Emociones y Salud.
El marcador Somático.
Antonio Damasio.
Ahora ya sabemos que son varias las estructuras cerebrales relacionadas con la emoción, tras los trabajos de W. Cannon se han formulado diferentes teorías que relacionan las estructuras cerebrales con la experiencia emocional. Las emociones son procesos adaptativos básicos, anteriores al desarrollo funcional del sistema nervioso, y a la par son mecanismos adaptativos que se hallan encuentran presentes en muchas especies inferiores.
El sustrato biológico emocional se halla en estructuras subcorticales, zonas del sistema nervioso central antiguas, como por ejemplo, el sistema límbico. Mas esto, que está comprobado no es completo, ya que, en función de la investigación de varias teorías queda por determinar, desde lo filogenético, el papel que en las emociones desempeñan otras estructuras neurobiológicas más recientes, como son las estructuras neocorticales. De ellas se desprende que aunque son los sistemas cerebrales subcorticales quienes desempeñan fundamentalmente un papel en los aspectos de evaluación y reacción automática, la parte cognitiva, la experiencia subjetiva y la regulación voluntaria del desarrollo emocional dependen de otros sistemas localizados en otras áreas de la corteza cerebral.
El libro de Damasio presenta la relación entre emociones y sentimientos y las bases de éstos en el cerebro, concluye en su libro: El error de Descartes es la separación abismal entre cuerpo y mente, la sugerencia de que razonamiento, juicio moral y sufrimiento derivado del dolor físico o emocional pueden existir separados del cuerpo. Primero estuvo el cuerpo, dice Damasio, y luego el pensamiento. “Somos, y después pensamos, y pensamos sólo en la medida en que somos, porque las estructuras y las operaciones del ser causan el pensamiento.”
Damasio es médico y doctor por la universidad de Lisboa, Más tarde, se trasladó a los Estados Unidos donde fue jefe de neurología en el centro médico de la universidad de Iowa, siendo profesor de Psicología, Neurociencia y Neurología en la Universidad del Sur de California. Es investigador en varias áreas de las neurociencias, y autor de textos de neurobiología. Casado con Hanna, co-autora en varios de sus libros. En el libro de “En busca de Spinoza” relaciona filosofía con neurobiología, donde indica que podemos diseñar desde la ciencia directrices para la ética humana. Investiga sobre las bases neurológicas de la mente, especialmente en lo relacionado con los sistemas neuronales que subyacen a memoria, lenguaje, emociones y proceso de decisiones. Como médico, estudia y trata, desórdenes del comportamiento y de la cognición, y del movimiento. Damasio recibió junto a su esposa el príncipe de Asturias en 2005.
Tras años de investigación y trabajo de campo nos presentó una teoría propia en su libro “El error de Descartes”. Según nos relata la experiencia afectiva global se compone de tres elementos: los procesos de valoración del estímulo, las reacciones corporales y viscerales con las que el sistema nervioso responde a esta inicial valoración y cómo el cerebro percibe esos cambios corporales y viscerales, siendo este último punto, la percepción cerebral, y sobre esta base él elabora su hipótesis del “marcador somático”. Damasio nos dice que la toma de decisiones no depende exclusivamente de procesos racionales, sino que éstos están apoyados en otros procesos de tipo emocional que arbitran la toma de decisiones. Apoyado en su trabajo con pacientes que han sufrido lesiones en la corteza prefrontal, analiza las alteraciones conductuales y emocionales consiguientes y concluye que es en esta zona del cerebro donde se hallan localizados los sistemas por medio de los que las emociones participan en la toma de decisiones”
Si solamente dispusiéramos de una respuesta estrictamente racional para nuestros problemas cotidianos necesitaríamos mucho tiempo para poder decidir ante cualquier situación a la que nos podamos enfrentar, si solamente podemos imaginar todas las alternativas posibles para afrontar cualquier problema, y determinar, para cada una de ellas, sus costes y sus beneficios a fin de comparadas y poder decidir cuál de ellas es la mejor, nuestra toma de decisiones se vería muy demorada en el tiempo e intensidad.
