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Apolo, Dionisios y Fritz. Alejandro Napolitano

Apolo, Dionisios, Fritz.
Alejandro Napolitano.

¿Quién sabe adónde puede conducir un solo discurso verdadero, frente al orden establecido, es decir, frente al discurso idealizado del desorden establecido. (Paul Ricoeur).
El espíritu de las profundidades es imperecedero, se le llama la hembra misteriosa. Lao-Tse.
La construcción colectiva del conocimiento, la creación de teoría, utiliza el soporte de la imaginación, pues esta es capaz de brindar, a la vez, estructura formal, posibilidad metafórica y un aire luminoso suficiente como para no dejar al pensamiento atrapado en la clausura de su propia formalización.
Una sensibilidad de médium entre el sólido mundo de los objetos y el inasible mundo onírico le ha permitido a la imaginación brindamos los contextos adecuados como para concebir, por ejemplo, las estructuras circulares, espiraladas o ascensionales, en el sustrato de teorías atómicas, cosmológicas, médicas o históricas. Imágenes diurnas e imágenes nocturnas matizan y se alternan en la aventura del conocimiento a lo largo de las épocas.
Aquellas estructuras imaginarias, que en estado de plenitud de desarrollo, denominamos mitos y arquetipos, funcionan como matrices que dan cuenta de muy complejos y elaborados entramados, fruto de tensiones internas que logran dominar, haciéndose capaces, no sólo de cristalizar un conocimiento, sino de motorizar su despliegue.
Apolo y Dionisios, significan, en este sentido, una clara tensión polar. Apolo es el dios solar por excelencia, símbolo de la ascensión, de la luz y de la plenitud de la forma como armonía, paradigma del clasicismo como culminación, de la sabia medida, de la prudencia, de la jerarquía y la ponderación. En su forma consumada es como la amplitud y claridad del cielo, en su forma degradada la rigidez tiránica de la forma y la pasión de la ortodoxia.
Dionisios es el dios del desahogo y la exuberancia, la superación de las inhibiciones y represiones, las fuerzas oscuras y volcánicas del inconsciente. La emancipación. La embriaguez, la orgía, la profundidad de la tierra que anticipa una excursión al infierno. Todo vale. En su forma consumada, la liberación fecunda de la creatividad, en su forma denigrada la aniquilación indiferenciada. Sin embargo, ambos son los hijos de Zeus, sin embargo. Apolo es, en su origen, un dios nocturno y lunar, y Dionisios ¿Qué otra cosa busca en la fragua del desenfreno que el camino de la liberación y espiritualización humanas?
En la historia de las ideas psicológicas estos arquetipos han litigado incansablemente. ¿Quién podría no hallar en el origen del psicoanálisis una irrupción dionisíaca? De hecho, el momento cultural en el que aparece lo emparenta con la Filosofía de la Naturaleza y el movimiento romántico.
El Inconsciente se adueña de la escena y descentra a la Conciencia de un lugar solar usurpado. El Ello brota de la misma fuente que la vida e irrumpe, todo potencia, en la motivación de cualquier afán, de todo apetito. La pulsión sexual, inagotable, se filtra en los entresijos de las motivaciones, y las conductas, de cualquier estética de la existencia. El desatino del flujo antojadizo de las ideas es llamado asociación libre y es escuchado desde la atención flotante de un oyente que sospecha hasta de su propia sospecha.
El saber ya no brota de un dedo que señala lo que le ordena una mirada entendida, sino de una audición neutra que boga sobre unas aguas siempre oscuras, siempre apenas conocidas. La insensatez onírica vuelve a ser, como en las que se suponían superadas culturas primitivas, una vía regia de conocimiento y de cura. Los antiguos mitos y leyendas cobran una significación y vitalidad inesperadas. Se trata de una de las más bellas revoluciones de Occidente, qué duda cabe.
Pero si la historia comienza con Dionisios, es casi seguro que llegará la hora de Apolo. Aparecen desde el comienzo, continuamente, razones de necesidad o conveniencia que aseguran que todo conocimiento exige, para consolidarse, para incorporarse a la red de los discursos científicos, ser fijado en unos códices, cristalizarse en unas técnicas y unos procedimientos que eviten su desnaturalización y su aplicación antojadiza. Apolo separa la paja del trigo.
