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Ser mujer. La sexualidad femenina. Amaia Nausia

SER MUJER.
LA SEXUALIDAD FEMENINA.
El movimiento feminista, Amaia Nausia Pimoulier.

El movimiento feminista. Motivaciones y actitudes que lo fundamentan.

a. ¿Qué es el feminismo?
b. Antecedentes históricos
c. Las precursoras: las sufragistas o la primera ola
d. La década de los 60 y 70 del siglo XX o la segunda ola
e. Los diferentes movimientos dentro del Feminismo
f. La tercera ola y el Feminismo del siglo XXI (nuevos retos)
No se nace mujer, llega una a serlo. (El segundo sexo, Simon de Beauvoir, 1949)
Desde que en 1949, Simone de Beauvoir desafiara en El segundo sexo el determinismo biológico con esta afirmación, la distinción sexo/género se ha evidenciado de tal manera que “sexo” podría definirse como aquello que expresa las diferencias biológicas, mientras que “género” incluye una serie de categorías socialmente construidas. Según algunos autores, esto querría decir que la idea de feminidad como parámetro identitario, con todos los contenidos que se le quieran conceder no es más que una construcción social’. Así pues, a partir del desafío lanzando por Si mane de Beauvoir a mediados del siglo pasado, se comenzó a percibir a la mujer como un sujeto social.
En definitiva, el género sería una construcción social y por lo tanto, no estaría ligado irremediablemente al sexo o a las características biológicas de las personas. Incluso hay autores que hablan de que en nuestra sociedad no deberíamos limitarnos a hablar de los tradicionales géneros, hombre y mujer, como los únicos.
Desde luego no es el objetivo de este trabajo entrar en este debate. Pero, antes de centrarnos de lleno en el tema que nos ocupa, Ser Mujer. La sexualidad femenina, resulta interesante ver cómo ya la cuestión de “ser mujer” podría ser estudiada desde diferentes ópticas:
1. Desde el estudio del sexo femenino, es decir, teniendo en cuenta sólo las características biológicas de la hembra de la raza humana.
2. Desde el punto de vista social. Si estudiásemos el género femenino las cosas se complicarían ya que bajo esta perspectiva la mujer no sólo es un ente biológico, sino un ser social y, como sabemos, la sociedad no es constante, varía en función de las circunstancias históricas, culturales y religiosas de cada sociedad.
Así pues, podríamos decir que la mujer es un ser en evolución y por lo tanto, al hablar de la mujer y su sexualidad deberíamos tener en cuenta las características de nuestra sociedad. Porque si aceptamos que la mujer es un ser social tendremos que admitir también que la forma en la que ésta ha sido percibida ha estado determinada por los cambios de la sociedad que la contemplaba en cada momento.
Tal vez hoy nos encontramos en un momento en que los modelos de feminidad son plurales. En otras palabras, hay muchas formas de ser mujer y esto es así porque lo que se espera de nosotras y las elecciones de vida que podemos realizar son hoy más variadas que hace cincuenta años. Pero no siempre ha sido así. Durante siglos los modelos de feminidad se vieron muy reducidos y sólo se podía ser mujer siguiendo dos modelos muy delimitados: el de María o el de Eva, el de la virgen o el de la puta, el de la mujer ideal o el de la pecadora, el de la correcta o el de la descarriada. A lo largo de las siguientes páginas me gustaría hacer un recorrido por los condicionantes sociales y morales a los que se han visto sometidas las mujeres, para ver en qué medida las diferentes oleadas del Feminismo ayudaron a romper ciertos estereotipos y trajeron para las mujeres muchos de los derechos que habían quedado vetados para el género femenino. Tras este primer capítulo, trataré de analizar las normas sexuales y los tabúes que han pesado sobre la sexualidad femenina. Finalmente, dejo para el tercer y último capítulo el tema de la pasión, el deseo y la seducción.

