Resulta enormemente sugerente y crucial para todos aquellos que estamos interesados en los diversos planos de la salud mental, cuestionar y cuestionarnos tanto en los niveles prácticos, cotidianos de nuestro enfoque terapéutico, como en la dimensión teórica de los postulados que manejamos a la hora de encontrarnos con las manifestaciones de ese ser doliente que se halla frente a nosotros.
Hace tiempo ya que me hallaba en la necesidad personal de cuestionar y redefinir muchas de las ideas y experiencias que he ido adquiriendo, tanto de las diversos profesionales con los que he ido formándome como de las sesiones que han ido brotando de los pacientes con los que he ido trabajando, vivenciando, avivando mis sentidos… así como de las supervisiones, los pacientes difíciles, los enganches, etc.
He querido volcar y compartir en este monográfico algunas reflexiones en relación con todo ello.
Poder de la Gestalt.
Cuando imagino una mirada panorámica retrospectiva de rostros de pacientes, ejercicios gestálticos u observo de frente aquellas herramientas que me admiran, me conmueven y me entusiasman de la psicoterapia Gestalt, emerge con fuerza brotando y rebrotando, la idea insistentemente materializada de la “autorregulación Organísmica”
Potencial Regulador
(Actualizándome o confiando en mi ritmo vital).
La idea de la autorregulación, no aparece como un mero devenir bañado de azar, o de perezosa inconsciencia, sino como un despliegue que se desarrolla bien en segundos, en un “aquí y ahora” poderoso alimentando “luz” de conciencia, energía curativa, bien lentamente alternando aperturas, defensas (legítimas), temores, avances y retrocesos, progresiones y regresiones, caídas y gritos de auto-apoyo.
Me siento convencido de que resulta absolutamente esencial el respeto íntimo del ritmo del paciente y de que él mismo lo encuentre dentro del proceso terapéutico, más allá del juicio o la poderosa energía super-egóica volcada a sí mismo o a la terapia. Asimismo, me parece esencial la observación por parte del terapeuta, no solo de las ansiedades propias del material emocional provenientes de los conflictos del paciente, sino del ideal egóico volcado en el proceso terapéutico en forma de hipotéticos ejes conductores (terapia ideal, hilo conductor ideal, ejercicio ideal,…). Evidentemente, resulta necesario añadir la necesidad de delimitar y tomar conciencia de los ideales, las frustraciones, los demonios y las divinidades proyectadas al terapeuta.
Recientemente, en un complejo caso de un joven de estructura borderline me vi envuelto en una trama familiar inmersa en ansiedades diversas (con muchas sensaciones agresivas, culpó genas,…) cuyos nudos me envolvieron pero que me sirvieron para ver el despliegue de todo el ecosistema familiar de apoyos, compensaciones y enormes resistencias.
Me ayudó a ver el despliegue de todo el organismo en el que el paciente constituía una célula atrapada en una red interactuante en conjunción con las otras células de su familia; era una especie de tela de araña en la cual todos participaban y en la que me vi involucrado a través de una serie de manipulaciones.
Poco a poco, se fueron desgranando los mecanismos y pude ver el despliegue de la metáfora familiar (una especie de imán absorbente cuyo pánico de base era la soledad y la desmembración).
En ese despliegue, adquiere importancia el diálogo terapéutico, constituyendo una interacción en el que lo transferencial, lo contratransferencial, lo emocional, ideacional, y por supuesto lo corporal van dibujando en su formidable despliegue el ecosistema que muestra y en el que se muestra cada persona que aparece en nuestra consulta (tanto en el contexto individual como en el grupal). Por ello, desde este fascinante concepto de la autorregulación organísmica, me resulta esencial el respeto por todas aquellas fases en el tránsito del proceso terapéutico que resultan tan costosas y que van tan impregnadas de sufrimiento, impasse, implosión…
Por muy buenas técnicas que tengamos a nuestro alcance, todos necesitamos nuestro tiempo para ver nuestras verdades, para reconocerlas, sentirlas… y el dolor necesita de “su” momento para poder ser vivido con su necesaria intensidad.
