emocionesinfancia1

Gestalt, educación infantil y amor. Rakel Iriarte

Gestalt, Educación Infantil Y Amor.
Rakel Iriarte Laset.

El primer ciclo de educación infantil.
No pedagogías, pedagogías y pedagogía del Instituto Loczy

En mi contacto con diferentes escuelas infantiles me voy llevando la impresión de que en la gran mayoría de escuelas (y en guarderías aún mucho más) o no se sigue ningún tipo de pedagogía, es decir, se improvisa y no se reflexiona; o se sigue alguna pedagogía con la que yo no comulgo (y pocas veces además de forma coherente, ni aunada por el equipo de trabajo); o algunas educadoras sí siguen alguna pedagogía de forma consciente y profesional que yo sí considero adecuada pero que se queda muy limitada porque no la debaten ni aplican a nivel de toda la escuela.
De hecho, si la educadora no siente apoyo por parte del equipo, su motivación suele ir decayendo, En algunas pocas y privilegiadas escuelas llevan a cabo, o están en proceso de ello, un proyecto común, coherente, reflexionado y, en mi opinión, adecuado para el desarrollo armonioso, sano y rico de las niñas y niños de entre 4 meses y tres años de edad.
Me considero afortunada de haberme encontrado con una pedagogía que recoge mi forma de ver a los niños y niñas, el trabajo en la escuela, lo que yo he sacado de la Gestalt y acorde con mi forma de estar en la vida. Una pedagogía que, al aplicarla, veo cómo hace que el ambiente en la escuela cambie totalmente. Los niños se relajan (a pesar de lo difícil que es teniendo en cuenta la masificación existente en las aulas y el elevado número de niños/as que corresponde por cada educadora), los conflictos disminuyen, los momentos de disfrute y de aprendizaje mediante el juego y la experimentación aumentan, podemos hacer observaciones de los niños y de nuestra práctica, los niños comen y duermen mejor y lloran menos, las educadoras disfrutamos más y nos estresamos menos y nuestras relaciones mejoran profesional y personalmente.
Es una pedagogía que, como todas, se basa en una forma de ver a los niños, el desarrollo de nuestras potencialidades y en general toda una manera de entender las relaciones humanas y el desarrollo de las personas. Y este trasfondo es el que creo que coincide con lo que yo he ido descubriendo en Gestalt y en mi proceso terapéutico. A parte de la teoría de la que voy a hablar he conocido otras, que no siento contradictorias, sino que sencillamente se centran más en otros aspectos. La pedagogía de la doctora Emmi Pikler y del Instituto Lóczy de Budapest se centra en el respeto, la confianza, la autonomía y la relación afectiva de calidad con el niño/a. Estos aspectos me parecen los más nucleares.

Principios básicos de la Pedagogía Pikler-Lóczy

De forma resumida, expongo aquí las ideas fundamentales de la forma de trabajar que practican y difunden en el Instituto Pikler-Lóczy de Budapest:
A) Libertad de movimiento y conquista de la autonomía. EL VALOR DE LA ACTIVIDAD AUTÓNOMA, basada en la iniciativa del niño, que surge de su propio interés que le proporciona satisfacción y que se auto refuerza con el resultado que éste obtiene. Respeto a los ritmos y modos de cada niño, no imposición de nuestro ritmo y de nuestras formas.
B) Dar importancia a una RELACIÓN AFECTIVA PRIVILEGIADA. La estabilidad y la regularidad como fuente de seguridad. EL VALOR DE LAS RELACIONES PERSONALES ESTABLES, basadas en un clima de confianza. Constancia en las actitudes educativas y personalización de la relación entre el adulto y el niño, que le proporciona la seguridad necesaria para su progreso global.
Una relación llena de atenciones, empatía y confianza. Para poder establecer vínculos afectivos con cada niño y un conocimiento y seguimiento más profundos, se trabaja mediante REFERENTES. Cada educadora tiene asignado un grupo de niños y niñas determinado y estable para los momentos de mayor interacción cara a cara: comidas, aseo, cambio de pañales, siestas y despedidas y bienvenidas. Así el niño tiene una relación profunda y de calidad en la escuela, un referente seguro y conocido. Permite un vínculo especial. Tener un referente da estabilidad emocional al niño. Primero establecer un vínculo estable y seguro, después el niño se abrirá a otros vínculos y relaciones.
C) Necesidad de favorecer la toma de conciencia de él mismo y de su entorno. Se hará una imagen de sí mismo según cómo se le haya tratado, según cómo: le tocamos y cogemos , le miramos, nos comunicamos con palabras y gestos, le escuchamos ,y de qué tiempo le concedemos y nos concedemos para estar con el niño. El niño toma conciencia de él mismo mediante un ESMERADO RESPETO HACIA SU PERSONA. No lo podemos ver como niño-objeto, sino como niño-persona.
Máxima Cualidad En Las Atenciones Diarias.
Comunicación verbal de todas las acciones que el adulto prodiga al niño.

