La agresividad,
María Yaben.
Emoción vs. Acción.
El intercambio del organismo con el ambiente es imprescindible para la supervivencia de la persona. La excitación que surge en el organismo, como consecuencia de la falta de algo o ante la necesidad de expulsar algo, es el dispositivo que pone en marcha a la persona en busca de aquello que lo satisfaga.
Esta excitación aparece al principio como algo difuso, sin concretarse en nada evidente. Tan solo hay una ligera inquietud en la persona, que muchas veces y sobre todo al principio, pasa desapercibida. A medida que esta excitación va aumentando debido a la necesidad que emerge del organismo, la excitación se va concretando y haciendo más específica, hasta que se va haciendo comprensible, en ese momento podemos decir que sentimos una emoción que podríamos clasificar por defecto o por carencia. Es decir, que a medida que la excitación va tomando forma, la persona se va dando cuenta de lo que se va produciendo en su organismo y en definitiva, de lo que necesita. Toma conciencia de su necesidad.
Esta excitación primitiva o catexis puede sentirse como algo positivo o como algo negativo. La excitación es vivida como algo positivo cuando el organismo trata de conseguir algo, es decir, cuando el organismo se dirige hacia el objeto que aplacará esa necesidad porque existe una carencia que le impulsa a su satisfacción y que le es necesaria para mantener el equilibrio. O por el contrario, cuando la excitación o catexis es negativa, entonces la persona lo que trata es de alejarse de ésta o destruirla.
Se concibe, pues, la excitación o catexis como positiva o negativa en función del acercamiento o alejamiento que surge por parte de la persona para conseguir o evitar el objeto. La excitación siempre está en nosotros, lo que sucede es que unas veces procede de las carencias internas y otras de nuestras relaciones o contactos con el ambiente. En cualquier caso forma parte de la vida y está en la base de la existencia. Sólo nos damos cuenta de la excitación cuando rebasa unos límites de intensidad. Los contactos con el ambiente pueden ser satisfactorios y creadores de placer o, por el contrario, pueden crearnos situaciones generadoras de angustia.
Cuando estas situaciones se repiten, la persona puede aprender un tipo de conducta evitativa o de huida, dando lugar a lo que llamamos conductas fóbicas que tienen como finalidad evitarnos la angustia que se generaría al colocarnos de nuevo en esas situaciones. Este tipo de fobias pueden llegar a condicionar tanto la conducta de una persona que la mantenga aislada del mundo externo.
En resumen, “la emoción es la forma que va tomando la excitación a medida que ésta se va concretando y especificando”. A su vez, la emoción se transforma en acciones, y éstas en conductas de acercamiento o alejamiento. Estas conductas tendrán por finalidad la satisfacción de necesidades o el completamiento de Gestalts que restablecerán el equilibrio perdido por el organismo como consecuencia de la falta de algo. Este recorrido es lo que caracteriza al proceso de la vida.
Posteriormente todo este proceso, conocido como “ciclo gestáltico o ciclo de necesidades”, será descrito por distintos autores gestálticos (Joseph, Zinker, Miche Katzeff) de forma más minuciosa y completa.La importancia de seguir este recorrido para satisfacer una necesidad es primordial, porque toda interrupción del mismo desencadena alteraciones que ponen en peligro el equilibrio del organismo. Aunque la vida parezca reducida a este breve esquema, todo esto es un complejo, variado y dinámico proceso, fundamento de una vida sana y creativa, que no debe ser interrumpido, para no verse uno involucrado en procesos enfermizos o degenerativos a todos los niveles. Esto se debe a que el organismo al ser una Gestalt, un campo bio-psico-social, funciona como una totalidad y un cambio en cualquiera de sus niveles se refleja en el todo y en cada una de esas partes que lo forman.
Quien controla la mayor parte de nuestro darse-cuenta interno es el sentimiento, mas no obstante, si hablamos de emoción, que es un proceso donde, aparte del efecto subjetivo emocional, está el efecto social que produce la expresividad corporal y el efecto funcional de afrontamiento ya no estamos exclusivamente en al darse-cuenta interno. Estamos en el darse-cuenta externo, si es que de alguna manera podemos llegar a diferencia uno de otro.
El yo entra en contacto con el ambiente a través del sentimiento y su expresión y produce en función de la vivencia emocional, una modificación en el entorno. Pero a menudo, somos realmente inconscientes. Nos han/hemos programado para contraer o reprimir o ignorar los sentimientos.
Cuando no nos dejamos con libertad se complica nuestra vida, ya que llevar la conciencia a los sentimientos constituye la forma básica de nuestro despertar. Cuando surgen sentimientos positivos, agradables nos quedamos pegados, y si surgen sentimientos negativos, entonces, los intentamos eludir, nos vamos a complicarlo todo y al sufrimiento, lo que acentúa nuestro miedo o angustia corporal.