Quién sino él sabrá cuidar la piedra preciosa de la codicia de los aventureros. Construye así una base sólida y duradera sobre la que podrán apoyarse los que vengan detrás. Erige un monumento de pura roca que recuerda a sus contemporáneos que ya nada será como antes. Que se ha instaurado un saber, y que éste es sólido y coherente. Instala un conocimiento en la asamblea científica, que ahora debatirá si acepta su presencia. Inaugura una ortodoxia. Y en ese mismo acto angosta su fecundidad. Envueltos en la enorme sombra que la construcción proyecta tras de sí, surgen ahora los disidentes, que son los padres de futuras ortodoxias.
La historia del psicoanálisis vivió la exasperación dionisíaca más en algunas disidencias que en otras.
A principios del siglo XX, un grupo de personas, imbuidas de ideas que integraban el amor a la Naturaleza, el repudio del patriarcado, del matrimonio y de la sociedad capitalista, el culto de la Mujer primigenia y la Madre Tierra, adquirió unas hectáreas en el sur de Suiza e instaló un centro de curas naturistas, matizado con nudismo, baños de sol, curas de aire y danzas grupales. Monte Verita, tal era su nombre, pronto, no sólo cobró fama, sino que se convirtió en un centro de peregrinación de un movimiento contracultural.
Allí llega en 1905 el psicoanalista alemán Otto Gross, que se convierte en el principal referente ideológico y en gurú del movimiento. Acérrimo rival de su padre, jurista famoso, había emprendido, años antes, como joven médico de a bordo un largo viaje que lo había traído hasta Tierra del Fuego.
Esa larga travesía le hizo conocer en Buenos Aires al movimiento obrero de fines del siglo XIX y culminó con su adhesión a las ideas anarquistas. Sostenía la sacralidad del amor libre e incondicionado, promovía una sexualidad no ceñida a límites impuestos, en la que la orgía tenía un lugar ritual; aseguraba que la neurosis se curaría sólo cuando se instaurara un cambio social y cultural. Tuvo trato personal con Freud, quien lo consideró un discípulo, aunque desconfiaba de su extrema intrepidez.
Alguna vez afirmó que sólo había tenido dos discípulos geniales: Jung y Gross. La relación entre estos dos fue intensa, al punto que fueron alternativamente paciente y analista el uno del otro. El biógrafo de Jung, Ronald Hayman, afirma que Gross convirtió a Jung a la poligamia, y que su influencia resulta evidente en algunos fragmentos de su obra en los que elabora un principio de asimilación entre Cristo y Dionisios.
Franz Kafka y D.H.Lawrence figuran entre otros notables que recibieron una fuerte impronta de Otto Gross, y Herman Hesse que vivió temporadas en Monte Verita, comenzó a interesarse por Lao Tse a instancias de otro de los ideólogos del lugar: Gusto Graser, siendo clara la inclusión de muchas de las ideas de Gross en su obra. Otto Gross terminó sus días mal. Recluido en varias oportunidades en sanatorios mentales, tuvo el triste privilegio de recibir algún certificado de internación con las firmas de Freud y Jung. Replica así el trayecto de varios “terapeutas malditos” como Reich, Ferenczi, Cooper o Borja que han debido pagar con la cárcel o el hospicio las facturas presentadas por una sociedad implacable.
La similitud entre el fenómeno contracultural de Monte Verita y el movimiento hippie de los 60 resulta obvia, así como Esalen y la figura de Fritz Perls llegando en su Volkswagen hasta los acantilados. Fritz también detiene su vagabundeo para devenir en el ideólogo de un sitio de peregrinación de quienes aspiraban a una nueva cultura. Su pensamiento había arrancado como neo-freudiano en los 40 en Sudáfrica, y había alcanzado un estado de notable formalización, en cierta medida a contrapelo de los intereses del propio Perls, en New York en los 50 con la redacción de Gestalt Therapy.
El fundador necesitó adecentar las ideas originales en un texto emblemático que las presentara a la sociedad americana, pero ha sido la primera generación de seguidores la que consideró esa actitud apolínea como la actitud que centraba y encuadraba lo que hasta ese momento no habían sido más que una serie de intuiciones brillantes sin un cuerpo teórico suficiente.
