Sobre la Teoría de la Ansiedad y la Culpa.
Melanie Klein.
Discutiré ahora más específicamente la relación entre culpa y ansiedad, y en conexión con esto reconsideraré primero algunas de las ideas de Freud y de Abraham con respecto a la ansiedad y la culpa.
Freud enfocó el problema de la culpa desde dos ángulos principales. Por una parte, no cabe duda de que para él la ansiedad y la culpa están estrechamente conectadas. Por otra parte, llegó a la conclusión de que el término “culpa” sólo se aplica con respecto a manifestaciones de conciencia que son resultado del desarrollo del superyó.
El superyó, como sabemos, surge según él como secuela del complejo de Edipo; En niños menores de cuatro o cinco años los términos “conciencia” y “culpa”, a su entender, no se aplican aún, y la ansiedad en los primeros años de la vida es distinta de la culpa.
Según Abraham, la culpa surge en la superación de los impulsos canibalistas -o sea, agresivos- durante el primer estadío sádico-anal (o sea, en una edad mucho más temprana de lo que suponía Freud); pero Abraham no consideró la diferenciación entre ansiedad y culpa.
Ferenczi, que no se ocupaba tampoco de la distinción entre ansiedad y culpa, sugirió que algo cuya naturaleza se asemeja a la culpa surge durante el estadío anal. Llegó a la conclusión que puede haber una especie de precursor fisiológico del superyó “moral esfinteriana”.
Ernest Jones, en un artículo publicado en 1929, examinó la interacción entre odio, miedo y culpa. Distinguió dos fases en el desarrollo de la culpa y sugirió para el primer estadío el término “prenefando” de la culpa. Conectó esto con los estadíos pre genitales sádicos del desarrollo del superyó y estableció que la culpa está “siempre e inevitablemente asociada con el impulso de odio”.
El segundo estadío es “…el estadío de la culpa propiamente dicha cuya función es proteger contra los peligros externos”. En mí articulo “Contribución a la psicogénesis de los estados maníaco-depresivos”, establecí una diferenciación entre dos formas principales de ansiedad: -ansiedad persecutoria y depresiva-, pero señalé que la distinción entre estas dos formas de ansiedad no está claramente delimitada.
Tras esta restricción, creo que una diferenciación entre las dos formas de ansiedad es valiosa tanto desde el punto de vista teórico como práctico, llegué a la conclusión de quela ansiedad persecutoria se relaciona principalmente con la aniquilación del yo; la ansiedad depresiva se relaciona principalmente con el daño hecho a los objetos amados internos y externos por los impulsos destructivos del sujeto múltiples contenidos, tales como: el objeto bueno está dañado, sufre, está deteriorándose; se convierte en objeto malo; está aniquilado, perdido, y nunca más aparecerá Llegué también a la conclusión de que la ansiedad depresiva está estrechamente ligada con la culpa y con la tendencia a la reparación.
Cuando introduje por primera vez mi concepto de la posición depresiva, sugerí que la ansiedad depresiva y la culpa surgen con la introyección del objeto como un todo. Mí trabajo posterior en la posición esquizo-paranoide, que precede a la posición depresiva me ha llevado a la conclusión de que a pesar de que en el primer estadío predominan los impulsos destructivos y la ansiedad persecutoria, la ansiedad depresiva y la culpa juegan ya algún papel en la primera relación objetal del bebé, o sea, en su relación con el pecho de la madre.
Durante la posición esquizo-paranoide, o sea durante los primeros tres o cuatro meses de vida, están en su punto culminante los procesos de escisión, que involucran la escisión del primer objeto (el pecho) tanto como de los sentimientos hacia él. El odio y la ansiedad persecutoria se ligan al pecho frustrado (malo), y el amor y el reaseguramiento al pecho gratificador (bueno). Sin embargo, incluso en este estadío dichos procesos de escisión nunca son completamente eficaces; porque desde el principio de la vida el yo tiende a integrarse y a sintetizar los diferentes aspectos del objeto. (Esta tendencia puede ser considerada como expresión del instinto de vida).
