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Hay que enfermar para curarse - Guillermo Borja

Recibí este artículo de Memo con el ruego de publicarlo en algún lugar apropiado que no encontré hasta hoy. Espero que a él, desde el cielo, le agrade la redacción final y el hecho de que aparezca en este homenaje (Boletín AETG, homenaje a Guillermo Borja, 1996).
A mí me gustan la sencillez y la contundencia que desprende, siendo ambos, creo, buenos epítetos para memorar a quien fue Guillermo Borja. (Albert Rams)
Nadie concibe que toda intención de curarse es sólo un acto de ego, que en realidad es una estrategia narcisista, de quien busca una mejor máscara para abanderarse ante los demás de tener buenas intenciones. Todo terapeuta que en un proceso terapéutico se distrae en la sintomatología, pone de manifiesto su poca profundidad como persona. El terapeuta es responsable en gran parte de la profundidad a la que el paciente pueda llegar. Cualquier intento del terapeuta de invitar al paciente a dejarse ir en esa aventura sin garantía de regreso, será creído no por sus palabras sino por sus actitudes.
¿Cuál es la garantía para que un buen terapeuta pueda manifestarse a sus pacientes como una persona confiable? Sin duda alguna tener una presencia que evidencie y se reconozca en un ser enfermo; nunca la salud por asignaturas y menos aún la presunción de que un título universitario será una prueba fiable de ser un ser un hombre perfecto. ¿Esto en sí qué nos dice? Que la salud mental no es posible adquirirla por intelectualización académica, ni con cursos, ni con postgrados. Si somos honestos con nosotros mismos veremos que los terapeutas no curan por ser terapeutas, sino por ser personas transparentes.
Somos curanderos por vocación, aunque ésta sea una afirmación superyoica. Somos curanderos por proyección, enmascarados intelectualmente para no quedar en evidencia de necesitar de los necesitados. La manifestación de la peor enfermedad es poner cara de sano, y, peor aún, creer estar inmunizados de la enfermedad.
En las estructuras sociales actuales, sostenidas en base al patriarcado, existe el mensaje-decreto intrínseco de que la insensibilidad y la desconfianza constituyen la educación buena y un buen principio moral y social.
Así la apariencia, o sea la falsedad, es la armonía de la familia. Este concepto caduco e irracional de creer que la célula de una sociedad es la familia es falso. Analicemos donde existe este principio en realidad y veremos que sólo es un concepto y que poca objetividad tiene en la vida nuestra. No es que esté en contra de la familia, más bien de un sistema que sólo se maneja a través de la apariencia, de manera que el ego se satisface
en la falsedad.
¿Por qué vamos a un tratamiento? Porque no nos gustamos como somos. Y no es tanto que no nos toleremos, sino que avistamos la amenaza de ruptura en una u otra relación. Nos equivocamos. Al estar frente al terapeuta sabemos intelectualmente que andamos mal, o porque a alguien no le gustamos como somos, o porque no nos agradamos nosotros mismos, o en otros casos porque nos molesta la forma de ser del otro.
Al parecer y en realidad tenemos a un enfermo dentro que nos fastidia la vida y por una especie de solidaridad mal entendida hasta hemos llegado a dudar de nuestra salud y equilibrio mental. ¡No es así!
Reconocemos que buenos no somos y que una que otra pequeñez perturba a los que nos rodean. Nos entretenemos en síntomas y nos creemos que esa es nuestra enfermedad y no otra. Algunos, rayando en la osadía, deducen que los aquejan padecimientos escritos en la patología de moda en los teatros. Y más en esta década…
Estos pacientes, con su gran capacidad de creatividad del pensamiento, llegan tan solo al eterno por qué, deduciendo otro por qué, y creyendo que por ese duelo encontrarán la salida. Lamento que no lleguen; lo que les pasa se llama cansancio racional; creen ser existenciales cuando en realidad sólo “rezan el rezo” nuevamente. De otra manera: Nada puede tener solución con la razón, cuando el origen del problema del sujeto era irracional. Explicaré mejor lo antes dicho.