La Pedagogía De La Vida Diaria.

Muy pensada (programada) la gestión del tiempo para poder dar trato individualizado en las rutinas. Suavidad en los gestos. Petición de su participación y a la vez la espera atenta de su colaboración en las rutinas diarias de alimentación, higiene, vestido, etc.
Importancia Del Bienestar Físico.
Todos estos principios en un marco de RESPETO hacia el niño como persona, como ser único que establece relaciones y que influye en los acontecimientos de su entorno. En resumen: dar confianza al niño para que pueda desarrollar todas sus capacidades, permitiéndole ejercer su actividad autónoma: escoger, tomar decisiones, para llegar a obtener seguridad, buena estima de sí mismo y conquistar su autonomía.
Reflexiones Sobre La Libertad (De Movimiento. De Decisión…) Y La Confianza.
Diría que en general los adultos solemos imponer a los y las menores nuestro criterio, nuestro ritmo, nuestras maneras… más cuanto más pequeños sean los niños. En la escuela infantil, desde luego, sí lo hacemos. Casi siempre de forma inconsciente y algunas pocas veces porque la convivencia en un aula pequeña con muchos niños por cada educadora es muy complicada y requiere una organización “externa” o adulta de horarios, espacios y actividades. Pero he comprobado que muchas cosas que imponemos no son inevitables.
Mi opinión es que muchas veces lo hacemos por falta de consciencia y de conocimiento de otras formas de trabajar y otras muchas veces (la mayoría) porque no nos atrevemos a dejar de controlar y confiar. No solemos confiar en las capacidades y ganas de aprender y de descubrir de los niños. Y no solemos confiar en el proceso natural de maduración y de desarrollo infantil.
Por ejemplo, en muchos centros atan a los niños más pequeños a hamacas- tumbonas y así pasan prácticamente toda la jornada. Así su libertad de movimiento es casi nula. Impedimos el que el niño esté libre, en el suelo, donde él irá poco a poco practicando y dominando nuevas posturas: de boca arriba a medio lado, boca abajo, levantar el tronco y la cabeza, desplazarse arrastrando o raptando por el suelo, gatear, sentarse, ponerse de pie primero con apoyo y después sin él, andar, subir escaleras a gatas y después de pie, correr… Impedimos todo esto entre otras cosas porque tumbado en una hamaca garantizamos que no se caiga, no le pegue otro niño, no se meta cosas “sucias” a la boca, no se manche…
Por un lado impedimos que experimente, fortalezca a su ritmo su cuerpo y vaya adquiriendo habilidades (y se establezcan las conexiones neurona les adecuadas para el desarrollo cerebral y una buena lateralización…) y por otro lado le estimulamos (sobre-estimulamos e inadecuadamente) cuando al adulto nos conviene para que aprenda cuanto antes a sentarse o a andar. No respetamos el ritmo del cuerpo, cerebro y las ganas de cada niño. Les llevamos como títeres colgados de nuestras manos cuando aún él sólo ni siquiera es capaz de sentarse. Les tenemos boca abajo o de pie agarrados a una barra “para que fortalezcan sus músculos” y, eso sí, luego otra vez a la hamaca. Pensamos que para que el niño ande, tenemos que ayudarle.