Parece que hay estados transitorios de integración incluso en bebés muy pequeños -que se vuelven más frecuentes y duraderos a medida que progresa el desarrollo- en los que el clivaje entre el pecho bueno y el malo está menos marcado. En tales estados de integración surge cierto grado de síntesis entre el amor y el odio en relación con los objetos parciales, que según mi opinión actual da origen a la ansiedad depresiva, a la culpa y al deseo de reparar el objeto amado dañado, ante todo el pecho bueno. Es decir, que ahora vinculo la aparición de la ansiedad depresiva con la relación con los objetos parciales
Esta modificación es el resultado del trabajo posterior en los primeros estadíos del yo y de un reconocimiento más completo del carácter gradual del desarrollo emocional del bebé. No hay cambios en mi concepción de que la base de la ansiedad depresiva es la síntesis entre impulsos destructivos y sentimientos de amor hacía un objeto. Consideremos ahora hasta adónde esta modificación influye en el concepto de posición depresiva. Yo describiría ahora esta posición de la siguiente manera: durante el período desde los tres a seis meses surge un considerable progreso en la integración del yo Tienen lugar cambios importantes en el carácter de las relaciones objetales del bebé y de sus procesos de introyección. El bebé percibe e introyecta a la madre cada vez más como persona completa. Esto implica mayor identificación y una relación más estable con ella. Aunque estos procesos aún se centran principalmente en la madre, la relación del bebé con el padre (y con otras personas de su ambiente) sobrelleva cambios similares, y el padre también se establece en su mente como persona completa. Al mismo tiempo disminuyen en fuerza los procesos de escisión y se relacionan principalmente con objetos totales, en tanto que en el estadío anterior se conectaban principalmente con objetos parciales.
Los aspectos contrastantes de los objetos y los conflictivos sentimientos, impulsos y fantasías hacía ellos, se unen más en la mente del bebé. Persiste la ansiedad persecutoria y juega su papel en la posición depresiva, pero disminuye en cantidad y la ansiedad depresiva gana primacía sobre la ansiedad persecutoria. Ya que es una persona amada (internalizada y externa) la que se siente dañada por impulsos agresivos, el bebé sufre sentimientos depresivos intensificados, más duraderos que las fugaces experiencias de ansiedad depresiva y culpa del estadío anterior.
El yo más integrado se enfrenta ahora cada vez más con una realidad psíquica muy dolorosa -las quejas y reproches que emanan de la madre y el padre internalizados dañados que ahora son objetos totales, personas- y se siente compelido bajo la tensión de un mayor sufrimiento a habérselas con una realidad psíquica dolorosa. Esto lleva a la necesidad dominante de preservar, reparar o revivir los objetos amados: la tendencia a la reparación. Como método alternativo, probablemente simultáneo, de manejar estas ansiedades, el yo recurre intensamente a la defensa maníaca.
La evolución que he descrito implica no sólo importantes cambios cuantitativos v cualitativos en los sentimientos de amor, la ansiedad depresiva y la culpa, sino también una nueva combinación de factores que constituyen la posición depresiva. Por la descripción anterior se puede ver que la modificación de mis ideas, referida a la aparición más temprana de la ansiedad depresiva y la culpa, no ha alterado esencialmente mí concepto de la posición depresiva.
En este punto quisiera considerar más específicamente los procesos por los que aparecen la ansiedad depresiva, la culpa y el impulso a reparar. La base de la ansiedad depresiva es, como he descrito, el proceso por el que el yo sintetiza los impulsos destructivos y los sentimientos de amor hacia un objeto. El sentimiento de que el daño hecho al objeto amado tiene por causa los impulsos agresivos del sujeto, es para mí la esencia de la culpa. (El sentimiento de culpa del bebé puede extenderse a cualquier perjuicio que acontezca al objeto amado, incluso el daño hecho por sus objetos persecutorios.) El impulso a anular o reparar este daño proviene de sentir que el sujeto mismo lo ha causado, o sea de la culpa. Por consiguiente la tendencia reparatoria puede ser considerada como consecuencia del sentimiento de culpa.
Surge ahora el problema: ¿Es la culpa un elemento de la ansiedad depresiva? ¿Son dos aspectos de un mismo proceso, o una es resultado o manifestación de la otra? En tanto que no puedo actualmente dar una respuesta precisa a este problema, yo sugeriría que la ansiedad depresiva, la culpa y el impulso a reparar se experimentan con frecuencia simultáneamente.