De tal forma que cuando habitualmente, nos encontramos ante la existencia de diferentes posibilidades de acción, es la corteza prefrontal la que crea y va representando para nosotros toda una gama de probabilidades, de aquello que es posible que ocurra si nosotros elegimos esa opción. Estas representaciones que nos muestra la corteza incluyen, una descripción de la situación, una anticipación de las reacciones corporales y viscerales y una muestra de la reacción emocional que la situación real podría desencadenar.
Esta muestra de acciones corporales y viscerales es lo que Damasio nos presenta como “marcador somático”, somático, “soma” cuerpo y marcador, porque lo que hace es marcar afectivamente cada una de las elecciones posibles. Por consiguiente, cuando el sujeto intenta tomar una decisión, tiende a evitar aquellas opciones que han sido marcadas por sensaciones viscerales desagradables y “preselecciona” aquellas que han sido marcadas positivamente. Se acota, de esta manera, el número de alternativas de elección posibles, incrementándose la velocidad del proceso de elección. Los “marcadores somáticos” simplifican el proceso de toma de decisiones.
Para él la elección y la toma de decisiones no sólo están guiadas por la evaluación de los costes-beneficios de cada una de las opciones posibles, sino también por el conocimiento implícito anticipado del valor afectivo de cada opción. “En síntesis, podríamos decir que autores como Antonio Damasio (2004) han puesto en evidencia que además de un eje de influencia “de arriba abajo”, en virtud del cual los procesos cognitivos superiores determinan la experiencia emocional” (Palmero, 2003), existe una influencia “de abajo arriba”, de tal manera que la activación emocional puede influir y condicionar la actividad de los procesos cognitivos superiores.
La Hipótesis Del Marcador Somático.
Razonar y Decidir.
Casi nunca pensamos en el presente y, cuando lo hacemos, es sólo para ver cómo ilumina nuestros planes para el futuro. Son palabras de Pascal, y es fácil ver qué gran percepción tenía sobre la práctica inexistencia del presente, consumidos como estamos por emplear el pasado para planificar lo que sea que venga después, a un momento de distancia o en el lejano futuro. Este proceso incesante de creación, que todo lo consume, es de lo que tratan el razonamiento y la decisión, y este capítulo versa sobre una fracción de sus posibles fundamentos neurobiológicos.
Quizá sea exacto decir que el propósito del razonamiento es decidir, y que la esencia de decidir es seleccionar una opción de respuesta, es decir, elegir una acción no verbal, una palabra, una frase o alguna combinación de todo lo anterior, entre las muchas posibles en aquel momento, en conexión con una situación determinada. Razonar y decidir están tan entretejidos que con frecuencia se usan indistintamente. Phillip Johnson-Laird captó la fuerte interconexión en forma de una máxima: “Para decidir, hay que juzgar; para juzgar, hay que razonar; para razonar, hay que decidir [sobre qué se razona]”.
Los términos razonamiento y decisión suelen implicar que quien decide tiene conocimientos: a) sobre la situación que requiere una decisión, b) sobre las diferentes opciones de acción (respuestas), y e) sobre las consecuencias de cada una de estas opciones (resultados), inmediatamente y en épocas futuras. El conocimiento, que existe en la memoria bajo la forma de representación disposicional, puede ser hecho accesible a la consciencia tanto en una versión sin lenguaje como en una versión con lenguaje, en la práctica simultáneamente.
Los términos razonamiento y decisión también implican por lo general que el decisor posee alguna estrategia lógica para producir inferencias válidas sobre cuya base se selecciona una opción de respuesta apropiada, y que los procesos de soporte requeridos para el razonamiento están en su lugar. Entre estos últimos, se suelen mencionar la atención y la memoria funcional, pero no se oye nunca ni un murmullo sobre la emoción o el sentimiento, y no se oye casi nada sobre el mecanismo que genera un repertorio de opciones diversas para su selección.
