El apego hacia alguien, concepto que debemos a la etología, se define como una vinculación afectiva intensa, duradera, de carácter singular, que se desarrolla y consolida entre dos personas, por medio de su interacción recíproca, y cuyo objetivo más inmediato es la búsqueda y mantenimiento de proximidad en momentos de amenaza ya que esto proporciona seguridad, consuelo y protección.
La primera relación de apego en la vida se produce con la madre. Y según veremos a lo largo de este trabajo, los estudios realizados sobre todo por Bowlby, que dieron lugar a la “Teoría del apego”, explican cómo una separación temprana del binomio “madre-hijo”, puede dar lugar a trastornos psicopatológicos característicos en el adulto.
Establecer una relación de apego es un mecanismo innato de relacionarnos en forma íntima con otro ser, es una necesidad programada en nuestros genes y en el de muchos animales, donde se busca seguridad. Esta necesidad es tan o más importante que el mismo alimento. En el adulto, la separación de una persona con la que hemos establecido un vínculo íntimo, produce las mismas reacciones que la separación de un niño de su madre.
La relación íntima con otra persona regula nuestro bienestar emocional. Por eso el apego no es una elección. Es una necesidad desde que nacemos hasta que morimos. Dicho esto, el modelo de vínculo afectivo del binomio madre/cuidador-hija/o en las primeras etapas de la vida, marcará el cómo se relacionará el adulto con figuras importantes (la pareja y sus hijos, sobre todo) el resto de su vida. Según demostró Bowlby, en su “Teoría del Apego”, una separación temprana entre la madre y el niño, puede ser causa de alteración del vínculo afectivo con otras personas para toda la vida.
Antecedentes Históricos.
No fue hasta la década de los 40 que, a través de numerosas observaciones, comenzó a darse importancia las reacciones que tenían los niños pequeños al ser separados de sus madres. Y posteriormente, a la relación entre esta separación temprana y la aparición de diversas alteraciones psicopatológicas en el adulto. Hasta entonces, se pensaba que la unión entre la madre y el niño era puramente interesada, y se establecía a partir de la interrelación que se daba al pedir ser nutrido y recibir nutrientes.
Fueron Dorothy Burlingham y Anna Freud quienes realizaron las primeras observaciones en las guarderías de Hampstead, durante la 2ª guerra mundial (1942-1944). René Spitz y Katherine Wolf efectuaron una segunda serie de observaciones sobre un centenar de hijos de madres solteras recluidas en una institución penal (1946) Pero fue sin duda John Bowlby, a través de su “Teoría del Apego”, surgida a finales de 1950, el que dio otra dimensión al vínculo entre el binomio madre-hijo.
Su libro “El Apego” (1ªed, 1969, ed. Paidós), se basó sobre todo en las observaciones de su colega James Robertson entre 1948-1952, sobre niños de entre 18m y 4 años que habían permanecido en guarderías y hospitales, separados de sus madres desde una hasta varias semanas. Robertson no sólo observó a los niños durante el tiempo que estuvieron alejados de sus madres, sino también al volver con ellas.
Me refiero aquí al binomio madre-hija/o, pues el al principio Bowlby focalizó sus estudios única y exclusivamente en esta relación, aunque a medida que se fue desarrollando su teoría, tuvo en cuenta otros factores que en algunos casos, podían “salvar” a los pequeños de las tristes consecuencias de una separación temprana. Desde los estudios de Bowlby a la actualidad, la teoría del apego ha sufrido numerosas modificaciones y sigue siendo objeto de estudio en numerosos campos, tanto de la Pediatría como de la psicopatología y la neurofisiología. A partir de los 80, empezó a darse importancia también a la relación de apego entre adultos, con la relación de pareja como principal foco de atención.
El Modelo de Bowlby.
Lo novedoso de la teoría de Bowlby fue que en lugar de partir, como el psicoanálisis, del individuo enfermo, partió de observaciones de cómo reaccionaban miembros de diferentes especies ante situaciones parecidas, relativas a la presencia o ausencia de la madre y aplicó conceptos usados por otras disciplinas, como la etología, para explicar tales pautas de reacción. A partir de dichas reacciones estableció un paralelismo de las mismas, con conductas patológicas en el individuo adulto, deduciendo que de las primeras, derivaban las segundas.
Podríamos decir que aplicó a la psicología lo que la medicina ya utilizaba en sus ensayos: en lugar de estudiar un órgano enfermo para descubrir cómo tratarlo, se aislaba el patógeno (por ejemplo, la bacteria de la tuberculosis) y a través del estudio de dicho patógenos se llegaba a saber cómo se producía la enfermedad, y posteriormente su curación. En este caso, el agente patógeno sobre el que basó su teoría, era la separación temprana del binomio madre-hija/o. Su observación la realizó sobre todo en niños cuyas edades estaban comprendidas entre los 6 meses y los 6 años.
Conducta Instintiva: Un Modelo Alternativo.
Desde 1915, cuando Freud trató de elaborar una teoría de los instintos, hasta finales de los 50, cuando Bowlby inició su estudio del origen del comportamiento del niño al ser separado de su madre, la biología analítica y la teoría del control, abrieron posibilidades teóricas de descubrir los principios básicos subyacentes en toda conducta adaptativa con el fin de conseguir determinadas metas. Cuando Bowlby comenzaba sus observaciones, comenzaba al mismo tiempo a aparecer una ciencia que podríamos llamar de la conducta, que era consecuencia de unir conocimientos provenientes de la etología (estudio de la conducta animal), psicología experimental y neurofisiología.
Hoy, 65 años después, están de moda ciencias como la neuroinmunopsicoendocrinología, que van agregando información al porqué de ciertos comportamientos y ciertas enfermedades. La nueva medicina ya no se conforma con explicar una patología por la presencia de un factor aislado, sino que empieza a descubrir lo que Bowlby ya sabía hace más de medio siglo, y es que las enfermedades tanto físicas como psíquicas tienen un origen multifactorial, donde hechos representativos de la vida de una persona, aún antes de ser concebida, intraútero y durante su infancia temprana, tendrán repercusión en comportamientos y trastornos psicológicos y físicos durante la vida adulta.
Pero volviendo a la conducta instintiva, ésta posee cuatro características:
1.- Se ajusta a determinadas pautas, parecidas y previsibles en casi todos los miembros de una especie;
2.- No es una reacción a un estímulo único, sino una secuencia de conductas, generalmente con pautas previsibles;
3.- Facilita la supervivencia de un individuo o la continuidad de la especie;
4.- Se sabe cómo ésta conducta tiene lugar, aún sin aprendizaje previo.
Aquí toca aclarar entonces, que la antítesis entre “innato” y “adquirido” no existe. Toda característica biológica es un producto de la integración de lo genético con lo ambiental. Así tenemos rasgos biológicos que son profundamente influidos por el ambiente (ambientalmente lábil: peso, color de la piel…) O rasgos con muy poca influencia del ambiente (ambientalmente estable: color de ojos, presión sanguínea…).