No confiamos en que lo que tenemos que hacer es no interferir el proceso natural, que le llevará a andar, sí, pero también a arrastrarse, gatear… Como en otras edades y ámbitos, también en la infancia nos obsesionamos con los resultados y no valoramos ni cuidamos los procesos. Y tampoco en la infancia confiamos ni en las potencialidades de las personas (por tanto, también de los niños), ni en el cuerpo y su ritmo propio, ni en la naturaleza y su desarrollo.
Esta idea que recoge esta pedagogía es una de las que a mí más me ha ayudado en terapia, en papel de paciente y en papel de terapeuta. En mi caso, y me temo que en el de muchas otras educadoras, madres, padres y terapeutas, me hace sentir importante el verme imprescindible para un niño. Como si yo fuese poseedora de unos conocimientos y capacidades que él no tiene y yo, tan generosa, se los regalo.
Pero experimentar el confiar y no dirigir (o no tanto) es una gozada. Es muy bonito ver que la realidad te sorprende, que el curso sigue aunque tú no estés ahí, remando, cansada, sintiendo una gran responsabilidad. Y en esa actitud yo he descansado y he aprendido mucho más, además de ganar mucho en humildad… Y para quien no se siente dirigido también es una gozada.
Como paciente, me siento menos dependiente y más capaz, y veo que mi sostén principal no es ese terapeuta concreto sino mi propio cuerpo, mis sensaciones y percepciones, la naturaleza, la propia vida y… esas ayuditas y casualidades que andan por ahí… En los niños he comprobado que cuando empezamos las educadoras a soltar amarras, nada horrible ocurre, sino al revés, que comienza una comunicación preciosa entre adulto y niño y que el ambiente se relaja y alegra de forma notoria.
A la hora de la comida es evidente que no respetamos (ni siquiera atendemos) sus señales de que no quieren comer más. O si lo hacemos, decimos “muy bien” cuando se comen todo (todo lo que la adulta ha decidido ponerle en el plato) y “mal” (o una mala cara), cuando han comido poco de lo que había en el plato. El adulto establecemos la cantidad y el momento, tenga o no hambre. Además solemos tenerlos sentados en una silla o trona de la que no pueden bajarse durante mucho rato.
Entiendo que no solo el criterio del niño es el que cuenta porque de hecho él no está preparado para cuidarse y requiere del criterio adulto. Pero sí podría contar algo su criterio, por ejemplo cuándo ya está saciado, en qué postura no está cómodo, si tiene más sueño que hambre, si cierto sabor le resulta muy desagradable… Para poder atender los deseos atendibles del niño tendríamos que tener primero una actitud de escucha, de atención a sus señales o palabras, si es que ya habla. Luego veríamos si su deseo es atendible, realizable, o no. Quizás no se pueda totalmente, pero sí en parte. Habitualmente no confiamos en que un niño, o incluso un bebé, tengan criterio. No sé si tienen criterio, pero sí perciben sensaciones de su cuerpo, creo que incluso mejor que los adultos.
En mi opinión, si no atendemos las señales que los niños nos comunican (que ya no tienen más hambre, que están asustados o inquietos a la hora de dormir, que les asustan ciertas personas o ciertos ambientes, que no tienen sueño cuando insistimos en que duerman…), dejarán de mandarnos señales, dejarán de comunicar sus sensaciones y finalmente incluso dejen de percibir sus sensaciones.

