LA ENVIDIA.
LEIRE ZALBA MAZIZIOR.
JUNIO 2014.
Cuenta la leyenda que una serpiente vio a una luciérnaga y la empezó a perseguir. Ésta huía con miedo de la feroz depredadora, pero la serpiente no pensaba desistir. Huyó un día, y la serpiente no desistió; dos días, y la víbora seguía tras ella. En el tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga paró y le dijo a la serpiente:
– ¿Puedo hacer tres preguntas?
– No acostumbro, pero como te voy a devorar, pregunta- respondió la serpiente.
– ¿Pertenezco a tu cadena alimentaría?- preguntó la luciérnaga.
– No.
– ¿Te hice algún daño?
– No.
– Entonces, ¿por qué quieres devorarme?
– Porque no soporto verte brillar.
-Definición:
En el ámbito del psicoanálisis la envidia es definida como un sentimiento experimentado por aquel que desea intensamente algo poseído por otro. La envidia daña la capacidad de gozar. Es el factor más importante del socavamiento de los sentimientos de amor, ternura o gratitud. La envidia es un sentimiento enojoso contra otra persona que posee o goza de algo deseado por el individuo envidioso, quien tiene el impulso de quitárselo o dañarlo.
A diferencia de los celos, que se basan en el amor y comprenden un vínculo de por lo menos tres personas, la envidia se da de a dos y no tiene ninguna relación con el amor. La persona envidiosa es insaciable porque su envidia proviene de su interior y por eso nunca puede quedar satisfecha, ya que siempre encontrará otro en quien centrarse.
La envidia es sentir tristeza o pesar por el bien ajeno. De acuerdo a esta definición lo que no le agrada al envidioso no es tanto algún objeto en particular que un tercero pueda tener sino la felicidad en ese otro. Entendida de esta manera, es posible concluir que la envidia es la madre del resentimiento, un sentimiento que no busca que a uno le vaya mejor sino que al otro le vaya peor.
Bertrand Russell sostenía que la envidia es una de las más potentes causas de infelicidad. Siendo universal, es el más desafortunado aspecto de la naturaleza humana, porque aquel que envidia no sólo sucumbe a la infelicidad que le produce su envidia, sino que además alimenta el deseo de producir el mal a otros.
José Antonio Marina sostiene cierta nomenclatura afectiva en su obra “El laberinto sentimental”, en la que divide los fenómenos afectivos en: afecto, sensaciones de dolor placer, deseos y sentimientos, subdividiendo éstos en cuatro grupos según su intensidad como: estados sentimentales, emociones y pasiones. Este último grupo, las pasiones, son definidas como “sentimientos intensos, vehementes, tendenciales, con un influjo poderoso sobre el individuo”. Sería en este grupo en el que la envidia quedaría configurada. La envidia es un sentimiento de frustración insoportable ante el bien de otras personas, que se canaliza, por lo general, a través de la rabia.
-Sentimiento Destructivo:
El envidioso vive fijándose más en lo que tienen los demás que en lo que él mismo posee, atendiendo a un complejo de inferioridad que le marca una pauta: “si tú no tienes eso, eres peor que quien sí lo tiene.” Por eso la envidia es una clara manifestación de falta de autoestima que menoscaba la personalidad de quien la sufre y provoca que, por lo general, se retraiga y se visualice como inferior ante las posesiones o la suerte ajena. Se puede decir se trata de un sentimiento natural y que es natural sentirla, siempre y cuando ésta no domine nuestra vida y nuestros sentimientos. La envidia se considera un tipo de emoción determinado por las influencias sociales y culturales, la educación y el ambiente o contexto en el que se desarrolla la persona. La culpa y la vergüenza son sentimientos que relacionan con la envidia dentro del mismo grupo.
La envidia no es siempre es un sentimiento malo sino que, al desear o admirar lo que tiene otro, podemos sentir un impulso para superarnos y trabajar en dirección de conseguir nuestros objetivos. La envidia va acompañada de sentimientos que se entremezclan: pena, rabia, tristeza, pesar, malestar, impotencia, auto desprecio y hostilidad, entre otros. Pero lo que provoca la verdadera envidia la provoca la gente común, envidiamos a la gente más cercana a nosotros, a la que está en una situación de cierta igualdad a la nuestra. La envidia puede convertirse en un trastorno o problema grave cuando pasa a ser la emoción central de la vida de un individuo.
En cuanto a la relación de la envidia con los factores culturales y sociales, es necesario destacar la influencia que ejercen en la actualidad los medios de comunicación porque transmiten la mentalidad de una sociedad consumista. Se utiliza la envidia como motor del consumo. “Es la expresión de la impotencia; La envidia impide el desarrollo de nuestro potencial, por lo que inevitablemente pasa a ser considerada material del pseudoyo y desde esta perspectiva habría que trabajar para resolverla; aunque sea difícil erradicar, creo que no hay peor lucha que la que no se hace.
La envidia es un sentimiento desagradable que no sólo consiste en desear lo que no se tiene, sino también lo que se piensa imposible de obtener. El presenciar que otro cuenta con algo que nosotros no poseemos nos lleva a sentir rabia contra el otro y un sentimiento de inferioridad en nosotros. Cambiar la envidia por admiración permite apreciar lo ajeno, y tal vez nos impulse a obtener algo similar evitando el deseo de arrebatarlo. Esto nos haría crecer al impulsarnos al desarrollar nuestra creatividad y nuestra potencia hacia el éxito.” (Psicoterapia Gestalt, p. 125)
-Eneatipo 4: El Envidioso.