Le tocó a Paul Goodman, intelectual, anarquista, escritor y representante del movimiento contracultural naciente, encarnar el liderazgo de esa posición. La decisión de Fritz, de abandonar el Instituto Gestáltico de New York parece decir, por lo menos, que no se encontraba cómodo con la forma que iban tomando las cosas, y, a mi modo de ver, que esa reflexión teórica se había tornado tan refinada como abusiva, extendiendo por delante de sí un condicionamiento a la práctica psicoterapéutica que la encuadraba en una posición difícil de sostener.
Es así que este judío errante se pone nuevamente en marcha hasta recalar un tiempo después, en las antípodas de New York: la California de los 60. A la costa Este había arribado unos años antes, procedentes de Sudáfrica, el psicoanalista alemán neo-freudiano Dr. Frederick S. Perls. A California llegó Fritz. Alguien creyó ver, entonces, al movimiento gestáltico norteamericano graciosamente descuartizado: el cerebro en New York, el corazón en Cleveland y las tripas en California. Maestro espiritual, actor, genio, viejo hippie, fauno, la figura de Fritz es tan múltiple cómo las miradas que se posan sobre él.
Aunque este contexto en que la estamos pensando, qué duda cabe, es el sostenimiento coherente de una actitud dionisíaca frente a la vida y la terapia. Claudio Naranjo, quien sostiene a Fritz como la figura única y excluyente en la creación de la terapia gestáltica, no duda en poner en el centro de ésta no a una teoría sino a una actitud, modo pre reflexivo de estar en el mundo.
¿Cuál es esa actitud? La dionisíaca. Nos dice que la terapia gestáltica es un experiencialismo a teórico basado en una actitud dionisíaca frente a la existencia. Y afirma que en terapia gestáltica una teoría es buena, conveniente y hasta necesaria, si es la flor, pero nunca la raíz. Esa actitud dionisíaca supone una confianza en la vida, fundamenta la creencia en que, la salud organísmica (física, emocional, espiritual) tiende espontáneamente a auto organizarse, que necesita, más que recibir una mano, que le quiten las manos de encima, más que ser ayudada, dejar de ser interrumpida. Es una fe en que “la naturaleza cura, no el médico” (Hipócrates). Es una fe en la auto regulación organísmica.
El descubrimiento freudiano de que nuestra conducta está sustentada en motivaciones inconscientes, de que del ello, que brota directamente de la fuente de la vida, surge la conciencia, es romántico y revolucionario. Es dionisíaco. Ocupar genuinamente la posición apolínea de esta polaridad implica poder reflexionar sobre este fenómeno sin desgajarlo de su tronco, sin que el miedo a lo caótico empuje a una apresurada domesticación.
Pero, definitivamente, mientras la psicología tan bellamente llamada profunda, la psicología de lo inconsciente, siga teniendo un sentido, el arquetipo dominante será el de Dionisios. Existe un residuo irreductible de transgresión, que puede tomar la forma de actitud contracultural, que es inherente no sólo a la terapia gestáltica, sino a cualquier indagación profunda del alma humana. Esa parcela irreductible, que de última señala la persistente negativa a transformar un misterio en mero problema, le pone el sello de legitimidad a la actitud.
Quiero creer que los momentos de exasperación desesperada, verdadero fenómeno de posesión dionisíaca, que han marcado la vida de Gross, Ferenczi, Groddeck, Jung, Reich, Perls, nos están señalando una cierta esencia del alma, experimentada en y por nuestro propio oficio, que no debe dejar de ser escuchada Fritz se irá también de California, y en un viaje elíptico (nunca en línea recta) que lo llevaba a Cowichan, detrás del sueño del kibbutz gestáltico, vuelve a recalar en New York donde lo abandona su corazón. El final de la vida del viejo fauno comienza a prefigurar su sentido y empezamos a entrever su reverso de santidad.

Alejandro Napolitano.
Apolo, Dionisiso y Fritz.
Revista de Terapia Gestalt nº 26 (a.e.t.g)
Asociación Española de Terapia Gestalt.
Abril, 2.006