La conducta que, tradicionalmente, se describe como instintiva es ambientalmente estable. Aun en el ser humano, a pesar de su variabilidad indiscutible, las pautas de conducta que desembocan en el apareamiento, el cuidado de los bebés y los niños pequeños y el apego que une a éstos con sus padres, son comunes en casi todos ellos y cabe considerarlas como expresión de algún plan común o, puesto que su valor es indiscutible para la supervivencia del hombre, como ejemplos de conductas instintivas. Así pues, en el ser humano existen conductas análogas a las que tradicionalmente se han denominado instintivas en otras especies. Lo que sucede es que a través de la evolución de las especies, estas conductas han sufrido modificaciones que nos hacen a veces difícil compararlas con especies muy diferentes a la nuestra.
Es como si intentáramos comparar la ruta Pamplona-Madrid de hace 100.000 años con la actual. La distancia, la dirección, el punto de partida y el de llegada es el mismo, pero la evolución en los nombres, en los medios de locomoción y su velocidad ha cambiado tanto que ya no se parecen en nada. Pero en el fondo, nada ha cambiado, sólo la evolución en el tiempo de los medios con los que alcanzamos el mismo fin. Por lo tanto, podemos pensar que la conducta instintiva del ser humano deriva de un prototipo común, aunque estos prototipos han sido ampliados y elaborados en direcciones concretas. Para poder explicar estas estructuras arquetípicas, Bowlby se basó en la teoría de sistemas de control.
Los sistemas de control permiten alcanzar un objetivo y tienen un sistema de retroalimentación. Son las dos características básicas de cualquier sistema de control. Nuestra tensión arterial se debe mantener entre 120-140 mmhg de máxima y 50-80 mmhg de mínima para que el resto de los órganos funcione correctamente. De esto dependen la mayoría de las funciones en nuestro organismo, éste es el objetivo. Para ello, hay una serie de sensores, como si de un termostato se tratara, que miden permanentemente la TA en diferentes sitios del organismo y cuando ésta sube o baja por encima o debajo de los valores preestablecidos, se inician una serie de acciones que la vuelven a la normalidad. A esto es a lo que se le llama retroalimentación.
Cuanto más sofisticado es el sistema de retroalimentación, más adaptabilidad a diferentes circunstancias del medio ambiente. Como el funcionamiento de los órganos es muy lábil a pequeños cambios de tensión arterial, los mecanismos que tenemos para regularla son muy rápidos. En contra, cuando la tensión arterial se escapa a los mecanismos de control, las consecuencias pueden ser desastrosas (derrame cerebral, infarto…). Si nuestros órganos pudieran funcionar con grandes variaciones de nuestra tensión arterial, los sistemas de control actuarían más lentamente, y en caso de un cambio brusco, no podrían responder suficientemente rápido.
O sea, que cuando hablamos de sistemas de control, el que funcione rápida o lentamente tiene ventajas y desventajas. En todo caso, ningún sistema por más sofisticado que sea cuenta con la flexibilidad suficiente como para adaptarse a cualquier ambiente. Cada sistema tiene un “ambiente de adaptación” dentro del cual puede funcionar de modo relativamente satisfactorio.
Cada sistema instintivo de una especie reconoce modelos, en su ambiente de adaptación, que le permiten actuar cuando cierta información es reconocida por su sistema nervioso. Estos modelos son recibidos a través de lo que se denomina imprinting y están determinados por la genética de cada especie, en las primeras etapas de la vida. Así, si una oveja es separada de su madre y sus congéneres y criada en un medio humano junto a un perro, por ejemplo, no reconocerá a las ovejas cuando sea grande como su especie, ni hará cosas propias de ovejas, aunque sí seguramente cosas parecidas a un perro.
Pero aunque su comportamiento sea el de un perro, si la alimentamos como a un perro, morirá. Es decir, si bien a través del imprinting cada individuo puede cambiar algunas características de su comportamiento, los sistemas de control no siempre pueden adaptarse a cambios que lo alejan demasiado de su especie. Con esto, lo que se demuestra es que una determinada conducta no depende exclusivamente de la genética, sino también del ambiente en el que se desarrolla el individuo.
Así pues, el conseguir una meta prefijada, requiere que el individuo pueda percibir ciertas características del ambiente, que pueda predecir los hechos claves para la consecución de dicha meta (si es pata y quiere reproducirse tendrá que reconocer a un pato y cuando es el momento adecuado para copular), de un cierto equipamiento o equipo efectos (alas para volar, etc.), y sistemas de control que organicen y dirijan sus actividades dentro del ambiente de adaptación. Así mismo se requiere de un cierto repertorio de técnicas de conducta de tipo más especializado (cantar, amenazar al rival o atacar a una presa).
Por último, supone igualmente que posea medios para organizar los sistemas de conducta y el orden en que son activados, de manera que dentro del ambiente de adaptación, toda su actuación produzca, por regla general, efectos que favorezcan la supervivencia del individuo y/o de la especie.
Estar adaptado hace referencia al cambio de una estructura organizada para poder alcanzar un objetivo concreto en determinado ambiente. Este cambio de estructura puede realizarse cambiando los resultados o cambiando el ambiente. Cuando una estructura se adapta, el resultado se llama adaptabilidad. De ahí la expresión de “ambiente de adaptabilidad evolutiva” que usa Bowlby. Por último, cuando lo que modificamos es el ambiente para lograr que la misma estructura funcione, usamos el término modificación.
El Vínculo Que Une Al Niño Con Su Madre: La Conducta De Apego.
Hasta 1958, en la literatura psicoanalítica, en las obras de psicología en general solían defenderse 4 teorías fundamentales referentes a la naturaleza y origen de los lazos infantiles con la madre o figura materna (persona que cuida al niño y a quien este llega a apegarse, en lugar de la madre biológica):
• 1.- teoría del impulso secundario o del amor interesado: el niño se apega a la figura de la madre porque ésta satisface sus necesidades fisiológicas, especialmente calor y alimento; la más difundida antes de la teoría del apego.
• 2.- teoría de succión del objeto primario: el bebé tiene una propensión innata a entrar en contacto con el pecho humano, succionarlo y poseerlo. Y se apega a la madre cuando descubre que el pecho le pertenece.
• 3.- teoría del aferramiento de un objeto primario: en los bebés existe una propensión innata de entablar contacto con otros seres humanos y aferrarse a ellos, independientemente de la comidas.
• 4.- teoría del anhelo primario de regreso al vientre materno: los bebés ansían regresar al vientre materno.
La hipótesis propuesta por Bowlby postula que el vínculo que une al niño con su madre es producto de la actividad de una serie de sistemas de conducta, cuya consecuencia previsible es aproximarse a la madre. Antes del primer año es difícil identificar los progresos de este acercamiento, pero entre el año y los 3 años, el alejamiento de la madre puede activar una conducta típica que refleja los vínculos de apego creados.
La importancia de la teoría del apego es que identificó ésta conducta típica a través de la observación de niños abandonados por su madre en diferentes circunstancias y pudo establecer el tipo de vínculo que tenía un niño con su madre a través de la observación de la conducta del niño no sólo cuando marchaba la madre, sino cuando esta volvía. De esta manera se establecieron varios tipos de apego. Fundamentalmente, existe un apego seguro y un apego inseguro.
