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Miriam Polster - El lenguaje de la experiencia

Últimamente me ha impresionado el número de artículos, libros, comentarios de diferente tipo, que tratan sobre el lenguaje de la psicoterapia. Estos libros y artículos están empezando a encontrar la manera de caricaturizarnos, y como ocurre con todas las buenas caricaturas, muchos de ellos tienen razón. Mientras meditaba sobre lo que los artículos decían empecé a preguntarme acerca del lenguaje de la experiencia. ¿Qué sabremos sobre él? ¿Y qué relación tiene con nuestro trabajo como psicoterapeutas?
Dentro de la Terapia Gestalt hemos pasado por un período en el que mucha gente creía que era difícil incluso destructivo, hablar de nosotros mismos y de nuestras experiencias. Intentábamos evitar las aniquiladoras consecuencias de las terapias exclusivamente verbales que habíamos heredado. Pero al corregir la embotadora influencia de demasiada conversación, frecuentemente nos hemos ido al extremo opuesto y hemos conservado religiosamente la incapacidad de expresarnos como si él no expresamos verbalmente fuera más auténtico que ser capaces de usar palabras eficaz y correctamente. En algún lugar de este “ying y yang” del uso del lenguaje, podemos ahora empezar a abrimos camino para sugerir algunos principios de la relación entre lenguaje y experiencia.
Permítaseme empezar hablando de un principio conocido y que es fundamental en Terapia Gestalt: el principio de la formación figura-fondo. En Terapia Gestalt hemos tratado de definir qué es función saludable. Una defunción es que función saludable consiste en sentir la vida como una sucesión de formaciones de figura-fondo (4). Mi experiencia se centra en una figura de interés actual que me atrae, que mantiene mi atención.
Este artículo está basado en el discurso de apertura pronunciado en la segunda Conferencia anual sobre Gestalt , 16-05-1980, y está incluido como un capítulo en un libro de próxima publicación que me ocupa, que me proporciona material nuevo y agradable, nuevos detalles, nueva riqueza, libre y generosamente; una figura a la cual yo respondo y en la cual estoy interesado hasta que, en un determinado momento, experimento una sensación de terminación y paso a otra figura de interés sin sentirme culpable o precipitado por el abandono. Ahora bien, si tú y yo somos afortunados, nuestras vidas contienen una gran cantidad de este tipo de experiencias. Nos ocupamos de los acontecimientos de nuestras vidas con una mirada nueva, fresca.
Continuamos encontrando en cada nueva experiencia algo que nos anima, que nos vivifique, que despierta nuestra curiosidad, que nos deja perplejos, que nos satisface. Un ajuste saludable con el ambiente tiene un sentido de fluidez, y también tiene lo que casi podríamos llamar una gran falta de prejuicios. El aburrimiento es el prejuicio en acción. Cuando estoy aburrido, es porque hay algo que no deseo ver, algo que no deseo reconocer, o algo que no deseo hacer. Ese prejuicio elimina la sensación de ajuste vital con mi experiencia y da como resultado una interacción anodina, que se traduce en aburrimiento.
Propongo que puesto que tú y yo somos animales verbales, nuestro lenguaje puede apoyar este fenómeno de figura-fondo de varios modos. Paul Goodman (2) dice: “Mucha de nuestra experiencia es percepción silenciosa tanto del cuerpo como del ambiente, y buena parte de ella es acción muda en el medio ambiente. La palabra puede abarcar casi todo.*(Gestalt journal, vol. IV, nº 1. 1.981) tipo de experiencia, incluso la que es percibida silenciosamente y realizada mudamente, creando un vasto campo de experiencia verbalizada.”