Sin embargo, si aprendemos a ser conscientes de los sentimientos sin aversión ni apego, estos pueden pasar a través nuestro haciéndonos libres para sentirlos, aceptándolos. Un buen trabajo con el sentimiento es abrirse plenamente a sentirlo en nuestro cuerpo, mente y corazón poniendo atención en las reacciones que pueda producir la experiencia, reacciones de agresividad, ira, hostilidad o resentimiento y aceptarlas como son, ya que forman parte de la vivencia de la propia emoción.
Las emociones son nuestra vida misma, el lenguaje mismo del organismo, ellas modifican la excitación básica de acuerdo a la situación ante la cual nos encontramos. La excitación se transforma en emociones específicas y a su vez las emociones son transformadas en acciones sensoriales y motoras. Las emociones son energetizadoras y movilizan los medios que tenemos para satisfacer las necesidades. Si la emoción es la fuerza básica que energiza toda acción, entonces la emoción existe en toda situación vital (Perls)
Agresividad.
Introducción.
Parto de la consideración de que el temperamento es la base energética que nos es dada en la concepción y con la que venimos al mundo. Esta energía es congénita, es decir, se configura por la conjunción de la parte hereditaria y las experiencias intrauterinas y se irá asentando en la estructura corporal que hereditariamente, distingue a cada persona. De tal forma que esta energía es potencial, desarrollando psicológica, emocional y corporalmente las cualidades de la persona en el transcurso de la vida.
Desde la Teoría Energética (inspirada en Reich y Lowen) puedo ir observando cual es la manera en que la persona ha aprendido a gestionar el Impulso Unitario con el que venimos al mundo (con sus componentes tierno y agresivo). Esta energía original se moviliza de manera que por el sub impulso tierno contactamos con nuestra necesidad y por el sub impulso agresivo vehiculizamos la expresión de la misma, estableciéndonos en la dinámica natural desde el displacer al placer.
Desde el nacimiento, provistos con esta energía vital de ternura y agresión que se encarna en nuestro cuerpo, entramos en contacto con la realidad, con nuestro medio que, por lo general, aporta mayor dosis de hostilidad y frustración que la vivencia intrauterina. De esta manera, la angustia como expresión de la estasis energética, surge al perturbarse la alternancia natural entre relajación y tensión, al interrumpirse el libre flujo del instinto.
Es en este momento donde va a comenzar la tarea de gestión (conteniendo o dejando fluir) de nuestro impulso de tal manera que nos permita acomodarnos en la dinámica placer – displacer. Y en ese proceso de gestión ocurrirán los ajustes y desajustes que, con el desarrollo, irán tornándose en distorsiones cognitivas, emocionales y corporales que darán lugar a cada estructura caracterológica.
Esta reorganización del impulso original que constituye el carácter, en mi caso un carácter rígido-compulsivo, va a cumplir una función defensiva de los intolerables efectos internos de la frustración. La frustración puede proceder tanto del mundo externo como del mundo interno. Pero la contención del impulso la realiza el propio impulso unitario que pierde, de esta manera, su natural discurrir.
La frustración es una palabra clave que he descubierto en lo relacionado con mi agresividad de forma que a partir de ella veo como he continuado elaborando en mi actividad presente asuntos del pasado que han quedado inconclusos, generando así un conflicto que es expresado de diferentes formas, a menudo caracterizadas por la agresividad.
A nivel general, en nuestra sociedad percibo que la agresividad es una conducta que no está bien vista, ni para mí ni para las personas que me rodean, por lo menos en el lenguaje explícito. A la mayoría nos han explicado de niños/as que la agresividad es mala y sin embargo, he visto también desde pequeña que las agresiones, desde el insulto entre compañeros de clase, hermanos, amigo, hasta palizas, violaciones y muertes, es el pan de cada día, no hay mas poner la televisión y ver un diario de noticias.
Desde la perspectiva de género, hoy por hoy se sigue viendo que la sociedad es más permisiva con la manifestación de la agresividad en los niños – los niños ya se sabe, son muy brutos- y mucho menos con la de las niñas -las niñas no pegan, es muy poco “femenino”-. En uno y otro caso, la sociedad, aunque con intensidades distintas, nos sigue dando el mensaje verbal de que la agresividad es mala. Sin embargo, los teóricos describen que la agresión es normal y necesaria para la adaptación del niño a su entorno. Las reacciones agresivas son esperables, pero cuando se repiten con frecuencia y se convierten en un estilo, entonces se puede decir que se está frente a un problema.