De alguna manera, el Cuatro se siente incompleto, como si le hubieran arrancado algo del interior. Muchas personas describen esta sensación como si hubieran conocido el paraíso en algún momento y se lo hubieran arrebatado. Esta sensación se puede traducir emocionalmente en melancolía, una nostalgia permanente que lleva a la persona a anhelar aquello que le devuelva la felicidad. Suele haber una continua búsqueda de la intensidad y de lo especial, llegando a aburrirse y a rechazar todo lo que pueda ser considerado como ordinario y superficial.
De hecho, la falta de intensidad emocional puede llegar a confundirse con la pérdida de la identidad propia. Esta intensificación de la emoción le lleva a estar muy en contacto con su mundo interior, predominando a veces ante los demás una postura egocéntrica, donde la palabra “yo” inunda sus conversaciones. Suele ser protagonista de grandes dramas y duras experiencias.
El ego del Cuatro se alimenta del sufrimiento, una tendencia a andar en círculos emocionales donde el pasado traumático suele inundar los recuerdos. Dicho sufrimiento le hace ver el mundo bajo una perspectiva pesimista, como un lugar cruel e injusto. La energía de la envidia se manifiesta a través de la continua identificación en el exterior de aquello que le falta en el interior. Las otras personas son portadoras de virtudes, relaciones o características deseables que él mismo considera que no tiene.
Este eneatipo tiende a convivir también con un gran sentimiento de culpa. Vive un conflicto interno entre aquello que necesita ansiosamente del exterior y un prejuicio en contra de esta actitud, como una profunda vergüenza por tener envidia, lo cual le lleva a su vez a un empobrecimiento del auto concepto. Al pertenecer a la tríada emocional del eneagrama, el Cuatro también se identifica con su imagen, inundada en su caso por una clara autoestima baja y un auto concepto pobre. Se suele sentir muy pequeño ante el mundo.
Destaca su profunda necesidad de amor y el sufrimiento derivado de no llenar esa herida. Desarrolla una tendencia a complicarse la vida con situaciones dolorosas. Esto afianza la imagen que tiene de sí mismo como alguien especial y distinguido, muy diferente a la normalidad que lo rodea. La búsqueda del desahogo y la necesidad de expresar su individualidad le puede llevar a comulgar íntimamente con cualquier forma de arte, a través del cual consigue plasmar la originalidad de su complejo mundo interior.
Su gran sensibilidad le permite conectar con la belleza que les rodea. Es normal encontrar a grandes cantantes, pintores y diferentes artistas cuya pasión se identifica en la envidia. Poseen una gran creatividad. Suele utilizar la queja y el sentimiento de pena para enternecer los corazones y así obtener la atención o la ayuda que necesita. Se pone en estados de niño desvalido, para así manipular la ayuda de los demás.
A través del propio abandono y del auto castigo suele conseguir la protección del otro. En su parte más insana, puede llegar incluso a amenazar con hacerse daño si no se le atiende como necesita. Debido al apego con el sufrimiento, empatiza muy fácilmente con la aflicción de los demás. Tiende a mostrarse comprensivo, tierno y dedicado al otro. El trauma es en ocasiones tan temprano o tan profundo que ni siquiera lo recuerdan. Lo que sí saben es que, ya desde pequeños, se consideraban un poco víctimas y, por ello, especiales: con más derecho a la compasión de los demás, por un lado, pero superiores en sensibilidad y capacidad de sufrimiento, por otro.
En líneas generales podría decirse que la infelicidad interna, el aislamiento interior, el sentirse un poco perdidos en un mundo en el que los demás parecen ser más felices, les lleva a aumentar su añoranza de recuperar el paraíso perdido, a través de anhelar las oportunidades y relaciones perfectas que puede ofrecer la vida; cuanto mayor es este anhelo, mayor es el mundo de fantasías que se forjan y mayor la desconexión con sus necesidades más básicas y sencillas; el riesgo principal: perderse totalmente, cayendo en una especie de abismo interior de sufrimiento, cuya causa principal desconocen y al que acaban acostumbrándose como parte de su identidad y de su visión general del mundo.
A pesar de que los subtipos de este rasgo son muy diferentes entre sí, la característica general podría ser la sensación permanente de carencia: siempre les falta algo para ser felices.
Subtipos:
-El subtipo enojado, el “cuatro odio”, reclama abiertamente lo que le falta, suele ser impulsado por el rencor o el resentimiento y puede lograr grandes éxitos con el motor interno de la competitividad, adoptando a menudo una actitud arrogante (como Rimbaud, que exigía fama y adhesión incondicional a su poesía, incluso antes de que ésta fuera publicada).
-El subtipo llamado “social” mostrará más su tristeza y vulnerabilidad, como medios de conseguir ser ayudado para obtener lo que necesita. Marcel Proust, por ejemplo, llegó a desarrollar un asma psicosomático, para aumentar melodramáticamente su necesidad de ser cuidado. No podía quedarse solo, pero tampoco podía salir al mundo, que era para él un lugar inhóspito y amenazador. En las relaciones con quienes le visitaban combinaba una excesiva modestia, gran facilidad para ofenderse y una tendencia reprimida al sarcasmo.
