Trauma, maltrato infantil y su incidencia en psicopatología, (depresión y trastorno límite de la personalidad)
Maltrato infantil y Trastorno Límite Personalidad
El trastorno límite de la personalidad (TLP) representa aproximadamente el 15% de las poblaciones clínicas (Skodol et al., 1991); es el trastorno del Eje II más común que se observa en los hospitales psiquiátricos (Hetch et al., 2014), de tal forma que las personas afectadas son los principales consumidores de recursos sanitarios (Skodol et al., 2005; Zanarini, et al, 2000). Aunque el TLP se encuentra en tasas de entre 1% y 2% en la población general, se suele asociar con graves trastornos funcionales, altas tasas de trastornos psiquiátricos concomitantes y un elevado riesgo de suicidio (Skodol et al., 2002, 2005).
El Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales en su última versión (DSM-5; APA, 2014) sitúa su diagnóstico de forma predominante en mujeres (aproximadamente un 75%). Quedan reflejados en el presente trabajo varios estudios que asocian maltrato con trastorno límite de la personalidad. El estudio de Hetch et al. (2014) determina que el subtipo de maltrato, el momento de desarrollo y la cronicidad del mismo fueron examinados como factores independientes en el desarrollo de rasgos de esta personalidad límite en la infancia. Los niños maltratados presentaron puntuaciones más altas en todas las características límite (Cicchetti 2008; De Clercq et al., 2006).
A pesar del creciente número de investigaciones que examinan el pronóstico, el curso, las consecuencias y los correlatos del TLP en adultos, se sabe poco sobre la aparición de esta patología en la juventud, o sobre los factores asociados con las características del desarrollo del mismo (Crick et al., 2005). En las investigaciones realizadas sobre TLP en adultos (Bornovalova et al., 2006; Gratz et al., 2008), queda señalado el papel del abuso emocional en las características de esta personalidad infantil. Además, los modelos teóricos del desarrollo del trastorno (Linehan, 1993; Zanarini y Frankenburg, 1998), establecen la hipótesis de que la interacción de las características de vulnerabilidad, negligencia, y abandono o abuso emocional en la infancia, son características propias de la personalidad límite.
El DSM-5 (APA-2014) cita como característica esencial del trastorno de personalidad límite (TLP), la presencia de un patrón general de inestabilidad de relaciones interpersonales, de la imagen de sí mismo y de los afectos, con una impulsividad marcada que comienza antes de la edad adulta, y está presente en una variedad de contextos. Manifestada por al menos cinco de los siguientes hechos:
La persona hace esfuerzos frenéticos por evitar un abandono real o imaginario. Estos temores de abandono están relacionados con intolerancia a la soledad y necesidad de tener otras personas con ellos
Patrón de relaciones interpersonales inestables e intensas que se caracteriza por una alternancia entre los extremos de idealización y devaluación. Son propensos a los cambios repentinos y dramáticos en la visión de los demás
Alteración de la identidad, inestabilidad intensa y persistente de la autoimagen y del sentido del yo. Tienen a veces la sensación de que no existen en absoluto.
Impulsividad en dos o más áreas que son potencialmente auto-lesivas.
Comportamiento, actitud o amenazas recurrentes de suicidio, o conductas auto-lesivas.
Inestabilidad afectiva debido a una reactivación notable del estado de ánimo, episodios intensos de disforia, irritabilidad o ansiedad que generalmente duran unas horas, y rara vez, más de unos días.
Sensación crónica de vacío. Se aburren fácilmente y buscan algo que hacer constantemente.
Enfado inapropiado e intenso, o dificultad para controlar la ira. Resentimientos duraderos y explosiones verbales, que pueden desembocar en sentimientos de culpa y vergüenza lo que contribuye a acrecentar su pensamiento de que son malos.
Ideas paranoides transitorias relacionadas con el estrés o los síntomas disociativos graves.
