcisismo no se expresa de manera infantil, sino en la exagerada ostentación de confianza en sí mismos, de dignidad y superioridad, pese a que la base de su carácter no es menos infantil que la de los demás.

Los hombres fálico narcisistas (FN) muestran una gran potencia erectiva, si bien son orgásmicamente impotentes. Las relaciones con mujeres se ven perturbadas por el deprecio que sienten hacia el sexo femenino, deprecio rara vez ausente en estas estructuras. Pese a ello son objetos sexuales altamente deseados, pues su aspecto exterior ostenta todos los rasgos de la masculinidad. En las mujeres, el carácter FN se presenta con mucha menor frecuencia. Las formas decididamente neuróticas se caracterizan por una homosexualidad activa y por una sexualidad clitorídea; las mujeres genitalmente más sanas, se caracterizan por una gran confianza en sí mismas, basada en el vigor físico y en la belleza.

La historia infantil revela casi siempre serias decepciones en el objeto del otro sexo, decepciones que ocurrieron precisamente en momentos en que se hacían intentos de conquistar ese objeto mediante la exhibición fálica. En los hombres, encontramos a menudo que la madre era la más fuerte de los dos progenitores, o que el padre había muerto prematuramente o había desaparecido de alguna manera del cuadro familiar.

La frustración de la actividad exhibicionista genital en la cúspide de su desarrollo, por la misma persona hacia la cual se manifestara el interés genital, resulta en una identificación con esa persona en el nivel genital. Es decir, el muchacho renunciará al objeto femenino, lo introyectará y se volverá hacia el padre en un papel homosexual activo (por ser fálico), mientras conserva a la madre como un objeto, con actitudes solamente narcisistas e impulsos de venganza sádica.

En tales hombres, el acto sexual tiene el significado inconsciente de demostrar a la mujer, una y otra vez, su potencia; al mismo tiempo, significa desgarrar o destrozar a la mujer y, en una capa más superficial, degradarla. A la inversa, en las mujeres fálico-narcisistas el motivo rector es el de vengarse del hombre, de castrarlo durante el acto sexual, de tornarle impotente o de hacerle parecer impotente. Esto no contradice en manera alguna la marcada atracción sexual que estos caracteres acentuadamente eróticos ejercen sobre
el otro sexo.

Nos habla Erich Fromm de la violencia reactiva, que es la que se emplea en la defensa de la vida, de la libertad, de la dignidad, de la propiedad, ya sea de uno o de otros. Tiene sus raíces en el miedo, este puede ser real o imaginario, consciente o inconsciente. Es un tipo de violencia al servicio de la vida, no de la muerte, su finalidad es la conservación, no la destrucción, implica cierta proporcionalidad entre fines y medios.

Otro tipo de violencia reactiva es la que se produce por frustración, cuando se frustra un deseo o necesidad. Es un intento para conseguir el fin fallido mediante el uso de la violencia, no es una agresión por el gusto de la destrucción, esta reacción provoca envidia y celos, y se produce con odio y hostilidad, la historia de Caín y Abel, o de José y sus hermanos son versiones clásicas de envidia y celos.

Otro tipo de violencia es la vengativa, esta es la de evitar el daño que amenaza y sirve a la función biológica de supervivencia, la función de esta violencia es la de anular mágicamente el daño recibido, es el “ojo por ojo” y corresponde a la persona neurótica que encuentra dificultades para vivir en independencia y con plenitud, y en psicopatología grave la venganza se convierte en el fin predominante de la vida, ya que sin venganza amenazan hundirse, no sólo en la estimación del sí mismo sino del sentido del yo y de la identidad.

Junto a la violencia vengativa está la debida al quebrantamiento de la fe, que tiene lugar en la vida del niño. El niño comienza la vida con fe en la bondad, en el amor, en la justicia, tiene fe en el sentido materno o paterno, en la solicitud de ambos para abrigarlo, para aliviarlo, podemos expresarlo como fe en Dios. Esta fe se puede quebrantar en edad temprana, el niño oye mentir, se siente desgraciado y temeroso, y ninguno de los padres lo advierte, no le prestan atención, se va quebrantando la fe original en el amor, en la veracidad, en la justicia de los padres, y en la vida, es la posibilidad de confiar en ella la que se quebranta.