-Por su parte, el subtipo llamado de “conservación”, según la terminología acuñada por Claudio Naranjo (“Autoconocimiento transformador. Los eneatipos en la Vida, la Literatura y la Clínica”, Ediciones La Llave) pone su sensibilidad a servicio de los necesitados, de las víctimas de las injusticias, como Tolstoi, cuyo humanitarismo constituyó la inspiración más importante de Gandhi, Van Gogh, misionero antes de ser pintor, o Lawrence de Arabia, dedicado durante años a la causa árabe con una austeridad casi masoquista.
Normalmente captan muy bien los estados emocionales ajenos, sobre todo si son estados de carencia, de tristeza, depresivos, de sufrimiento. No es por ello infrecuente encontrar a médicos, psiquiatras, terapeutas, sacerdotes, consejeros, enfermeras y profesionales de ayuda en general entre las personas que pueden identificarse con este rasgo. Las penas ajenas les hacen sobrellevar las suyas y, además, vibrar en el grado de intensidad suficiente para mantener un alto nivel de emotividad.
-Fijación.
El principal razonamiento o postura cognitiva que subyace a la pasión de la envidia es la necesidad de compensación. Dicha fijación se produce debido a la comparación continua con los demás, a través de la cual el Cuatro se evalúa, se desvaloriza y se siente en desventaja. Esta forma de verse a sí mismo y al mundo deriva en una demanda al exterior, quejándose unas veces y otras reclamando aquello que les falta. Al contemplar la carencia promovida por dicha comparación con las otras personas, se verá con la necesidad y el derecho de ser compensados. La necesidad de amor se torna en autocompasión.
Es normal en el Cuatro retirarse a su mundo de fantasía y romanticismo, donde se intensifica la emoción y se permite desconectar de la realidad. De hecho, se puede decir que hay una huida de la racionalidad, ya que eso le desconecta de la vivencia emocional que le hace sentir único y especial. En su forma de ver a los seres amados hay una idealización del otro. En las relaciones, sobre todo en las de pareja, se proyecta la figura del salvador, aquel que viene a rescatarlo de su mundo de sufrimiento, produce una decepción al no encontrarse con esa figura idealizada, volviendo otra vez a la sensación de insatisfacción y de no ser suficientemente amado ni valorado.
-Miedo Básico.
Podríamos decir que un miedo profundo que reside en el Individualista es el de no ser uno mismo, perder su propia identidad. Esto hace que muchas veces se complique la vida por tal de vivirse como un ser único que sufre intensamente sus emociones y deseos. Otro miedo característico es al abandono. El Cuatro suele ver en el otro la posibilidad de sentirse completo, pues se da una identificación en la otra persona de los atributos o características buenas y deseables que no cree tener para sí mismo. Esta idea de “ser incompleto” les lleva a dicho miedo profundo al abandono, pues una vida en soledad le conduce nuevamente a un hondo sufrimiento y una fuerte sensación de carencia emocional.
-Mecanismo de Defensa.
En este eneatipo destaca la introyección como principal mecanismo de defensa, la cual se podría definir como una tendencia a incorporar lo que hay fuera en el interior. Al contrario que en la proyección, propia del eneatipo Seis, en la introyección no se expulsa de sí mismo características propias y se ponen en el otro, sino que hay una apropiación de lo externo. La relación con el otro pasa a ser parte del concepto del “yo” de tal manera que, si hay algo malo en la propia persona, hay algo malo en la relación. Esto es debido al auto concepto pobre del Cuatro, que se extiende a lo que considera suyo, como una expansión de la identidad, del Ego.
La introyección conlleva un hambre voraz por ingerir y apropiarse de aquello que compensará la carencia interior. Sin embargo, como cualquier otro mecanismo de defensa, sigue siendo una trampa del Ego, pues por más que se apropie de lo que otros tienen, tarde o temprano, al interiorizarlo y al formar parte del “yo”, pasa por un filtro en el que lo bueno se torna inadecuado e insuficiente. Lo que antes era deseado pasa a ser insatisfactorio debido a la propia consideración interna de que lo que él tiene no es válido. En este sentido, da igual por tanto lo que se interiorice, pues pasará a ser considerado como algo propio y se teñirá de la carencia o insuficiencia con la cual se identifica el Cuatro.
-Infancia.
El niño Cuatro ha crecido bajo la sensación de que no le ha llegado el amor que necesitaba. Ha podido sentirse abandonado o no valorado por ser quien realmente es. Quienes se hayan dominados por esta pasión capital no son siempre aquellas personas entristecidas y enfurruñadas por lo que otros tienen -aunque también las haya-, sino fundamentalmente las que, en algún momento de su infancia, perdieron -o creyeron perder- su pequeño paraíso: su derecho de nacimiento, generalmente el amor paterno o materno.
Ese profundo dolor infantil se transformó poco a poco en una especie de melancolía nostálgica, de carencia irremediable, no ya de lo ajeno, sino de algo propio, que el destino les arrebató, muchas veces con la llegada de un nuevo hermano o hermana o la ausencia repentina e inexplicable del padre o de la madre.
Curiosamente, el Individualista no suele verse reflejado o identificado en sus padres, como si hubiera sido adoptado o él no pudiera formar parte de su familia. En su infancia ha introyectado o se ha tragado metafóricamente a un padre o madre no amoroso, razón por la cual se explica un auto concepto tan negativo. Esto conduce además a la búsqueda de la individualidad y de su propia identidad a costa del propio sufrimiento. También se puede dar la necesidad continua de llamar la atención y hacerse pequeñito para poder ser amparados. Esto es promovido por el amor añorado y perdido en la infancia, que no se deja atrás llegada la etapa adulta. Hay una cierta imposibilidad de aparcar el pasado. La conexión con el pasado doloroso le lleva a refugiarse en un mundo de fantasía. El niño Cuatro muchas veces ha necesitado huir de su realidad, por lo que a veces es común verlo aislado en su habitación, ensimismado y jugando con la imaginación.