Parece probable que la ansiedad depresiva, la culpa y la tendencia reparatoria sólo se experimenten cuando sobre los impulsos destructivos predominan los sentimientos de amor hacía el objeto. En otras palabras, podemos suponer que experiencias repetidas de amor superando al odio -en última instancia del instinto de vida superando al instinto de muerte- son una condición esencial para la capacidad del yo de integrarse a sí mismo y de sintetizar los aspectos contrastantes del objeto. En tales estados o momentos la relación con el aspecto malo del objeto, incluyendo la ansiedad persecutoria, ha retrocedido.
Sin embargo, durante los tres o cuatro primeros meses de vida, estadío en el que surgen (según mi concepción actual) la ansiedad depresiva y la culpa, los procesos de escisión y la ansiedad persecutoria están en su punto culminante. Por consiguiente la ansiedad persecutoria interfiere muy rápidamente con el progreso en la integración y las experiencias de ansiedad depresiva, culpa y reparación sólo pueden ser de carácter transitorio. En consecuencia, el objeto amado dañado puede transformarse rápidamente en perseguidor, y el impulso a reparar o revivir el objeto amado puede convertirse en la necesidad de apaciguar y aplacar al perseguidor. Pero incluso durante el estadío siguiente, la posición depresiva, en la que el yo más integrado introyecta e instaura cada vez más la persona entera, persiste la ansiedad persecutoria. Durante este periodo, como lo he descrito, el bebé experimenta no sólo aflicción, depresión y culpa, sino también ansiedad persecutoria referida al aspecto malo del superyó; las defensas contra la ansiedad persecutoria existen lado a lado con las defensas contra la ansiedad depresiva.
La diferenciación entre ansiedad persecutoria y depresiva está basada en un concepto límite. Sin embargo, en la práctica psicoanalítica cierto número de estudiosos han encontrado que la diferenciación entre ansiedad persecutoria v depresiva es útil para comprender y desembrollar situaciones emocionales.
Veamos un caso de un cuadro típico que podemos encontrar en el análisis de pacientes depresivos: Durante una sesión un paciente puede sufrir de fuertes sentimientos de culpa y desesperación por su incapacidad de reparar el daño que siente que ha causado. Entonces aparece un cambio completo el paciente trae repentinamente material de tipo persecutorio. Acusa al analista y al análisis de no hacer otra cosa que daño y expresa quejas que retrotraen a tempranas frustraciones. Los procesos que subyacen a este cambio pueden resumirse como sigue; la ansiedad persecutoria se ha convertido en dominante ha retrocedido el sentimiento de culpa y con él el amor al objeto parece haber desaparecido. En esta situación emocional alterada, el objeto se ha convertido en malo, no puede ser amado, y entonces los impulsos destructivos hacia él parecen justificados. Esto significa que la ansiedad persecutoria y las defensas han sido reforzadas para escapar a la carga abrumadora de la culpa y desesperación.
En muchos casos, por supuesto, el paciente puede mostrar un monto considerable de ansiedad persecutoria junto con culpa, y el cambio a la predominancia de ansiedad persecutoria no siempre aparece tan dramáticamente como lo he descrito aquí. Pero en todos estos casos la diferenciación entre ansiedad persecutoria v depresiva nos ayuda a comprender los procesos que estamos tratando de analizar. La distinción teórica entre ansiedad depresiva, culpa y reparación por una parte, y ansiedad persecutoria y defensas contra ella por la otra, no sólo resulta útil en el trabajo analítico, sino que también tiene implicaciones más amplias Esclarece muchos problemas conectados con el estudio de las emociones y conducta humanas. Un campo en el que he encontrado este concepto muy esclarecedor es la observación y comprensión de los niños.
Resumiré aquí brevemente las conclusiones teóricas sobre la relación entre ansiedad y culpa que he expuesto en esta sección.
La culpa está inextricablemente ligada con la ansiedad (más exactamente, con una forma específica de ella, la ansiedad depresiva); conduce a la tendencia reparatoria y sirve, durante los primeros meses de vida, en conexión con los estadíos más tempranos del superyó.