Niña Objeto- Niña Persona. La Mirada. El Respeto. Reflexiones Sobre El Amor, La Entrega Y La Profesionalidad.

Por lo que voy conociendo de esta pedagogía, me parece que la teoría en sí es muy simple. Es aplastantemente simple. También a lo largo de mi proceso personal me va pareciendo que en lo más simple, en lo menos complejo, está lo más profundo. En lo más básico y natural he encontrado lo que más me ha ayudado a verme y a ver a los demás. Los conceptos teóricos de esta pedagogía son muy sencillos, de sentido común, parecen (y quizás lo sean, solo que el sentido común no está demasiado presente en nuestras vidas, creo yo).
Siempre que los comparto con educadoras o madres-padres, todos me dicen que están de acuerdo con estas ideas, pero luego casi nadie las aplicamos. Para mí el trabajo es reflexionar sobre ellas y llevarlas a la práctica en miles de situaciones diarias. En mi opinión es necesaria una mínima formación pero que básicamente consiste en tomar conciencia de nuestra actitud para con las niñas (y personas, en general).
La pedagogía de Emmi Pikler habla de que el quid está en si vemos a las niñas como personas o como objetos. Si les vemos como personas individuales cada una con sus características y necesidades propias, o si las vemos como una cosa a la que hay que limpiar el pañal, dar de comer un gran plato de puré y yo añadiría: si les vemos como una cosa que tiene que aprender a leer en este curso, que tiene que aprobar con nota, que tiene que superar su crisis psicológica cuanto antes… y así yo, educadora-madre- profesora- terapeuta me quedo tranquila y satisfecha de lo bien que lo hago.
Además, como cosas todas iguales (estándares), no me dan guerra con sus peculiaridades. En esta pedagogía se insiste en mirar a cada niña para verle, para conocerle y poder acompañarle lo mejor posible en su aprendizaje y desarrollo. Y lo mejor posible significa acorde a su ritmo, no por delante ni por detrás, atendiendo a sus capacidades y a sus necesidades e intereses. Esto requiere varias de las actitudes que en Gestalt he aprendido. Una es el ver al otro a la vez que verme a mí misma desde el aquí y el ahora.
Es ese mirar que he descubierto en Gestalt. Es mirarle a la niña (al otro, en general) sin dejar de estar conmigo pero sin ponerle lo mío a ella, o si lo hago, siendo consciente de que lo hago. Es estar entregada a ese momento, con la conciencia puesta en esa mirada, en ese hecho que está sucediendo entre las dos personas que nos miramos y, seguramente, nos comunicamos.
Si una educadora infantil, o una maestra de instituto, aplican en sus clases una programación unisex (uni-grupo, uni-persona, uni-situación, uni-curso…) y un método educativo universal e infalible, no se enterará de quiénes son esas personas que tiene delante suya diariamente y, desde luego difícilmente contribuirá al desarrollo y aflore de las potencialidades que esas niñas y niños tienen en pleno momento de floración.
En mi experiencia voy comprobando que no hay maneras únicas, estándares, ideales de actuación tal y como en algunos libros para padres y madres desesperadas se defiende. Recetas universales para que las niñas se duerman pronto, para que se coman todo, para que deje de tener rabietas, para que no pegue a otras niñas… En primer lugar, deberíamos reflexionar sobre si estos objetivos son adecuados para las niñas o si únicamente lo hacemos por nuestra comodidad adulta. Creo que muchas veces hay que remodelar esos objetivos.
En segundo lugar cada persona-niña es diferente y lo que le ayuda puede no ser lo mismo que a la persona-niña de al lado. Si somos capaces de ver a cada niña, individualmente, iremos conociéndole y sabiendo qué le sienta bien a ella. No a todas les va bien lo mismo porque no todas necesitan lo mismo. Como ocurre en terapia, también en la infancia, unas necesitan rescatar y aflorar su rabia contenida cuando otras necesitan trabajar su “exceso” de rabia que le está impregnando todas sus relaciones. En la escuela infantil que un niño pegue ¿siempre está mal? Yo prefiero entender que más que bien o mal, parece que es inevitable.
Somos animales y por instinto probamos o experimentamos muchas cosas y una es agredir o al menos defendernos usando nuestra fuerza. Creo que las educadoras tenemos que intervenir ahí para guiarle, pero no para cortar de cuajo su impulso agresivo, ni para etiquetarle y castigarle por sentir ese impulso. Y tenemos que intervenir también para proteger, sin llegar a sobreproteger, a las niñas que pueden ser agredidas. Unas niñas tendrán que ir aprendiendo a auto controlar su impulso, a materializarlo de otra forma y a identificar y aceptar su frustración.
Otras niñas tendrán más dificultades para atreverse a expresar su rabia y su frustración, para defender lo que ella desea y para sentirse segura sin tener que buscar continuamente al adulto. Frenamos a menudo muy pronto las expresiones emocionales que nos incomodan a los adultos, pero que no tenemos porqué reprimir: rabia, frustración, la insistencia por conseguir lo que quieren, el llanto… Podemos acompañar y ofrecer nuestra ayuda a la niña en esos momentos, pero no empeñarnos en cortar la expresión de esas emociones. Para esto es necesario tomar en consideración las emociones de estas niñas pequeñas. Si pensamos que sus rabietas o su llanto son teatro y que las suyas son emociones menores, difícilmente las respetaremos ni trataremos como lo hacemos en el caso de los adultos.