El patrón de inestabilidad referido puede llevar a la persona a un mal rendimiento laboral o escolar, y son frecuentes las pérdidas de trabajo, las interrupciones en los estudios y los fracasos matrimoniales, también se pueden presentar situaciones de hostilidad relacional, malos tratos físicos, o sexuales, el abandono en su cuidado y la pérdida temprana de padre o madre, o tal vez una separación, ante la cual reaccionan con una extraordinaria sensibilidad (Bradley y Westen, 2005; Carlsonet al., 2009; Hill et al., 2011).
Cita Yontef (2002, p. 369) que el niño con rasgos limítrofes no desarrolla un buen sentido de madurez, tiene dificultad para experimentar la constancia a través de los límites de tiempo, espacio y persona, y que cuando el objeto de amor no está representado en el campo sensorial, les resulta complicada la relación. En consecuencia, estos niños tienen una escasa capacidad para mantener el sentido de relación cuando están separados, las separaciones significan abandono y amenazan al niño con la desintegración y la muerte psicológica. “Cualquier amenaza tiende a la desintegración, fragmentación y pérdida de las funciones básicas del yo” (Yontef, 2002).
Millon (2001, p. 502-507), diferencia los trastornos límite según los rasgos predominantes de personalidad. Así podemos identificar:
1.- Límite dependiente o desanimado.
Personas necesitadas, deprimidas e impotentes, dependientes de una relación que no les da la seguridad que necesitan, viven en un estado de desesperanza que acaba por provocar el rechazo de las personas de las que dependen. En su desarrollo hubo una sobreprotección parental ante el comportamiento triste y lastimero del niño y figuras blandas y faltas de energía. Aparece un vínculo extraordinariamente fuerte con uno de los padres, lo que lleva al desarrollo de un sentimiento de incompetencia y al fracaso en el desarrollo de autonomía.
2.- Límite histriónico o impulsivo.
Son personas con dificultades sociales, tienden a ser extravagantes en sus conductas cuando surgen las dificultades, lo que puede originar altos niveles de estimulación. Historia familiar de alta reactividad. Las experiencias infantiles giran alrededor del estímulo, con padres que demandan una gran atención, predominan los aspectos compulsivos por la necesidad de satisfacer estas demandas de los padres, con sentimientos de castigo y abandono ante el incumplimiento.
3.- Límite pasivo agresivo.
Inconsistencia parental en la educación, los padres castigan y premian los mismos actos, con lo que el niño no puede decidir sin equivocarse, o sentir que algo hace mal. Personas propensas a la queja crónica, la irritabilidad, el descontento y la impaciencia que expresan de una forma hipocondríaca y con auto culpabilización. Muy expuestos a las vacilaciones entre el afecto exagerado y el maltrato físico y verbal.
4.- Limite autodestructivo.
Predominio de rasgos de descompensación, se cierra en sí mismo, se auto menosprecia y castiga, con elevado riesgo de suicidio, en lo interpersonal se manifiesta desde el resentimiento hacia los que más necesita. Ha vivido una experiencia infantil de abandono, caos familiar, maltrato sexual y físico. En ocasiones es posible que algún miembro familiar presente el mismo trastorno.
Para el psicoanálisis este trastorno está en un punto intermedio entre una personalidad neurótica y una psicótica, y como tal tiene características de ambas. Kernberg (1967) hace referencia a una triada formada por el debilitamiento del yo, manifestaciones primitivas de intensidad, y problemas del control de los impulsos. Sin embargo, mientras el neurótico cuenta con un abanico muy amplio de operaciones defensivas maduras, la personalidad límite dispone de variantes más primitivas de disociación (Millon, 2001 p. 511)
Según Kernberg (1967) existen dificultades en el proceso de separación-individuación con el que el niño va construyendo su personalidad. En concreto en la fase del acercamiento -desde los 16 a los 30 meses de edad-, surge una ambivalencia con el progenitor con el que se establece un vínculo más estrecho. El niño quiere mantener el cuidado de la madre, y al mismo tiempo, desea su autonomía, escinde entre una imagen positiva y una negativa de la madre. Esta escisión va a afectar al self del niño y va a generar la inestabilidad propia del trastorno límite. “El no haber podido integrar satisfactoriamente la relación con sus padres trae consigo que sus relaciones interpersonales carezcan de realismo” (Castillo J, 2015).