A partir de lo que se ha escrito más arriba sobre el razonamiento y la decisión, parece que no todos los procesos biológicos que culminan en una selección de respuesta pertenecen al ámbito del razonamiento y la decisión tal como se ha esbozado anteriormente.
Tres ilustraciones:
• Para la primera ilustración, considérese lo que ocurre cuando el nivel de azúcar en nuestra sangre cae y las neuronas de nuestro hipotálamo registran dicha reducción. Existe una situación que demanda acción; existe el “conocimiento” fisiológico inscrito en las representaciones disposicionales del hipotálamo; y existe, inscrita en un circuito neural, una “estrategia” para seleccionar una respuesta que consiste en instituir un estado de hambre que eventualmente nos impulsará a comer. Pero el proceso no implica un conocimiento manifiesto, ni un despliegue explícito de opciones y consecuencias, ni mecanismo consciente de inferencia, hasta el punto en que finalmente nos damos cuenta de que tenemos hambre.
• Para mi segunda ilustración, considérese lo que ocurre cuando nos apartamos bruscamente para esquivar un objeto que cae. Existe una situación que requiere una acción rápida (es decir, el objeto que cae); existen opciones para la opción (esquivado o no), y cada una tiene una consecuencia distinta. Sin embargo, para seleccionar la respuesta no utilizamos ni el conocimiento consciente (explícito) ni una estrategia de razonamiento consciente.
El conocimiento indispensable fue consciente una vez, cuando aprendimos por primera vez que los objetos que caen pueden hacemos daño y que evitarlos o detenerlos es mejor que ser golpeados. Pero la experiencia con tales supuestos a medida que crecimos hizo que nuestro cerebro emparejara de manera sólida el estímulo provocador con la respuesta más ventajosa. La “estrategia” para la selección de respuesta consiste ahora en la activación de la fuerte conexión entre el estímulo y la respuesta, de manera que la puesta en práctica de la respuesta aparezca automática y rápidamente, sin esfuerzo ni deliberación, aunque voluntariamente podemos intentar evitarla.
Carrera; decidir con quién casarse o a quién ofrecer amistad; decidir si volar o no cuando se anuncian tormentas inminentes; decidir a quién votar o cómo invertir los ahorros; decidir si se perdona a una persona que ha obrado mal con nosotros o, si uno es gobernador de un estado, conmutar la sentencia del preso sentenciado a muerte. Para la mayor parte de individuos, el otro grupo de ejemplos también incluiría el razonamiento correspondiente a construir un nuevo motor, o diseñar un edificio, o resolver un problema matemático, componer una pieza musical o escribir un libro, o bien juzgar si un nuevo proyecto de ley está de acuerdo con el espíritu o la letra de una enmienda constitucional, o si los viola.
Todos los ejemplos de la tercera ilustración se basan en el proceso supuestamente claro de derivar consecuencias lógicas a partir de premisas asumidas, la tarea de efectuar inferencias fiables que, libre de las trabas de la pasión, permite escoger la mejor opción posible, lo que conduce a la mejor solución posible, dado el peor problema posible. Así, no es difícil separar la tercera ilustración de las otras dos. En todos los ejemplos de la tercera ilustración situaciones estímulo son más complejas; las opciones de respuesta son más numerosas; sus consecuencias respectivas poseen más ramificaciones y dichas consecuencias suelen ser diferentes, de inmediato y en el futuro, lo que plantea conflictos entre posibles ventajas y desventajas en función de marcos temporales diversos.