Me encuentro con dos mensajes contradictorios: uno verbal “la agresividad es mala”, y otro referido a los hechos “la agresividad parece inevitable, los seres humanos somos así”. Sin embargo, yo no creo que seamos así, por el contrario creo que nacemos intrínsecamente “buenos”, creo que nacemos con una tendencia innata a relacionarnos desde el amor y la bondad pero el sistema en que vamos creciendo y el aprendizaje que recibimos nos va cambiando hasta entregarnos inconscientemente a un sistema que aceptamos como agresivo.
El aprendizaje social nos aprovisiona de tales esquemas, a través modelos, la influencia educativa directa y por la propia experiencia. Pero nadie nos enseña a manejar la agresividad que sentimos porque es mala, se reprueba y ya, lo cual nos impide hacernos cargo de ella y por lo tanto, responsabilizarnos de ella.
La palabra agresividad tiene raíces claramente latinas y está conformada por cuatro vocablos en latín, el prefijo ad- que es sinónimo de “hacia”, el verbo gradior que puede traducirse como “andar o ir”, -ito que equivale a “relación activa” y finalmente el sufijo -dad que significa “cualidad” . Es decir, cualidad de ir hacia, ir contra, emprender, interpelar.
Podemos decir, que la agresividad es un tema actual, el ataque de seres humanos por seres humanos, no es nada nuevo pero también podemos encontrar evidencias de violencia tan antiguas como queramos, pues la realización humana siempre va acompañada de violencia. Así, algunos pensadores afirman que la agresividad es un instinto heredado de nuestros antecesores pre humanos, de esta manera, afirman que el hombre es violento por naturaleza. También dicen que la agresividad se ve alimentada por una fuerza en forma de energía que se va acumulando en nuestro cuerpo y que necesita ser descargada periódicamente.
A pesar del desarrollo de un neocórtex especialmente grande, nuestro cerebro ha conservado la estructura tripartita que integra las estructuras aparecidas con anterioridad durante la evolución. Lo que es más importante, estas estructuras continúan ejerciendo su influencia sobre todas las conductas vitales de los humanos tal como lo han hecho durante miles de años.
El sistema límbico controla todas las emociones humanas y la amígdala, una de las partes de este sistema, se ha revelado como la más importante de las estructuras en el control de la agresividad. Esta estructura participa en la inspección del entorno en busca de indicaciones de peligro y, cuando éste se presenta, se encarga de iniciar los procesos endocrinos que nos ayudan a enfrentamos físicamente al peligro con eficacia. W.B.Cannon mostró los cambios fisiológicos derivados de la agresividad y todos ellos cumplían la función de aumentar la capacidad física; aumento de las pulsaciones, presión arterial, circulación sanguínea periférica y elevación del nivel de glucosa en sangre, aceleración de la respiración, contracción de los músculos, retiración de sangre de los órganos, cese de la digestión, disminución de la percepción sensorial y segregación de sustancias hormonales como la adrenalina, noradrenalina y la cortisona.
Todo ello nos prepara para la acción. Pero, ¿a qué nos referimos cuando accionamos una respuesta agresiva?
La agresividad tiene múltiples definiciones y maneras de entenderla. Puedo definirla como un estado emocional que consiste en sentimientos de odio y deseos de dañar a otra persona, animal u objeto. También puede ser definida como un factor del comportamiento normal puesto en acción ante determinados estados para responder a necesidades vitales, que protegen la supervivencia de la persona y de la especie, sin que sea necesaria la destrucción del adversario.
Otros la consideran como una tendencia a actuar o responder de forma hostil asociada al concepto de “acometividad”, es decir, la tendencia de “embestir”. También se utiliza esta palabra para referirse al brío, la pujanza y la decisión para emprender algo y enfrentarnos a las dificultades. En esta definición también me siento más identificada, ya que tiendo a emprender nuevos proyectos, objetivos o ideas, desde una actitud activa, enérgica, determinante, directa A mi entender, cuando hago alusión a la agresividad me estoy refiriendo a un conjunto de patrones de actividad que pueden manifestarse con intensidad variable, desde las expresiones verbales y gestuales asociadas a la falta de respeto, la ofensa o la provocación, hasta la agresión física.
Causas, Proceso, Tipologías, Características, Objetivos.
Por lo general, la agresividad es relacionada en el campo de las ciencias de la psicología, la sociología y la biología con aquellos instintos y composiciones internas que no pueden delimitarse del todo bien y que nos remiten a nuestras formas más salvajes y compulsivas. La agresividad es por supuesto la consecuencia de un sinfín de causas que pueden pasar por cuestiones biológicas, personales, familiares, sociales, laborales o económicas, entre miles de posibilidades.