La interrelación del peligro interno primario y el peligro que amenaza desde afuera esclarece el problema de la ansiedad ”objetiva” versus “neurótica”. Freud definió como sigue la distinción entre ansiedad objetiva y ansiedad neurótica: “El peligro real es un peligro conocido, y la ansiedad realista es ansiedad por un peligro conocido de esta clase. La ansiedad neurótica es ansiedad ante un peligro desconocido. El peligro neurótico es así un peligro que aún tiene que ser descubierto. El análisis nos ha demostrado que es un peligro instintivo”. Y, de nuevo: “Un peligro real es un peligro que amenaza a una persona desde un objeto externo y un peligro neurótico es uno que lo amenaza con una exigencia instintiva”
Pero en algunas oportunidades Freud se refirió a la interacción entre estas dos fuentes de ansiedad y la experiencia analítica general nos ha demostrado que la distinción entre ansiedad objetiva y neurótica no puede trazarse netamente. Volveré aquí al enunciado de Freud de que la causa de la ansiedad es que el niño “extraña a alguien a quien ama y anhela”. Al describir el miedo fundamental del bebé a la pérdida, Freud dijo: “El no puede aún distinguir entre ausencia temporaria y pérdida permanente” En cuanto extraña a su madre se comporta como si no fuera a verla nunca más; y son necesarias repetidas experiencias consolatorias de lo contrario, antes de que aprenda que a su desaparición sigue generalmente su reaparición.
En otro pasaje, en que describe el temor a la pérdida de amor, Freud dijo que es “evidentemente una continuación del miedo del lactante cuando extraña a su madre. Comprenderéis qué situación de peligro real indica este tipo de ansiedad. Si la madre está ausente o ha retirado su amor del niño, ya no puede estar seguro de que sus necesidades serán satisfechas, y puede quedar expuesto a las más dolorosas sensaciones de tensión.
Sin embargo, algunas páginas antes, en el mismo libro, Freud describió esta misma situación de peligro desde el punto de vista de la ansiedad neurótica, lo que parece demostrar que enfocaba esta situación infantil desde los dos ángulos. A mí entender, estas dos fuentes principales del miedo del bebé a la pérdida, pueden definirse como sigue: una es la completa dependencia del niño con respecto a su madre para la satisfacción de sus necesidades y el alivio de la tensión. La ansiedad que surge de esta fuente puede llamarse ansiedad objetiva. La otra fuente importante de ansiedad deriva del temor del bebé de que la madre amada haya sido destruida por sus impulsos sádicos o esté en peligro de serlo, y este miedo – que podría denominarse “ansiedad neurótica” – se relaciona con la madre como objeto externo (e interno) bueno indispensable, y contribuye a la sensación del bebé de que nunca volverá. Hay desde el principio una interacción constante entre estas dos fuentes de ansiedad, es decir, entre la ansiedad objetiva y la neurótica o, en otros términos, la ansiedad de fuente externa y la de fuente interna.
Además, si el peligro externo está vinculado desde el principio con el peligro proveniente del instinto de muerte, ninguna situación de peligro que surja de fuentes externas puede ser experimentado por el niño pequeño puramente como peligro externo y conocido. Pero no es sólo el bebé el que no puede hacer tan clara diferenciación: En cierta medida la interacción entre situaciones de peligro internas y externas persiste a lo largo de toda la vida. Esto se vio claramente en los análisis llevados a cabo en la época de la guerra. Incluso en adultos normales, la ansiedad provocada por las incursiones aéreas, las bombas, los incendios, etc. -esto es, por una situación de peligro “objetiva”-, sólo podía ser reducida analizando, más allá del impacto de la situación real, las diversas ansiedades tempranas que eran provocadas por ella. En muchas personas la ansiedad excesiva proveniente de estas fuentes llevó a una poderosa negación (defensa maníaca) de la situación de peligro objetiva, que se manifestaba en una aparente falta de miedo. Esto era una observación común en los niños y no podía explicarse sólo por su incompleto reconocimiento del peligro real.
El análisis reveló que la situación de peligro objetivo había revivido las tempranas ansiedades fantásticas del niño en tal medida que la situación de peligro objetiva tuvo que ser negada. En otros casos, la relativa estabilidad de los niños a pesar de los peligros de la época de guerra no estaba determinada tanto por defensas maníacas como por una modificación más exitosa de las tempranas ansiedades persecutoria y depresiva, resultante en una mayor sensación de seguridad con respecto tanto al mundo interno como al externo y en una buena relación con los padres.