A través del aprendizaje, tal vez de maltrato, aprendió a despreciar sus sentimientos y a auto culpabilizarse y castigarse, todo esto configura esquemas cognitivos desadaptados que se regulan por polaridades de sometimiento-falta de individuación, de abandono-pérdida, de culpa-castigo, y conllevan dependencia y privación de lo emocional (Gratz, et al., 2011; Cicchetti y Rogosch, 1996, 2001).
Castillo (2015; p.49) va desgranando las características del cuadro limítrofe, caracterizado por una identidad inestable e integración deficiente, con un yo débil, disociado y escindido, que hacia afuera puede mostrar una aparente identidad grandiosa. Su personalidad es unidireccional en sus formas de cognición y de actuación, (es el falso self que manifestaba Winicott). Tiene una gran intolerancia ante la frustración y desesperación ante los cambios imprevistos, sus propios rasgos caracterológicos le evitan el poder entrar en contacto con la debilidad de base, y con el reconocimiento de la falta de afecto y soporte familiar.
Crowell et al., en 2012, elaboran un trabajo sobre el TLP siguiendo la teoría biosocial de Linehan (1993), un modelo etiológico ampliamente replicado en la investigación sobre la patología límite. Para Linehan (1993) el TLP es principalmente un trastorno de desregulación emocional y emerge de transacciones entre individuos con vulnerabilidades biológicas e influencias ambientales específicas. Desregulación en todos los aspectos de respuesta emocional. La construcción de la emoción es muy amplia e incluye el proceso cognitivo, la bioquímica y la fisiología, las reacciones faciales y musculares, los impulsos de acción y las acciones emocionales.
Para Linehan esta desregulación ocurre dentro de un contexto invalidante del desarrollo, es decir, en el seno familiar se produce una intolerancia hacia la expresión de experiencias emocionales privadas, las demostraciones emocionales no están justificadas y, en todo caso, deben ser manejadas sin el apoyo de los padres. En consecuencia, el niño no aprende a entender, etiquetar, regular o tolerar las respuestas emocionales, y en su lugar aprende a oscilar entre la inhibición emocional, y labilidad emocional extrema.
Linehan en su estudio se centró en los vínculos entre la experiencia emocional y el comportamiento, y Crowell et al (2008), contemplan la posibilidad de que la acción emocional también pueda estar influenciada por la impulsividad de los rasgos, independientemente de la emoción. Afirman que la impulsividad temprana es una vulnerabilidad predisponente para un subconjunto sustancial de aquellos que eventualmente cumplen los criterios para el TLP. “La impulsividad y la desregulación emocional pueden surgir de manera independiente y secuencial durante el desarrollo y así contribuir a diferentes aspectos del funcionamiento”. En resumen, Linehan y Crowell citan varias hipótesis sobre la etiología del TLP:
1.-El pobre control de los impulsos y la sensibilidad emocional son las primeras vulnerabilidades biológicas de TLP. La investigación sobre la psicopatología externalizadora sugiere que la impulsividad es altamente hereditaria, aunque su expresión específica está vinculada con las oportunidades ambientales. La desregulación emocional, aunque parcialmente heredable, también es sensible al aporte ambiental.
2.- La desregulación general de las emociones se fomenta y mantiene dentro de un contexto de desarrollo invalidante. En este contexto, las expresiones de emoción de un niño son a menudo rechazadas por la familia y los problemas de la vida son simplificados.