Ha vivido su infancia bajo el prisma de que los otros que le rodeaban han sido más completos y valorados, lo que les ha llevado a potenciar un sentimiento de vergüenza por verse a sí mismo en condiciones de inferioridad. Paralelamente, desprende una cierta actitud como si el mundo estuviera en deuda con él por haberle tratado de forma tan injusta. Esto hace que se vea con derecho a demandar y a exigir a los demás el cuidado y la atención que necesita.
-Sexualidad.
En la sexualidad suele desplegarse un deseo de unión. El Cuatro puede llegar a vivir muy íntimamente la experiencia del sexo y la conexión con el otro. Debido a que la fantasía romántica está muy presente en este eneatipo, al pasar por la experiencia real puede quedar una sensación de insatisfacción, fruto de comparar dicha fantasía con el encuentro sexual acontecido. En muchos Cuatro suele producirse una pérdida del interés sexual a medida que pasa el tiempo y la relación avanza. No llega a valorar el sexo en la pareja hasta que se pierde. Es entonces cuando volverá a recobrar el interés pues, a fin de cuentas, se anhela aquello que no se tiene. En su vida de pareja tiende a darse una dualidad de amor-odio, alternando la vulnerabilidad con la agresividad, aspectos que también se pueden trasladar a sus relaciones sexuales.
-Morfología.
El Individualista suele mostrar un cuerpo lacio y de extremidades caídas. Normalmente presenta un “cuello de cisne”, alargado, con una tendencia a la palidez de piel en general. Se vislumbra la tristeza interior en la mirada de sus ojos, el peso de una vida difícil y llena de dolor. En el semblante se puede distinguir la imagen prototípica de una “virgen dolorosa”. Sin embargo, si bien es cierto que el llanto y la queja tienden a estar muy presentes, el Cuatro puede a veces expresarse con una sonrisa para contrarrestar la vergüenza que le genera su auto concepto.
Algo también muy característico en este eneatipo reside en un estilo propio, que se refleja en su forma de vestir, a veces refinada, otras veces extravagante; pero ante todo muy personalizado y distinto a lo común. Esto, además, se extiende a sus pertenencias y a sus habitaciones, donde se lucen colores, formas y estilos extraordinarios, estéticos, originales y con un sello muy íntimo. En general, el cuerpo transmite una cierta sensación de fragilidad, que acompaña a la actitud de demanda característica de esta estructura de carácter.
-Conclusiones.
En resumen, un eneatipo Cuatro se define por ser alguien idealista, dramático, romántico, sufridor, creativo, intensamente emocional, victimista, sensible, tormentoso, fantasioso, esteta, melancólico, ensimismado, temperamental, diferente y especial.
-Cómo avanzar:
Se puede avanzar más fácilmente en el camino de la auto aceptación y de la desidentificación tomando conciencia de que:
1) No existen remedios mágicos e instantáneos para paliar la pérdida original. Sólo vale aceptarla.
2) El lamento no vale para nada y nunca es demasiado tarde para empezar de nuevo.
3) No se es especial por sufrir más o de modo diferente.
4) Se puede apreciar lo que es fácil de conseguir.
5) Las cualidades que envidian de los demás están potencialmente dentro sí.
6) Para solidarizarse y ser útil no es necesario fusionarse con el dolor ajeno.
7) La tristeza no es un enemigo a combatir sino un aliado del que sacar profundidad y compasión.
-En terapia:
Las personas cuya personalidad tiene como pasión dominante la envidia, suelen tener menos resistencias a acudir a una terapia. Es frecuente que sus sesiones sean ocupadas por quejas, catástrofes, desgracias y temores, y que sólo de vez en cuando, o muy al final de la sesión, puedan mencionar, de paso y sin darle importancia, algún progreso importante, una buena noticia, algo que les ha ido bien en la semana. No suelen recibir bien los apoyos psicológicos, morales ni emocionales, pues piensan que no se los merecen, que son estrategias terapéuticas, que “más dura será la caída”, que algo puede amenazar su identidad de víctimas, arrancarles su hábito cuasi gozoso de ser sensibles al sufrimiento. Lo primero que se debe recomendar es no reprimir su sentimiento, sino reconocerlo para poder transformarlo. Otro elemento que habrá que vigilar y trabajar intensamente es el de la autoestima. Hacer ver a la persona que no sirve de nada compararse con otros ni medirse en relación con las cualidades o privilegios de los demás.
Para superar la envidia es muy importante insistir en el punto de que ser diferentes no significa que alguien sea mejor que otro. También es necesario apoyar a la persona a trascender la envidia agresiva “Es injusto que él tenga eso y yo no” o de la envidia depresiva “soy un fracaso, yo no puedo tener lo que ella tiene” para recuperar las funciones naturales de dicho sentimiento, considerando las fortalezas del otro no como una causa para el resentimiento, la descalificación personal o la impotencia, sino como un estímulo o una motivación para la acción que le lleve a conseguir aquello que anhela superando la sensación de sentirse incapaz y la envida hacia otros.
La Envidia y El Pecho.