Ahora bien, él está diciendo que el lenguaje puede entrar a formar parte de nuestra experiencia, mucha de la cual es no verbal, de tal modo que puede ejercer algún tipo de función sobre ella, y así se crea una mutua y recíproca influencia. Puesto que somos criaturas verbales, nuestra natural capacidad verbal afecta a nuestra percepción de la experiencia. Goodman también señala lo siguiente: “El lenguaje normal supone siempre un enfrentamiento concreto con la situación real; y la situación real puede, por supuesto, incluir conceptos recordados, almacenados como una segunda naturaleza, tanto para el hablante como para el oyente.”
En esta exposición el autor está describiendo la figura y el fondo. La figura es la situación presente y el lenguaje relevante de “afrontamiento”, y el fondo de esta experiencia presente (probablemente sobreentendido) nos los proporcionan los “conceptos recordados, almacenados” tanto del hablante como del oyente. Aquí podemos percibir muy claramente el baile rítmico y constante entre figura y fondo, y el papel que el lenguaje juega en ese baile.
El pensamiento ha sido considerado durante mucho tiempo como una conversación subvocal con nosotros mismos y sabemos que tanto tú como yo estamos ocupados en esta tarea gran parte del tiempo. Aquellos de nosotros que hemos intentado meditar sabemos lo que cuesta acallar el parloteo que continúa sin parar en nuestras mentes. A veces no lo acallamos hasta que nos distraemos de él con un mantra. Si tú y yo nos estamos hablando a nosotros mismos todo el tiempo, este discurso puede realzar nuestra experiencia o puede que la debilite y la distorsione. Puede aumentar la claridad y la vivacidad de la experiencia o pueda embotarla y enturbiarla.

¿Cuáles son algunas de las características del buen lenguaje?

El buen lenguaje debe ser fresco, explícito, preciso, debe expresar la importancia del momento; en resumen, parafraseando a Joyce Cary, debe comunicar a la vez “el hecho y el sentimiento con respecto al hecho” (1). El buen lenguaje nos debe servir de fuente de apoyo cuando tratamos de definir la experiencia presente clara y satisfactoriamente. Consideremos dos posibles significados de la palabra “definición”. En primer lugar, está el sentido clásico tal como aparece en los diccionarios, que nos proporciona una descripción del significado deseado y que también puede ofrecer sinónimos y ejemplos de cómo se puede usar la palabra. También existe otro significado de la palabra “definición”.
Este se refiere al modo en que un fotógrafo la usa cuando él o ella hablan de clara definición, de una imagen que está bien definida, una forma que es percibida claramente y con abundancia de detalles. Una de las más importantes funciones que desempeña el buen lenguaje consiste en permitir que nuestra experiencia esté bien definida en los dos sentidos de la palabra.
Una buena definición favorece una intensa toma de conciencia y una rica percepción de los acontecimientos. Una buena definición de la experiencia es, por lo tanto, una de las más importantes funciones del lenguaje. Otra función que realiza el lenguaje es más problemática. Se trata de la capacidad de abstraer. Conocemos las precauciones hacia la abstracción concebida como un modo de separarse de la experiencia, de la realidad, pero no confundamos el abuso con algunos auténticos beneficios que proporciona la capacidad de abstraer.
Kurt Goldstein describió perfectamente lo que significó la pérdida de esta capacidad para los soldados con lesiones cerebrales que él examinó. Fue una pérdida tremenda para ellos y, más generalmente, lo es para todos aquellos que rechazan las abstracciones útiles demasiado gratuitamente. Las abstracciones y generalizaciones nos dan la oportunidad de conseguir una perspectiva sobre nuestra experiencia presente. Esto es necesario. Necesitamos de ella, a menudo llegamos a ocuparnos de más cosas de las que podemos manejar cómodamente. Necesitamos algo de tiempo libre.
Necesitamos ser capaces de retroceder, si no físicamente si al menos simbólicamente, y colocar nuestra experiencia presente atrás en el continuo de nuestras vidas. F.Perls dijo una vez (en una demostración de terapia filmada) que el significado es la relación entre figura y fondo. La capacidad de abstraer es una de las capacidades básicas para establecer significados. Mediante la abstracción formamos categorías y esquemas de clasificación útiles y adecuados. Con estos esquemas y categorías, un individuo puede comparar la experiencia presente con la anterior.