El Movimiento Feminista. Las Diferentes Oleadas. Motivaciones Y Actitudes Que Lo Fundamentan.

¿Qué Es El Feminismo?

Antes de entrar a describir las diferentes oleadas del Movimiento feminista a lo largo de la historia, me gustaría centrarme en delimitar las características de este movimiento. El Feminismo es un movimiento social difícil de definir, más cuando vemos las diferentes controversias que se generan al intentar describirlo o definirlo. Así, por ejemplo, si tomásemos en cuenta la definición ofrecida por el Diccionario Ilustrado de la Lengua Española encontraríamos la siguiente definición: “Doctrina social que concede a la mujer igual capacidad y los mismos derechos que a los hombres”
Una definición controvertida y que causa el rechazo de muchas mujeres suscritas al propio Movimiento feminista ya que alegan que esta definición incurre precisamente en aquello contra lo que luchan: considerar que la suprema mejora es elevar a la mujer a la categoría del hombre como ser modélico, y suprimir o disimular cualquier imagen de la mujer que la presente como ser activo, dueña de su propia lucha. Así pues, si tomamos la definición ofrecida por Mujeres en Red. El Periódico feminista diríamos que: “El feminismo es un movimiento social y político que se inicia formalmente a finales del siglo XVIII -aunque sin adoptar todavía esta denominación- y que supone la toma de conciencia de las mujeres como grupo o colectivo humano, de la opresión, dominación, y explotación de que han sido y son objeto por parte del colectivo de varones en el seno del Patriarcado bajo sus distintas fases históricas de modelo de producción, lo cual las mueve a la acción para la liberación de su sexo con todas las transformaciones de la sociedad que aquella requiera”.
Llama la atención la situación en la que esta última definición sitúa a hombres y mujeres, colocando a los primeros como verdugos y a las segundas como víctimas. Por eso, en mi caso, prefiero la definición ofrecida por Susana Gamba que habla de que el Feminismo sería aquel movimiento que propugnase un cambio por el cual tanto hombres como mujeres quedaríamos liberados de las desigualdades sexuales. En palabras de la propia autora: “El concepto se refiere a los movimientos de liberación de la mujer, que históricamente han ido adquiriendo diversas proyecciones. Igual que otros movimientos, ha generado pensamiento y acción, teoría y práctica. El feminismo propugna un cambio en las relaciones sociales que conduzca a la liberación de la mujer -y también del varón- a través de eliminar las jerarquías y desigualdades entre los sexos. También puede decirse que el feminismo es un sistema de ideas que, a partir del estudio y análisis de la condición de la mujer en todos los órdenes -familia, educación, política, trabajo, etc.-, pretende transformar las relaciones basadas en la asimetría y opresión sexual, mediante una acción movilizadora. La teoría feminista se refiere al estudio sistemático de la condición de las mujeres, su papel en la sociedad y las vías para lograr su emancipación.”
En definitiva, aunque el Movimiento feminista a lo largo de la Historia no ha sido homogéneo, podemos decir que éste es un movimiento político integral contra el sexismo en todos los terrenos (jurídico, ideológico y socioeconómico), que expresa la lucha de las mujeres contra cualquier forma de discriminación. Tomando como válida esta última afirmación, al hablar de la presencia del Feminismo a lo largo de la historia podríamos pensar que sus orígenes están profundamente enraizados en la historia de la Humanidad.

Antecedentes históricos.