Otra reacción importante es el ambiente de violencia, el niño profundamente desengañado y desilusionado puede también empezar a odiar la vida. Si no hay nadie en quien creer, si la fe en la bondad y la justicia no fue más que una ilusión, si la vida la gobierna el diablo y no Dios, entonces, la vida se hace odiosa, ya no puede sentir uno el dolor del desengaño. Lo que se desea demostrar es que la vida es mala, que los hombres son malos, que uno mismo es malo, el niño se convertirá en un cínico y un destructor, es la destructividad de la desesperación, el desengaño de la vida condujo al odio a la vida, y esto puede constituirse en el leymotiv de la vida de la persona.

Cuando el niño vive la indefensión absoluta, la incapacidad posible de reacción ante el medio en el que le tocó desenvolverse, necesita actos compensatorios, para Fromm esta es la violencia compensadora, aquella que surge desde la impotencia. El niño se siente impulsado a dejar su huella en el mundo, a transformar y cambiar, desde su impotencia el niño busca apoyo en una persona o grupo a quien otorga su poder de cambio y con quien se identifica, se hace la ilusión de actuar cuando en realidad no hace sino someterse a los que actúan y convertirse en una parte de ellos, su acto creativo se convierte en un acto destructivo, y esto requiere la cualidad de la fuerza, el niño impotente puede trascender la vida destruyéndola en otros o en sí mismo, así se venga de la vida porque ésta se le niega.

Estas formas de violencia que nos presenta Fromm nos sirve para traer el trastorno disocial, no se hace fácil entender como niños muy pequeños pueden asumir un comportamiento destructivo. Ya vimos los diferentes tipos de violencia que pueden ser asumidos por un niño en desarrollo, tal vez su propio carácter, falta de atención e hiperactividad en sus diferentes tipos, promueva el odio o la irritabilidad parental, o el desinterés en su cuidado y educación, lo que se traslada a la escuela, donde el niño es visto como alguien que necesita educación especial y es separado de la aceptación de su entorno.

Tal vez las condiciones relatadas por Fromm se den en la estructura familiar, una familia desestructurada, y esto origine que el niño pierda la fe y el amor por la vida y se transforme en un niño humillado, que se siente perseguido, y acabe por odiar la vida, y sentir que todo lo que en ella hay es malo, y merece de actos de maldad como compensación a su sufrimiento. Tal vez al niño le tocó desde muy pequeño ser atendido en centros asistenciales donde no pudo sentir el amor a la vida y tuvo que defenderse como pudo de la agresión ambiental que sintió, el caso es que existe el trastorno disocial, está conceptualizado como tal en los manuales de diagnóstico, y es precursor y antesala del trastorno antisocial de la personalidad, que se define como patrón de abuso y atropello de los derechos de los demás.

 

 

(Siguiendo el DSM IV)
Trastorno Disocial.

Patrón de comportamiento persistente y repetitivo en el que se violan los derechos básicos de los otros, o importantes normas sociales adecuadas a la edad de la persona. Comportamientos que se dividen en cuatro grupos:

-Comportamiento agresivo que causa daño físico o amenaza de los otros, o importantes normas sociales adecuadas a la edad. Comportamiento fanfarrón o intimidatorio, peleas o uso de armas que pueden causar daño, crueldad física con personas o animales, extorsiones o abusos sexuales.

-Comportamiento no agresivo que causa pérdidas o daños a la propiedad.

-Fraudes o robos a otras personas, evitar deudas u obligaciones, falsificaciones.

-Violaciones graves de las normas escolares o familiares

El comportamiento provoca deterioro significativo de la actividad social, académica o laboral, y se presenta en el hogar, la escuela o la comunidad. Siendo su gravedad leve (mentir, saltarse normas), moderado (vandalismo, robos sin enfrentamiento), o grave (violación, crueldad física, armas, robos con enfrentamiento, destrozos y allanamiento)

• -De inicio infantil, anterior a los 10 años de edad, violencia física, relaciones problemáticas, asociado a déficit de atención con hiperactividad y con un trastorno de conducta persistente.
• -De inicio adolescente, Sin antecedentes antes de los 10 años, menos comportamientos agresivos y mas relaciones normativas con compañeros.

Escasa empatía y poca preocupación por los sentimientos de los demás, mala percepción de las intenciones de los otros, con una interpretación de amenaza y respuesta agresiva, sin sentimientos de culpa o remordimiento, acusan a otros de sus propios actos. Con autoestima baja o exagerada, irritables, con escasa tolerancia a la frustración, arrebatos emocionales, impulsividad e imprudencia. Asociado a un consumo temprano de sustancias ilegales y actos temerarios, con problemas en la adaptación en general e ideación suicida, con problemática en el aprendizaje y la comunicación.