Es por ello que más allá de las grandes teorías y las más creativas técnicas, resulta imprescindible un buen caudal de observación para mirar y percibir ese poderoso, brutal y sutil despliegue de mecanismos, sentimientos, dificultades, reacciones y manifestaciones corporales múltiples que se dan en los diversos procesos terapéuticos (tanto en el mundo interno como en el externo).
Los mencionados procesos conllevan por tanto, la necesidad de un enorme respeto por el ritmo de profundización, contacto y conciencia de la persona. Sería algo así como “viajar a lomos” del impulso prospectivo que subyace en lo más íntimo de cada ser humano impulsándonos hacia la integración y crecimiento personal.
Es por ello que resulta esencial descansar en una actitud de confianza en los procesos que se van concatenando en el devenir del madurativo de la persona.
Más allá de actitudes históricas o individualizadas destinadas a forzar el cambio (o un excesivo énfasis en la explosión emocional, “catartitis”) o más allá de actitudes “mágicas” respecto de los ejercicios o actitudes de prepotencia, reside una sutil y poderosa Presencia Observante del despliegue fenomenológico de los acontecimientos, y ahí reside una hermosa paradoja de la terapia Gestalt (y de cualquier técnica en general). Desde esa presencia, el terapeuta muchas veces solo puede ver, observar, acompañar las dificultades, el dolor, el sufrimiento, la descarga, la alegría, el odio, el anhelo… de la persona que junto a él y con él sigue buscando.
Paradójicamente, al igual que en un movimiento de bisagra, el terapeuta gestáltico, acompaña el recorrido del paciente con su candil lleno de luz para enfocar. En una mano porta luz para poder focalizar la atención en los nudos de la mente-cuerpo. Pero sabe desde el otro movimiento de la bisagra, desde su otra mano (vacía), que no se puede hacer mucho más que “ser con”, aportando presencia y presencia (repleta de técnicas, vivencias, ideas, vacío e intuición).
Otra poderosa aportación (que no deja de impresionarme), que desde su sencillez rezuma potencia curativa y se halla estrechamente vinculada al movimiento de regulación organísmica, consiste en el despliegue de la conciencia del darse-cuenta como el gran catalizador del autoconocimiento y de la curación. Es la alquimia del cambio.
Potencial de Autoconciencia. (Iluminando las “sombras”).
En este proceso, desde la perspectiva gestáltica uno va “parándose”, tirando de las manifestaciones que emergen para vivir lo que va aflorando y ser plenamente consciente de ello, lo cual nos lleva hasta nuestros núcleos emocionales inconclusos.
De este modo, uno va integrando aspectos alienados de nuestra conciencia. Desde esta dinámica, la Terapia Gestalt ha alcanzado una novedosa dimensión en la captación de la fenomenología de la neurosis, percibiendo la esencia del sufrimiento neurótico que reside en el antagonismo interior, en la alienación, el auto-rechazo…
Así, la Gestalt ha aportado todo un espectro relacionado con el proceso de integración personal a través de la dinámica de las Polaridades.
Potencial Integrador
Mediante el uso de una serie de objetos transicionales (sillas vacías, cojines…) que van adoptando creativamente múltiples formas, uno puede dialogar interna y externamente con personas, con aspectos caracterológicos, sombras internas, fantasmas y demonios interiores, emociones soterradas, imágenes que necesitan ser recreadas o pintadas, figuras que quieren ser esculpidas, deseos que necesitan encontrar contacto, caricias olvidadas en zonas de nuestro cuerpo marchitas, etc.
Mediante el trabajo con las polaridades uno va iluminando la zona sombría, asumiéndola y recuperándola paso a paso, a través de múltiples diálogos y encuentros y desencuentros con uno mismo. También nos permite vivencias en las que uno se halla en posiciones cercanas a una ” gozosa neutralidad” en las que uno “es” ante aspectos de sí en conflicto. Incluso uno puede “rozar” destellos de simplemente “ser”, en un presente lleno de gozoso vacío.