La complejidad y la incertidumbre son tan grandes que no es fácil conseguir predicciones fiables. Y lo que es igualmente importante, para producir una estrategia de gestión deben aparecer en la consciencia un gran número de estas múltiples opciones y resultados. Para efectuar una selección de respuesta final debemos aplicar el razonamiento, y ello implica tener en mente muchísimos hechos, hacer cuadrar los resultados de acciones hipotéticas y comparadas con fines intermedios y últimos, todo lo cual requiere un método, algún tipo de instrucciones del juego entre las varias que ensaya en incontables ocasiones en el pasado.
Pero si la naturaleza de los ejemplos de la tercera ilustración difieren forma notable de las dos primeras, también es cierto que en ella los ejemplos no son todos del mismo tipo. Aunque es cierto que todos requieren razón en el sentido más común del término, algunos están más cerca que o de la persona y del ambiente social del que ha de decidir. Decidir a quién amará o se perdonará, escoger entre distintas carreras o elegir una inversión se encuentran en el dominio personal y social inmediato; resolver el último teorema de Fermat o dictaminar sobre la constitucionalidad de un texto legal están más alejados del núcleo personal (aunque se pueden imaginar excepciones).
Los primeros se alinean rápidamente con las nociones de racionalidad y razón práctica; los últimos caen más fácilmente en el sentido general de razón, razón teórica e incluso razón pura. La idea intrigante es que a pesar de las diferencias manifiestas entre los ejemplos, y a pesar de que aparentemente se agrupan en función del dominio y del nivel de complejidad, bien pude ocurrir que a través de todo ellos corra un hilo común en forma de un núcleo neurobiológico compartido.
Consideremos de nuevo los supuestos que he señalado. Los componentes clave se desarrollan en nuestra mente de forma instantánea, esquemática, y en la práctica simultáneamente, demasiado de prisa para que los detalles estén claramente definidos. Pero ahora, imagine el lector que antes de aplicar ningún análisis de coste beneficio a las premisas, y antes de razonar hacia la solución del problema, ocurre algo muy importante: cuando el resultado malo conectado a una determinada opción de respuesta aparece en la mente, por fugazmente que sea, experimentamos un sentimiento desagradable en las entrañas.
Dado que el sentimiento tiene que ver con el cuerpo, di al fenómeno el término técnico de estado somático soma es cuerpo en griego); y puesto que “marca” una imagen, lo denominé marcador. Adviértase de nuevo que utilizo somático en el sentido más general (lo que pertenece al cuerpo), y que incluyo tanto la sensación visceral como la no visceral cuando me refiero a los marcadores somáticos.
¿Qué consigue el marcador somático? Fuerza la atención sobre el resultado negativo al que puede conducir una acción determinada, y funciona como una señal de alarma automática que dice: atención al peligro que se avecina si eliges la opción que conduce a este resultado. La señal puede llevarnos a rechazar, inmediatamente, el curso de acción, con lo que hará que elijamos entre otras alternativas. La señal automática nos protege de pérdidas futuras, sin más discusión, y entonces nos permite elegir a partir de un número menor de alternativas.
Todavía queda margen para emplear un análisis de coste beneficio y la competencia deductiva adecuada, pero sólo después de que el paso automático reduzca drásticamente el número de opciones. Puede que los marcadores somáticos no sean suficientes para la normal toma de decisiones en los seres humanos, puesto que todavía tendrá lugar un proceso subsiguiente de razonamiento y selección final en muchos casos, aunque no en todos. Los marcadores somáticos aumentan probablemente la precisión y la eficiencia del proceso de decisión. Su ausencia las reduce.
Esta distinción es importante y puede pasarse fácilmente por alto. La hipótesis no se refiere a los pasos de razonamiento que siguen a la acción del marcador somático. En resumen, los marcadores somáticos son un caso especial de sentimientos generados a partir de emociones secundarias. Estas emociones y sentimientos han sido conectados, mediante aprendizaje, a resultados futuros predecibles de determinados supuestos. Cuando un marcador somático negativo se yuxtapone a un determinado resultado futuro, la combinación funciona como un timbre de alarma. En cambio, cuando lo que se superpone es un marcador somático positivo, se convierte en una guía de incentivo.