Después de leer “envidia y gratitud” (1957) escrito por Melanie Klein, he extraído bastante información en la que la autora hace especial hincapié en la estrecha relación que hay entre el pecho de la madre y la envida, que la falta de pecho puede generar en el bebé. He recopilado la información que me ha parecido más interesante. Melanie Klein considera que la envidia, siendo expresión oral-sádica y anal-sádica de impulsos destructivos, opera desde el comienzo de la vida y tiene base constitucional.
A lo largo de su trabajo ha atribuido importancia fundamental a la primera relación de objeto del niño pequeño -la relación con el pecho y con la madre- y ha llegado a la conclusión de que si este objeto primario que es introyectado se arraiga en el yo con relativa seguridad, está dada entonces la base firme un desarrollo satisfactorio. Hay factores innatos que contribuyen a este vínculo. Bajo el dominio de los impulsos orales, el pecho es instintivamente percibido como la fuente de alimento y por lo tanto, en un sentido más profundo, como origen de la vida misma. Esta íntima unión física y mental con el pecho gratificador restaura en cierta medida -si todo marcha favorablemente- la perdida unidad prenatal con la madre y el sentimiento de seguridad que la acompaña.
Se podría decir que el niño, que antes estaba dentro de la madre, tiene ahora a la madre dentro de sí. Las circunstancias externas desempeñan un papel fundamental en la relación inicial con el pecho. Si el nacimiento ha sido dificultoso y sobre todo si existieron complicaciones tales como la falta de oxigeno, ocurre entonces una perturbación en la adaptación al mundo externo y la relación con el pecho se inicia en forma desventajosa.
En casos como éstos el niño queda menoscabado en su capacidad de experimentar nuevas fuentes de gratificación y por lo tanto no puede internalizar suficientemente un objeto primario realmente bueno. Además, si el niño goza o no de alimentación adecuada y cuidados maternos, si la madre goza ampliamente con el cuidado del niño o sufre ansiedad y tiene dificultades psicológicas con la alimentación, todos estos factores influyen en la capacidad del niño para aceptar la leche con placer e internalizar el pecho bueno. El elemento de frustración por parte del pecho entra obligatoriamente en la relación más temprana del bebé con aquél, porque aun una alimentación feliz no puede reemplazar del todo la unidad prenatal con la madre.
El impulso por obtener evidencias constantes del amor de la madre, aun en las épocas más tempranas, tiene su raíz fundamental en la ansiedad. La lucha entre los instintos de vida y muerte y la consiguiente amenaza de aniquilación de sí mismo y del objeto por los impulsos destructivos, son factores esenciales en la relación inicial del niño con su madre. Sus deseos implican el anhelo de que el pecho, y luego la madre, supriman estos impulsos destructivos y el dolor de la ansiedad persecutoria.
Junto con las experiencias felices, las aflicciones inevitables refuerzan el conflicto entre amor y odio -básicamente entre los instintos de vida y muerte- dando como resultado el sentimiento de que existe un pecho bueno y uno malo. Como consecuencia, la primitiva vida emocional se ve caracterizada por una sensación de pérdida y recuperación del objeto bueno.
Este libro trata un aspecto particular de las primitivas relaciones de objeto y los procesos de internalización, cuya raíz está en la oralidad. Se refiere a los efectos de la envidia sobre el desarrollo de la capacidad para la gratitud y la felicidad. La envidia contribuye a las dificultades del bebé en la estructuración de un objeto bueno, porque él siente que la gratificación de la que fue privado ha quedado retenida en el pecho que lo frustró.
La envidia es el sentimiento enojoso contra otra persona que posee o goza de algo deseable, siendo el impulso envidioso el de quitárselo o dañarlo. Además la envidia implica la relación del sujeto con una sola persona y se remonta a la relación más temprana y exclusiva con la madre.
La envidia, en cambio, no sólo busca robar de este modo, sino también colocar en la madre, y especialmente en su pecho, maldad, excrementos y partes malas de sí mismo con el fin de dañarla y destruirla. En el sentido más profundo esto significa destruir su capacidad creadora. Podría decirse que la persona muy envidiosa es insaciable. Nunca puede quedar satisfecha, porque su envidia proviene de su interior y por eso siempre encuentra un objeto en quien centrarse.
El primer objeto envidiado es el pecho nutricio. El bebé siente que aquél posee todo lo que él desea y además un fluir ilimitado de leche y amor, que es retenido para su propia gratificación. Este sentimiento se suma a la sensación de agravio y odio, y da como resultado disturbios en la relación con la madre. La primera forma de envidia se da respecto al pecho de la madre y esto deberá diferenciarse de sus formas posteriores (involucradas en el deseo de la niña de tomar el lugar de su madre y en la posición femenina del varón), en las que la envidia ya no se centraliza en el pecho sino en la madre recibiendo el pene del padre, teniendo bebés dentro de ella, dándolos a luz y siendo capaz de amamantarlos.
Si consideramos que la privación aumenta la voracidad y la ansiedad persecutoria, y que en la mente del niño existe la fantasía de un pecho inagotable que es su mayor deseo, se hace comprensible que la envidia surja aun cuando esté adecuadamente alimentado. Los sentimientos del niño parecen ser de tal naturaleza, que al faltarle el pecho éste se convierte en malo porque guarda para sí la leche, el amor y el cuidado que estaban asociados con el pecho bueno.
El niño no puede dividir y mantener separados amor y odio, y por lo tanto al objeto bueno y malo, está expuesto a sentirse confundido con respecto a lo que es bueno y malo en otras situaciones. Si el alimento y el objeto primario buenos no pudieron ser aceptados y asimilados en el estadio más temprano, esto se repite en la transferencia, perjudicando el proceso terapéutico.