Algunas autoras ubican los inicios del feminismo a fines del s. XIII, cuando Guillermine de Bohemia planteó crear una iglesia de mujeres. El movimiento de las beghinas italianas, las seroras vascas o las beatas alemanas, holandesas y francesas fue común a casi todos los territorios europeos. Eran mujeres que querían vivir su espiritualidad al margen de las estrictas reglas de la Iglesia de Roma.
Una espiritualidad más íntima, más libre si se quiere, donde no fuera un hombre o una jerarquía quien marcase el día a día de estas mujeres. A lo largo del siglo XIV, XV Y sobre todo XVI ¬ cuando tras la Contrarreforma de Trento la Iglesia Católica quiso cortar de raíz con aquellas prácticas que se escapasen de su control- estas mujeres fueron perseguidas y finalmente sometidas.
Podríamos encontrar otros ejemplos en los que las mujeres intentaron defender los pocos espacios de poder que les quedaban. El caso de las parteras o las sanadoras, aquellas mujeres que ejercían oficios dedicados al cuidado de los demás, es muy indicativo del proceso del que hablamos. Oficios tradicionalmente femeninos que se vieron invadidos por la presencia de hombres “doctos” que tachaban a estas mujeres de supersticiosas e, incluso, de brujas. La caza de brujas no fue sino una forma de quitarse de en medio a la competencia que suponían estas sabias para los recién formados doctores de las nuevas Universidades europeas.
Pero se podría decir que la lucha de las mujeres en estos siglos fue casi meramente testimonial. Por supuesto, encontramos en las fuentes voces de mujeres que reclamaban sus derechos y reivindicaban su lugar en la sociedad, pero nunca de la forma organizada y con la conciencia de las mujeres de finales del siglo XIX.
En palabras de Ana de Miguel: “En el sentido más amplio del término, siempre que las mujeres, individual o colectivamente, se han quejado de su injusto y amargo destino bajo el patriarcado y han reivindicado una situación diferente, una vida mejor. Sin embargo, abordamos el feminismo de una forma más específica: los distintos momentos históricos en que las mujeres han llegado a articular, tanto en la teoría como en la práctica, un conjunto coherente de reivindicaciones y se han organizado para conseguirlas”.’ Dentro del feminismo contemporáneo existen numerosos grupos con diversas tendencias y orientaciones por lo cual es más correcto hablar de movimientos feministas.

Las precursora: las Sufragistas o la primera ola.