Factores que predisponen su desarrollo: Rechazo y abandono de los padres, temperamento difícil, prácticas educativas contradictorias, excesiva disciplina, abusos sexuales o físicos, familia con muchos miembros, tabaquismo materno durante el embarazo, rechazo de compañeros, asociación con grupos delictivos, violencia en el vecindario y psicopatología familiar.

 

 

Trastorno Antisocial de la Personalidad.

Patrón general de desprecio y violación de derechos de los demás, el engaño y la manipulación son sus características centrales que se mantienen durante la edad adulta. Para que este patrón se pueda encuadrar como trastorno la persona ha de tener al menos 18 años, y antes de los 15 años haber tenido síntomas de un trastorno disocial de la personalidad. Patrón que no corresponde a actitudes del esquizofrénico ni a un episodio maníaco.

Las personas con trastorno antisocial no logran adaptarse a las normas sociales en lo que respecta al comportamiento legal, pueden hostigar o robar a otros, o dedicarse a actividades ilegales, es donde más se manifiesta una anomalía en el aprendizaje de normas sociales, ya desde la infancia hay conflictos con la norma, de niños no se corrigen con el castigo y destacan por la falta de miedo. Les motiva la gratificación inmediata y no están dispuestos a un esfuerzo sostenido, ya que pierden interés por lo que no reporte satisfacción inmediata, en consecuencia son inconstantes y volubles.

Desprecian los deseos, derechos o sentimientos de los demás, mienten, engañan y manipulan con tal de obtener beneficio propio o placer personal. Como no toleran la frustración cualquier encuentro o desacuerdo puede ser tomado como una provocación. La expresión de sus emociones puede ir desde la hostilidad e ira hasta malevolencia, evitan los sentimentalismos, la intimidad y la vulnerabilidad, ya que los consideran signos de debilidad, son incapaces de identificarse con las emociones de otros y compartir o sentir emociones.

Se aprecia un patrón de impulsividad mediante la incapacidad para planificar el futuro, las decisiones se toman sin pensar, y no se previene la consecuencia de los propios actos, tanto paras uno mismo, como para los demás, esto trae consigo cambios de residencia y poca continuidad en las amistades.

Tienden a ser agresivos e irritables, pueden tener peleas o cometer actos de agresión a otros, como la pareja, utilizan la violencia y no se inhiben (en apariencia) ante el miedo. Les cuesta mucho adaptarse y viajan de novedad en novedad.

Son imprudentes con su seguridad o la de los demás, desarrollan conductas de riesgo en lo habitual (conducir), y en comportamientos sexuales o consumo de sustancias que pueden derivar en situaciones de elevado peligro.

Son continua y elevadamente irresponsables, fracaso escolar, abandono de trabajos sin necesidad o motivo y sin planes futuros, falta de responsabilidad en el mantenimiento familiar, en lo material y en lo afectivo, para con su compañera y para con los hijos, de quienes no se hace cargo, llegan a ser explotadores de su entorno, contraen deudas sin intención de pagarlas.

Tienen pocos remordimientos como consecuencia de sus actos, se mantienen indiferentes o bien dan explicaciones superficiales culpando al otro de lo ocurrido, o bien achacando su conducta a circunstancias de la vida, o bien mostrando una completa indiferencia. No dan ninguna compensación ni resarcen a nadie por su comportamiento.

Las personas con trastorno antisocial carecen de empatía y sensibilidad, son cínicos en su actitud, tienen un concepto de sí mismo engreído y arrogante, son fanfarrones y les gusta ir de autosuficientes. Tienen un encanto superficial y un verbo fácil, no es frecuente que haya una manifestación de lealtad, ya que instrumentalizan a los otros para conseguir sus objetivos, quienes les rodean se pueden sentir intimidados por su frialdad, son altamente competitivos y malos perdedores, su inseguridad en las relaciones les llevan a necesitar mantener un alto nivel de control debido a su gran desconfianza.

Perciben habitualmente el entorno como amenazador, se apoyan y aprovechan de situaciones como el racismo, el nacionalismo y la xenofobia, son justicieros en aras de su propia justicia, que la reconocen como única posible, en función de todo ello siempre actúan “en defensa propia”, estando plenamente convencidos de que las cosas deben ser así. Se sienten orgullosos de ser como son, e internamente buscan el reconocimiento, aunque a nivel externo hagan manifestación de lo contrario. Las personas antisociales no sienten que su actitud sea ajena o molesta para las personas, es parte de su personalidad, la que está plenamente integrada, por lo que ni se sienten enfermos, ni muestran signos de arrepentimiento.