En estos niños, incluso cuando el padre estaba ausente, el reaseguramiento logrado por la presencia de la madre y por la vida hogareña, contrarrestaba los temores provocados por los peligros objetivos. Estas observaciones se vuelven comprensibles si recordamos que la percepción del niño pequeño de la realidad externa y los objetos externos está perpetuamente influida y coloreada por sus fantasías, y esto en cierta medida continúa a lo largo de toda la vida. Las experiencias externas que provocan ansiedad activan de inmediato, incluso en personas normales, la ansiedad derivada de fuentes intrapsíquicas. La interacción entre ansiedad objetiva y ansiedad neurótica -o, para expresarlo en otras palabras, la interacción entre ansiedad de fuente interna y de fuente externa-, corresponde a la interacción entre realidad externa y realidad psíquica.
Para estimar si la ansiedad es neurótica o no, tenemos que considerar un punto al que Freud se refirió repetidas veces, la cantidad de ansiedad proveniente de fuentes internas.
Este factor está sin embargo vinculado con la capacidad del yo para desarrollar defensas adecuadas contra la ansiedad, esto es, la proporción de la fuerza de la ansiedad con respecto a la fuerza del yo.
Está implícito en esta presentación de mis ideas, que éstas se desarrollaron a partir de un enfoque de la agresión que difería substancialmente de la tendencia principal en el pensamiento psicoanalítico. El hecho de que Freud descubriera la agresión primero como un elemento de la sexualidad infantil -por así decirlo, como un adjunto de la libido (sadismo)- tuvo el efecto de que por mucho tiempo el interés psicoanalítico se centrara en la libido y que la agresión se considerara más o menos como un auxiliar de la libido. En 1920 surgió el descubrimiento de Freud del instinto de muerte que se manifiesta en impulsos destructivos y que opera en fusión con el instinto de vida, y le siguió en 1924 la exploración más profunda de Abraham del sadismo en el niño pequeño. Pero incluso después de estos descubrimientos, como puede observarse por el cuerpo principal de la literatura psicoanalítica, el pensamiento psicoanalítico ha seguido dominantemente interesado en la libido y las defensas contra los impulsos libidinales, y en consecuencia ha subestimado la importancia de la agresión y sus implicaciones.
Desde el principio de mi labor psicoanalítica, mí interés se centró en la ansiedad y sus causas, y esto me llevó más cerca de la comprensión de la relación entre agresión y ansiedad Los análisis de niños pequeños, para los que desarrollé la técnica del juego, sustentaron este enfoque pues revelaron que la ansiedad de los niños pequeños sólo podía aliviarse analizando sus fantasías e impulsos sádicos con mayor apreciación del papel que juega la agresión en el sadismo y en la provocación de la ansiedad.
Esta evaluación más completa de la importancia de la agresión me condujo a ciertas conclusiones que presenté en mí artículo: “Estadíos tempranos del conflicto edípico” Allí adelanté la hipótesis de que en el desarrollo infantil -tanto normal como patológico- la ansiedad y la culpa que surgen durante el primer año de vida están estrechamente conectadas con procesos de introyección y proyección, con los primeros estadíos del desarrollo del superyó y del complejo de Edipo, y que en estas ansiedades la agresión y las defensas contra ellas son de capital importancia. A lo largo de este capítulo he puesto en claro mi opinión de que
el instinto de muerte (impulsos destructivos) es el factor primario en la causación de la ansiedad.
Sin embargo, también estaba implícito en mi exposición de los procesos que conducen a la ansiedad y la culpa, que el objeto primario contra el que se dirigen los impulsos destructores es el objeto de la libido, y que es por consiguiente la interacción entre agresión y libido -en última instancia, tanto la fusión como la polaridad de los dos instintos- lo que causa la ansiedad y la culpa. Otro aspecto de esta interacción es la mitigación de los impulsos destructivos por la libido. La interacción óptima de libido y agresión implica que la ansiedad provocada por la constante actividad del instinto de muerte, aunque nunca eliminada, está contrarrestada y mantenida a raya por el poder del instinto de vida.
SOBRE LA TEORÍA DE
LA ANSIEDAD Y LA CULPA.
MELANIE KLEIN. 1.948
Bibliotecas de Psicoanálisis.