El bebé puede quejarse porque la leche fluye demasiado rápida o demasiado lenta, o porque el pecho no le fue dado cuando más intensamente lo deseaba y es por ello que cuando le es ofrecido ya no lo quiere. Se aleja de aquél y en cambio se chupa el dedo. Cuando acepta el pecho puede no tomar lo suficiente, o ser perturbada la alimentación. Algunos niños tienen, evidentemente, grandes dificultades para superar tales motivos de disgusto. Otros, en cambio, los superan rápidamente a pesar de estar estos sentimientos basados en frustraciones reales; el pecho es aceptado y la mamada disfrutada por completo.
En el proceso terapéutico encontramos que los pacientes que dicen haber tomado su alimento satisfactoriamente sin mostrar signos evidentes de las actitudes descritas, han disociado sus quejas, envidia y odio que sin embargo, con todo, forman parte de su desarrollo caracterológico. Dichos procesos se hacen muy claros en la situación de transferencia.
El deseo original de complacer a la madre, el anhelo de ser amado, así como la necesidad urgente de ser protegido contra las consecuencias de los propios impulsos destructivos, pueden ser hallados como subyacentes a la cooperación de aquellos pacientes cuya envidia y odio están disociados. A menudo se refiere al deseo del bebé de tener un pecho inagotable, siempre presente. Esta sensación de que la madre es omnipotente y de que a ella le toca impedir todo dolor y todo mal provenientes de fuentes internas, también se encuentra en los adultos.
El hecho de que la envidia dañe la capacidad de gozar explica hasta cierto punto la razón de su persistencia: la voracidad, la envidia y la ansiedad persecutoria, que se hallan ligadas entre sí, se incrementan inevitablemente. El sentimiento del daño causado por la envidia, la gran ansiedad que proviene de esto, y la resultante incertidumbre acerca de la bondad del objeto, tienen por efecto aumentar la voracidad y los impulsos destructivos. Siempre que el objeto sea, después de todo, sentido como bueno, tanto más vorazmente es deseado e incorporado.
Contrastando con el bebé que a causa de su envidia no ha logrado estructurar con seguridad un objeto interno bueno, el niño con una fuerte capacidad para el amor y la gratitud tiene una relación profundamente arraigada con su objeto bueno y puede resistir estados temporarios de envidia, odio y sensación de perjuicio sin ser fundamentalmente dañado. De este modo, cuando los estados negativos son pasajeros el objeto bueno es recuperado una y otra vez. Este es un factor esencial para su consolidación y crea el cimiento de un yo fuerte y la estabilidad.
En el curso del desarrollo, la relación con el pecho de la madre se convierte en el fundamento de la devoción hacia personas, valores y causas. El sentimiento de gratitud es uno de los más importantes derivados de la capacidad para amar. La gratitud es esencial en la estructuración de la relación con el objeto bueno, hallándose también subyacente a la apreciación de la bondad en otros y en uno mismo.
Su raíz se halla en las emociones y actitudes que surgen en las épocas más tempranas de la infancia, cuando la madre es el solo y único objeto para el bebé. Se refiere a este vínculo temprano como base para todas las relaciones posteriores con una persona amada. Si la envidia del pecho nutricio es fuerte, interfiere con la gratificación plena porque, como ya se ha mencionado, lo característico de la envidia es que implique robar y dañar aquello que el objeto posee. El bebé sólo puede experimentar una satisfacción plena si está suficientemente desarrollada la capacidad de amar, y a su vez, la satisfacción es la base de la gratitud.
Estas experiencias constituyen no sólo la base de la gratificación sexual sino de toda felicidad posterior, y hacen posible el sentimiento de unidad con otra persona. Esta unidad significa ser plenamente comprendido, hecho que es esencial en toda amistad o relación amorosa feliz. La capacidad de gozar plenamente de la primera relación con el pecho constituye el fundamento para la experimentación de placer proveniente de otros orígenes. Si la satisfacción de ser alimentado sin perturbaciones es vivida con frecuencia, la introyección del pecho bueno se produce con relativa seguridad.
La gratificación plena al mamar significa que el bebé siente haber recibido de su objeto amado un don incomparable que quiere conservar: he aquí la base para la gratitud. Esto incluye en primer término la capacidad de aceptar y asimilar el objeto primario amado (no sólo como fuente de alimento) sin que la voracidad y la envidia interfieran demasiado, ya que la internalización voraz perturba la relación con el objeto. El individuo siente que lo controla y agota y, por lo tanto, lo daña. En cambio, en una buena relación con el objeto interno y externo predomina el deseo de refrenarse y preservarlo.
Cuanto con mayor frecuencia se experimenta y acepta con plenitud la gratificación en el acto de mamar, tanto más a menudo son sentidos el goce y la gratitud en el nivel más profundo, desempeñando un papel importante en toda sublimación y en la capacidad de reparar. Así es posible introyectar un mundo externo más propicio, y como consecuencia se crea una sensación de enriquecimiento. Aun cuando la generosidad es con frecuencia insuficientemente apreciada, esto no necesariamente socava la capacidad de dar.
Por el contrario, en aquellos en quienes este sentimiento de riqueza y fuerza internas no está establecido de manera suficiente, los arranques de generosidad son a menudo seguidos de una necesidad exagerada de ser apreciados y agradecidos, y por consiguiente presentan la ansiedad persecutoria de haber sido robados y empobrecidos. Una gran envidia hacia el pecho nutricio interfiere con la capacidad para el goce pleno, socavando así el desarrollo de la gratitud.