La lucha de la mujer comienza a tener finalidades precisas a partir de la Revolución Francesa, ligada a la ideología igualitaria y racionalista del Iluminismo, y a las nuevas condiciones de trabajo surgidas a partir de la Revolución Industrial. Pero, aunque los principios del Iluminismo proclamaban la igualdad, la práctica demostró que ésta no era extensible a las mujeres.
En la Revolución Francesa veremos aparecer no sólo el fuerte protagonismo de las mujeres en los sucesos revolucionarios, sino la aparición de las más contundentes demandas de igualdad sexual. La convocatoria de los Estados Generales por parte de Luis XVI se constituyó en el prólogo de la revolución.
Los tres estados -nobleza, clero y pueblo- se reunieron a redactar sus quejas para presentarlas al rey. Las mujeres quedaron excluidas, y comenzaron a redactar sus propios “cahiers de doléance”. Con ellos, las mujeres, que se autodenominaron “el tercer Estado del tercer Estado”, mostraron su clara conciencia de colectivo oprimido y del carácter “interestamental” de su opresión”.
A pesar de estos intentos, la Revolución Francesa no cumplió con las demandas de las mujeres y de esta decepción las mujeres aprendieron que debían luchar en forma autónoma para conquistar sus reivindicaciones. Ya en el siglo XIX, en plena era capitalista, el nuevo sistema económico incorporó masivamente a las mujeres proletarias al trabajo industrial -mano de obra más barata y sumisa que los varones-, pero, en la burguesía, la clase social ascendente, se dio el fenómeno contrario.
Las mujeres quedaron enclaustradas en un hogar que era, cada vez más, símbolo del status y éxito laboral del varón. Las mujeres, mayormente las de burguesía media, experimentaban con creciente indignación su situación de propiedad legal de sus maridos y su marginación de la educación y las profesiones liberales, marginación que, en muchas ocasiones, las conducía inevitablemente, si no contraían matrimonio, a la pobreza.
En este contexto, las mujeres comenzaron a organizarse en torno a la reivindicación del derecho al sufragio, lo que explica su denominación como sufragistas. Esto no debe entenderse nunca en el sentido de que ésa fuese su única reivindicación. Muy al contrario, las sufragistas luchaban por la igualdad en todos los terrenos pelando a la auténtica universalización de los valores democráticos y liberales. Sin embargo, y desde un punto de vista estratégico, consideraban que, una vez conseguido el voto y el acceso al parlamento, podrían comenzar a cambiar el resto de las leyes e instituciones.
Además, el voto era un medio de unir a mujeres de opiniones políticas muy diferentes. Su movimiento era de carácter interclasista, pues consideraban que todas las mujeres sufrían en cuanto a mujeres, e independientemente de su clase social, discriminaciones semejantes. Es decir; Las sufragistas esperaban que la igualdad ante la ley, el reconocimiento jurídico, trajera de la mano la supresión del resto de desigualdades entre hombres y mujeres.
Sus líderes eran por lo general mujeres pertenecientes a la burguesía que, junto a unas pocas féminas de la clase obrera, comenzaron en EE.UU. e Inglaterra una lucha por el sufragio universal de hombres y mujeres. En Estados Unidos esta lucha no dio fruto hasta 1920, cuando la enmienda 19 a la Constitución reconoció el derecho al voto sin discriminación de sexo. Mientras que en Inglaterra el problema de la explotación de mujeres y niños en las fábricas vinculó al movimiento con las reivindicaciones por mejoras en las condiciones de trabajo. Muchas de las sufragistas de estos años fueron perseguidas y encarceladas.
La primera guerra mundial produjo un vuelco de la situación: el gobierno británico declaró la amnistía para las sufragistas y les encomendó la organización del reclutamiento de mujeres para sustituir la mano de obra masculina en la producción durante la guerra; finalizada ésta, se concedió el voto a las mujeres. Mientras que en España, por ejemplo, no fue hasta 1931 cuando la Constitución de la 11 República reconoció este derecho a las mujeres”.