Así pues, si un niño entra de mano de la madre a un sitio desconocido, si tiene un apego seguro, al rato se irá alejando de la madre a ratos para explorar el ambiente. Al marchar la madre llorará, y al entrar la madre después de unos 3 minutos, la abrazará y se dejará consolar. Al poco rato volverá a dedicarse a explorar el ambiente. En caso del niño con apego inseguro, la primera parte puede ser idéntica (a veces no es tan explorador). Cuando la mamá desaparece llora de una forma mucho más intensa, inconsolablemente, sin parar. Al entrar la madre, no deja de llorar, no se tira en sus brazos, en algunos casos duda y en otros rechaza a la madre. Y aun cuando ella lo coja, no contacta, ni deja de llorar, ni vuelve a interesarse por ningún objeto que ésta le pueda ofrecer, ni la suelta. En el caso del niño que rechaza a la madre, vemos un símil a lo que Bowlby observó en niños separados por su madre durante un tiempo prolongado.
En todos los casos en que un niño es separado de su madre repite idénticos patrones en el momento de la separación (llanto y desasosiego, sacuden o golpean cuna y objetos, lanzan juguetes, dejan de comer, duermen mal, no se interrelacionan con el ambiente ni con otros cuidadores). Esta primera etapa puede durar de una a varias semanas.
Esta primera etapa da lugar a una segunda etapa donde ya casi no reclaman, dejan de llorar, aunque todavía están atentos a que pueda reaparecer la figura materna. En esta etapa, empiezan a prestar atención a otros cuidadores. Incluso si el otro cuidador es único, pueden generar con él un vínculo de apego similar al que tenían con la madre perdida. Finalmente, dejan de nombrarla y de preguntar por ella. No la llaman y es como si nunca hubiera existido.
Llegados a este punto, si la madre vuelve, no reaccionan ante ella. Se ha producido lo que en la teoría del apego se llamo desapego. Es como si en la vida de ese niño la madre hubiera muerto. Antes de que esto pase, si la madre reaparece, la actitud del niño dependerá del vínculo previo con la madre. Generalmente le quedará un gran temor a volver a perderla y una gran inseguridad que trasladará a relaciones importantes posteriores. En muchos casos, será imposible volver a confiar en otra figura de apego.
Lo que enuncia Bowlby por primera vez es la importancia de la conducta de apego, equiparándola en importancia a otros tipos de conducta social como la de apareamiento. Y esto no tiene que ver con la necesidad, sino con la activación de determinados sistemas de conducta, que se desarrollan en el bebé como resultado de su interacción con el ambiente de adaptación evolutiva del que hablábamos en los párrafos anteriores, y en especial con la principal figura de ese ambiente, es decir, la madre (o figura materna).
De acuerdo a esta teoría, la comida y el acto de alimentarse son aspectos secundarios en el desarrollo del apego. En la teoría que propone Bowlby en su libro el apego, postula que en determinada etapa del desarrollo de los sistemas de conducta responsables del apego, la proximidad de la madre se convierte en una meta prefijada (como lo era mantener la tensión arterial normal en nuestro aparato cardiovascular).
En un primer momento (1958), Bowlby describía 5 pautas de conducta que contribuyen a forjar el apego: succión, aferramiento, seguimiento, llanto y sonrisa. De éstas, el llanto y la sonrisa tienden a acercar la madre al bebé, el aferramiento y el seguimiento aproximan al niño a la madre. Sobre la succión me extenderé más tarde. También está la llamada, que se da a partir de los 4 meses. Estas reacciones las describía como instintivas.
En 1969, cuando publica la primera parte de la trilogía del apego y la pérdida, considera que estas pautas quedan entre los 9 y 18 meses incorporadas a sistemas más complejos, con metas corregidas, donde lo que hay no es una reacción instintiva sino un control de la conducta de apego, definiendo conducta de apego como toda pauta de conducta juvenil que dé lugar a la proximidad con otro individuo, mientras que a la conducta materna, contraparte de la conducta de apego de los hijos, la denominó conducta de cuidados. A menos que se presente alguna dificultad en el desarrollo, en la naturaleza la conducta de apego se dirige siempre a la madre.
La fase del ciclo vital durante la cual se manifiesta la conducta de apego varía claramente de una especie a otra. Como el bebé humano nace en estado de gran inmadurez y su desarrollo es tan lento, en ninguna otra especie tarda tanto en aparecer la conducta de apego. Tenemos que darnos cuenta que cuando Bowlby establecía su hipótesis, prácticamente no había ninguna documentación sobre el desarrollo de la conducta de apego en el niño y sus modificaciones con el paso del tiempo.
Toda su teoría se basó en estudios de campo y observaciones en monos, y luego la observación de la conducta en niños separados de sus madres. Una de las cosas a las que dio importancia en la postulación de su teoría, fue las numerosas variables que inciden en la naturaleza en el debilitamiento de la conducta de apego entre la cría del mono y su madre.
Entre estas, hay dos muy importantes: la frecuencia de incidentes alarmantes (aumentan la conducta de apego incluso a edades mayores) y la frecuencia con la que se le ha obligado a separarse de la madre a una edad muy temprana. En el caso de cuidadores humanos de crías de monos, se observó en forma repetida, que el obligarlos a alejarse (cerrarles la puerta o colocarlos en una jaula como castigo a ciertas conductas), ocasionaba en todos los casos retraso en el desarrollo, aumento del aferramiento al cuidador y aumento de conductas no deseables.
Además, en todos los casos en que estos animales acabaron en zoológicos o colonias experimentales, siempre mostraron predilección por el ser humano aún en presencia de individuos de su especie, lo que sugiere que la naturaleza de la figura a la cual se dirige la conducta de apego durante la infancia ejerce una serie de efectos a largo plazo.
Cuando se compara la conducta de apego de los monos con la de los seres humanos, una de las cosas que se observa es que a diferencia de los primates, el cachorro humano no tiene fuerza para cogerse a su madre. Pero si vemos qué es lo que hace la madre en las sociedades humanas más sencillas (cazadores, recolectores), vemos que nunca dejan la cría en la cuna, sino que la llevan siempre a sus espaldas, lo que no difiere demasiado a lo que hace un gorila con su cría. Hay una evolución desde los primates inferiores a los superiores y el hombre.
Los primeros se aferran a la madre sin recibir ningún tipo de ayuda (lémures y titíes); mandril y mono reses ayudan a sus crías, aunque esta se aferra por sí sola. En el caso del gorila y el ser humano, aunque el bebé se aferra, no tiene fuerza para sostenerse por sí mismo, por lo que es la acción materna la que asegura la proximidad los primeros meses. Sólo en las sociedades humanas más desarrolladas
económicamente-en especial las de occidente-los bebés se mantienen alejados de la madre muchas horas al día, y, por lo general, también a la noche.