3.- Las transacciones recíprocas entre la vulnerabilidad biológica y el riesgo ambiental potencian la desregulación de la emoción y conducen a un control de comportamiento más extremo. “En teoría, un niño con baja vulnerabilidad biológica puede estar en riesgo de TLP si hay una discrepancia extrema entre las sus propias características y las del cuidador, o si los recursos de la familia están gravados en exceso (por ejemplo, alcoholismo). Tales situaciones tienen el potencial de perpetuar la invalidación, porque las demandas del niño a menudo exceden la capacidad del ambiente para satisfacer esas demandas” (Linehan, 1993).
La APA en el año 2000 citó que el TLP es el trastorno del Eje II más común que se observa en los hospitales psiquiátricos, resultando una constelación compleja de desregulación social, cognitiva, emocional y conductual, especialmente con características de inestabilidad y desregulación afectiva, impulsividad, relaciones interpersonales disfuncionales y problemas de identidad.
TLP y maltrato infantil (abuso emocional)
No están suficientemente estudiadas la aparición y las primeras manifestaciones de este trastorno, sin embargo, dada la evidencia de que la personalidad se desarrolla desde una edad temprana, resulta poco probable que los trastornos de personalidad se desarrollen repentinamente en la edad adulta.
El trastorno límite tiene manifestaciones tempranas de disfunción afectiva e impulsividad, y aunque la práctica de diagnosticar el TLP en la niñez ha sido criticada por asumir una estabilidad en el funcionamiento, y una trayectoria en el desarrollo que probablemente varíe, los investigadores del desarrollo, (Linehan, 1993; Zanarini y Frankenburg, 1998), resaltan la importancia de evaluar la patología borderline desde la niñez como una dimensión enmarcada en la psicopatología del desarrollo, con la finalidad de desarrollar programas de intervención temprana.
Los primeros estudios clínicos contemplaron diversos criterios, desde Ekstein y Wallerstein en 1954 el término “límite” fue utilizado para referirse a un grupo de niños caracterizados por la imprevisibilidad y las fluctuaciones rápidas en su funcionamiento y en las relaciones interpersonales, para estos autores estos niños estaban en la frontera entre la neurosis y la psicosis. El término también lo ha utilizado Kernberg (1967) como referencia de los niños en el límite de recibir diagnóstico de un trastorno orgánico. Respecto a su prevalencia cita el DSM-5 desde el 1,6 hasta el 5,9%, siendo del 10% en salud mental y del 20% en pacientes psiquiátricos hospitalizados.
Gratz et al., en 2011, efectuaron un estudio en 225 niños de 11 a 14 años con el objetivo de examinar las interrelaciones entre dos rasgos de personalidad de TLP, disfunción afectiva e impulsividad, con un estresante ambiental (maltrato infantil), y con los déficits de autorregulación emocional y síntomas propios de personalidad borderline. Sus resultados apoyaron esta correlación con el maltrato infantil, no indicando diferencias de género, en contraposición con varios estudios que cifran un mayor calado en niñas que en niños, (Crick et al, 2005; Togersen et al, 2000). El DSM-5 cifra en 75% la proporcionalidad mujeres-hombres.
El estudio, al examinar la aparición de la sintomatología borderline en la infancia, cita que, aunque los síntomas de personalidad límite se pueden expresar de manera diferente en la infancia vs. la edad adulta, la presencia de esta sintomatología infantil puede reflejar el surgimiento de la patología de la personalidad límite. Por ello, aunque puede adoptar distintas variables en la edad adulta (que van desde la resiliencia a la patología), estos síntomas pueden ser indicativos del riesgo de TLP posterior, y pueden facilitar la intervención temprana.