La década de los 60 y 70 del siglo XX o la segunda ola.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, las mujeres habían conseguido el derecho al voto en casi todos los países europeos. El denominado “nuevo feminismo”, comienza a fines de los sesenta del último siglo en los EE.UU. y Europa, y se inscribe dentro de los movimientos sociales surgidos durante esa década en los países más desarrollados.
Las feministas de esta segunda oleada consideran que el cambio social en las estructuras económicas no llegaría sin una transformación en las relaciones entre los sexos. Para estas nuevas feministas la igualdad jurídica y política reclamada por las mujeres del s. XIX -en general conquistadas en el s. XX- si bien constituyó un paso adelante, no fue suficiente para modificar en forma sustantiva el rol de las mujeres. El sufragismo era hijo de una sociedad burguesa, que concebía la emancipación femenina como igualdad ante la ley.
Mientras que las nuevas feministas defendían que la opresión de las mujeres tenía causas más profundas y complejas. Pero como quedó demostrado con el tiempo, tampoco las ideas socialistas, que denunciaban a la familia tradicional como fuente de la opresión y que reclamaban la igualdad proletaria como solución, rompieron con los roles que encasillaban a las mujeres en lugares supeditados a los hombres.
En definitiva, podemos asegurar que también el Socialismo estuvo teñido de una ideología patriarcal y que las revoluciones socialistas no trajeron la emancipación de las mujeres.
Buen ejemplo de lo dicho es la actitud del bando republicano durante los primeros años de la II República y el Alzamiento Militar y posterior enfrentamiento armado de los años 1936 y 1939. La Constitución de 1931 otorgó a las mujeres el derecho al voto, lo que provocó el recelo entre muchos políticos -de izquierdas y de derechas- que pensaban que no era conveniente que un sector tan influenciable e inferior intelectualmente tuviese tal poder.
Pues como apuntan algunos autores, la concepción de familia tradicional no sólo predominaba en la derecha conservadora, sino también en los sectores de izquierdas”, No olvidemos que fue Dolores Ibárruri, la Pasionaria, quien hizo un llamamiento a las mujeres para recordarles que, al acabar la guerra, debían dejar sus puestos en las fábricas a los hombres y volver al sitio que les correspondía, el hogar.
Es más, aunque al estallar la guerra en 1936 las jóvenes milicianas fueron en un principio un símbolo de la lucha contra el fascismo, es evidente que la división de tareas en el frente se daba en función del sexo (lavar, cocinar y las labores sanitaria eran cosas de mujeres). Bien por la propaganda del bando nacional que difundió la idea de que las milicianas eran en realidad prostitutas, o bien por la mentalidad que imperaba tanto en un bando como en otro -los propios republicanos consideraban perjudicial la presencia femenina en el frente porque “distraían” a los hombres de su misión bélica-, lo cierto es que éstas fueron retiradas de la primera línea de batalla por no considerarse un lugar apropiado para las mujeres”.
Así pues, el desafío del nuevo feminismo fue demostrar que la “naturaleza” no define o limita a los seres humanos y que mucho menos sus órganos reproductores son los que deben fijar su destino. Volveríamos a la afirmación de Simon de Beauvoir, “no se nace mujer, se llega a serio”. Esta nueva oleada reivindicará lo siguiente:
• 1. El derecho al placer sexual por parte de las mujeres
• 2. La denuncia de que la sexualidad femenina ha sido negada por la supremacía de los varones, rescatándose el orgasmo clitoridiano y el derecho a la libre elección sexual.
• 3. Por primera vez se pone en entredicho que – por su capacidad de reproducir la especie, la mujer deba asumir como mandato biológico la crianza de los hijos y el cuidado de la familia.
• 4. Se analiza el trabajo doméstico, denunciando su carácter de adjudicado a ésta por nacimiento y de por vida, así como la función social del mismo y su no remuneración.
• 5. Todo ello implica una crítica radical a las bases de la organización social.

Los diferentes movimientos dentro del Feminismo.

A. El feminismo radical.
Este movimiento sostiene que la mayor contradicción social se produce en función del sexo. Las mujeres estarían oprimidas por las instituciones patriarcales que tienen el control sobre ellas y, fundamentalmente, sobre su reproducción. Las mujeres constituyen una clase social, pero “al contrario que en las clases económicas, las clases sexuales resultan directamente de una realidad biológica; el hombre y la mujer fueron creados diferentes y recibieron privilegios desiguales”.
Propone como alternativa la necesidad de una nueva organización social, basada en comunidades donde se fomente la vida en común de parejas y amigos sin formalidades legales. El feminismo radical tiene como objetivos centrales: retomar el control sexual y reproductivo de las mujeres y aumentar su poder económico, social y cultural; destruir las jerarquías y la supremacía de la ciencia; crear organizaciones no jerárquicas, solidarias y horizontales”.
B. El feminismo de la diferencia.
Muchas de las feministas radicales terminaron adoptando este movimiento. Surgió a principios de la década de los 70 del siglo XX en Estados Unidos y Francia. Su máxima era que “ser mujer es hermoso”. Proponían una revalorización de lo femenino, planteando una oposición radical a la cultura patriarcal y a todas las formas de poder, por considerarlo propio del varón; rechazan la organización, la racionalidad y el discurso masculino. Este feminismo reunía tendencias muy diversas reivindicando por ejemplo que lo irracional y sensible es lo característico de la mujer, revalorizando la maternidad, exaltando las tareas domésticas como algo creativo que se hace con las propias manos, rescatando el lenguaje del cuerpo, la inmensa capacidad de placer de la mujer y su supremacía sobre la mente, la existencia de valores y culturas distintas para cada sexo, que se corresponden con un espacio para la mujer, y un espacio para el varón, etc.
C. El feminismo de la igualdad.
Contrapuesto totalmente al anterior, al que consideraban un conservadurismo encubierto que situaba a las mujeres en dependencia a los hombres. Tendría sus raíces en el sufragismo y se planteaba conseguir la igualdad total entre sexos. Las defensoras de la igualdad niegan la existencia de valores femeninos y señalan que la única diferencia válida es la que tiene su origen en la opresión. “Lo que se encuentra en la sociedad jerárquica actual no son machos o hembras, sino construcciones sociales que son los hombres y las mujeres” (Delphy, 1980).
D. El feminismo liberal.
Con peso en especial en EE.UU., considera al capitalismo como el sistema que ofrece mayores posibilidades de lograr la igualdad entre los sexos. Cree que la causa principal de la opresión está dada por la cultura tradicional, que implica atraso y no favorece la emancipación de la mujer. El enemigo principal sería la falta de educación y el propio temor de las mujeres al éxito.
E. El feminismo socialista.
Coincide con algunos análisis y aportes del feminismo radical, reconociendo la especificidad de la lucha femenina, pero considera que ésta debe insertarse en la problemática del enfrentamiento global al sistema capitalista. Expresa también que los cambios en la estructura económica no son suficientes para eliminar la opresión de las mujeres. Relaciona la explotación de clase con la opresión de la mujer, planteando que ésta es explotada por el capitalismo y oprimida por el patriarcado, sistema que es anterior al capitalismo y que fue variando históricamente. En general están a favor de la doble militancia contra ambos. Esta corriente se destacó principalmente en Inglaterra y en España, y en algunos países latinoamericanos tuvo bastante importancia.