Hay quienes sostienen que la agresividad es un elemento instintivo en el humano, mientras que hay otros que sostienen que la agresividad se adquiere a partir de un modelo social, o que es un componente patológico que suele estar asociado a un trastorno de personalidad. En definitivas cuentas, no hay acuerdos absolutos al respecto del origen de este comportamiento tan habitual de ver en las personas, pero en lo que si se coincide es en que se trata de un accionar absolutamente negativo y problemático, y por ende es que es muy importante actuar en la concientización sobre su carácter negativo para que el mismo no se extienda entre las personas.
Entre las casusas más básicas que se pueden concretar desencadenantes de conductas agresivas destacan la imitación, cuando existe en la escuela, trabajo o entorno cercano, personas que agraden física o verbalmente, el ser humano tiende a copiar modelos y erróneamente aprende que ésta es la manera de resolver las cosas; relaciones conflictivas en el ambiente familiar; inadecuados estilos de crianza y falta de afecto.
El proceso del acto agresivo, su historia como acto, se desarrolla en el tiempo. En la concepción anticipada de la liquidación del peligro, cuando sentimos que algo podría causarnos un daño, reaccionamos primero con miedo, que es el reconocimiento de un peligro. A continuación, para contrarrestar los posibles efectos de ese peligro intentamos diseñar un ataque en la medida en la que creemos que es la mejor forma de anularlo.
En el curso práctico agresivo; si algo ya nos está causando daño, de lo que se trata es de reaccionar enérgicamente con tal de detener la degradación en curso. Y en el resultado del acto de agresión, en el caso de que el daño lo hayamos sufrido sin haberlo podido evitar, el odio es una forma de reparar el deterioro soportado, como ocurre por ejemplo en la venganza.
Existen dos tipos de agresividad, la activa que se ejecuta a través de una conducta explicita, violenta y directa y la pasiva, a través de un comportamiento también muy destructivo que se ejercita mediante una forma de sabotaje. También se habla de la agresividad secuencial, que aparece cuando una persona primero se comporta de forma tranquila y parece renunciar a sus derechos, pero después muestra un comportamiento agresivo cuando advierte que no consigue resultados.
La agresividad pasiva, se trata pues de un tipo de comportamiento encubierto, en oposición al abierto que suele ser bastante evidente. Muchas veces se da a través de lo que se denomina “soltar indirectas”. No sabemos exactamente lo que está pasando en una situación, pero tenemos la desagradable impresión de que alguien intenta meterse con nosotros. Puede surgir casi enseguida, o puede aflorar mucho más tarde de lo que surgió el motivo de conflicto, incluso a veces, puede parecer no guardar relación con el suceso original. En general, este tipo de comportamientos suelen producir cólera en los demás, que reaccionan y devuelven con respuestas agresivas.
Teorías Y Factores Influyentes.
Es importante destacar que la agresividad puede originarse por factores internos o externos. Tiene su origen en la biología, una ciencia que lo ha vinculado al instinto sexual y al sentido de territorialidad. De todas formas, la psicología también se ha encargado del asunto. De acuerdo a Ballesteros (1983), las teorías que se han formulado para explicar la agresión pueden dividirse en Teorías Activas y Reactivas.
Las Teorías Activas, son aquellas que ponen el origen de la agresión en los impulsos internos, lo cual vendría a significar que la agresividad es innata, por cuanto viene con el individuo en el momento del nacimiento y es consustancial con la especie humana. Estas teorías son las llamadas teorías biológicas.
La teoría Psicoanalítica postula que la agresión se produce como un resultado del “instinto de muerte”, y en ese sentido la agresividad es una manera de dirigir el instinto hacia afuera, hacia los demás, en lugar de dirigirlo hacia uno mismo. La expresión de la agresión se llama catarsis, y la disminución a la tendencia a agredir, como consecuencia de la expresión de la agresión, efecto catártico. Uno de los principales representantes del psicoanálisis, es Freud quien también creía que la agresividad era innata en el ser humano (“Teoría del Eros y Tánatos).
Los Etólogos (Lorenz, Store, Tinbergen, Hinde) por su parte han utilizado sus observaciones y conocimientos sobre la conducta animal y han intentado generalizar sus conclusiones al hombre. Con el conocimiento de que, en los animales, la agresividad es un instinto indispensable para la supervivencia, apoyan la idea de que la agresividad en el hombre es innata y pude darse sin que exista provocación previa, ya que la energía se acumula y suele descargarse de forma regular.