Respetar a las niñas (que de primeras todas diremos que estamos de acuerdo e incluso que lo hacemos habitualmente) es respetar sus emociones, sus deseos, su juego… no interrumpirle continuamente e imponer nuestro ritmo y manera.
Si es inevitable hacerlo, que seguro muchas veces lo será, hacerlo con respeto y educación. ¿Acaso cuando un adulto está leyendo un libro vamos y sin decirle nada le quitamos el libro y le llevamos a la mesa a comer, dejándolo ahí plantado delante de su plato de verduras? No, nos acercamos y sin quitarle el libro ni agarrarle del brazo le decimos que la comida está lista y que puede venir a comer, o que por favor venga ya a comer porque si no se enfría, o porque después queremos hacer algo y no nos conviene retrasar la hora de comer… ¿Por qué no ese mismo trato respetuoso a una niña pequeña? ¿Tendrá una buena disposición a comerse ese plato de comida cuando le hemos interrumpido bruscamente su juego y plantado en la silla a comer? ¿Acaso eso no es tratar como un objeto a una persona (persona de 1, 2 ó 3 años)?
En las escuelas, y supongo que en muchas casas también, a menudo el respeto, la espera, el no interrumpir sino acercarnos y hablarle a la niña explicándole lo que queremos hacer abunda por su ausencia. Un sencillo y frecuente ejemplo: ¿cómo solemos limpiar la nariz a una niña pequeña?
Básicamente ésta de repente ve un pañuelo blanco que se le pone delante de la cara y a veces con excesiva fuerza le frota y agita la nariz y luego desaparece. Además, de regalo, igual oye, por detrás suya, una voz que dice lo asquerosillos que son sus mocos… ¿Así le limpiaríamos los mocos a un amigo que tuviese los brazos escayolados? ¿O nos acercaríamos con delicadeza diciéndole que tiene mocos y se los vamos a limpiar y con cuidado le pasaríamos el pañuelo por la nariz? En las escuelas, y en los parques también lo veo muy frecuentemente, se hace muchas veces de forma automática y brusca. La falta de tiempo y el elevado número de niños no es excusa.
Empezar a hacer esta sencilla acción con cuidado, respeto (y si se puede, con amor) es una fácil y preciosa manera de empezar a ver a las niñas de otra forma. El respeto a las niñas en el que insiste la pedagogía de Emmi Pikler requiere, entre otras cosas, una atención especial a nuestra mirada y también a nuestras manos. En otras etapas educativas seguimos tratando a los niños y jóvenes sin respeto y sin verlos individualmente como personas con intereses, necesidades y capacidades y formas de entender el mundo diferente.
Tengo la suerte de no haber visto ejemplos de trato irrespetuoso en terapia. Supongo que una manera sería la de aplicar un método y un ritmo único para todo paciente-objeto que venga a consulta, en vez de pararnos a ver quién y cómo es esa persona-paciente que ha venido a terapia porque sufre y necesita algo. Estar entregada al momento, implicada a nivel personal no significa ser menos profesional. Algunas educadoras cuando conocen esta pedagogía comentan que un trato cuidadoso, amoroso e individualizado puede confundirse con un trato maternal. En terapia yo he sentido que han hecho los terapeutas un patemaje y matemaje conmigo, un modelo de relación sano que me curase de las heridas iniciales.
Pero no son mis padres. Me han dado amor, me han servido de modelos de referencia, han hecho de maestros y de muleta y no por eso han dejado de ser profesionales. Solo que tampoco por ser profesionales han dejado de ser personas, entregadas a la relación y al proceso que se estaba dando. No sé si en la relación educadora-niña se dan transferencias y contratransferencias como en terapia (me da que algo similar al menos, sí), pero el tipo de relación no tiene porqué ser muy diferente.
Par ayudar en terapia veo que es necesario sentir el amor en general y también hacia la persona a la que quieres ayudar. Y no solo con amor es suficiente, también es necesaria la profesionalidad: conocer ciertos contenidos, reflexionar y hacer autocrítica. Sobre todo, trabajar consciente, despierta, en el sentido gestáltico de la palabra. También la entrega, consciencia, autocrítica y reflexión son necesarias en el trabajo en equipo en la escuela.
Una determinada pedagogía dará un fruto rico si se trabaja y aplica en equipo. Si no, seguramente, irá extinguiéndose. Y el equipo está formado por profesionales que a su vez son personas. Y creo que hay que trabajar nuestro aspecto profesional a la vez que el personal. Teoría, conceptos, prácticas educativas y también vivencias, dificultades, conflictos entre compañeras y todo lo que la dinámica grupal vaya trayendo. Creo que también el equipo educativo de una escuela ayuda si sus profesionales se entregan como personas.
En nuestra escuela estamos avanzando a nivel pedagógico y organizativo conforme nos vamos atreviendo a soltarnos un poquito más a nivel personal. Nos vamos habituando a decirnos con mayor sinceridad lo que sentimos dentro del grupo de educadoras, las vivencias que generan en nosotras ciertas prácticas diarias con las niñas. Para mí está siendo una buena manera de continuar mi formación en Gestalt y mi proceso de sanación.