Mediante comparaciones útiles, se puede fomentar y restablecer una sensación de continuidad de la vida. Puede tranquilizarme a mí mismo acerca de mi capacidad para afrontar o aguantar lo que actualmente puede parecer una situación abrumadoramente intensa. Puede hacer comparaciones entre esta circunstancia presente y otras similares; puedo predecir la posible intensidad del dolor, quizás, o cuánto tiempo pueden durar tales sentimientos o reacciones, o tengo el simple recordatorio de que realmente hice frente a algo en aquella ocasión y que probablemente puedo hacerlo ahora también. Esta capacidad es de un valor incalculable para la supervivencia; no somos llevados de aquí para allá por nuestras experiencias sino que por el contrario nos movemos a través de ellas de un modo perspicaz y autosuficiente.
Nuestra vida está, por tanto, menos “llena de ruido y de furia, que no significan nada”. Nosotros prolongamos la sensación de significado en nuestras vidas, entretejidas con los hilos de nuestra experiencia. El lenguaje es uno de esos hilos. Finalmente, el lenguaje de la experiencia tiene en cuenta la recuperabilidad de los recuerdos cuando estos son relevantes. Esto lo hace resumiendo y describiendo acertadamente la experiencia presente, ya sea a otra persona o a través del propio monólogo interno, y fomentando el sentimiento de terminación, de conclusión.
La palabra adecuada hace esto porque reconoce y confirma y cristaliza la experiencia para que ésta pueda ser absorbida de forma recuperable. De este modo, el lenguaje enriquece mi experiencia presente y me permitirá en el futuro comprometerme contemporáneamente con la experiencia actual mientras la experiencia pasada proporciona y añade perspectiva en caso de que sea necesaria.
Goodman hablaba de cómo el lenguaje puede decepcionar al hablante, de cómo no puede expresar lo que éste quiere decir; él llama a esto, de un modo correcto pero quizá incompleto, una forma de afasia. Normalmente la afasia es un trastorno del lenguaje que tiene que ver con factores orgánicos y que puede adoptar diversas formas. Dos son relevantes en nuestro caso.
Un afásico puede no tener nada de lenguaje; puede no ser capaz de producir una palabra, sino tan sólo balbuceos. Lo único que se puede ver es el ímpetu y la energía sin ninguna palabra para sacarlos para expresarlo. Por otro lado, el afásico puede tener palabras de sobra pero éstas no se ajustan a la acción o a los objetos que él o ella están tratando de describir. De este modo, él o ella dice “gafas”, y señala una máquina de escribir.
Goodman sugiere la existencia de un tipo de afasia no orgánica. La podríamos llamar afasia aprendida, o afasia adquirida, o quizá afasia selectiva. Tiene algunas características similares a las del trastorno con base fisiológica. Una forma de afasia adquirida ocurre en aquellas ocasiones en que la gente no puede verbalizar lo que puede que estén experimentando. Ellos no tienen palabras, como ocurre en la primera forma de afasia que hemos señalado, con las cuales captar o describir o comunicar su estado o sus sentimientos. No tienen ninguna palabra distintiva para decir lo que les está pasando.
Existe otro tipo de afasia adquirida en la que las palabras están ahí pero no tienen relación con los aspectos concretos de la experiencia. La palabra no está unida a la realidad de la experiencia. Así que hay montones de palabras, pero éstas no tienen nada que ver con la emoción ni con las circunstancias con las que supuestamente están relacionadas.

¿Cómo ocurre esto? ¿Cómo produce uno un afásico?

A medida que un individuo crece, hay experiencias que él o ella no pueden o no le es permitido tener. Como consecuencia del ambiente en el que estas experiencias son negadas u ocultadas o llamadas de diferente manera, no habrá palabras para ellas. En un mundo en el que nunca nieva, no se dispondrá de una palabra para designar la nieve. Si se vive en un lugar en el que a nadie le es permitido expresar ira, no habrá palabras para denominar la ira.