La envidia es percibida como el mayor pecado de todos porque ataca y daña al objeto bueno, que es fuente de vida. El sentimiento de haber dañado y destruido el objeto primario menoscaba la confianza del individuo en la sinceridad de sus relaciones posteriores y le hace dudar de su propia capacidad para amar y ser bondadoso. La frustración y las circunstancias desdichadas sin duda despiertan algo de envidia y odio en cada individuo a lo largo de su vida, pero la fuerza de estas emociones y el modo de enfrentarlas varía de manera considerable.
Esta es una de las numerosas razones por las cuales la capacidad de gozar, ligada al sentimiento de gratitud por la bondad recibida, difiere grandemente en las distintas personas. La envidia excesiva, expresión de los impulsos destructivos, interfiere en la disociación primaria entre el pecho bueno y el malo, y es por ello que no puede ser suficientemente lograda la estructuración del objeto bueno. Así queda sin establecerse la base para una personalidad adulta plenamente desarrollada e integrada, puesto que es perturbada en distintos sentidos la posterior diferenciación entre lo bueno y lo malo.
Los niños con fuerte capacidad para amar sienten menos necesidad de idealizar que aquellos en los que prevalecen impulsos destructivos y ansiedad persecutoria. La idealización excesiva denota que la persecución es la fuerza impulsora principal. Según comenta, descubrió hace muchos años en su trabajo con niños pequeños, que la idealización es el corolario de la ansiedad persecutoria -una defensa contra ésta- y el pecho ideal es la contraparte del pecho devorador. El objeto idealizado se halla mucho menos integrado en el yo que el objeto bueno, puesto que proviene sobre todo de la ansiedad persecutoria y no tanto de la capacidad para amar. Asimismo halló que la idealización se deriva del sentimiento innato de la existencia de un pecho extremadamente bueno, lo que lleva al anhelo de un objeto bueno y a la capacidad de amarlo.
Envidia. Consideraciones Generales.
Algunas personas se enfrentan con su incapacidad (derivada de la envidia excesiva) para poseer un objeto bueno, idealizándolo. Esta primera idealización es precaria, pues la envidia experimentada hacia el objeto bueno está destinada a extenderse hasta su aspecto idealizado. La necesidad de obtener lo mejor de todas partes, interfiere con la capacidad para seleccionar y diferenciar. Esta capacidad también está ligada a la confusión entre bueno y malo que surge en la relación con el objeto primario.
La idealización es una característica de sus relaciones de amor y amistad. Esto tiende a desbaratar estas relaciones, ya que el objeto amado debe ser frecuentemente cambiado por otro, pues ninguno puede llegar a estar totalmente a la altura de lo esperado. En la crítica destructiva, que con frecuencia es descrita como “mordaz” y “perniciosa”, se halla subyacente la actitud envidiosa y destructiva hacia el pecho. Una causa de la envidia es la relativa ausencia de ésta en otros. La persona envidiada es sentida como poseedora de lo que en el fondo es lo más apreciado y deseado, esto es, un objeto bueno, que también implica un buen carácter y un juicio sano. Además, quien puede apreciar de buena gana el trabajo creador y la felicidad ajena, queda a salvo de los tormentos de la envidia, de los motivos de queja y de la persecución.
En las personas de edad avanzada, hace posible la adaptación a la idea de que la juventud no puede ser recuperada y las capacita para experimentar placer e interés con la vida de los jóvenes. Los que sienten que han tenido participación en la experiencia y placeres de la vida, son mucho más aptos para creer en la continuidad de la vida. Esta capacidad para la resignación sin amargura excesiva, que no obstante conserva vivo el poder de gozar, tiene su origen en la infancia, dependiendo del grado en que el niño pudo gozar del pecho sin envidiar en forma excesiva su posesión a la madre. Si predominan la envidia y el odio, estas emociones son en cierta medida transferidas al padre o a los hermanos y luego a otras personas, fallando así el mecanismo de huida.
Despertar la envidia en otros es un método frecuente de defensa; por medio del éxito, de los propios bienes y de la buena suerte, se invierte la situación en que es experimentada la envidia. Su ineficacia como método deriva de la ansiedad persecutoria que ocasiona. Las personas envidiosas y en particular el objeto interno envidioso, son percibidos como los peores perseguidores. Otra razón por la cual esta defensa es precaria proviene en último término de la posición depresiva. El deseo de provocar envidia en otras personas y particularmente en las amadas, y triunfar, crea culpa y miedo de dañarlas.
El impulso de reparación y la necesidad de ayudar al objeto envidiado también son medios muy importantes para contrarrestar la envidia. En último término esto involucra contrarrestar los impulsos destructivos mediante la movilización de sentimientos de amor. Aunque los sentimientos de competencia y envidia son familiares para la mayoría de las personas, sus implicaciones más profundas y tempranas, experimentadas en la situación transferencial, son extremadamente dolorosas y por lo tanto difíciles de aceptar para el paciente. Ayudar al paciente a que atraviese estos conflictos y sufrimientos profundos es el medio más eficaz de fomentar su estabilidad e integración, porque esto lo capacita, por medio de la transferencia, para consolidar el objeto bueno y su amor por él y lograr alguna confianza en sí mismo.
Envidia e Inseguridad.