Algunos estudiosos sugieren que las condiciones que provocan la agresividad son esencialmente las mismas para todas las especies y que no hay nada especial en la agresividad de los humanos. Al fin y al cabo, los humanos matan a otras especies para alimentarse, entablan guerras por el control del territorio, infligen heridas y muerte a otras personas para hacerse con sus objetos y recurren a la violencia para defender lo que estiman. A menudo, la rivalidad sexual también conduce a la brutalidad. Los humanos, como tantas otras especies, están dispuestos a utilizar la fuerza para conseguir lo que desean.
Las Teorías Reactivas, ponen el origen de la agresión en el medio ambiente que rodea al individuo, el cual percibe dicha agresión como una reacción de emergencia frente a los sucesos ambientales. Las teorías del Impulso comenzaron con la hipótesis de la frustración-agresión de Dollar y Millar (1939) en un intento de integrar la conducta y el psicoanálisis y posteriormente han sido desarrolladas por Berkowitz (1962) y Feshbach (1970) entre otros.
Según esta hipótesis, la agresión es una respuesta muy probable a una situación frustrante, es la respuesta natural predominante a la frustración. La hipótesis afirma que la frustración activa un impulso agresivo que solo se reduce mediante alguna forma de respuesta agresiva. Si algo nos impide tener aquello que deseamos solemos desencadenar agresividad. Así, la poca tolerancia a la frustración en una personalidad emocionalmente reactiva o determinadas condiciones sociales estresantes se convierten en factores de riesgo de la agresividad.
La teoría del aprendizaje social afirma que las conductas agresivas pueden aprenderse por imitación u observación de la conducta de modelos agresivos. Enfatiza aspectos tales como aprendizaje observacional, reforzamiento de la agresión y generalización de la agresión. Convivimos con muchos factores ligados a la expresión de la agresividad como pueden ser los biológicos (cromosoma XYY en los hombres, síndrome premenstrual en las mujeres) y los psicológicos o ambientales (culturas con normas incomprensibles que siguen utilizando la agresividad para cambiar ciertas actitudes, normas familiares que fomentan la agresividad de sus miembros, influencia de la TV y los medios de comunicación).
Para explicar comúnmente el proceso de aprendizaje del comportamiento agresivo se recurre a variables como el Modelado (Imitación tras la exposición a modelos agresivos); Reforzamiento (Indiferencia, refuerzo positivo) y Temperamento (Aspectos genéticos afectados por variables ambientales); así como los Factores situacionales, cognoscitivos y biológicos.
Con respecto a esta ultima variable, se han encontrado características en el cerebro de las personas agresivas que las diferencian de las no agresivas. La serotonina juega un papel importante en la modulación de los comportamientos agresivos. En concreto parece ser que inhibe este tipo de comportamientos, de manera que niveles bajos de serotonina estarían relacionados con las conductas agresivas y otro tipo de comportamientos antisociales. Asimismo, la corteza pre frontal ventromedial en conexión con toras áreas del cerebro, juega un papel importante en la modulación de nuestra respuesta ante estímulos o situaciones frustrantes.
Trastornos Relacionados Con La Agresividad.
Hay una serie de trastornos en los cuales es especialmente importante el componente agresivo, estos se engloban en el DSM-5 dentro de los Trastornos disruptivos del control de los impulsos y de la conducta. Estos trastornos implican un problema en el control de los impulsos conductuales y emocionales. Suelen ser más frecuentes en hombres que en mujeres y en personas extrovertidas y desinhibidas y aparecen desde la infancia.
Trastorno Negativista Desafiante: caracterizado por una actitud hostil, desobediente, desafiante y negativista hacia las figuras de autoridad. Va asociado a un malestar tanto en el individuo como especialmente en las personas de su entorno social inmediato ya que a ellos no parece importarles pues no se ven como responsables de los actos que comenten. Este trastorno es más frecuente en familias en las cuales los padres son muy controladores y llevan a cabo prácticas educativas autoritarias.
Los criterios diagnósticos del DSM-5 implican la presencia casi diaria durante 6 meses de por lo menos cuatro síntomas de cualquiera de las categorías siguientes durante la interacción por lo menos con un individuo; Patrón de enfado/irritabilidad: a menudo pierde la calma, esta susceptible, enfadado resentido o se molesta con facilidad. Patrón de discusiones/actitud desafiante: discute con la autoridad, desafía activamente o rechaza satisfacer la norma, molesta a los demás deliberadamente, culpa a los demás por sus errores o su mal comportamiento, y Patrón vengativo.
Trastorno Explosivo Intermitente: caracterizado por episodios repetidos de falta de control en los cuales se muestran impulsivos, agresivos y violentos. Reaccionan de una manera desproporcionada ante situaciones que les parecen frustrantes. En estos episodios pueden llegar a destruir objetos y atacar a otras personas o si mismos causándose lesiones.