Esto no significa que no haya ira, significa que no habrá un lenguaje para expresarla adecuadamente y para hacerla frente efectivamente. Las personas importantes en el ambiente del niño no le permiten a éste tener la experiencia ni verbalizarla correctamente; así llegamos a una situación en la que se supone que uno no debe discutir, no debe golpear, no debe criticar, no debe sentirse triste, no debe hartarse, no debe excitarse demasiado. Poco a poco las palabras para estos estados comienzan a marchitarse, como cualquier tipo de cosa que crece (después de todo, el lenguaje es una cosa que crece) se marchita cuando no se le dan las condiciones que necesita.
O bien, el niño no puede soportar la emoción y luego se mete en líos. La conducta que se presenta en una persona de corta edad inexperta o inmadura y que es luego castigada, es probable que desaparezca. Así, tenemos un niño que está excitadísimo, saltando de un lado para otro y prácticamente todo tembloroso y he aquí que el niño se hace pis y es severamente castigado o ridiculizado por ello. Este castigado es acompañado de palabras que califican la conducta como mala.
Ahora bien, ¿qué es malo, la excitación, los calzoncillos mojados o el saltar de un lado para otro? Este amontonamiento no discriminativo oscurece el acontecimiento específico y empobrece el lenguaje que podría clarificar. Lo único que el niño sabe ahora es que demasiada excitación equivale a una catástrofe.
Otra manera de producir un afásico es calificando mal la emoción, llamándola por otro nombre o negándola del todo. Mamá: Te quiero cariño, pero en este momento estoy ocupada. ¿Así que el amor y la ocupación están de algún modo relacionados, y el estar ocupado es más importante?
O, yo no soy quisquilloso, es simplemente que estás demasiado sucio para tocarme en este preciso momento. ¿No quisquilloso? ¿Sucio? O el mejor ejemplo, frecuentemente usado en la consulta del médico: “Bien, no te ha dolido, ¿verdad?”. Otro modo de hacer un afásico (un proyecto colectivo) es hablando en lo que los críticos empiezan a llamar “psicobalbuceo”, hablando en jerga, con slogans, con fórmulas y con frases hechas. Recientemente he leído un artículo que describía lo que el autor llamaba lenguaje “Marin County” o lenguaje de “cubo caliente” o lenguaje de “grupo de encuentro”. Aquí se encontraban cantidad de palabras, pocas de las cuales comunican mucho y muchas de las cuales tratan de minimizar una relación intensa. Paul Goodman (1971) tenía algo que decir sobre esto:
“Lo que mata al lenguaje es el habla insulsa, estereotipada, perezosa o correcta. Existe una tendencia en el lenguaje de masas a deteriorar”.
Ahora bien, si este afásico no traumatizado orgánicamente nunca tiene una experiencia que excede los límites de su lenguaje, él puede arreglárselas de un modo limitado pero quizá tolerable. Si no llueve, uno no necesita una palabra para designar el paraguas. Pero en cada vida algo de lluvia debe caer, y las oportunidades de una vida tan estable y rutinaria son bastantes escasas. Lo que es más probable es que, cuando ocurra la experiencia inefable, el individuo o esté amenazado por la experiencia y no tenga palabras para liberar o comunicar la ansiedad resultante, o no tenga “conceptos almacenados, registrados” recuperables para crear una perspectiva útil. Así que el sujeto se queda en blanco o se queda atontado como un modo de escapar a la ansiedad, o disminuye la ansiedad mediante una acción impulsiva, inapropiada, castigada o incluso posiblemente habitual.
Quisiera dar algunos ejemplos de lenguaje disfuncional, de lenguaje que quita a la experiencia presente la vitalidad y la claridad que consideraríamos esenciales para la función saludable. Primeramente, existe el lenguaje no discriminativo, un grupo de palabras para todo uso. Estas palabras son estereotipadas y comunes, no suponen mucho esfuerzo y dependen mucho de la implícita y a menudo errónea comprensión del oyente. La jerga está incluida en esta categoría.