Se pueden envidiar cosas concretas como objetos materiales o personas, o abstractas como la felicidad, el éxito, el reconocimiento, características de personalidad, bienestar, espiritualidad. Sin embargo, la envidia no ayuda a obtener eso que deseamos, todo lo contrario, genera resentimiento hacia los otros, sensación de incapacidad personal que va creciendo cada vez más en la medida en que no renunciamos a la envidia, tendencia a racionalizar y ver los beneficios o privilegios de los otros como una consecuencia de la injusticia social, amargura crónica y una tendencia obsesiva a poner el foco en los privilegios de los demás sobre las injusticias personales lo que va generando cada vez una mayor sensación de inseguridad y debilidad personal.
-Un Espejo Deformante.
La envidia se asienta en la inseguridad causada por el desconocimiento del propio potencial y cualidades. Al no conocernos, no nos valoramos y construimos una autoestima deficiente. Esta falta de confianza nos mueve a compararnos constantemente con los demás. Y siempre habrá alguien más alto, más rápido, más inteligente, más culto más bondadoso y con más dones que nosotros. El espejo de la envidia siempre nos muestra nuestra incapacidad. Una cosa es sentir envidia y otra permitir que la envidia dirija nuestra vida. Cuando no aprendemos a canalizar la envidia de forma ecológica e inteligente, la envidia se convierte en contaminante y destructiva. No sólo para los demás sino, y muy especialmente, para nosotros mismos. ¿Cuándo aparece la envidia? Cuando otra persona sobresale y se cree que no se lo merece, cuando se siente amenazado su estatus.
El envidioso siempre lleva una máscara puesta porque socialmente, la envidia no está bien vista y mostrarla sería motivo de vergüenza. Así, finge y reprime la ira, la indignación y la frustración que le provocan los éxitos y bienes conseguidos por el otro. El descontento y su propia infelicidad son sus consecuencias. La energía de la envidia intenta destruir a la persona envidiada minimizando sus logros, minando su prestigio, contaminando en forma de rumores, críticas, murmuración o medias verdades, mintiendo o menospreciando al otro. La envidia se convierte patológica cuando desaparece cualquier forma de generosidad y aflora la insatisfacción y la amargura; cuando uno deja de sentir alegría por las cosas buenas y siente una “alegría insana” por los males que afligen al otro.
La Envidia en el Narcisista.
Para reforzar su frágil autoestima, los narcisistas o bien se elevan por encima de los demás y rebajan a los de alrededor, o bien elevan a los demás con el objeto de brillar y revalorizarse a través de ellos. Viven en una continua comparación con el resto. En la inferioridad se contempla al otro con desprecio y se lo juzga desde una actitud crítica e inmisericorde. La mirada focaliza los puntos flacos del otro, no sus virtudes, de lo que resulta una convicción, que refuerza la autoestima: Soy mejor, más listo, más guapo, más digno de ser amado.
En el caso contrario es al otro a quien se eleva. En la idealización todas las facetas del otro aparecen bajo una luz favorecedora, incluso sus lados sombríos. Ese desequilibrio sólo se eliminará pudiendo ver tanto las virtudes y debilidades del otro como las mías. De esta manera se redefine la situación y no hay uno mejor que el otro. Las personas con una autoestima débil recurren a la comparación para estabilizarla, porque su autovaloración depende de factores externos. Lo exterior se convierte así en un instrumento de medida del propio valor, un instrumento que sólo recoge dos parámetros: mejor o peor. Cualquier igualdad se juzga en base a este criterio, por lo que el resultado final no puede ser sino un mejor o peor.
Una mujer atractiva, una colega que tenga también tenga ideas innovadoras, una amiga que ha recibido una estupenda oferta de trabajo, una madre cuyo hijo ha prosperado socialmente: todas estas cuestiones pueden poner en apuros a un yo frágil, que reaccionará cuestionándose seriamente a sí mismo: ¿Soy fea, gorda o menos inteligente? ¿Es mi trabajo menos importante? ¿Es ella mejor madre que yo?
Que una mujer no es menos atractiva sólo porque la otra lo sea, que su éxito profesional no queda mermado por las ideas innovadoras de otra, que el trabajo de los demás pueda ser estupendo sin restarle valor al nuestro y que las madres no son ni mejores ni peores sólo porque su hijo consiga lo que otro no ha logrado son hechos difícilmente comprensibles para los narcisistas, que sólo se encuentran bien cuando son mejores, es decir, cuando existe un desnivel se sienten superiores.
El miedo a no estar a la altura compele a estas personas a la incesante comparación, con la esperanza de ser superiores. Un esfuerzo agotador, una fuente de continuas frustraciones, pues siempre habrá alguien más guapo, más inteligente, feliz, rápido. En la lógica narcisista no hay un lugar para una genuina satisfacción con uno mismo, solo la permanente amenaza de salir mal parado. (El amor vanidoso, Barbel Wardetzki)
Bibliografía.
KLEIN, Melanie: “Envidia y gratitud”
PROUST, Marcel: “En busca del tiempo perdido”
SALAMANA, Héctor: “Psicoterapia Gestalt”
STAMATEAS, Bernardo: “Gente Tóxica”
WARDETZKI, Barbel: “El amor vanidoso”
WILHEM, Reich: “Análisis del carácter”
Revista Mente Sana. No 19, superar la envidia
www.institutoananda.es
www.terapiahumanista.es
Emociones y Salud.
La envidia.
Consideraciones Generales sobre la envidia.
El envidioso, eneatipo cuatro.
La envidia y el pecho.
Leire Zalba Mazizior.
leirezalba@hotmail.com
Pamplona, Junio 2.014