Hay suficiente información que resalta que los pacientes adultos con TLP reportan tasas más altas de abuso y abandono infantil (abandono emocional en particular) que las personas con otros trastornos de la personalidad. Al respecto volvemos a traer la cita de Linehan (1993); “En teoría, un niño con baja vulnerabilidad biológica puede estar en riesgo de TLP si hay una discrepancia extrema entre las sus propias características y las del cuidador o si los recursos de la familia están gravados en exceso (por ejemplo, alcoholismo). Tales situaciones tienen el potencial de perpetuar la invalidación, porque las demandas del niño a menudo exceden la capacidad del ambiente para satisfacer esas demandas”
Gratz et al. (2011) resaltan como características propias del TLP la inestabilidad emocional, reactividad, sensibilidad como tendencia a la respuesta rápida a los estímulos, inestabilidad afectiva, intensidad emocional, impulsividad como característica básica y altos niveles de ansiedad, los autores resaltan la necesidad de estudiar en la infancia la interacción entre la disfunción afectiva y la impulsividad para predecir las características posteriores del TLP, y citan a Crick et al. (2005).
A pesar del creciente número de investigaciones que examinan el pronóstico, el curso, las consecuencias y los correlatos del TLP en adultos, se sabe poco sobre la aparición de la disfunción afectiva e impulsividad extrema en la juventud o sobre la asociación del maltrato infantil con la aparición de la sintomatología.
Los estudios longitudinales en adultos sugieren una relación dosis-respuesta entre eventos adversos infantiles y TLP, específicamente, ante un maltrato temprano más extenso (en tipo y gravedad) se producen síntomas de mayor severidad en los síntomas de TLP, y un mayor deterioro en el funcionamiento psicosocial de los adultos, “estos datos provenientes de varios estudios sugieren que el trauma de infancia es un factor de riesgo etiológico central en el desarrollo de TLP” (Kaplan et al., 2016).
En la revisión de la literatura (1995-2007) realizada por Ball y Links en 2009 los resultados sugieren que la evidencia apoya la relación causal, entre trauma de infancia y TLP, particularmente si la relación se considera como parte de un modelo etiológico multifactorial. Esta consideración, desde la investigación longitudinal apoya la idea de la personalidad como un resultado que se desarrolla en el tiempo, en respuesta a un proceso dinámico y transaccional entre influencias ambientales y genéticas.
El maltrato infantil, incluye experiencias de abuso, negligencia y abandono y representa un factor de riesgo para la patología en la infancia (p.ej., Zelkowitz et al., 2001) y la adolescencia. Los pacientes adultos con TLP muestran altas tasas de abuso y abandono infantil, con un perfil más elevado que los pacientes con otros trastornos de la personalidad (Battle et al., 2004), y los pacientes con trastornos del Eje I. En general la investigación demuestra que los trastornos de personalidad son más frecuentes cuando existen antecedentes de abuso en la infancia (Bornovalova et al., 2006; Cicchetti y Toth, 2009) y estudios longitudinales también demuestran que el maltrato en la infancia es predictor de un mayor riesgo de patología de la personalidad en la edad adulta.
Las investigaciones vienen sugiriendo que los abusos emocionales, (episodios de gritos y de amenazas de violencia física), pueden provocar un bajo sentido de sí mismo y autoestima, bienestar o seguridad, y puede ser la forma de maltrato más relevante para el TLP. De hecho, hay autores que afirman que el abuso emocional es la forma más clara de maltrato para demostrar una asociación única con TLP, más allá de otras formas de abuso (abuso sexual y físico, abandono emocional y negligencia) (Bornovalova et al., 2006; Gratz et al., 2008).
Por otra parte, Linehan en 1993, sugiere y enfatiza que el papel etiológico de la invalidación (es decir, el castigo, la negación, la trivialización o el ridículo de expresiones de experiencias privadas) en el trastorno límite de la personalidad proporciona apoyo teórico para la relevancia del abuso emocional en particular. Estas experiencias por sí solas pueden no ser suficientes para explicar el desarrollo de TLP, sin embargo, se cree que conducen al trastorno sólo en el contexto de una vulnerabilidad subyacente
En el trabajo de Hecht et al, en 2014, con la participación de 599 niños de10 a 12 años, (de ellos 314 maltratados) se examinaron las interrelaciones entre dos rasgos de personalidad relevantes para el TLP (disfunción e impulsividad afectiva), con el abuso emocional, los hallazgos apoyaron el papel del abuso en las características del TLP, incluso después de controlar las vulnerabilidades características y la psicopatología de internalización y externalización.