Hay muchos estudios sobre colecho. En ellos queda claro que la mayoría de los niños duermen al menos una parte de la noche con sus padres. En un estudio ingles sobre 3000 niños de menos de 1 años, sólo 1/3 dormían en su habitación. De los que dormían en la habitación de los padres, 6% hacían colecho, pero de los que no lo hacían, 23% lo hacen casi cada noche. Por otro lado, un estudio Suizo, comprueba que en Suiza, 40% de los niños de 4 años duermen con sus padres, y 12 de los de 10 años también.
Según los autores, esto se debe a la prohibición que reciben de su pediatra de no poner el niño en la cama cuando es pequeño. Pero cuando el niño ya puede pasarse, ya no hay quien lo quite, por la deprivación que sufrió el primer año. O sea que en realidad, Occidente no es una excepción a lo que pasa con los niños en la mayor parte del mundo. De todos modos, y volveré sobre esto, el apego no es mayor o menor porque el niño haya colecho. Sino porque sea calmado y escuchadas sus necesidades. Y esto se puede hacer si los padres se levantan cada vez que el niño llora. Por supuesto, el colecho es más cómodo.
Dado que el bebé humano no puede aferrarse a la madre, aún reconociéndola, es difícil determinar en qué momento se establece la conducta de apego en el hombre. Para poder decir que se ha establecido una conducta de apego, no sólo es necesario que el bebé reconozca a su madre, sino también que tenga comportamientos que mantengan su proximidad con ella.
Ainsworth, discípula de Bowlby que realizó estudios en tribus africanas, señala que en dichas tribus, en dos niños de 15 y 17 semanas ya había llanto e intentos de seguimiento ante el alejamiento de la madre, siendo ambos tipos de conducta corriente a los 6 meses. En estas y otras observaciones se ve que a los 6 meses la tercera parte de los niños ya presentan conductas de apego, que estas aumentan con la edad, que a los 9 meses hay ya 3/4 partes de los niños que manifiestan dichas conductas y cuando son capaces de gatear gatean hacia la madre.
Por tanto, se puede establecer que las conductas de apego en los bebés humanos aparecen entre los 4 meses y hasta después del año. También según diversas observaciones se pudo establecer que un mes después de aparecer las primeras conductas de apego, el 25% de los niños tenían esta conducta hacia otros miembros. A los 18 meses la gran mayoría de niños sienten apego al menos por otra figura diferente a la madre y frecuentemente por más de una.
En orden, esa otra figura era el padre en primer lugar y niños mayores en segundo lugar (aunque no fueran cuidadores). Aun así, a más figuras manifiesta El Niño conductas de apego, más intensa es esta conducta hacia la figura materna. O sea, el hecho de que El Niño tenga otras figuras de apego no disminuye su interés por la madre, sino todo lo contrario. La intensidad del apego aumentaba en casos de alarma y, durante un tiempo, en situaciones en que la madre había permanecido ausente.
El modo en que se desarrolla la conducta de apego no sólo viene determinado por el tipo de cuidados que ofrece la madre, sino también por el grado en que el bebé inicia la interacción, ya que esto influye en la manera en que la madre se dirige al niño. Estudios actuales demuestran que la calidad de atención de la madre no viene determinada por el contacto íntimo entre esta y El Niño sino por cómo responde la madre al reclamo del niño en las diferentes edades. Cuando hablemos de los tipos de apego, veremos que para todas las razas y en todos los continentes, independientemente del status económico y las costumbres y en todas las épocas desde que éste se estudia, hay un tercio de niños que desarrollan un apego inseguro y dos tercios que desarrollan un apego seguro.
Esto es igual en la época en que se daba pecho, en la que se daba biberón y no se cogía a los niños, en el mundo occidental y en África. Se puede tener un niño todo el día encima, pero si en el momento que llora o reclama, no se le hace caso, eso se vive como un rechazo o falta de cuidado y disminuye las conductas de apego.
Hasta los casi 3 años, las conductas de apego no disminuyen, permanecen sin cambios. A partir de los 3 años, los niños ya son capaces de pasar un cierto tiempo sin la madre. Hay algunas condiciones que deben cumplirse para que El Niño acepte la ausencia de la madre sin protestar: es importante quedarse a cargo de un cuidador conocido, más aún, que el niño haya conocido en presencia de la madre (he ahí los periodos de adaptación de las guarderías), que el niño esté sano y no tenga miedo, que sepa dónde está su madre y que pueda restablecer contacto en un plazo breve. Si no se dan estas condiciones, puede que se convierta en un nene de mama y que manifieste trastornos de conducta.
A medida que aumenta la edad, la necesidad de la presencia de la madre disminuye en entornos de confianza, e incluso pueden aceptar irse con figuras casi desconocidas o a la que han visto sólo una vez. Pero en caso de que algo vaya mal, vuelven a mostrar la conducta de apego, lo que demuestra que aunque ésta vaya disminuyendo, no desaparece con la edad. De hecho, algunos autores postulan que las conductas de apego de los niños a sus progenitores duran toda la vida. Ya en la vejez, puede incluso manifestarse conductas de apego hacia la pareja o hacia los hijos. Esto lo veremos más adelante al hablar de las relaciones de apego en la pareja.
Características del Apego. (Una base segura. John Bowlby).
A. La naturaleza esencialmente afectiva del apego. Lo que representa el apego es la necesidad íntima de otra persona. El hecho de que en el apego estén implicados todo el aspecto de sensaciones y emociones (tristeza, amor, alegría).
B. La perdurabilidad a lo largo del tiempo. El apego no es eterno. Nadie nace apegado a nadie (no es innato). Tampoco es algo efímero, suele ser mantenido en el tiempo, es perdurable pero no es necesario que sea eterno. Si está bien consolidado puede perdurar a través de separaciones.
C. La singularidad. Porque se dirige hacía un núcleo reducido de personas, y esas personas desempeñan un papel central en la persona vinculada, ese sujeto tiene un trato preferente hacia ellos.
D. Su carácter no innato. Es un proceso, se forma. Es necesario que 2 personas interactúen durante un cierto tiempo para que se forme el vínculo. Sin intención no hay vínculo.
E. El apego y su calidad son el producto de la interacción. Si la interacción es de mala calidad el apego resultante también lo es. No confundir la interacción con el apego. Nunca: Cuantas más conductas de apego se exterioricen más intensos es ese apego. Tampoco que cuando ya no hay conductas de apego este ya no existe.
F. La búsqueda y mantenimiento de proximidad. Constituye el objetivo más inmediato de la relación, pero puede significar tanto una cercanía física como una comunicación a distancia. En los niños sí que es necesaria la proximidad real pero en los adultos no.
G. Existen relaciones de apego a lo largo de toda la vida.
La Madre Como Base Para Explorar.
Para describir el incremento de la conducta de apego durante el primer año, Bowlby se basó en la observación de las reacciones de los niños cuando se acercaba la madre (saludo y acercamiento) y cuando se alejaba (llanto y seguimiento). Otros criterios usados fueron la sonrisa, el desplazamiento, el aferramiento y el diferente comportamiento en su presencia o ausencia. El llanto, el balbuceo, la sonrisa, la llamada y determinados gestos, se engloban en conductas de señales que buscan que la madre se acerque al niño.