A partir de la alquimia de la conciencia, del despliegue del darse cuenta y el proceso de integración de las polaridades, podemos adentrarnos en otro espacio enormemente desarrollado por la terapia Gestalt, la dinámica corporal y la psicosomática.
Potencial energético. (“Acariciando” mi cuerpo).
Manifestaciones sintomatológicas, reacciones corporales, movimientos corporales son captados desde ,una especial sensibilidad de escucha para adentrarnos en ese despliegue de conciencia e irnos topando con esos sentimientos, esos asuntos inconclusos, esos gritos, esos llantos, esas ansias de placer que encierran nuestros músculos o rodean nuestros huesos, nuestras articulaciones…
Ese nuestro cuerpo constituye nuestra caja de Pandora desde donde nacen todas esas voces. Sólo necesitamos acercarnos, aguzar el oído, y… dejarle hablar.
Potencial Creativo (o las imágenes que me guían en mi recorrido vital)
Todas estas actitudes que acompañan a la Gestalt, nos van dibujando un mapa repleto de creatividad. Creatividad en el desarrollo del darse cuenta, utilizando cualquier herramienta para favorecer el incremento de la conciencia, lo cual nos acercaría a una especie de “Arte-terapia”. Así, uno puede ser un determinado personaje, desde un cojín, una silla, un compañero de grupo, puede dramatizarlo, dibujarlo, cantarlo, bailarlo, moldearlo…
Desde esa posición creativa, el terapeuta gestáltico dispone en el fondo de sus ojos de imágenes y metáforas que irrumpen danzarinas en su conciencia, pudiendo aprovecharse de ellas para resituarlas en la sesión, en la interacción con el paciente o hacia la creación de un nuevo marco de experimentación o un ejercicio personalizado en ese preciso instante.
Asimismo, confía en la dimensión creativa de la persona inmersa en el proceso a la hora de crear atmósferas de las que pueden nacer imágenes portadoras de insights. Imágenes (nacidas de ensoñaciones, sueños o brotes de visiones) como “sentirse con el corazón encerrado en un bloque de hielo”, ” sentir un ser primitivo peludo y gritón ” dentro de sí, vivirse “como una roca paralizada recibiendo las embestidas del mar”, y muchas otras que brotan sin fin, resultan metáforas preñadas de oleadas de conciencia destilando una comprensión más íntima o una mayor profundización en el contacto. Todo ello, pudiendo “pescar” esas imágenes y encauzarlas.
Y es esa creatividad la que se moviliza en una dinámica danzante entre el orden y el desorden, entre la confusión y la luz de la conciencia. Como comenta E.H. Gombrich (1), “es el contraste entre el desorden y el orden lo que alerta nuestra percepción…”
Es la dinámica figura-fondo, la auténticamente generadora de vida, de expresión, de impulso, de creación, de sentimiento… manifestándose como un manantial que genera movimiento a partir de ese fondo-magma que disolviéndose de alguna manera se transforma y se ofrece.
Potencial de Apertura. (Dejándome fluir).
Resulta útil (en mi opinión) para el terapeuta gestáltico, una buena dosis de redescubrimiento, de mayor aprehensión de ese magma global que se mueve por todo el organismo, tanto a nivel individual como grupal en la dinámica de las sesiones de terapia. Algo así como pegar el oído al “fondo” (no sólo y tan recurrentemente a la figura). Por un lado, prestando atención a la disposición energética de la persona y por otro lado, caldeando ese magma, ese fondo marino para” pescar” mejor las tomas de conciencia.
Es como una escucha de un conjunto de sonidos, dejándolos fluir o un ,. amigarse” con el caos inherente a todos los fenómenos ( físicos, energéticos., mentales…). Asimismo, al hilo de esto, más allá del tradicional enfoque grupal de la Gestalt, sosteniendo al grupo como testigo de diversos trabajos individuales, se hallaría
el grupo como un todo (expuesto tanto desde las teorías de Bion como de las del Grupo análisis) que adquiere formas diversas de profundo calado (figuraciones múltiples, ansiedades que se cristalizan de maneras diversas, imágenes… donde el grupo puede ser una madre devoradora, un monstruo marino, una “olla a presión”…)
Pero, más allá de las múltiples aplicaciones creativas de la terapia Gestalt y los niveles de confianza y oleadas de entusiasmo que uno puede depositar en su espectro de potencial y funcionamiento, emergen las diferentes dificultades, los obstáculos.