Estas personas si suelen darse cuenta de lo que han hecho más tarde y sienten arrepentimiento y vergüenza. Este trastorno es usual en niños con padres que muestran también un comportamiento explosivo y es muy probable que también influyan componentes genéticos y biológicos.
Trastorno de la Conducta: caracterizado por comportamientos de forma reiterada en los que no tienen en cuenta los derechos de los demás ni las normas sociales (o establecidas por las autoridades). Hay cuatro patrones de comportamientos que se pueden diferenciar dentro de este trastorno: conducta agresiva, conducta destructiva, engaño y transgresión de las reglas. Las personas con este trastorno se caracterizan por presentar emociones pre sociales limitadas, falta de remordimientos o culpabilidad, insensibilidad, carencia de empatía, despreocupación por su rendimiento y afecto superficial o deficiente. Este tipo de trastorno es frecuente en familias desestructuradas o en niños que han pasado grandes temporadas cambiando de cuidadores o en un centro de menores.
Trastorno Antisocial de la Personalidad: caracterizado por personas excesivamente extrovertidas, emocionales, impulsivas e inestables. A diferencia de los anteriores, este trastorno solo puede ser diagnosticado a adultos. Los criterios diagnósticos están relacionados con un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás que se presenta desde la edad de 15 años (Fracaso para adaptarse a las normas sociales, deshonestidad, Impulsividad o incapacidad para planificar el futuro, irritabilidad y agresividad, irresponsabilidad persistente, falta de remordimientos). Hay una gran comorbilidad de este trastorno con el abuso de sustancias.
Enfoque Desde La Gestalt.
La Terapia Gestalt parte de la Teoría del Campo que postula que ningún individuo vive aislado y que forma parte de un campo organismo-entorno en el que trata de satisfacer sus necesidades para recuperar el equilibrio perdido cuando éstas se presentan y generan tensión, a través del proceso de contacto. Esta interacción del organismo y el entorno es el “campo organismo/entorno”. El fin último del proceso de contacto es la asimilación de la experiencia que pasaría a formar parte de un fondo que proporcionará posteriormente apoyo a la persona.
El contacto es la experiencia que se produce en la frontera entre el organismo y el entorno y siempre supone llevar a cabo un ajuste creativo que permita poner en marcha una nueva solución para resolver una necesidad que se hace figura en el organismo, teniendo en cuenta las posibilidades del entorno y teniéndose en cuenta también a uno mismo. El proceso de contacto incluye además la consciencia inmediata (awarness) y la respuesta motora (acción), el deseo y el rechazo de la novedad no asimilable, el acercarse o el evitar, la sensación, el sentimiento, la manipulación, la lucha, etc.
Además la Gestalt postula una Teoría del Self, entendiéndose el self como el complejo sistema de contactos necesarios para el ajuste en un campo difícil, es el proceso de contacto en acción. Para poder llevar a cabo un ajuste creativo siempre se ha de darse una fase de agresión y de destrucción que permite desestructurar el nuevo material o las nuevas circunstancias para que se hagan asimilables. Sin una agresión y destrucción renovadas, cualquier satisfacción conseguida se convierte pronto en un asunto del pasado y deja de sentirse como tal. Es el miedo a la agresión, a la destrucción y a la pérdida, lo que desemboca naturalmente, en una agresión y una destrucción no consciente dirigida tanto hacia dentro como hacia fuera.
Alumbra con Fritz Perls, un enfoque positivo de la agresividad. En “Yo, Hambre y Agresión”, trata de mostrar que la agresividad es instinto de vida, contrariamente a la posición de Freud que creía que estaba ligada al instinto de muerte. La agresión es un “ir hacia” el objeto del apetito o de la hostilidad. El paso del apetito al paso siguiente es la iniciativa; aceptar el apetito como propio y acepta la ejecución motora como propia resulta saludable ya que nos permite “ir hacia” un fin, un objetivo, una meta, siempre y cuando no se quede en meros proyectos y uno pase a la acción, para lo cual se necesita un cierto montante de excitación para llegar al contacto y conseguir la satisfacción.
La agresividad supone la existencia de una energía suficiente para poder desestructurar algo, es decir, modificar la estructura de algo para hacerlo mío. Perls describe sus orígenes en lo que llamó “agresividad dental”, el mordisco y la masticación de una experiencia propia para absorber las partes que uno necesita y librarse de las que no y esto requiere de una energía, excitación o agresión. Por tanto, la agresividad es sana por naturaleza y está al servicio de la vida.
La personalidad sana está formada por una sucesión de “si” y “no” según la propia idiosincrasia. Para digerir o asimilar un alimento debe ser mordido y masticado hasta convertirlo en unidades más pequeñas para su digestión, donde se continúa troceando en partículas cada vez más pequeñas hasta llegar a las moléculas que las células del cuerpo pueden utilizar.