Esta es la esencia de la hipótesis del marcador somático. Pero para apreciar todo el alcance de la hipótesis, el lector debe seguir leyendo y descubrirá que a veces los marcadores somáticos pueden operar de forma encubierta (sin aparecer en la consciencia) y pueden utilizar un bucle “como si”.
Los marcadores somáticos no deliberan por nosotros. Ayudan a la deliberación al resaltar algunas opciones (ya sean peligrosas o favorables) y eliminadas rápidamente de la consideración consiguiente. Podemos pensar en ellos como un sistema de calificación automática de predicciones, que actúa, lo queramos o no, para evaluar los supuestos extremadamente diversos del futuro anticipado ante nosotros. Piénsese en ellos como un dispositivo de predisposición.
Por ejemplo, imagínese el lector ante la perspectiva de una ganancia de intereses excepcionalmente elevados debido a una inversión muy arriesgada. Imagínese que le piden que diga sí o no rápidamente, en medio de otros asuntos que ocupan su atención. Si un estado somático negativo acompaña el pensamiento de seguir adelante con la inversión, esto le ayudará a rechazar esta opción y forzará al lector a un análisis más detallado de sus consecuencias potencialmente peligrosas. El estado negativo conectado con el futuro contrarresta la perspectiva tentadora de una recompensa grande e inmediata.
Así, la idea del marcador somático es compatible con la noción de que el comportamiento personal y social efectivo requiere que los individuos formen “teorías” adecuadas de su propia mente y de la mente de los demás. Sobre la base de dichas teorías podemos predecir qué teorías están formando los demás de nuestra propia mente. El detalle y la precisión de dichas predicciones son, desde luego, esenciales cuando nos enfrentamos a una decisión crítica en una situación social.
Nuevamente, el número de supuestos a examen es inmenso, y mi idea es que los marcadores somáticos (o algo que se les parece) coadyuvan al proceso de cribar una tal profusión de detalle; en realidad, reducen la necesidad de cribar porque proporcionan una detección automática de los componentes del supuesto que tienen más probabilidades de ser relevantes. Debiera ser aparente la asociación entre los procesos denominados cognitivos y los procesos que se suelen llamar “emocionales”.
Esta explicación general es asimismo de aplicación a la elección de acciones cuyas consecuencias inmediatas son negativas, pero que generan resultados futuros positivos. Un ejemplo es soportar sacrificios ahora para alcanzar beneficios más tarde. Imagínese que con el fin de dar la vuelta a la fortuna de un negocio que languidece, el lector y sus trabajadores han de aceptar una reducción en los salarios, desde este momento, combinada con un aumento espectacular en el número de horas laborables. La perspectiva inmediata es desagradable, pero el pensamiento de una ventaja futura crea un marcador somático positivo, y esto pasa por encima de la tendencia de decidir en contra de la opción penosa inmediata. Este marcador somático positivo que es disparado por la imagen de un buen resultado futuro ha de ser la base para soportar lo desagradable como prefacio de cosas potencialmente mejores.
¿De qué modo, si no, aceptaríamos la cirugía, las marchas atléticas, el instituto y la facultad de medicina? Por pura fuerza de voluntad, alguien podría contestar: pero, entonces, ¿cómo puede explicarse la fuerza de voluntad? La fuerza de voluntad recurre a la evaluación de una perspectiva, y dicha evaluación puede no tener lugar si la atención no se dirige adecuadamente a la molestia inmediata y a la recompensa futura, al sufrimiento actual y a la gratificación futura. Elimínese esta última y se eliminará la sustentación de las alas de la fuerza de voluntad. La fuerza de voluntad no es más que otro nombre para la idea de elegir en función de los resultados a largo plazo y no de las consecuencias a corto plazo.