Más allá de las posibles aplicaciones en la propia terapia, en el arte (en los análisis de la percepción, la concepción espacio-temporal, la expresión artística…) o en el mundo institucional ( modelos educacionales, espacio hospitalario, trabajos con el personal docente, sanitario…) o incluso en el empresarial y en la resolución de conflictos, emergen con fuerza las limitaciones de la terapia Gestalt.
Limitaciones de la Gestalt
Y desde ahí, uno siente el poderoso peso en la nuca o en la espalda, al sentir la confusión o la impotencia. Y nota los ojos nublados y escocidos al comprobar la esencia del límite, la limitación ante el sufrimiento o la desesperanza en la persona que tenemos enfrente en nuestro consultorio. Uno lanza una fugaz mirada panorámica por los recodos de la evocación de la Gestalt. Sutiles raíces, la indiferencia creativa, el teatro, el psicoanálisis, una rebeldía creativa, una personalidad poderosa (Fritz), otras visiones (Laura, Goodman,…), escuelas, corrientes, un marco histórico socio-cultural, una época, actitudes y “tics” (sesiones rápidas, todo vale, confrontacionismo, “a sacarlo todo”,…anti-intelectualismo,…etc.).
Más allá de las lecturas, más allá de las referencias históricas, corrientes críticas (de mayor o menor seguidismo a principios originarios), ahí me encuentro y se encuentra el terapeuta en su “solietariedad “, balanceándose entre su confianza en el potencial de la Gestalt-terapia y la conciencia cruda de las limitaciones
existentes en determinados procesos en los que uno sólo puede acompañar desde un silencio respetuoso y atento.
Estas limitaciones pueden ser propias, o estar asociadas a las propias técnicas (de cómo se empleen, con quién, cuándo,…) y también estar relacionadas con las limitaciones de los pacientes y las situaciones existenciales de toda índole, ante los que sólo podemos aportar presencia sensible.
Las limitaciones del terapeuta (O hago lo que puedo).
En primer lugar, se hallan como decíamos, las propias limitaciones del terapeuta (formación, estado emocional, receptividad, experiencia, fobias y filias a determinados pacientes, personalidades, actitudes, necesidades propias narcisísticas volcadas en la terapia,…). Existen múltiples casos de dinámicas transferenciales -contratransferencia les intensas y complejas que manifiestan núcleos emocionales que pueden explotar con toda su crudeza, máxime si se dan también en el contexto grupal. Ello puede contagiar con facilidad nuestro espacio interno. Probablemente, más allá de los mecanismos de los cuales nos podemos servir para encauzarnos en los “enganches” en las sesiones, solo nos queda escuchar, poner límites (y preservarnos, cuidarnos de determinadas oleadas de sufrimiento, manipulación, etc.) y nuestra sencilla y transparente honestidad.
En esencia, el acompañamiento en el viaje terapéutico está lleno de encuentros complejos. y ahí, uno solo puede aprender, compartir, aclarar con otros profesionales, balancearse entre tragar lo del otro (empapándose de su lluvia contaminada ), o engancharse en un tuya- mía, o devolver distorsiones e intentar promover
transparencia (que no “transparentismo ilimitado”).
Es por ello que el terapeuta a veces solo puede “sostener” una situación para reconvertirla y transformar la distorsión en un paso más de encuentro enriquecedor. Ello, aderezado con mucha paciencia y con una activa escucha de las visiones intuitivas del paciente. Y por supuesto, en contacto con esas imágenes propias que nos guían en momentos de impasse y que devienen en poderosas intuiciones que se cristalizan en propuestas de trabajo terapéutico específicas.