Cuando se emiten estas señales, puede suceder que la otra persona (la madre), reaccione a ellas o no lo haga. Si lo hace, la señal desaparece. Si no lo hace, la conducta del bebé cambia. Por ejemplo, la sonrisa y el llamado, si no son respondidos se suelen convertir en llanto. Dentro de la evolución del niño, se espera que hasta los 3-4 años, los padres estén siempre al tanto de donde se encuentra y de lo que hace, preparados por si este los necesita.
Esto da lugar a un sistema de señal que se suele interpretar como bastante fastidioso, y es que el Niño comienza a hacer cosas para llamar la atención de los padres hasta que estos le hacen caso. En caso del bebé en la cuna, puede que llore en la habitación de al lado hasta que la madre venga, en caso de niños más grandes, que llamen a los padres, mientras estos hablan o realizan otras actividades, hasta que estos interrumpan lo que están haciendo y respondan.
Esto que parece poner de los nervios a los padres, puede considerarse como un sistema de señales que El Niño realiza para asegurarse de que en caso de necesidad los padres sabrán donde está y qué hacer. El que los padres tengan conocimiento de que esto es una conducta adaptativa relacionada con la conducta de apego, puede hacer que respondan con mejor comprensión. Hemos hablado de la conducta de señales.
Pero también hay un sistema de conductas de acercamiento, que lo que hacen es acercar el niño a la madre. Las dos principales conductas de acercamiento son el traslado por cualquier medio que tenga el niño (arrastre, gateo, caminar…) Y el aferramiento. Una tercera conducta es la succión sin fines alimenticios. En el caso del desplazamiento, al principio El Niño se dirige hacia su madre. A medida que madura es capaz de seguirla. Y a partir de los 9 meses, también es capaz de buscarla si la oye, o en los sitios que esta suele frecuentar.
Hay 2 juegos simbólicos típicos de esta edad que son el tirar las cosas al suelo para que la madre venga a recogerlas, y el esconder un objeto para que el niño lo descubra. La primera enseña al niño que las cosas marchan, pero vuelven, además de ayudarle a reconocer los ruidos que producen los objetos y a qué distancia se encuentra del suelo. El segundo juego, enseña al niño que las cosas que no se pueden ver también existen.
Por lo tanto, a partir de este juego, el Niño ya no tendrá necesidad de ver a la madre para ir hacia ella, pues sabrá ir a buscarla, por ejemplo, a la habitación de al lado. Por otro lado, en las ocasiones en que esté jugando y la madre desaparezca, podrá seguir tranquilo, pues sabe que la madre no ha marchado de su lado, sino que simplemente ha cambiado de habitación.
Por eso, cuando los niños se despiertan a esta edad, a veces sólo basta con ir hasta su habitación y hablarles o tocarlos, pues simplemente necesitan saber que la mama está aunque no la vean. Esto depende de la reacción del niño, pues si la conducta de apego se ha activado con fuerza, El Niño probablemente no callará hasta que lo cojan en brazos. Por eso no es una buena idea cuando un niño empieza a pedir por su madre a esa edad, esperar a que llore. En esos casos, será mucho más difícil consolarlo sin contacto físico.
El tercer mecanismo de acercamiento es la succión no nutricional y ocupa gran parte del tiempo del bebé, ya que es parte integral de la conducta de apego. El bebé al que se le deja succionar ya sea el pezón o un sustituto (dedo, chupete, muñeco), es un bebé que crece más relajado y satisfecho. Cuando el niño comienza a gatear, comienza a hacer incursiones alejándose de la madre, si se le permite. Pero siempre vuelve a corroborar que ésta siga presente.
Estas exploraciones se interrumpen si se asusta o se hace daño o si la madre se aleja de su lado. En estos casos intenta volver rápidamente hacia donde la madre se encuentra, con signos de angustia más o menos intensa o bien llora con desamparo. Esta situación Spitz la llamó angustia del 8º mes, pues es esa edad en la que empieza a manifestarse y porque él la relacionó con la angustia de separación. Bowlby la llamó miedo a los extraños y realiza una clara separación entre ambas entidades.
Si bien es verdad que ambas aparecen en la misma época, a veces una aparece antes o después que la otra, y parecen ser dos cosas diferentes, aunque esto es difícil de determinar. A partir de esa edad (6 m según Bowlby y 8 m Spitz) el niño se comporta de modo muy diferente en presencia o ausencia de su madre, y esa diferencia se acentúa si está ante extraños o en un lugar desconocido. En presencia de la madre, los niños están más confiados y exploran más. En su ausencia, crece su timidez o se hunden en la angustia. En tal caso, este punto necesitaría del desarrollo de los otros dos temas desarrollados por Bowlby, la separación y la pérdida y exceden los límites de este trabajo.
En cuanto al traslado y al alejamiento del niño de 2 años o más de la madre hay puntos a tener en cuenta: es importante distinguir si el sitio donde ambos se encuentran es conocido o extraño y si la madre está quieta o en movimiento. Un niño de dos años en un sitio conocido y con la madre quieta, tiende a alejarse, siempre mirándola, y nunca más de unos 60 metros. En los casos en que el niño se aleje más, en general la madre irá a recuperarlo.
Como ya dijimos antes, en caso de alarma el niño volverá. Si la madre empieza a moverse, suelen empezar los problemas, pues aunque los padres no lo sepan, hasta los 3 años un niño es poco capaz de seguir un objeto en movimiento con eficacia. Si la madre le avisa, el niño se acercará y se subirá al cochecito. Si la madre decide llevarlo de su mano, estará más tiempo detenido que en movimiento y en muchos casos se despistará y la madre tendrá que volver hacia él. En los casos en que la madre se levante y se aleje bruscamente llamando al niño para que venga hacia ella, el niño se quedara inmóvil incapaz de reaccionar.
Función De La Conducta De Apego.
Al analizar el vínculo madre-hijo, es importante diferenciar la causa de dicho vínculo y su función. Descartada la teoría del impulso secundario como origen del vínculo, es importante saber cuáles son las funciones del mismo. Por un lado la función de la conducta de apego reside en proteger al sujeto de los predadores. Por, otro lado, permite que el bebé aprenda de la madre diversas actividades necesarias para la supervivencia. De ambas funciones, la primera además de permitir la supervivencia de la especie, explicaría porque la conducta del apego persiste en la edad adulta y aumenta en situaciones de peligro. Bowlby diferencia apego de dependencia. Un niño recién nacido depende de una figura materna aunque no manifieste apego hacia ella. Con 2-3 años, un niño puesto al cuidado de extraños, puede dar claros signos de continuar apegado a la madre aunque no dependa de ella. Además, ya en el adulto, el apego es bien visto mientras que el dependiente no lo es. En cuanto a la diferencia entre conducta sexual y conducta de apego, para Bowlby son dos conceptos diferentes, aunque relacionados. Cada una de estas conductas se activa de maneras diferentes; el objeto al cual se dirige cada una de ellas también puede ser diferente; y por último, se desarrollan a diferentes edades.
El Apego Y Los Sistemas De Control.