De alguna manera, el alimento mental (conceptos morales, exigencias sociales), necesitan ser estructurados, revisados y seleccionados para ser asimilados e integrados en la personalidad o desechados. Para resolver un conflicto es necesario agredir el conflicto, ir hacia él sin evitarlo y destruirlo, es decir, trocearlo en partes más pequeñas que se puedan asimilar: ¿Qué me hace sentir mal? ¿Qué quiero decir? ¿Qué reprocho? ¿De qué me culpo? ¿Qué necesito?
Las funciones agresivas, entendidas como energía para movilizar, “ir hacia”, permiten la excitación y pueden ser útiles para morder y masticar el alimento físico y su equivalente psicológico. La introyección no es posible sin la excitación y la excitación no es posible sin la agresión. Para apropiarse de algo del entorno es necesario tener apetito e iniciativa y ser capaz de correr riesgos.
Por su parte, Laura Perls en el capítulo “Cómo educar a los niños para la paz” del libro “Viviendo los límites” plantea que la agresividad es uno de los instintos más vitales de todos los seres vivos. Es consciente plenamente de que nuestra civilización tiende a suprimir casi por completo este instinto, normalmente la familia desaprueba cualquier manifestación de agresividad en el niño (rabietas, morder/romper cosas), quien suele ser castigado por ello.
La agresividad de los niños molesta e irrita mucho a los adultos. Pero, al tratar de inhibir la “mala conducta” del niño se inhibe también su curiosidad, indispensable para su desarrollo intelectual, para aprender, para entender a la gente, para aprender a razonar de una forma crítica.
Según Laura: “la capacidad de morder, de masticar, de digerir y de asimilar los alimentos físicos (y, por otra parte, la capacidad de pensar, de criticar, de entender que son la forma de asimilar los alimentos intelectuales) son manifestaciones del mismo instinto agresivo”; “la represión de la agresividad individual suele acarrear un aumento de la agresión universal”. También afirma que no se puede reprimir un instinto, tan sólo se pueden inhibir sus manifestaciones, la energía agresiva permanece entonces dentro y ha de encontrar una salida.
Plantea que en el origen de la neurosis se halla en la energía agresiva reprimida. El hecho de tenerla reprimida, sin posibilidad de transformación, hace que en el adulto se manifieste con toda su crueldad. Señala la importancia de apoyar de un modo adecuado la agresividad infantil, proporcionándole la posibilidad de jugar a juegos y con juguetes que se puedan romper, para estimular la capacidad creativa y constructiva del niño. Es la única manera en la que podrán ir descubriendo las cosas. Si se le enseña a utilizarla y encauzarla podrá participar en la vida social.
Dice que “la agresividad no es solamente una fuerza destructiva, sino que es la fuerza que impulsa todas nuestras actividades y sin la cual no conseguiríamos hacer nada. La agresión no sólo nos hace atacar sino que también hace que nos enfrentemos con las cosas difíciles de la vida; no sólo destruye sino que construye; no sólo nos hace robar y hurtar, sino que también impulsa nuestros intentos de conseguir y de conservar las cosas a las que tenemos derecho”.
Considera que el planteamiento no es si se ha de reprimir o no la agresividad, ya que “forma una parte indispensable de la constitución del ser humano, tenemos que utilizarla, desarrollarla y convertirla en una herramienta útil para organizar nuestras vidas”. Desde la mirada gestáltica, me parece importante destacar que en el manejo de la agresividad está incluido el responsabilizarnos y para ello, creo que lo primero que hay que distinguir es entre agresividad positiva y, por lo tanto, al servicio de construirnos, y la agresividad negativa que está al servicio de la destrucción, tanto de nosotros mismos como de los demás.
Así, considero que la agresividad y la destrucción son necesarias para la creatividad de la vida. La creatividad que no destruye y asimila un entorno que le manipula es inútil para el ser humano, permaneciendo como algo superficial y falto de energía que pronto languidece.
Puntualizar que la aniquilación y la destrucción son diferentes. La destrucción implica “morder” y separar en trozos más pequeños el objeto con el fin de asimilarlo. La aniquilación, sin embargo consiste en reducir a la nada, en rechazar el objeto y borrarlo de la existencia. Por ejemplo, huir de un peligro consiguiendo que la amenaza desaparezca. Ante un problema con una persona, por ejemplo, puedo desinteresarme por la relación y distanciarme. La relación deja de ser un problema pero yo no consigo ningún crecimiento.