Características de su personalidad son la incapacidad para tolerar el aburrimiento, lo que les lleva a vivir la vida con intensidad desmedida, experimentan disforia, estados de ánimo depresivos y trastornos de somatización, tienen un grave problema con el control de los impulsos, problemas con sustancias, drogas o alcohol, así como al juego. Es más probable el desarrollo de trastornos antisociales en áreas marginadas de zonas urbanas.

A fin de mantener su auto concepto, y sin demasiado interés en amoldar su conducta a cauces deseables en lo social, y con la finalidad de aliviar la tensión y poder soportar la intensidad que ellos mismos se procuran, los antisociales usan como mecanismo defensivo el acting out, es el impulso a expresar pensamientos, emociones y otras acciones que son ofensivas, así descargan su inquietud de forma indiscriminada y de manera hostil sin mayor remordimiento o atisbo de culpabilidad.

Ya quedó dicho que este trastorno tiene un antecedente en el trastorno temprano disocial, y un posible problema de hiperactividad asociado. Es muy factible que haya una historia de abandono en la infancia, o un comportamiento inestable en los padres con falta de disciplina en la educación, Millon nos habla de hostilidad parental, crueldad o dominación, o el propio factor disruptivo entre padre y madre, con unos modelos deficientes, donde tal vez la falta de modelo adecuado le lleva a buscar otros distintos (en la calle), que le sirvan de guía.

El niño sin figura de autoridad y sintiéndose abandonado y rechazado se endurece y aprende conductas nada apropiadas para él. También Millon nos habla de una conducta vengativa aprendida, necesita sacarse la frustración que le ha generado la nula atención educacional recibida, y se cobra venganza en la socialización donde ya no tolera ni más dolor, ni más frustración, de la ausencia hipertímica del miedo, interpérrito ante el peligro y el castigo y atraído por ellos, de la autoimagen asertiva, se considera independiente y vigoroso, y de la proyección malévola, de cómo justifica sus actos poniéndoselos a los demás, asimismo Millon menciona los bajos umbrales de estimulación del sistema límbico y del núcleo amigdalino.

“En la historia infantil de estas personas hay figuras maternas demasiado tolerantes y padres excesivamente débiles, pero la emergencia del trastorno es tan temprana que a veces es difícil distinguir entre causas y efectos en la interacción paterno-filial. De hecho la prevalencia familiar del trastorno antisocial de la personalidad habla más a favor de la intervención de factores genéticos que de una alteración exclusiva de los procesos de socialización por prácticas educativas inconvenientes” (J. Vallejo 2006)

Desde el psicoanálisis la personalidad antisocial es una forma de controlar la intensidad de los miedos. Las experiencias infantiles se identifican con una “mala” figura, y por identificación se sienten malos, y esto les sirve para reprimir su miedo a la locura. Sea porque el patrón familiar es de más acción que expresividad y de muy poca emocionalidad, donde prima la dominación y el descontento, donde es previsible un grado elevado de agresividad o violencia, negligente y hostil.

O sea porque los rasgos caracterológicos del niño son inasumibles para la estructura familiar, el caso es que se crea un ambiente de ira y resentimiento, sin ninguna vinculación afectiva del niño con los suyos, o tal vez sin ninguna vinculación dentro del propio sistema familiar.

Esto lleva al niño a una pérdida de referencia y a una forma de percibir el mundo sin guía ni limitaciones, sin afecto y sin control alguno, todas estas circunstancias le crean un sentimiento de ser tratado sin cariño, una necesidad de venganza y la identificación con alguna figura que implique de alguna forma maldad.

Karen Horney hablaba de la venganza abiertamente agresiva, “el atractivo de la vida consiste en dominarla, ello conlleva la determinación de, consciente o inconsciente, de superar cualquier obstáculo, y la creencia de que debería ser capaza de hacerlo así. El otro lado de su necesidad de dominio es su miedo a todo lo que pueda tener una connotación de desvalimiento. Es como si la persona pensara que, así como en el pasado le tocó a ella sufrir humillaciones y limitaciones de manos de unos padres tiránicos o descuidados, así ahora le corresponde volver las cosas del revés y darse a sí mismo placer, aun a costa del sufrimiento de los demás”.

“Vive convencido de que en el fondo todo el mundo es malo y retorcido, que los gestos amistosos son hipócritas, que no es sino indicio de sabiduría mirar a todos los demás con recelo. En su comportamiento con los demás es abiertamente arrogante, y a menudo grosero y ofensivo, aunque alguna vez esto viene cubierto de una fina capa de educada cortesía, humilla a los demás y los explota y usa a las mujeres con total desconsideración a sus sentimientos “(en Naranjo C. 2005).

 

 

Diferencial con otros trastornos de la personalidad.