Los niños maltratados medidos en este examen también mostraron niveles más altos de las características límite, propio daño, inestabilidad afectiva, problemas de identidad y relaciones negativas, el maltrato emocional interrumpe los procesos del sistema del uno mismo y el establecimiento del sentido del uno mismo. “Por lo tanto, ningún rasgo límite único produce las diferencias observadas entre los grupos maltratados y de comparación. Nuestros datos mostraron que el abuso y el abandono emocional se asociaron con el aumento global de las puntuaciones de las características límite” (Hecht et al., 2014). Sin embargo, esta relación no fue significativa para el abuso sexual.
Varios estudios, desde Bowlby en 1969-1988, asocian el TLP a un hito primordial del desarrollo en la primera infancia, el de formar un vínculo seguro con un cuidador (p.ej., Agrawal et al, 2004; Hill et al., 2011). El maltrato ha sido establecido como factor de riesgo para la formación de un apego inseguro, la teoría del apego (Bowlby) postula que este apego sirve como base para el modelo interno del marco inter relacional y de representatividad que guía el comportamiento en relaciones futuras.
Falta por definir si el apego parental inseguro interactúa con las vulnerabilidades y los factores de estrés en la infancia, o si por el contrario el apego seguro es un factor de protección frente a otras vulnerabilidades o factores de riesgo, en consecuencia, se necesita precisar si el apego seguro protege contra el desarrollo de síntomas de personalidad borderline en los niños, o bien, si aumenta la probabilidad de resiliencia entre los niños que presentan síntomas de personalidad límite.
Otras investigaciones han criticado la naturaleza retrospectiva de las situaciones traumáticas, y han puesto de relieve la importancia de no considerar ningún evento único como el factor de riesgo más importante para el desarrollo del TLP (Zanarini et al., 1998). El consenso actual en la literatura es que, aunque una historia de abuso es común entre los individuos con TLP, no es ni necesario ni suficiente para el desarrollo del trastorno (p.ej., Zanarini et al.,1997).
La disfunción afectiva relevante para el TLP abarca varios rasgos relacionados con la emoción, incluyendo ansiedad y labilidad afectiva (Livesley et al., 1998); Intensidad emocional, reactividad (tendencia a ser fácilmente afectado por eventos emocionales discretos) y la sensibilidad (tendencia a reaccionar rápidamente a los estímulos), y la inestabilidad afectiva.
En general los rasgos de la disfunción afectiva han sido identificados como rasgos de personalidad “básicos” subyacentes al TLP” La perspectiva de la psicopatología del desarrollo (Crowell et al., 2008) ha puesto de relieve las posibles contribuciones independientes de la impulsividad y la disfunción afectiva al desarrollo de TLP, lo que sugiere que cada uno puede representar una vía para el desarrollo de este trastorno”. (Gratz, 2011).
Una de las alteraciones psiquiátricas más características en el desarrollo de la personalidad borderline es la transformación y rápida transición, desde episodios volcánicos de ira y episodios transitorios de paranoia o psicosis, y de inestabilidad relacional, a relaciones intensas e íntimas, relaciones frágiles por la propia inestabilidad, esta rápida transición del estado anímico puede llevar a la persona borderline a experimentar impulsos autodestructivos o suicidas.
Los estudios de neuroimagen (Carrión, 2009; De Bellis, 2014; Teicher, 2016) muestran que la exposición temprana a diversas formas de maltrato en la personalidad borderline había alterado el desarrollo del sistema límbico; núcleos cerebrales interconectados con un papel esencial en la regulación de la memoria y las emociones, donde hay dos regiones de importancia estructural, el hipocampo interviene en la formación y recuperación de la memoria emocional y verbal, y la amígdala lo hace en la creación del contenido emocional de la memoria.