Marcadores somáticos:
-¿De dónde vienen todos?
-¿Cuál es el origen de los marcadores somáticos, en términos neurales?
-¿Cómo hemos llegado a poseer estos dispositivos tan útiles?
-¿Nacimos con ellos? Si no, ¿cómo surgieron?
Tal como vimos en el capítulo anterior, nacimos con la maquinaria neural precisa para generar estados somáticos en respuesta a determinadas clases de estímulos, la maquinaria de las emociones primarias. Esta maquinaria está sesgada de manera permanente para procesar señales que conciernen al comportamiento personal y social, e incorpora de entrada disposiciones para emparejar un gran número de situaciones sociales con respuestas somáticas adaptativas.
Algunos hallazgos en seres humanos normales encajarían con esta opinión, lo mismo que la evidencia de pautas complejas de cognición social que se han encontrado en otros mamíferos y en aves. No obstante, la mayoría de marcadores somáticos que empleamos para la toma de decisiones racional se crearon probablemente en nuestro cerebro durante el proceso de educación y socialización, al conectar clases específicas de estímulos con clases específicas de estados somáticos. En otras palabras, se basan en el proceso de las emociones secundarias.
La acumulación progresiva de marcadores somáticos adaptativos requiere que tanto el cerebro como la cultura sean normales. Cuando el cerebro o bien la cultura son defectuosos, al principio es poco probable que los marcadores somáticos sean adaptativos. Un ejemplo del primer caso puede encontrarse al menos en algunos pacientes afectados por una condición conocida como sociopatía o psicopatía de desarrollo.
Los sociópatas o psicópatas de desarrollo nos son bien conocidos a partir de las noticias de los periódicos. Roban, violan, matan, mienten. A veces son vistos. El umbral al que sus emociones afloran, cuando lo hacen, es tan alto que resultan inconmovibles y, a partir de sus propios informes, son insensibles e impasibles. Son la imagen misma de la cabeza fría que nos decían que debíamos mantener para hacer las cosas adecuadas. A sangre fría, y para perjuicio evidente de todos, ellos incluidos, los sociópatas suelen repetir sus crímenes. En realidad, son otro ejemplo de un estado patológico en el que una reducción de la racionalidad viene acompañada por una disminución o ausencia de sentimientos.
Es ciertamente posible que la sociopatía de desarrollo surja de la disfunción dentro del mismo sistema global que se hallaba deteriorado en Gage, al nivel cortical o subcortical. Pero, sin embargo, más que el resultado de una lesión macroscópica directa ocurrida en la edad adulta, el deterioro de los sociópatas de desarrollo provendría de una circuitería anormal y de una emisión anómala de señales químicas, y empezaría en una fase temprana del desarrollo. Comprender la neurobiología de la sociopatía podría llevar a su prevención o tratamiento. También podría ayudar a comprender el grado en que los factores sociales interactúan con los biológicos para agravar la condición, o para incrementar su frecuencia, e incluso esclarecer aquellas condiciones que superficialmente pueden ser similares y, sin embargo, estar determinadas en gran parte por factores socioculturales.
Cuando la maquinaria neural que sostiene específicamente la formación y el despliegue de los marcadores somáticos se lesiona en la edad adulta, como le ocurrió a Gage, el dispositivo del marcador somático ya no funciona adecuadamente, aunque hasta entonces hubiera sido normal. Utilizo el término de sicopatía “adquirida”, como resumen cualificado, para describir una parte de los comportamientos de dichos pacientes, aunque mis pacientes y los sociópatas de desarrollo son distintos en varios aspectos, del que no es el menor el que mis pacientes raramente son violentos.