¿Qué determina la intensidad con la que se activa la conducta de apego? ¿Qué es lo que activa la conducta del apego y qué es lo que le pone fin? Para empezar, ambos componentes del binomio Madre hijo, interaccionan de tal manera que sus conductas a veces aumentan su proximidad y otras la disminuyen. En el caso del niño, las conductas exploratorias y el juego, son 2 ejemplos de situaciones que aumentan la distancia. El hecho que la madre tenga que encargarse de las tareas del hogar o el cuidado de otros hijos, son situaciones que también aumentan la distancia. Sin embargo, una conducta exploratoria del niño que en determinado momento lo asusta, ocasiona su acercamiento inmediato a la madre. Al mismo tiempo, el llanto del niño, hace que la madre inicie un movimiento hacia él. También la sonrisa del niño o sus gesticulaciones hacen que la madre a veces deje de hacer lo que está haciendo y se acerque.
Todos estos movimientos no son compatibles en si con el hecho de mantener próximo al niño y a su madre. De hecho, aunque estos movimientos aumentan y disminuyen a lo largo del día, según cada edad hay una distancia que suele no superarse. Todo movimiento materno hacia el hijo se encuadra en lo que Bowlby llamó maternaje, o conducta de recuperación. Hay ciertos movimientos que son incompatibles intrínsecamente con el maternaje.
Entre estos, el disgusto que puede producir el cuidado con el hijo o la molestia que causan sus gritos. En una madre corriente, aunque a veces puede suceder un alejamiento por estas causas, no suele durar demasiado. En la naturaleza, es más difícil de encontrar estas situaciones. En una madre con perturbaciones emocionales, la tendencia al alejamiento del hijo puede interferir de manera muy grave con sus cuidados. Cuando la interacción entre la madre y el hijo da pie a conflictos permanentes, en lugar de un intenso placer por la compañía del otro, lo que aparece es una intensa sensación de ansiedad o tristeza, en especial hacia el rechazo del otro.
En cuanto a la intensidad de activación, depende de factores del niño (fatiga, hambre, frío, dolor, enfermedad), del paradero y conducta de la madre (ausencia, marcha, madre evitativa), y condiciones ambientales ( lugar conocido o desconocido, hechos alarmantes, que impliquen aumento de la estimulación, como ruidos, luces, oscuridad, objetos extraños o que aparecen en un contexto inesperado, rechazo de otros adultos o de los niños). Siempre que la madre intente separarse del niño, logrará exactamente lo contrario, pues el niño, mediante su propia conducta, se asegura que la proximidad se mantenga si la ve amenazada.
Por el contrario, cuando el niño observa que la madre le presta una atención constante y está dispuesto a reaccionar siempre (o casi siempre) que él desee una mayor proximidad, suele mostrarse satisfecho explorando a cierta distancia de ella. Esto como veremos después, es muy importante a la hora de lograr un apego seguro. La sola presencia de un bebé en brazos de la madre, activa fuertes conductas de apego.
Dos factores fundamentales hacen que un bebe a los 18 meses tenga un apego seguro o inseguro con su madre: la rapidez y adecuación con la que ésta responde a su llanto y la frecuencia con la que es ella misma la que inicia la interrelación con el bebé. Cuanto más rápidamente responde al llanto y cuanto más intensa es la interacción que inicia, mayor es el apego del niño a la madre. Por encima de los 3 años, la conducta de apego comienza a disminuir, porque se activa con menos intensidad y con menos facilidad.
Diferentes Fases De La Proximidad Con La Madre.
La responsabilidad de mantener la proximidad entre madre e hijo va cambiando desde aquella a éste. Hasta los 6 meses, el bebé no tiene fuerza para mantenerse aferrado a su madre y prácticamente es incapaz de moverse, por lo que sus conductas de apego están ausentes. La responsabilidad de mantenerlo cerca es exclusivamente materna. Entre los 6m y los 3 años, El Niño puede moverse para acercarse a su madre, pero también en ocasiones puede alejarse por ignorancia más de lo que ésta puede aceptar. Además hasta esta edad, El Niño puede permanecer al lado de una madre quieta pero le es casi imposible mantenerse cerca de una madre en movimiento. Por eso, en cierto modo, también en esta etapa, si bien hay conductas claras de apego por parte del bebé, también es la madre la responsable de mantener la proximidad.
A partir de los 3 años, el niño aumenta su capacidad de saber cuándo puede alejarse y cuando no de la madre, por lo que la proximidad depende de ambos. A veces la madre puede intentar que el niño se separe para explorar, y otras, al contrario, si cree que está en peligro, puede actuar para acercarlo. Esta fase de transición en el ser humano dura muchos años. En nuestra sociedad los niños suelen no salir de casa solos hasta pasados los 10 años, aunque esto cambia según el ambiente (en mi pueblo, los niños se mueven solos de aquí para allá desde los 3-4 años). En tal caso, a medida que el niño crece, aunque se mantiene la conducta de apego, ésta se suele manifestar en casos de emergencia, y la madre pasa a ser más un referente que una presencia física.
Fases Del Desarrollo De La Conducta Del Apego.
Primera fase, desde el nacimiento hasta las 8-12 semanas: el bebé distingue a las personas a través de la audición y el olfato. Poca discriminación entre unas y otras personas. Actividad: seguimiento ocular, agarre, sonrisa, balbuceo. Deja de llorar en presencia de casi cualquiera. Desde muy pequeño el bebé es capaz de discriminar los diferentes estímulos, y, por medio de reacciones bien diferenciadas, escoger cuales quiere intensificar y cuales reducir. Esta tendencia intrínseca favorece el desarrollo de la interacción social.
Segunda fase, desde las 12 semanas hasta los 6 meses. Hay mayor discriminación y si bien el bebé responde a casi todo el mundo, lo hace con más intensidad hacia la madre.
Tercera fase, hasta el 2º o 3º año. A veces puede iniciarse después del año si no hay una figura central de contacto. En esta fase se mantiene la proximidad con una figura determinada a través de la locomoción y las señales. Al mismo tiempo, van desapareciendo las reacciones amistosas y poco discriminadas con el resto de las personas. Se ve un claro apego a la figura materna.
En la cuarta fase, a partir de los 2-3 años, el niño puede empezar a inferir qué conductas propias influirán en la conducta materna, pues hasta entonces, era incapaz de entender de qué dependía que la madre se acercara o alejara de él. Esto es porque no podía saber que la madre se mueve para conseguir sus propias metas. Sin embrago, a partir de esta edad, empieza a darse cuenta de cuáles son esas metas y se podría decir que va adquiriendo cierta comprensión de los sentimientos y motivaciones maternos. Se inicia entonces una relación más compleja que Bowlby llama de asociación.
Valoración Del Apego.
En un principio, parecía que la intensidad con que lloraba un niño, hablaba de la intensidad con que estaba apegado a su madre. Pero ya hemos mencionado que niños muy apegados son los que inician más interpelaciones sociales, son niños que se desprenden más fácilmente de la madre para explorar el entorno y si el apego es seguro, el niño según la edad que tenga, tiene cierta seguridad aún en ausencia de la madre. Por lo tanto, para saber qué grado de apego tiene un niño con su madre, si éste es un apego seguro o inseguro, tal como vaticinó Bowlby hay que mirar otras variables. Estas variables se pueden enumerar de la siguiente manera:
A.- Movimientos y paradero de la madre. Madre presente, madre que se marcha, madre ausente y madre que vuelve.