Cuando no se puede huir o eliminar el objeto, el organismo recurre a disminuir su propia sensibilidad, apretando los dientes o mirando para otro lado, evitándolo, pero esto tampoco nos hace crecer. Otra diferencia es que la destrucción es, de alguna manera, “caliente” y la aniquilación “fría”. En la destrucción no perdemos el contacto con la figura, posibilitando el contacto final. Hay un placer en destruir, en “hincar el diente”, una calidez en el acercamiento hacia la asimilación de la novedad. La aniquilación, por contra, es “fría”, una vez el objeto ha sido aniquilado y ha desaparecido del campo, nos quedamos igual que estábamos. No ha habido ninguna asimilación de novedad, ningún crecimiento.
Por otra parte, encontramos otras perspectivas gestálticas actuales. Destaco a Jean- Marie Robine quien en su obra “Contacto y relación en psicoterapia” recoge en el capítulo “Ansiedad y Construcción de las Gestalts” la concepción gestáltica de la agresividad y la idea del PHG (II, 15, 7) que se refiere a la retroflexión como la modalidad del contactar que permite evitar la ansiedad de la agresión. Dice que en el enfoque habitual, la retroflexión permite retrasar el compromiso, permitiendo el reajuste de la emoción, la corrección de los fondos y, por consiguiente, la reconsideración de la emoción.
Es lo que se llama el control de sí mismo, ligado a la intervención de la voluntad. Para el sujeto puede revelarse pertinente retrasar o no emprender la acción agresiva, teniendo en cuenta el contexto y el ajuste que éste requiere. Entonces, una retroflexión podría ser considerada, a título exacto, como ajuste creativo.
Chantal Masquelier, en su artículo “Elogio de la agresividad en el proceso de crecimiento, especialmente en la adolescencia” aboga por una concepción más amplia y actual con la que designar la vitalidad, el dinamismo, el espíritu emprendedor de una persona que se afirma y que enfrenta las dificultades. ‘Ir hacia’ es ‘entrar en contacto’. De este modo la agresividad es lo que nos lleva hacia el exterior, al encuentro del otro. También explica la importancia que tiene en el paso de la dependencia a la independencia en la adolescencia, que no puede hacerse, según sus propias palabras, sin rebelión.
Entre los terapeutas italianos, esta Marguerita Spagnuolo en el libro “Psicoterapia de la Gestalt. Hermenéutica y clínica”, en su capítulo referido al ajuste creativo, retoma el concepto clásico de la agresividad en la Terapia Gestalt, argumentando que cuando el self del individuo identifica su necesidad y se orienta hacia el entorno para lograr satisfacerla, “necesita recurrir a su capacidad agresiva para aferrar esta parte del entorno, ‘morderla’, desestructurarla, y después dejar que entre, perdiendo por un momento las fronteras entre el self y el entorno, y por fin separarse de ella, convirtiendo en fondo lo que antes era figura. La fuerza agresiva con la cual el individuo se acerca al entorno, y la manera en cómo asimila cada nueva experiencia en la Gestalt de las anteriores experiencias, expresan su creatividad.
Entre los terapeutas estadounidenses destaco a Irving y Miriam Polster, pertenecientes al grupo fundador del Instituto Guestáltico de Cleveland quienes en su libro “Terapia guestáltica” al hablar de la Introyección hacen referencia a la agresión como necesaria “para alterar las diferencias, antes de que puedan ser digeridas y asimiladas por el organismo sano; la agresión pretende cambiar algo”.
Eric H. Marcus, alumno de Fritz Perls y Jim Simkin, socio fundador del Instituto de Terapia Gestalt en Los Angeles, en su libro “Terapia Gestalt” habla de la “Retroflexión de la rabia”, entendiendo que rabia y enfado son sentimientos que, en un principio, van dirigidos a otra persona pero que se vuelven, por miedo al rechazo y al castigo, hacia dentro. La descarga de la rabia hace vivenciar al paciente un cambio importante en su vida, al dejar de dirigir la agresión hacia adentro.
Gary Yontef, Psicólogo Clínico y Asistente Social, discípulo de Frederick Perls y James Simkin, fue presidente del Gestalt Therapy Institute de Los Ángeles. En su obra “Proceso y diálogo en Psicoterapia Gestalt” alude a que aún cuando la terapia gestáltica estimula la agresión, la violencia se considera un intento de aniquilación; conviene distinguirlos por tanto. Conductas que pretenden aniquilar y herir a otros, evitan experimentar los sentimientos disfóricos propios. A nivel general, los autores coinciden en lo necesario que resulta el proceso de destrucción, es decir, la propia agresión, para que se pueda producir la asimilación de las nuevas experiencias.
María Yaben. Pamplona 2016
Agresividad. Extracto de:
Ira, agresividad, resentimiento y conductas de evitación.