Un ejemplo sería la frase: “Eso me fastidia”. Permítaseme dar algunas formas en que esta frase ha sido usada: “Mi jefe simplemente me dijo que tengo que trabajar esta semana, y eso me fastidia”. “Mi perro fue atropellado la pasada noche y eso me fastidia”. “Hablé con mi madre el otro día y dijo que ella y mi padre se van a divorciar y eso realmente me fastidia”. “No tienen dulce de azúcar caliente y eso realmente me fastidia”. Otro tipo de lenguaje no discriminativo se da cuando uno pregunta a alguien con el cual está trabajando qué siente acerca de algo de lo cual quizá éste acaba de hablar y este último dice “Muy bien” o “bien” o, y probablemente esto es más verdadero “no sé”.
El lenguaje que tiene una gran proporción de nombres en vez de verbos es también disfuncional. Los nombres son palabras clasificatorias y clasifican la experiencia haciéndola parecer inmutable e incambiable. Además, los nombres no proporcionan apoyo a la acción. Un ejemplo: una persona que dice “quiero ser escritor” en vez de decir “quiero escribir”. Cuando uno piensa en ello, es más fácil escribir que “ser escritor”.
Recientemente, en un taller, una mujer estaba hablando de ella misma y estaba hablando casi completamente con nombres. Una de las cosas que dijo fue: “soy madre” y mientras lo decía, estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas. Le pedí que expresara eso con un verbo y cuando ella dijo: “Yo doy a luz” sus brazos se movieron con un amplio gesto expansivo y se levantó del suelo. Usando un verbo, ella convirtió su afirmación en movimiento, en posibilidades de acción en el mundo. El nombre, madre, la había mantenido estática e inmutable, saliendo quizá sólo el Día de la Madre para coger sus flores, y regresando después para ponerse su chal.
Otra forma de afasia adquirida es el pobre uso de referentes. Alguien dice algo vago y global, una narración de un extenso fragmento de su vida y acaba diciendo “…eso es lo que me hace sentir tan mal.” Además de la voz pasiva del lenguaje hay una caótica sensación de tratar de desovillar una madeja de hilo: ¿Qué es “eso” por lo cual el sujeto se siente tan mal? El referente es confuso. La confusión del lenguaje expresa la sensación de confusión en la vida de ese individuo. Cuando la experiencia es vaga, es complicado conseguir un entendimiento de la dificultad y es difícil saber por dónde empezar para moverse hacia la solución. Existe este enorme “eso” que está mal definido y que parece eterno precisamente porque no parece haber ningún modo de saber qué es en realidad.
Finalmente, existe el tipo de afasia que consiste en usar palabras como objetos. Esto es una consecuencia de la mala descripción de la experiencia. De este modo uno aprende a lanzar palabras y a refugiarse detrás de ellas, esperando que dentro de todas estas palabras haya una o dos que cumplan el requerimiento de la situación; palabras usadas como objetos, empujadas de acá para allá, puestas delante, sin penetrar realmente ni reflejar la naturaleza de la experiencia. Muy a menudo estas palabras son dichas impersonalmente.
Recuerdo el modo habitual de respuesta de una señora cuando le preguntaba cómo se sentía acerca de un suceso sobre el que ella me acababa de hablar; ella solía darme un inventario, solía decir: “Bien, siento la soledad, el rechazo, el dolor, el desánimo…” como si simplemente lo estuviera comprobando en un examen físico. “¿Tenías sarampión, paperas, tosferina?” No me estoy burlando de su experiencia. Deploro el hecho de que su lenguaje no me emociona. La situación entre nosotras es excelente para que yo esté afectada o conmovida por su historia, y no lo estoy. Pues bien, eso es una interacción afásica con su mundo; su lenguaje no es eficaz para ella.