Me parece determinante en diversos momentos plenos de impasse, de túneles oscuros o recorridos desérticos, aceptar la limitación propia o de las técnicas (y las del paciente) y recibir y acoger las imágenes de nuestro caudal intuitivo (aparezcan en forma de visiones, sensaciones o sentimientos inicialmente difusos).
Por otro lado, están las necesidades narcisísticas del terapeuta (su necesidad de ser necesitado, apreciado, valorado,…) que el/la paciente se encarga de cuestionar con sus duda, y no sólo en pacientes o fases de negatividad sino en momentos donde se manifiesta una honda desesperanza o un mayor contacto con el núcleo de carencia o en una fase de crisis de transformación, donde lo previo no sirve y lo nuevo es incierto.
Resulta obvia la importancia de saber sostener esos estados. Y sostenerlos implica por un lado, estar ahí sin interrumpir el proceso curativo por nuestra ansiedad y por otro lado, asimilar el hecho de que la “curación” representa un amplio concepto en el que se incluyen múltiples iluminaciones, recovecos, pliegues, progresiones y regresiones, aspectos, vivencias y situaciones que se tornan paradójicas, pero que esencialmente implican un tiempo procesual.
En muchas ocasiones un incidente desagradable, una interrupción, un episodio del azar, o incluso el permiso para vivir determinadas experiencias ( aparentemente negativas o erróneas) acarrea conclusiones sanadoras. De igual modo, remitiéndonos a la concepción paradójica del cambio, uno va evolucionando, cambiando, en la medida en que más es lo que a priori no quiere ser, en la medida de que va viviendo y aceptando lo que hay.
Por otro lado, entramos en una cuestión de vital importancia. La terapia Gestalt, ¿a quién va dirigida? ¿Es un conjunto de técnicas encaminadas al crecimiento personal?
Como expresa Irma Lee Shepherd (2), ..Además del problema básico de la competencia terapéutica, la aplicación apropiada de las técnicas guestálticas gira entorno de los siguientes interrogantes: ¿cuándo?, ¿con quién?, ¿en qué situación?..”Más adelante comenta,.. El trabajo con individuos menos organizados, con pacientes que padecen perturbaciones más graves o con psicóticos es más problemático y exige precaución, sensibilidad y paciencia…”. y finaliza, “con las luchas más profundas, el terapeuta pospone el empleo de aquellas técnicas que liberan los sentimientos más intensos, los cuales podrán ser tratados más adelante con el objeto de reducir los aspectos fundamentales de los asuntos pendientes y dar paso a nuevos avances”.
Resulta claro que en estilos neuróticos de funcionamiento, la terapia Gestalt posee una serie de poderosos recursos que pueden encauzar a una serie de personas, no solo a reconducir sus síntomas sino a ahondar en su perspectiva existencial y realizar su propia vida con mayor autenticidad y profundidad.
Aún así, resulta necesario respetar las épocas de crisis personales que engloban los cambios personales y sobre todo tener una posición de cautela en relación a estructuras que aparentemente resultan rígidas y bien entrelazadas pero que encierran ansiedades profundas relacionadas con estructuras más frágiles o limítrofes.
Por ello, ¿qué hacer cuando emergen las ansiedades latentes más potentes o se van cristalizando interacciones de un enorme caudal de dependencia? Desde esas ansiedades que se tornan en sufrimiento explotan las limitaciones del paciente con sus déficits emocionales que con sus resonancias hacen que estallen nuestros resortes de seguridad.
Limitaciones del paciente (o esa cruda realidad en la que la infancia crea destino) y de la realidad externa.
A veces, cuando el refugio psíquico es intenso y la familia sostiene la enfermedad del paciente (volcando sus ansiedades), resulta verdaderamente compleja la movilización emocional, puesto que los mimbres familiares se remueven y sus elementos se echan encima del proceso terapéutico. Saltó la alarma. Toda una estructura
familiar se defiende.
Por otro lado, en estructuras de corte analítico, donde la persona expresa una enorme necesidad (con sentimientos de enorme vacío), extrema dependencia (asociada a una enorme fragilidad, indefensión y vulnerabilidad) y una serie de manifestaciones expresivas distorsionadas (comunicaciones y vivencias
despersonalizadas, disociativas, dramáticas,…), resulta evidente que se hace necesaria una “mentalidad” específica diferente a los estilos neuróticos ( más habituales en el contexto de la terapia Gestalt y más “accesibles” en principio, al poder de sus técnicas).