Con el trastorno narcisista comparten la tendencia a ser duros, superficiales, poco sinceros y explotadores, sin embargo el narcisista no se caracteriza por el engaño, agresión e impulsividad. El antisocial no necesita ni busca la admiración ola envidia como base en su patrón de actividad.

Con el histriónico comparten impulsividad, imprudencia, seducción y manipulación, pero estos no se inmiscuyen en comportamientos antisociales y son bastante más exagerados en su emocionalidad. En el histriónico la manipulación es para obtener atención y en el antisocial es para conseguir un provecho, siendo su estilo relacional la insensibilidad.

El trastorno límite también es manipulador, pero como el histriónico busca llamar la atención, además es menos agresivo que el antisocial pero más inestable emocionalmente. Con el paranoide la diferencia es que este no busca una ganancia, busca venganza.

 

 

La personalidad antisocial en terapia.

El encanto superficial, les lleva a mostrarse tranquilos, agradables y amigables en terapia, en un ambiente de complicidad, aunque su presencia física denote los contrario; tensión al acecho e irritabilidad, ante cualquier confrontación el antisocial recela y salta en defensa-ataque. Si se siente descubierto en alguna contradicción, o cuando se le confronta sobre la veracidad e inconsistencia de sus historias se vuelve escurridizo y tiende a no volver a terapia, la cual no le sirve, es necesario frustrar ese deseo y buscar que vaya al encuentra de otras experiencias y otras relaciones con mayor honestidad para cambiar la conducta autodestructiva.

Que el terapeuta se trace un camino estructurado en el proceso terapéutico puede resultar un error ya que conlleva desánimo, el antisocial no tiene capacidad de planificación ni le interesa, su libertad estriba en el aquí y ahora, en vivir la experiencia actual sin viajes al futuro. Lo cual no quiere decir que no se pueda establecer un vínculo afectivo, el lograr con él una comunicación auténtica en lo emocional puede ayudar a paliar su necesidad de gratificación inmediata, sentirse vulnerable le puede llevar a la puerta de salida y no volver, o a establecer el lazo afectivo que nunca existió y que le abre la puerta de atrever a relacionarse de una forma más auténtica y menos dañina.

La personalidad antisocial evita la intimidad, de la que recela y tiene miedo, crear el vínculo terapéutico no deja de ser una negociación por parte de ambos, paciente y terapeuta, tanto apoyo como confrontación forman parte del acuerdo, y desde los dos lados el terapeuta ha de trabajar el aislamiento social y el sentimiento de condena que convive en el antisocial, todo esto partiendo de que lo compartido en terapia va a tener mucha fantasía y menos realidad, desenmascarar las falsedades y desmontar la falsa historia es tarea fundamental.

Los rasgos antisociales tienen mucho de embaucador, son manipuladores y capaces de involucrar a otros en historias de notoriedad que pueden conllevar rechazo social, o en proyectos que resultan ruinosos, les cuesta sobremanera atenerse a las normas sociales y a las reglas morales convencionales, desmontar el entramado de manipulación y abuso en los asuntos diarios y asumir las consecuencias de los propios actos, sin falsedad, es tarea del abordaje terapéutico, y esto implica confrontar.

Tomando palabras de K. Horney “lo que más contribuye a su insensibilidad frente a los demás es la envidia que les tiene, envidia amarga, nacida del hecho de sentirse en general excluidos de la vida, del gozo, la felicidad, el amor, la creatividad”. El siente que a todos los demás les va mejor que a él, siente que la vida le debe algo, y en consecuencia todos le debemos algo, vive para reparar el daño recibido y de eso se venga continuamente. Detrás de la máscara de malo hay un niño desvalido que tiene pánico de ser descubierto como tal, llegar a comunicar con el niño en terapia es parte del proceso, es conectar con la inocencia que lleva implícito el carácter del antisocial, y de la cual huye.

La mejor intervención con una personalidad con trastorno antisocial, es a nivel global, poder intervenir a nivel familiar e institucional, trabajando los posibles factores causales, intensidad, impulsividad, falsedad, necesidad de estimulación permanente, falta de sensibilidad y de miedo al peligro, reorientando todo ello hacia conductas más adaptativas y con un menor riesgo.

 

 

Bibliografía Consultada:

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Millon, T. (1998). Trastornos de la personalidad. Más allá del DSM-IV. Barcelona: Masson
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Vallejo Ruiloba J.(2006) Introducción a la psicología y la psiquiatría. Barcelona. Masson.
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Trastorno Antisocial de la Personalidad.
Melchor Alzueta.