Reivindicando Lo Educativo. La Grandeza De Las “Pequeñas” Cosas. Los Cuidados Y El Bienestar Físicos. La Autonomía Integral.

Claudio Naranjo en su libro “Cambiar la educación para cambiar el mundo”, habla de pasar de una instrucción escolar a una educación integral para hacer personas libres, autónomas, felices y amorosas. Para ello es necesaria otra forma de hacer educación, otra forma de estar en las escuelas, y también incluir otros contenidos y objetivos en la educación. En la etapa 0-3 años creo que más que incluir contenidos hay que reequilibrar la importancia que se les da a algunos de ellos.
Respecto a los objetivos, creo que suelen estar bien recogidos en los proyectos educativos, pero poco desarrollados en el día a día de la escuela. Suele hablarse mucho del objetivo de fomentar la autonomía en el niño. Pero dudo de si solemos hacerlo adecuadamente. Creo que hasta cierta edad les vestimos, les lavamos, les damos de comer, les colocamos aquí o allá, de esta u otra postura… ya partir de determinada edad, de repente, les exigimos que lo hagan solos.
En la pedagogía que estoy describiendo se fomenta esta autonomía desde el principio y de forma progresiva y respetuosa. No se trata de exigir ser autónomo, sino de no impedir que lo sean (que, de hecho, se confía en que en condiciones normales, el niño querrá serio) y estar atentos a su progresivo aprendizaje de pequeños actos encaminados a ir colaborando con el adulto en las tareas diarias (higiene, alimentación, cambio de ropa, cuidado del espacio y del cuerpo…)
Me consta que en el segundo ciclo de educación infantil (3-6 años) cada vez se trabaja de forma más académica e instructiva. La forma de trabajar en Secundaria se va contagiando a Primaria, la de Primaria al segundo ciclo de Infantil y éste va contaminando al primer ciclo (0-3 años). En varios centros de mi entorno hacen fichas, enseñan las letras e incluso a escribir su nombre con 3 años.
Enseñan e instruyen contenidos que ni el propio currículo de la LOE recogen hasta después de los 6 años. Tenemos mucha prisa en que los niños aprendan cosas, contenidos y destrezas académicas. En el tramo 0-3 años hay infinidad de objetivos trascendentales a trabajar. No necesitamos ni conviene incluir contenidos y metodologías propias de otras edades (que dudo además de lo apropiados que son algunos de ellos en Primaria).
No desviaría la atención ni la energía de las educadoras en ese tipo de tareas sino en cómo estamos con cada niño, cómo preparamos el ambiente, qué materiales escogemos y cómo distribuimos el tiempo y las tareas en la jornada diaria. La pedagogía de Emmi Pikler es la pedagogía de la vida diaria. Está muy pensada la gestión del tiempo para poder dar un trato individualizado en las rutinas y no de forma industrial.
La tan nombrada y alabada programación en el sistema educativo actual puede ser una útil herramienta si no solo se usa para programar actividades intelectuales-académicas e iguales para todos los niños-alumnos sino también para programar el tiempo qué se dedica a la relación respetuosa y cuidadosa con cada niño (en el caso del ciclo 0-3 años, especialmente en los momentos de higiene diaria, comida, sueño, cambio de ropa, bienvenidas y despedidas…), al juego libre (aprendizaje por descubrimiento, debates, tutorías, escuchar las necesidades e intereses de los niños… en el caso de otras etapas educativas) ya la observación de los niños, a la comunicación diaria con las familias, a la observación del uso y los efectos del espacio y los materiales que seleccionamos y de nuestra propia conducta en el aula.
