Desde la era del fuego en el inicio de la humanidad, sólo hubo una
preocupación en la raza humana: Darse cuenta.
En la transición de su existencia, cada uno de nosotros es Gilgamesh-Enkidur,
necesarias ambas fuerzas para el proceso de transformación.
El malestar nace de la confusión, la confusión del engaño, el engaño del
resentimiento, el resentimiento del desamor.
Lejos de aceptar que la soledad es un remanso para un alma cautiva,
olvidamos que la no identificación es la liberación de nuestro ser; negando
nuestra necesidad original nos fijamos en la carencia, así perpetuamos nuestra
dependencia en la distracción cotidiana; olvidamos el principio de la eternidad; Vivir el presente.
Obsesionados en hacer nuestra inseguridad nos condenamos a la esperanza;
la fantasía nos evidencia ante nuestra mediocridad.
Nadie es de nadie, nada es de nadie, ni uno mismo. Vivir no requiere
de justificación; al Ser distante de juicios y prejuicios, se transforma en la verdad.
A través de la transparencia focalizamos la autenticidad.
Hay que morir con los cinco sentidos alertas, con una mente sin juicios y una
cálida emoción donde la acción es una cadencia que invita a la contemplación,
donde nos reconozcamos intensamente pequeños
La realeza no da cabida a la comparación, el vacío nutre el yo acompañándolo
por los caminos del proceso.
La dificultad no está en despertar, sino en mantenerse alerta. Cada caída es un
recuerdo de la distracción, cada error un olvido de sí mismo.
La tolerancia, el único bálsamo para la caída. Sólo somos testigos, vigías de un
océano que se perpetúa en su oleaje, la seguridad es tan sólo navegar
olvidando el arribo a un puerto seguro, asumiendo lo impredecible de la vida.
El marinero se fortalece en mantener su nave a salvo muy lejano de pretender
llegar a aguas calmas se fortalece en el centro del huracán, el naufragar nos acerca
a la esencia.
Todo está en su lugar, cada uno tiene lo que le corresponde, a nadie le falta nada.
El misterio de la vida es dejar un punto aberrante que siempre nos ha
desorientado. El ocaso de un sol invitará la plenitud de una noche para que
a su vez el círculo se complete con el amanecer. Todo es circular, donde se
comienza se termina, donde se termina se continúa.
La rueda de la fortuna es la vida, la intensidad demerita lo sutil, la ternura
reposa en la quietud; sólo en el silencio nos manifestamos y permitimos la
presencia de los demás. La comunicación es la permisibilidad
de dos monólogos sin interrupción.
No hay que asirnos a nada porque todo es nuestro; la metamorfosis se logra
sin minimizar ningún estado anterior; cada parte es necesaria para completar el todo;
la incongruencia y lo injusto amamantan la aceptación.
Cada uno de nosotros es una epopeya, el guerrero se inviste manifestando su desnudez,
Es hora de partir a la guerra santa.
Guillermo Borja
Boletín de Psicoterapia Integrativa Transpersonal
Primavera de 1.995