Hay otra forma de riqueza enterrada (que no es disfuncional) en el lenguaje de una persona: las metáforas personales. Muy a menudo éstas son un nexo para vivir la experiencia. Prestar atención a la metáfora intensifica este nexo. Un ejemplo: un hombre estaba intensamente triste, verdadera y profundamente triste, a causa de todas las despedidas en su vida. El iba a dejar una profesión que en otro tiempo le había atraído y que había llevado a cabo con un gran idealismo durante buena parte de su vida e iba a terminar un matrimonio que había durado mucho tiempo.
Al describir su tristeza dijo una frase que fue mágica para mí. Dijo: “Supongo que tendré que recoger mi equipaje y marcharme”. Yo le dije: “Me parece como si no te fueras con las manos vacías”. Esto era algo que no le había ocurrido a él, pero tuvo mucho significado para él. Tomó conciencia de qué era lo que él iba a dejar al final de este largo período de su vida. No era simplemente un punto y aparte, un adiós, sin ninguna relación entre esta fase de su vida y la próxima.
Goodman resumió así su creencia en la importancia del buen lenguaje y de su relación con la experiencia: “La personalidad consiste (en gran parte) en los hábitos lingüísticos de uno conocidos porque estos hábitos lingüísticos han dado lugar a actos espontáneos de habla en muchas ocasiones-.” Laura Perls ha escrito (3): “Yo trabajo con patrones lingüísticos y con los usos particulares e idiosincráticos del lenguaje”. Ella está trabajando, entre otras cosas, en cómo se habla a sí mismo ese individuo y en cómo el lenguaje da forma y estructura su experiencia.
¿Cuáles son “las implicaciones que esto tiene para la terapia? En el artículo que acabo de citar arriba Laura Perls hablaba de la influencia del pasado y del futuro en el compromiso presente y escribía: “El pasado existe ahora como recuerdo, como nostalgia, como remordimiento, como resentimiento, como fantasía, como leyenda, como historia. El futuro existe aquí y ahora en el presente real como anticipación, como planificación, como ensayo, como expectativas y como esperanza, o como pavor y como desesperanza. Este es un ejemplo de cómo la capacidad de un terapeuta para hacer discriminaciones finas, para captar los sutiles matices de la emoción es precisamente el instrumento en su trabajo con los pacientes para agudizar la naturaleza de su propia experiencia vivida. Para esto es para lo que estamos trabajando, para apreciar la intensidad y el sabor de la experiencia.
Hasta el punto de que tú y yo tenemos el lenguaje para hacer estas discriminaciones, hasta el punto de que podemos animar y apoyar a la gente para que cierren el hueco entre su experiencia y su capacidad para expresarla rica y satisfactoriamente, hasta el punto de que hemos realzado la naturaleza de su ser-en-el-mundo.
Goodman dice: “El significado es el hablante y el oyente entendiéndose uno a otro en una situación”. Yo te propongo que a menudo el contacto es el hablante y el oyente entendiéndose uno a otro en una situación.
Espero haber hecho eso esta noche. He disfrutado hablando contigo. (Traducido por: Cesar López)

BIBLIOGRAFIA

• (1) Cary, Joyce Art and Reality: Ways of the Creative Process. Garden City, New York: Doubleday and Co., Inc. 1961
• (2) Goodman, Paul. Speaking and Language: Defence of Poetry. New York: Random House 1971.
• (3)Perls, Laura Cornrnents on the New Directions, in Smith, E.W.L. ed. The Growing Edge of Gestalt Therapy. New York: Runner/Mazel1976
• (4) Polster, E. and Polster, M. Gestalt Therapy Integrated. New York: Brunner/Mazel1973 (Edición en castellano: “Terapia Guestaltica” Ed. Arnorrortu 1976 Buenos Aires).

El lenguaje de la experiencia
Miriam Polster
(Gestalt Journal, 1.981)
(Gestalterapia, año1, nº1) 1.991