Esa mentalidad implicaría un manejo del ritmo terapéutico, de los modelos de comunicación y expresividad, claramente específicos, diferentes a los modelos empleados con neuróticos (tempo, cadencia, necesidad de contención y manejo cauteloso de los límites de la expresividad emocional, simbolismo,…).
Me resulta evidente la necesidad de investigación, teorización, (incluyendo evidentemente aquellas teorías analíticas que puedan aportarnos datos)… hacia una mayor comprensión de esas profundas ansiedades y sus múltiples mecanismos defensivos. Muchos de ellos van fogosamente destinados a evitar un temido abismo depresivo. Ante ello, resulta evidente la necesidad de priorizar objetivos, asumir un ritmo que respete milimétricamente la cadencia expresada por las angustias del paciente y sus defensas (respetándolas) , emprender un aprendizaje de Auto-contención sana y necesaria, así como ir ampliando el ritmo contacto-retirada en el sentido que expresa Margaret Mahler dependencia autonomía, fusión-separación, individuación…). El terapeuta habrá de proveer por ello, al paciente un aprendizaje en la concreción de las ansiedades y su comprensión así como un aumento en su ritmo de autonomía.
Si el ser humano no se ha visto provisto de recursos egoicos básicos (que resulta la esencia de cualquier psicopatología), éste no podrá enfrentar con garantías saludables, la realidad. Como expresa Jorge E. García Badaracco (3), cuando se produce un proceso evolutivo sano de vínculos simbióticos sanos…, se va procediendo de una dependencia a una interdependencia recíproca que posibilita la diferenciación y en consecuencia hacia una desimbiotización y a una creciente individuación. Sin embargo, una serie de vínculos patógenos introyectados (introyectos constituyendo ‘objetos’ enloquecedores), conducen a un “sí mismo” frágil, debilitado, carenciado.
Ello se expresaría en pacientes psicóticos donde la vertiente espontánea de la relación transferencial, se observa en estado de asfixia, de parálisis intensa. Tras ello, obviamente, se halla toda una existencia llena de desierto emocional o de sufrimiento psíquico intenso. Por tanto es necesario insistir en que la terapia Gestalt tendrá que emplear en muchas ocasiones el manejo de un “freno” creativo o crear un “semáforo” para ordenar el caos confusional y para evitar así que la persona no se vea abrumada por esas demoledoras vivencias (en el caso de desbordantes ansiedades y expresiones emocionales).
Quiero mostrar al hilo, el caso de una paciente que me refleja con crudeza todas estas necesidades, confrontándome con las limitaciones apuntadas desde los diversos ángulos (tanto del terapeuta, como de las técnicas, la teoría, y las del paciente). Esta mujer, joven e inteligente, con un enorme déficit emocional (y un enorme rechazo familiar, coloreado de gran violencia) e identificable con una estructura borderline, revienta desde sus núcleos carenciados y desde su sufrimiento a través de intentos de suicidio intermitentes. La veo caminar sobre el filo de una navaja, “coqueteando” con llamas ardientes, con juegos repletos de emociones intensas que constituyen círculos infernales repletos de apegos que queman su cuerpo.
Y la veo indefensa cual barquichuela a expensas del mar embravecido. Ciertas oleadas blanquecinas la arrastran hacia la arena y el sol, cual pulsiones de vida y otras oleadas oscuras, contaminadas, la empujan cual pulsiones de muerte hacia el fondo del abismo. Tal vez, desde su dolor agudo, desde su profunda y temprana herida sangrante que no cicatriza nunca, desde su no derecho a la vida busca languidecer (a través de sus raptus suicidas) en un descanso mortal, desaparecer del inhóspito desierto en el que siente y tal vez ser recogida por la gran madre que nunca tuvo.