Demos por sentado que la formación de nuestro carácter ocurre aproximadamente desde nuestro nacimiento hasta los 4 ó 6 años de edad; y que en esta etapa nos formaremos y tendremos que soportar las consecuencias durante toda nuestra vida. Si el inconsciente se conformó en plena ausencia de la razón, ¿cómo es posible que en la edad adulta queramos solucionar un conflicto por medio de la razón? Imposible, pues cuando la etapa de la razón inicie su vida estará mal formada, pues la persona distorsionará su actitud racional correcta. Nadie puede tener un buen razonamiento en presencia del inconsciente. Quiero aclarar aquí que para mí el buen funcionamiento de la razón tiene que ser a favor de la naturaleza, con una sociabilidad a favor de la fraternidad maternal universal, en donde el equilibrio manifiesta la armonía. Que el fin de un buen razonamiento sea lo común y no el acto intelectual que hacemos sólo por un proceso justificativo egoico de una deformación infantil. Las deducciones de una mente deformada tienen que ser consecuentes a sí misma.
La fantasía estriba en que nuestra buena intención sea el contenido de nuestra curación, cuando el comienzo de la salud es que nuestra mala intención, nuestros malos deseos y malas acciones, estén dentro de nuestro
campo de visión. El miedo a lo desconocido es otra estrategia con la que jugamos a una falsa inocencia; la cuerda de la corriente que acaba en el comienzo de su embobinado es el tener que “reconocer” la vergüenza fatal ante uno mismo.
Más claro: La gran decisión fue dejar de ser uno mismo, fue tomada a muy temprana edad, y fue tomada por uno mismo. Al comenzar un tratamiento la buena intención tendrá que desaparecer, como también la misma espera de la cura. ¿Por qué? Porque el proceso es en sí el testimonio del presente y lo único que poseemos. Es aquí, en este espacio, donde el ser se manifiesta. Ahí es la honestidad el lugar de su presencia perdemos el tiempo en enfermedades mentales irracionales. Seamos simples y sencillos y pongamos nuestra atención en lo que ya tenemos. Y lo que tenemos estemos donde estemos, es la capacidad de ser honestos. El mal es callar el pensamiento, reprimir el sentimiento y mecanizar la acción. La maestría estriba en reconocer lo conocido sin perturbación ni desolación. La seguridad genuina es la confianza en que nadie florece por deseo ajeno, ni por la no frustración del terapeuta.
Estoy convencido de que nuestro esfuerzo en un proceso difícil, dará resultados cuando nuestros ojos y nuestros labios no puedan ser testigos de tan maravillosa transformación. Sucede igual que a los padres en su interminable dar y formar. Nada será para ellos excepto el haber participado y contribuido a que un ser no sea de ellos sino de la vida.
Insisto en afirmar que lo esencial es manifestarnos como somos, teniendo la confianza de que en eso estriba el orden cósmico. Y que nada pasará por ser así, con nuestras imperfecciones, con nuestra maldad y limitaciones. Pongamos cara de lo que somos:
-El derecho a satisfacemos en nuestra imperfección.
-Riámonos de nuestra solemnidad y de nuestra megalomanía.
-El mejor negocio es luchar contra nuestras propias necesidades.
-Al neurótico hay que sumergirlo en las profundidades psicóticas, pues de la negación y de la necesidad nace la afirmación de la dependencia.
-Una lujuria sanadora satisfará un “yo” raquítico.
-La permisividad intelectual lleva a la fantasía-insatisfacción.
-La permisividad caótica a “darse cuenta”.

Hay que enfermar para curarse
Guillermo Borja
Boletín nº16 A.E.T.G.
Asociación Española de Terapia Gestalt
Febrero de 1.996