El efecto de una “cultura enferma” sobre un sistema adulto de razonamiento normal parece ser menos espectacular que el efecto de un área focal de lesión cerebral en este mismo sistema adulto normal. Pero existen ejemplos de lo contrario. En Alemania y la Unión Soviética durante las décadas de 1930 y 1940, en China durante la Revolución Cultural y en Camboya durante el régimen de Pol Pot, para mencionar sólo los casos más obvios, una cultura enferma prevaleció sobre una maquinaria de razón presumiblemente normal, con consecuencias desastrosas. Temo que sectores importantes de la sociedad occidental se están convirtiendo gradualmente en otros trágicos contraejemplos.
Así pues, los marcadores somáticos se adquieren con la experiencia, bajo el control de un sistema de preferencia interno y bajo la influencia de una serie de circunstancias externas que incluyen no sólo entidades y acontecimientos con los que el organismo ha de interactuar, sino también convenciones sociales y normas éticas.
La base neural para el sistema de preferencia interno consta de disposiciones reguladoras en su mayoría innatas, formuladas para asegurar la supervivencia del organismo. Conseguir la supervivencia coincide con la reducción eventual de estados corporales desagradables y la consecución de estados homeostáticos, es decir, estados biológicos equilibrados desde el punto de vista funcional. El sistema de preferencia interno está sesgado o predispuesto de forma innata para evitar el dolor, buscar el placer potencial y, probablemente, está pre ajustado para conseguir estos fines en situaciones sociales.
La serie externa de circunstancias abarca las entidades, ambiente físico y acontecimientos en relación a los cuales los organismos han de actuar; posibles opciones de acción; posibles resultados futuros de estas acciones; y el castigo o la recompensa que acompañan a una determinada opción, tanto de forma inmediata como pasado un tiempo, a medida que se despliegan los resultados de la acción por la que se ha optado. En las etapas tempranas del desarrollo, el castigo y la recompensa no sólo son administrados por las propias entidades, sino también por los padres y otros mayores e iguales, que generalmente encarnan las convenciones sociales y los principios éticos de la cultura a la que pertenece el organismo. La interacción entre un sistema de preferencia interno y series de circunstancias externas extiende el repertorio de estímulos que se marcarán de manera automática.
El conjunto crítico, formativo, de estímulos con parejas somáticas se adquiere, indudablemente, en la infancia y la adolescencia. Pero la acumulación de estímulos marcados somáticamente sólo cesa cuando cesa la vida, de modo que es apropiado describir esta acumulación como un proceso de aprendizaje continuo.
Al nivel neural, los marcadores somáticos dependen del aprendizaje dentro de un sistema que puede conectar determinadas categorías de entidad o evento con la puesta en práctica de un estado corporal, agradable o desagradable. Incidentalmente, es importante no reducir el significado de castigo y recompensa en la evolución de las interacciones sociales. La falta de recompensa puede constituir un castigo y ser desagradable, del mismo modo que la falta de castigo puede constituir un premio y ser relativamente placentera. El elemento decisivo es el tipo de estado somático y de sentimiento que se produce en un individuo determinado, en un punto determinado de su historia, en una situación dada.
Cuando la elección de la opción X, que conduce al resultado negativo Y, es seguida de castigo y, por lo tanto, de estados corporales penosos, el sistema del marcador somático adquiere la representación disposicionales oculta de esta conexión producida por la experiencia, no heredada y arbitraria. Si el organismo vuelve a enfrentarse a la opción X, o piensa en el resultado Y, tendrá ahora la capacidad de reinstituir el estado corporal doloroso, y con ello tendrá un recordatorio automático de las consecuencias negativas que se seguirán. Esto es, necesariamente, una simplificación excesiva, pero capta el proceso básico tal como yo lo veo. Algunos marcadores pueden actuar de forma oculta (no es necesario que sean percibidos de forma consciente) y pueden desempeñar otros papeles útiles además de proporcionar señales de “peligro”, o ” a por ello”.
Damasio, Antonio (1994-1996). El error de Descartes
La emoción, la razón y el cerebro humano. Barcelona. Editorial Crítica
Emociones y Salud.