El niño se forma una imagen de sí mismo según cómo se le haya tratado: cómo le tocamos y cogemos, le miramos, le hablamos, le escuchamos, los gestos que hacemos, según qué tiempo le concedemos y nos concedemos para estar con él. Por lo tanto, el bienestar físico es lo primero a cumplir. Es la manera más básica de un trato adecuado y debemos atender que esté bien cubierta: que no pase frío ni calor, que no esté pasándolo mal por sueño o hambre, que se le limpie cuando esté sucio, que no esté en posturas que le resultan incómodas, que el lugar esté limpio y aireado…
A veces damos más importancia a una cierta actividad educativa que hemos preparado para los niños que al hecho de que estas necesidades más básicas estén cubiertas. Nos cegamos con lo que hemos programado para ese día y no vemos lo que el momento está demandando. Una frase que he oído al formarme en esta pedagogía y que me gusta mucho es “hay que pulir la cotidianidad para que brille”.
Cuando en Lóczy hablan de autonomía no solo se refieren a que el niño pequeño se lave las manos solo o sepa vestirse sin nuestra ayuda. También se refieren a autonomía a nivel afectivo y psicológico. Han comprobado que si los adultos de referencia mantenemos una relación-interacción de calidad (“momentos de calidad’) que aseguran al niño, en el momento que no tiene al lado al adulto, puede estar solo y jugar autónomamente y tranquilo: ya ha recibido. Cuando hay reclamo continuo, es porque algo pasa, hay algún problema en esa relación que no ha dado suficiente dosis de seguridad al niño.
También en Gestalt hemos aprendido las teorías de Bowlby sobre el apego y he comprobado los efectos de la falta de atención y dedicación siendo niños. No he visto efectos nocivos de coger-acoger demasiado (sí de retener y enganchar), sino su poder curativo. He comprobado el poder sanador de la mirada sosegada, sin prisa, entregada totalmente a ti: el verte reconocida y querida. He comprobado el poder curativo de los abrazos ¿Por qué no vemos perjudicial darnos besos y abrazos siendo adultos y tememos que se vicien los niños si les cogemos cuando lloran pidiéndonos cogerles en brazos?
En Lóczy confían en que cuando el niño ha recibido, después quiere soltarse, descubrir por sí mismo y dar. Yo lo compruebo cada día en mi escuela. Cuando respondemos a la demanda de cercanía y recogimiento del niño, lo que ocurre no es que ya no podré separarlo de mí en toda la mañana, sino que pasado un ratito (en circunstancias normales, un rato breve) quiere volver al suelo, a jugar. Ahí tenemos que estar atentas las educadoras y no impedirlo. Saber ver sus señales de que va aflojándose, relajándose y que hace gestos o movimientos de que ya quiere separarse de nosotras. Así ocurre también a nivel general. Si nos encuentra cuando necesita, se sentirá tranquilo y dispuesto a descubrir el mundo, con el adulto cerca pero cada vez alejándose un poquito más y de vez en cuando, con visitas de “avituallamiento” (de alimento, cuidados, cariño, seguridad, placer, comunicación…)
En esta pedagogía entienden la autonomía como reconocer al niño el potencial que tiene para ser, hacer y decidir por él mismo. Implica que los niños puedan reconocer las necesidades que tienen y poner a prueba qué recursos tienen para satisfacer sus necesidades. Ni adelantarnos, ni no responder a sus demandas de ayuda. Más bien, permitirle participar y cooperar. La prioridad es el proceso, el camino, no el punto máximo al que se ha llegado. Que el niño llegue a donde llegue y cuando llegue.
En terapia Gestalt he visto que el enfoque es similar, añadiendo la toma de conciencia de esos pasos, de lo que hacemos, de lo que creemos que podemos o no hacer… También los niños van tomando conciencia de todo eso … si es que les dejamos probar. Nuestro papel no sería decirle “muy bien, has hecho esto o lo otro”, sino evitar el “bien” o “mal” y sencillamente acompañarle con la mirada y gestos y si le decimos algo, describir lo que acaba de hacer, no valorarlo. En Gestalt, diría que se trata de hacer eso mismo.