B.- otras personas, familiares o extrañas, presentes o ausentes.
C.- situación no relacionada con las personas, familiar, poco extraña, muy extraña.
D.- condiciones del niño, sano, enfermo, con algún dolor, descansado o cansado, con hambre o bien alimentado.
Ainsworth fue la primera en estudiar las conductas de apego observando estas diferentes variables. Lo hizo mediante la observación de niños de 1 año en un procedimiento de “situación extraña”, diseñado para evaluar las diferencias individuales en la organización de la conducta de apego a la madre en esta edad. Dado las numerosas variables, lo que hizo Ainsworth fue clasificar a los niños según sus respuestas en la seguridad del apego.
El procedimiento consiste en observar al niño en una sala de juegos pequeña y cómoda, pero extraña. Primero 3′ con la madre, luego 3′ con la madre y una investigadora extraña para él, después sin la madre, otros 3 minutos y por último, al volver la madre. Se vuelve a repetir la retirada y la entrada de la madre. De acuerdo a la respuesta de los niños, Ainsworth clasificó a los niños según 3 pautas de apego, basándose en la reacción de los niños al volver la madre a la sala de juegos.
Pauta A: apego seguro, la mayoría. Cuando la madre volvía, El Niño iba hacia ella, dejaba de llorar, la abrazaba, le pedía brazos o permanecía muy cerca y al rato volvía a explorar. Además, estos niños manifestaban más capacidad de exploración cuando estaban solos con la madre al principio, y si bien al entrar un extraño, dejaban de explorar, no lloraban. Cuando la madre marchaba, podían o no llorar, aunque el llanto era menos intenso que en los otros dos grupos.
Pauta B: apego ansioso y esquivo (20%). Estos niños al volver la madre rehúyen de ella, sobre todo después de la segunda ausencia. Algunos de ellos tratan al extraño casi mejor que a la madre, si ésta los abraza no parecen devolverle el abrazo, no dejan de llorar ni siquiera en brazos de su madre, cuando ésta los quiere dejar en el suelo no quieren y ya no vuelven a explorar, ni aún en su presencia. De hecho, respondían con rabia cuando esta le ofrecía algún juguete.
Pauta C: apego ansioso- rechazante (10%) estos niños cuando volvía la madre oscilaban entre ir hacia ella y rechazarla. Tanto el grupo A como el C, lloraban desconsoladamente al irse la madre y no dejaban de llorar en ningún momento, aunque la persona extraña intentará distraerlos. Al analizar estos tipos de conducta, vemos que pueden estar influidas por numerosas circunstancias.
Estos estudios están hechos sobre niños sanos, con una figura central de apego, que viven en una unidad familiar. Es más complejo cuando se trata de niños que han sufrido abandono, malos tratos, muerte prematura de la madre, etc. En el caso de estos niños, tiene tanta influencia la tendencia del bebé como las maternas. Se sabe que los bebés más tranquilos, que lloran menos, que se calman con más facilidad, promueven relaciones de apego más fuertes que aquellos niños “difíciles”. Aún así, esto es sobre todo cierto si la tendencia de la madre es a rechazar este último tipo de comportamiento.
Y esto depende de cómo fue criada la madre y también de las expectativas que tiene al ser madre. Hay estudios hechos con niños que sufrieron asfixia perinatal, donde su comportamiento podía ser extremadamente pasivo o alternar la pasividad con la irritabilidad. Si bien estos cambios se superaban a la edad de un año, el tipo de vínculo que se había creado a esas alturas, varía con respecto a niños “normales”.
También varía según las ideas que la madre manifiesta previamente sobre la crianza y las tareas de casa. Y si ésta ha tenido un buen apego con su figura materna. Ainsworth determinó los siguientes rasgos de conductas que podrían contribuir a un apego seguro:
1- Contacto físico, frecuente y sostenido, entre el niño y la madre, especialmente los primeros 6 meses, con habilidad de la madre para apaciguar al bebe cuando está angustiado cogiéndolo en brazos.
2.- Sensibilidad de la madre a las señales del bebé, con especial atención a su habilidad para sincronizar sus intervenciones en armonía con los ritmos del bebé.
3.- Un ambiente regulado de tal manera que el bebé pueda percibir el sentido de las consecuencias de sus actos.
4.- El goce mutuo que la madre y el niño descubren al estar cada uno en compañía del otro.
Sea como sea que actúe la madre, es evidente que dicho modo desempeña un papel muy importante en cuanto a la pauta de apego que El Niño finalmente desarrolla, como veremos después al hablar del apego en el adulto. A las diferentes características de la conducta materna se le ha llamado pauta de maternaje y se sabe que la pauta de apego de un niño hacia su figura materna, es sobre todo, la consecuencia de la pauta de maternaje que está recibiendo.
El Apego En La Edad Adulta.
Durante la adolescencia y la vida adulta, la conducta de apego se traslada a personas de fuera de la familia o incluso a instituciones. Para algunos estas figuras de apego son subsidiarias, pero para otros estas figuras se convierten en principales. Muchas veces porque se establece una relación de apego con un miembro del grupo que ocupa una posición destacada en él. Esta conducta de apego de la vida adulta prolonga- de modo directo- la de la infancia, lo que queda demostrado por las circunstancias que la rodean: situaciones de peligro, enfermedades, etc., donde dichos adultos se vuelven exigentes ante los demás, buscando la proximidad hacia una figura cercana y conocida, no necesariamente de la familia.
En psicoanálisis se ha llamado muchas veces a esta conducta regresiva, cuando en realidad, es una reacción absolutamente normal, pues la conducta de apego no desaparece con la edad.
Los sistemas sumamente discriminados y complejos, que intervienen en el apego a ciertas figuras en particular durante la edad adulta, provienen todos de esas bases rudimentarias que hemos ido describiendo, presentes en el niño desde muy temprana edad (estímulos auditivos como el llanto y el balbuceo, o la llamada, estímulos visuales como la sonrisa, los táctiles y kinestésicos provenientes de los brazos y cuerpo de la persona) No se sabe si la conducta social empieza a dirigirse a figuras subsidiarias discriminadas al mismo tiempo que se dirige por primera vez hacia una figura de apego central, o si es posterior.
Para poder entender también como nos relacionamos a medida que crecemos, es importante darse cuenta que un niño con fuerte apego a una figura central, tiende a dirigir su conducta social a otras figuras discriminadas, mientras que un niño con lazos más débiles hacia la madre o figura central, suele concentrar toda su conducta social a dicha figura.
En un adulto, todos esos elementos más complejos de la conducta de apego se organizan como planes con metas prefijadas. Esas metas dependerán de la valoración que hace el sujeto entre él y la figura de apego y en la habilidad de elaborar un plan adecuado a la situación. El niño de 8 meses ya es capaz de hacer variar la conducta de su madre según sus necesidades. A medida que crece, va aprendiendo qué moviliza a su madre hacia él y a ponerse en su lugar para lograr cosas.