Y, más allá de las claves diagnósticas, más allá de las posibles técnicas inhabilitadas, me topo con la limitación misma. Las suyas, las mías,…Es la vida. Y, por ello, sólo me queda hacer lo que puedo, constatando mis resonancias internas que remueven ansiedades, impulsos,… (rescatarla, anclarla a la vida…).
En definitiva, asumir mi limitación y mi implicación (más allá de la teórica clara concepción de las responsabilidades de cada cual en el proceso vital) asumiendo también su enorme limitación (sus heridas emocionales, su infancia que conforma su destino…).
Esta experiencia me llevó al convencimiento de que el terapeuta tendrá que ejercer en ocasiones un claro paternaje-maternaje, un proteccionismo (reestructurando una presencia segurizante) y que genere una paulatina autonomía. En otras ocasiones, acompañará al paciente en el tránsito por el “desierto” emocional,
en búsqueda de “gotas de agua” que enriquezcan mínimamente su vida. Y todo ello, implica, más allá de técnicas (como las gestálticas), un acompañamiento lento y denso y paciente. Ser y estar con él ejerciendo una urdimbre, un vínculo estructuran te.
Por lo mencionado, resulta necesario preservarnos del “empujacionismo” y observar con suma atención aquellas tentaciones, destinadas a prontas conclusiones o encauzados fáciles. Máxime si tenemos en cuenta también lo que J. Steiner (4) llama ” refugios psíquicos” (sistemas defensivos en los que diversas patologías se encierran con el fin de evitar tomar contacto, tanto con el terapeuta como con la realidad) que implican tanto a pacientes neuróticos, psicóticos como fronterizos, hemos de concluir que un excesivo ímpetu a la hora de “abrir la lata”, provocaría un refuerzo en la cerrazón de la armadura. Así, el concepto de tiempo de la Gestalt ha de tener otro sentido y concepción en forma de proceso, amplitud, (apoyándose en una mayor lentitud para una adecuada ‘cocción’ y elaboración emocional y una actitud paciente, de esperanza). No nos podemos sujetar (por idealismo, inseguridad, narcisismo…) y constreñir a ilusiones relacionadas con breves terapias y fulminantes resoluciones.
Asimismo, la concepción de salud mental ha de ajustarse no en términos “metafísicos” (o del “satori prometido”), sino en forma de asumir que la realidad está ahí y que muchas veces solo podemos asumir como mejor podemos, lo inevitable y que incluso salud, a veces no quiere decir facilidad o comodidad sino mayor soledad (conciencia de) y una mayor responsabilidad de las opciones personales (lo cual implica encuentros, desencuentros, …rupturas, decisiones, renovaciones,…etc.).
En definitiva, resulta necesario resaltar la importancia de un escrupuloso respeto del ritmo propio del curso de la terapia, tanto en su vertiente intrapsíquica en el que el organismo va estableciendo su propia auto-regulación ( en interacción con anhelos, impulsos prospectivos, defensas, temores, etc.) así como en la dinámica interactuante, dialogal, en el que se van desgranando los diversos vínculos (más neuróticos, manipulativos, y más saludables y directos…).
Todo ello requiere respeto (palabra clave) a uno mismo como terapeuta (lleno de aciertos, habilidades y limitaciones) y al paciente (con su potencial y sus temores), así como a la química, a la “alquimia sanadora” que en esa relación, pero sé, se va gestando, creando y resolviendo (en el marco de las coordenadas volitivas, racionales, irracionales e instintivas, así como en las múltiples visiones intuitivas y las experiencias paradojales ) hasta ese “segundo nacimiento” que en cierto modo supone la Psicoterapia.
Bibliografía
(1) E.H. Gombrich : ” El sentido de Orden”.. Ed. G.G.Arte.
(2) Irma Shepherd : ” Teoría y técnica de la psicoterapia gestáltica” (Amorrortu editores).
(3) Jorge E. García Badaracco : “Comunidad Terapéutica Psicoanalítica de estructura Multifamiliar” (Tecnipublicaciones).
(4) John Steiner : ” Refugios Psíquicos” (Biblioteca Nueva)