Amor, Conciencia Y Motivación: Imprescindibles.

Mi tiempo en terapia y formación Gestalt me han ayudado y motivado mucho en mi trabajo en una escuela infantil. Con las herramientas que he adquirido durante mi proceso personal me siento con una disposición mucho más abierta que la que tenía antes. Ahora puedo ir viendo a los niños de la manera que he descrito en este escrito. Mi reto más difícil está siendo aplicar todo lo dicho con las familias y, sobre todo, con mis compañeras.
Hablando con una educadora catalana especialista en esta pedagogía que nos acompaña y asesora en el proceso de “inmersión” en la pedagogía Pikler, le planteaba que me parece que con algunas compañeras la dificultad está en que no sienten esta manera de ver a los niños. Podemos hablar y hablar de cómo dirigirnos a ellos, pero el cambio de “chip” que yo y muchas compañeras han llegado a hacer al empezar a reflexionar sobre todo esto, otras no lo hacen o mínimamente, como de manera forzada, no partiendo desde dentro. Ella decía que efectivamente se pueden conocer estas ideas pero, si no se siente, es imposible llegar a trabajar desde esta perspectiva.
Creo que se puede aprender, pero que otra parte es más de terapia que de curso. O sea, más de formación personal que de formación sobre teorías. Quizás no todos los profesionales de la educación estarán de acuerdo en ir profundizando en cómo son, cómo se relacionan con las personas indefensas (niños/as muy pequeños/as), qué papel toman en el aula y en la dinámica del equipo educativo, qué imagen están queriendo mantener ante los padres, cómo vive su impotencia en el aula…
Veo imprescindible la motivación porque los niños y niñas estén lo más felices posible en la escuela y por ayudarles las educadoras a sacar lo mejor de ellos mismos. Esa motivación creo que suele existir en el personal que trabaja en escuelas de 0-3 años, por suerte, aunque a veces esa motivación hay que “desempolvarla”. La conciencia también la considero imprescindible si queremos dejar de tratar a los niños de forma estereotipada y como objetos. Esa conciencia sí creo que a base de reuniones, observaciones y devoluciones mutuas, interés, formación teórica y experiencias prácticas y tiempo, mucho tiempo, sí puede ir aumentándose.
El amor, el otro ingrediente que considero básico, no tengo tan claro si puede llegarse a él tan fácilmente. Los terapeutas gestálticos han llegado a ejercer después de un proceso personal que probablemente les habrá abierto su corazón a una vivencia intensa del amor. Los educadores no tenemos que pasar por eso para trabajar en una escuela. Por suerte, la mayoría de educadoras que conozco, una vez que van conociendo estas teorías y probándolas, van ablandándose, van acercándose a una forma diferente de ver a los niños y seguramente, a las personas y a sí mismas. Pero no sé hasta qué profundidad podrá llegar ese cambio.
Intentamos contagiar nuestro amor y nuestra visión de la infancia y la educación a compañeras y familias, pero a veces lo hacemos desde el amor y otras, desde la rabia, la impaciencia, la imposición, el cansancio, desde el Ego. Yo estoy convencida de que todas y todos llevamos amor y sabiduría dentro de nosotros aunque a veces, en el día a día, no tengo esta idea presente. Espero que yo y mis compañeras tengamos paciencia, fuerza y amor para profundizar y así crecer juntas como personas y como profesionales de la infancia, de la educación y del amor.
“Llegar a conocerse es, sin embargo, un proceso mutuo. Mientras nosotros vamos conociendo al niño, él empieza a conocernos a nosotros y, sobre todo, a conocer nuestras manos. Las manos formas la primera relación del recién nacido con el mundo (a parte del amamantar). Son manos las que le levantan, le acuestan, le lavan, le visten y, en su caso, le dan de comer. ¡Qué diferencia! Qué distinta es la imagen del mundo que se presenta al recién nacido si son manos tranquilas, pacientes, cuidadosas y, al mismo tiempo, manos seguras y decididas las que le tocan-y qué distinto se forma el mundo Si estas manos son impacientes, rudas o aceleradas, inquietas o nerviosas. Al principio para el recién nacido las manos lo abarcan todo: son el ser humano, son el mundo…”

Rakel Iriarte Laset.
2.010 Pamplona.