De las respuestas de la madre, irá predominando una u otra conducta. Si la madre puede ir adecuando sus propias metas a las metas del hijo y enseñarle que a veces hay que ceder para lograr un objetivo en común que les permita disfrutar a los dos. Si la madre no hace abuso de su autoridad para salirse siempre con la suya.
Después de todo lo expuesto, no puedo menos que recordar lo que Bion llamó capacidad de Reverie, porque creo que está íntimamente relacionada con las conductas de apego que puede desarrollar el niño y posteriormente el adulto. Creo que ambos conceptos, la capacidad de Reverie de la madre y la conducta de apego, están íntimamente relacionados. Un apego seguro con una buena capacidad de Reverie, probablemente facilitarán que el adulto establezca relaciones de apego sanas con figuras importantes el resto de su vida. Y lo contrario si la madre no es capaz de metabolizar su experiencia emocional.
Hasan y Shaver (1987) fueron los primeros en aplicar el principio del apego a la edad adulta. Sus investigaciones aplicadas al amor de pareja sostuvieron que el amor del adulto en relaciones cercanas está moldeado por representaciones mentales, cuyos orígenes se encuentran en las relaciones del niño con sus cuidadores primarios. Así, numerosos estudios confirman que aquellas relaciones en que los miembros de la pareja tuvieron un tipo de apego seguro, son las que reportan un nivel de satisfacción más alto, sobre todo si ambos miembros han tenido este tipo de apego. La satisfacción disminuye cuando uno o ambos miembros han tenido un tipo de apego inseguro (Estilos de Apego en Relaciones de Pareja y su Asociación con la Satisfacción Marital – Guzman y Contreras – PSYKHE 2012. Vol 21, N 1, 69-82)
Si bien las necesidades de apego son universales, hay diferencias individuales en las conductas de apego. Estas diferencias se pueden explicar por los modelos operativos internos (MOI), formados sobre la base de experiencias repetidas con figuras significativas. Los MOI son representaciones que un individuo tiene de si mismo y los otros. Estos guían su funcionamiento en las relaciones interpersonales, sobre todo de intimidad. Por un lado está la imagen que se tiene de sí mismo, que genera ansiedad acerca de ser rechazado o abandonado, alta ansiedad si mi imagen es negativa y baja ansiedad si tengo una buena imagen de mi misma.
Por otro lado, tenemos la imagen que se tiene de los demás, en términos de confiabilidad y disponibilidad. La imagen del otro está asociada al grado de evitación de relaciones cercanas. Si la imagen del otro es negativa, confío poco y la conducta que predomina es la de evitación. Por otro lado, si tengo una buena imagen de los demás, hay un acercamiento por mi parte, y la evitación es baja. De esto se desprenden 4 combinaciones que según Bartholomew y Horowitz (1991), originan 4 categorías de apego en la edad adulta:
1.- Apego seguro, baja evitación y baja ansiedad por ser abandonado (personas que tienen una buena imagen de sí mismas y de los demás).
2.- Apego desentendido o evitativo, baja ansiedad por ser abandonado y alta evitación (la imagen que estas personas tiene de sí mismas es buena, pero no confían en los demás).
3.- Apego preocupado, alta ansiedad y baja evitación (este es el caso contrario al anterior, la persona tiene una mala imagen de sí misma, pero confía en los demás).
4.- Apego temeroso, alta ansiedad i evitación (en este caso, tanto la imagen de sí mismas como las de los demás es baja. Son personas poco sociables y retraídas).
Estos patrones de apego pueden ser dinámicos según el contexto y el surgimiento de nuevas relaciones.
Según una investigación hecha en Valencia (La relación de pareja. Apego, dinámicas de Interacción y actitudes amorosas: Consecuencias sobre la calidad de la relación. Reme Melero Cavero. Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación. 2008), el buen apego permite una mayor sensibilidad y proximidad en el cuidado, que revierte en mayor satisfacción y ajuste con la relación.
En este sentido, el estilo PREOCUPADO (alta ansiedad, baja evitación) tiene una actitud altamente demandante. Su control y celotipia, así como los conflictos permanentes en la relación, generan sentimientos e interacciones altamente perjudiciales para la satisfacción y ajuste de la relación.
Con respecto al apego TEMEROSO (alta ansiedad y evitación), se parece en la relación al estilo preocupado. Este estudio concluye que este estilo de apego expresa simultáneamente actitudes de distanciamiento cognitivo y consideración del amor como juego más extremas aun que el propio alejado, al tiempo que no manifiesta una retirada conductual, ni una evitación de la intimidad tan evidente como cabria esperar de su expresión desvalorada de los vínculos afectivos. A pesar de mostrar actitudes de distancia afectiva, la insatisfacción percibida le delata como altamente preocupado por las dinámicas de la relación.
Por último, el HUIDIZO-ALEJADO O EVITATIVO, (baja ansiedad, alta evitación) en su afán de obviar conflictos inherentes a cualquier relación, idealiza a la pareja, a la relación, y sobre todo su papel en la misma.
“El alejado se puede definir como una persona que, como estrategia de control para la desactivación de su sistema de apego, puede mostrar comportamientos manipulativos, dirigiendo sus interacciones de un modo racional y sin implicación afectiva, lo que puede conducir a sentimientos de inferioridad, rechazo y cierto sentimiento de culpabilidad en la pareja, sobre todo, si utilizan la devaluación como mecanismo de defensa. La pareja del alejado puede sentir, ante este tipo de interacción, que se comporta de un modo irracional o extremadamente emocional, cuando es la pareja alejada quien mantiene la discusión focalizada en argumentaciones racionales, evitando discutir a nivel de sentimientos”.
En este sentido, consideramos importante resaltar que el alejado puede mostrar, en el contexto de una relación íntima, cierta capacidad empática a nivel racional, pero sin embargo, no es capaz de empatizar emocionalmente, primero, por su tendencia a racionalizar los sentimientos propios y los de la pareja, y segundo, por su propensión a evitar la implicación emocional y la falta de capacidad cognitiva para su afrontamiento. Así, ante situaciones de conflicto, puede mostrar distanciamiento afectivo del conflicto, racionalizándolo, intentando mantener la situación centrada en los hechos y no en las emociones, cortando la discusión, etc. o bien “manipular” los hechos con el objetivo de dirigir las responsabilidades a la pareja y evitar la activación de su sistema emocional.
Confirmar esta hipótesis supone realizar investigaciones observacionales centradas en las dinámicas de interacción de las parejas. El apego adulto difiere del apego infantil en que el tipo de relación es recíproca, las necesidades afectivas previamente satisfechas (o no) por los cuidadores se transfieren a parejas significativas y se manifiesta en la calidad de las relaciones y en la regulación del afecto ante situaciones de amenaza y conflicto.
Cecilia Raquel Dora Young.
Médica Pediatra. Psicoterapeuta.
Pamplona, Septiembre del 2.015