Estos estudios nos sirven para explicar un modelo de desarrollo del trastorno de personalidad borderline. La disminución de la integración entre los hemisferios derecho e izquierdo y un cuerpo calloso de menor tamaño pueden provocar en esta personalidad o en el TLP cambios bruscos desde un estado dominado por el hemisferio izquierdo a otro con predominio derecho, con percepciones y memorias emocionales muy diferentes.
Esta polarización hemisférica puede provocar que una persona contemple su mundo relacional (familiares, amigos, compañeros) de una manera muy positiva en un estado y en forma negativa en el otro. De la misma forma, desde la irritabilidad eléctrica del sistema límbico se puede producir sintomatología agresiva, y síntomas de desesperación y ansiedad.
En la presentación del trabajo se relacionaron los diferentes tipos de personalidad límite que presenta Theodor Millon, hay uno en concreto; Limite autodestructivo, donde hay un predominio de rasgos de descompensación, se cierra en sí mismo, se auto menosprecia y castiga, con elevado riesgo de suicidio, en lo interpersonal se manifiesta desde el resentimiento hacia los que más necesita. Ha vivido una experiencia infantil de abandono, caos familiar, maltrato sexual y físico. En ocasiones es posible que algún miembro familiar presente el mismo trastorno.
Al respecto se hace necesario mencionar la relación existente entre el TLP y la autolesión no suicida y el suicidio. Se ha revisado el trabajo de investigación de Kaplan et al., en 2016. Sobre una muestra de 58 mujeres de 13 a 21 años con criterios diagnóstico para el TLP se examinó el impacto del maltrato infantil, especialmente el abuso físico y sexual, en la autolesión no suicida y suicidio en jóvenes con TLP.
Los autores encontraron que el maltrato infantil en general mostró una relación transversal con la ideación no suicida; en segundo lugar, que abandono y abuso emocional se asocia con un aumento de 5 veces en la tasa de intentos de suicidio durante toda la vida, por lo tanto, predijo prospectivamente ideación suicida y planificación (nivel de tendencia), pero no intentos; y en tercer lugar que el abuso físico y sexual puede contribuir a una auto lesión más severa y definitivamente al suicidio. En definitiva, el abuso físico o sexual, aumenta el riesgo de auto lesión o suicidio entre jóvenes con trastorno límite de la personalidad.
Los estudios previos revisados analizan que el factor de riesgo predominante para la instauración de la sintomatología borderline es el abandono emocional, Kaplan et al., añaden que el riesgo de tentativa de suicidio y de autolesión viene a estar mayormente relacionado con el abuso físico, estableciendo una diferencia de mayor riesgo de suicidio con el abuso sexual.
Por resumir se puede decir que el maltrato infantil es un factor de riesgo significativo para el desarrollo del trastorno límite (Battle et al., 2004; Graz et al., 2011; Hecht et al., 2014; Widom et al., 2009). Específicamente, cuanto más extenso sea el maltrato, (tipo y gravedad), puede existir una mayor severidad de los síntomas de TLP y mayor deterioro en el funcionamiento psicosocial de adultos (Wedig et al., 2012). En conjunto, estos datos sugieren que el trauma de la infancia puede ser un factor de riesgo etiológico fundamental en el desarrollo del trastorno.
Los comportamientos recurrentes suicidas y auto-perjudiciales también son características distintivas del TLP, lo que contribuye a las tasas de mortalidad más altas y la demanda más costosa en los servicios de salud mental (Sololf et al., 2002; Zanarini et al., 1997); el abuso infantil aumenta el riesgo de comportamientos suicidas y el número de intentos de suicidio durante toda la vida (Brodsky et al., 1997; Soloff et al., 2012). En el estudio de Wedig et al. (2012) desarrollado durante 16 años, el abandono infantil y el abuso sexual predicen futuros comportamientos suicidas.