La tercera Ola y el Feminismo del siglo XXI (nuevos retos).

A mediados de la década de 1980 con el reconocimiento de las multiplicidades y de la heterogeneidad del movimiento se produce una crisis y grandes discusiones en su seno. Algunas hablan de una tercera ola. La falta de paradigmas alternativos en la sociedad global después de la caída del muro de Berlín, también afectó al feminismo, lo que trajo una desmovilización de las mujeres, en especial en Occidente.
En palabras de Ana de Miguel: “Si bien la era de los gestos grandilocuentes y las manifestaciones masivas que tanto habían llamado la atención de los medios de comunicación parecían tocar su fin, a menudo dejaban detrás de sí nuevas formas de organización política femenina, una mayor visibilidad de las mujeres y de sus problemas en la esfera pública y animados debates entre las propias feministas, así como entre éstas e interlocutores externos.
En otras palabras, la muerte, al menos aparente, del feminismo como movimiento social organizado no implicaba ni la desaparición de las feministas como agentes políticos, ni la del feminismo como un conjunto de prácticas discursivas contestadas, pero siempre en desarrollo”.
Según algunas autoras la producción teórica más importante ha tenido lugar en las dos últimas décadas, sin estar acompañada por un movimiento social pujante como había sucedido durante el principio de la Segunda Ola. En los 80 surgió con fuerza la idea de la diversidad entre las mujeres, en función de su clase, raza, etnia, cultura, preferencia sexual, etc. Otras aportaciones de las últimas décadas son:
1. Crítica de la visión del poder que lo considera como prerrogativa masculina.
2. Ruptura de la idea de la mujer como víctima.
3. La diversidad entre mujeres.
Tal vez la militancia en torno a los movimientos feministas haya bajado entre las mujeres, pero también es cierto que sus propuestas encuentran hoy un mayor consenso en la población: las demandas de igual salario, medidas frente a la violencia o una política de guarderías públicas es, reciben prácticamente un consenso total.
En los últimos años el Feminismo se ha llegado a institucionalizar. Sirva de ejemplo la instauración en España a partir de 1983 del Instituto de la Mujer o la proliferación de centros de estudios feministas en las Universidades. En este sentido tal vez el movimiento se haya alejado de su vocación radical. Me remito nuevamente a las palabras de Ana de Miguel que describe los retos y la situación actual del movimiento feminista: “En definitiva, los grupos de base, el feminismo institucional y la pujanza de la teoría feminista, más la paulatina incorporación de las mujeres a puestos de poder no estrictamente políticos -administración, judicaturas, cátedras… – y a tareas emblemáticamente varoniles -ejército y policía-, han ido creando un poso feminista que simbólicamente cerraremos con la Declaración de Atenas de 1992.
En esta Declaración, las mujeres han mostrado su claro deseo de firmar un nuevo contrato social y establecer de una vez por todas una democracia paritaria”. Ahora bien, ésta firme voluntad de avance, y el recuento de todo lo conseguido, no significa que la igualdad sexual esté a la vuelta de la esquina. Tal y como ha reflejado Susan Faludi en su obra Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna, el patriarcado, como todo sistema de dominación firmemente asentado, cuenta con numerosos recursos para perpetuarse. El mensaje reactivo de “la igualdad está ya conseguida” y “el feminismo es un anacronismo que empobrece la vida de la mujer” parece haber calado en las nuevas generaciones.
Como consecuencia, las mujeres jóvenes, incapaces de traducir de forma política la opresión, parecen volver a reproducir en patologías personales antes desconocidas ¬ anorexia, bulimia- el problema que se empeña “en no tener nombre.”
Lo cierto es que todavía hoy muchas mujeres seguimos reproduciendo patrones aprendidos, introyectados a través de los mensajes recibidos en nuestra niñez por parte de nuestro entorno. Por eso, en el segundo capítulo de este trabajo me gustaría centrarme en las rígidas normas sexuales con las que hemos crecido, con las normas y los tabúes que han bañado nuestra sexualidad, así como en las diferentes teorías en torno al desarrollo de la sexualidad femenina.
Referencias:

1 Ortega Raya, J., La aportación de Simone de Beauvoir a la discusión sobre el género, tesis doctoral defendida en la Universitat de Barcelona, 2005.
2 Gamba, S., “Feminismo: historia y corrientes”, en Diccionario de estudios de Género y Feminismos, Editorial Biblos, 2008.
3 De Miguel, Ana, “Los feminismos a través de la Historia. Capítulo 1”, en Mujeres en red, 2012.
4 De Miguel, Ana, “Los feminismos a través de la Historia. Capítulo 11”, en Mujeres en red, 2012.
5 Haro Peralta, Mabel Guadalupe, “Feminismo y Revolución. Consideraciones para la lectura de la Historia”, en Destiempos, 2010.
6 Franco Rubio, Gloria A., “Los orígenes del Sufragismo en España”, en Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, Historia Contemporánea, 2004, pp. 455482.
7 Sánchez Blanco, L., “El anarcofeminismo en España: Las propuestas anarquistas de Mujeres Libres para conseguir a igualdad de géneros”, Foro de Educación, 9, 2007, p. 237.
8 Gómez Escarda, M., “La mujer en la propaganda política republicana de la Guerra Civil española”, Barataria. Revista castellano-manchega de Ciencias Sociales, 9, 2008, pp. 88-89.
9 Shulamith Firostene en su ya clásico La dialéctica de los sexos, 1971.
10 Bastante extendido de la mano de Annie Leclerc y Luce Yrigaray en Francia, Caria Lonzi en Italia y Victoria Sendón de León en España.
11 Rowe Karly, Katherin, “Scream. La cultura popular y el Feminismo de la Tercera Ola: ‘Yo no soy mi madre”‘, en Lectora: revista de dnes i textualitat, nº 11, 2005, pp.43-74.
12 Para saber más sobre las Conferencias Mundiales de las Naciones Unidas sobre la Mujer se puede consultar el trabajo de Alda Facio: viene, 1993: cuando las mujeres nos hicimos humanas.

El Movimiento Feminista.
Amaia Nausía Pimoulier.