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Depresión y cuerpo. Alexander Lowen

Ibai / Emociones y salud.
Depresión y cuerpo. A. Lowen.
Punto de vista psicoanalítico de la depresión.

La Pérdida De Un Objeto Amado.

El fenómeno de la depresión ha suscitado el interés de muchos pensadores psicoanalíticos, comenzando por Freud, lo cual es fácilmente comprensible, ya que ha sido y sigue siendo una de las principales causas por las que la gente busca ayuda psicoanalítica. El interés de Freud por la depresión arranca de 1.894 y su contribución principal a nuestro conocimiento de la depresión está contenida en un ensayo “Duelo y Melancolía”, publicado en 1.917.
En este ensayo Freud muestra que existe un paralelismo entre el duelo y la melancolía (como se llamaba entonces al estado de depresión). Ambos tienen muchos rasgos en común: un abatimiento profundamente doloroso, anulación del interés por el mundo exterior, pérdida de la capacidad de amar, inhibición de toda actividad. Sin embargo, en la melancolía hay una pérdida de autoestima que no existe en el duelo. Bajo el punto de vista bioenergético la diferencia entre los dos está clara. El duelo es una actividad viva y cargada de energía en la que el dolor de la pérdida se expresa y descarga con el completo apoyo del yo de la persona. En la depresión o melancolía el yo está socavado por el derrumbamiento energético del cuerpo, resultando una condición carente de vida y de respuesta. A pesar de que Freud se concentró en los aspectos psicológicos, impresiona la claridad y profundidad de su comprensión del fenómeno.
Señaló que el duelo realiza un trabajo necesario, permite al individuo retirar los sentimientos o libido que había invertido en el objeto amado que ha perdido, dejándolos libres para una nueva relación. Pero esto no se logra fácilmente. La mente humana tiende a aferrarse al objeto perdido y a negar la realidad de esta pérdida. Lo hace así para evitar el dolor de la separación. Por consiguiente, si la pena no se libera a través del duelo, la separación es incompleta y el yo queda unido al objeto perdido e inhibido en su capacidad para establecer nuevas relaciones.
A través del duelo se reconoce la pérdida y se acepta, en la melancolía ni se reconoce ni se acepta. El hecho es que el melancólico no admite la pérdida. El ego se identifica con el objeto y lo incorpora. La persona sigue funcionando como si la pérdida no hubiera ocurrido y modifica su conducta para evitar ese reconocimiento.
La persona que está de duelo expresa su aflicción; llora, se lamenta por la pérdida e incluso puede someterse a daños físicos como medio de airear y descargar su dolor. Cuando esto no sucede, tiene que suprimir su dolor para poder dominarlo. Al suprimirlo se reducen todos los aspectos vitales de la personalidad del individuo. Toda su vida emocional se empobrece, porque al suprimir cualquier sentimiento se suprimen todos los demás. Freud observó que en la aflicción el mundo se vuelve pobre y vacío, en la melancolía es el ego mismo el que se empobrece y vacía.
Pero aunque es cierto que en la depresión el ego está seriamente desinflado, no deberíamos ver la depresión como una reacción puramente psíquica: al hacerlo nos concentramos en el ego y excluimos el cuerpo, sin ver que la depresión afecta al conjunto de la personalidad. La depresión es una pérdida de sentimientos, y en su artículo Freud concluye que la melancolía consiste en hacer el duelo por la pérdida de libido.
Teniendo en cuenta que la libido es la energía psíquica de la pulsión sexual, se la puede equiparar al sentimiento sexual y en consecuencia a la excitación en general. Expresándolo en términos físicos, la persona melancólica está de duelo por la pérdida de su vivacidad. Cualquiera que entre en contacto con una persona deprimida se da cuenta de que está constantemente lamentándose de su pérdida de sentimientos, intereses y deseos. Efectivamente la persona deprimida ha sufrido una pérdida del self, no solo de su autoestima. Antes de intentar descubrir como perdió el self vamos a seguir el desarrollo analítico sobre este tema.
Melanie Klein postuló que todo niño pasa durante su desarrollo normal por dos patrones de reacción. El primero llamado esquizo-paranoide, describe la actitud del niño frente a la frustración causada por su madre. El niño ve esta forma de frustración como una forma de persecución. El segundo, llamado posición depresiva, ocurre cuando el niño adquiere una conciencia y se siente culpable por odiar a su madre.
Klein escribe, El objeto por el que está de duelo es el pecho de la madre y todo lo que el pecho y la leche han venido a representar en la mente del niño: a saber, amor, bienestar y seguridad. El niño siente que todo está perdido, y que lo está por culpa de sus desaforadamente voraces y destructivas fantasías e impulsos contra los pechos de su madre.
Hay una extraña lógica en el pensamiento de M. Klein, que ve la hostilidad como primaria y la pérdida como secundaria. En el curso lógico de los acontecimientos, los impulsos destructivos de un niño, tales como gritar o morder, se verían como una reacción ya se a la frustración o a la pérdida del placer de mamar. Cuando esto conduce a una pérdida irreparable del pecho, lo normal es que el niño se deprima.
Pero esta secuencia -frustración, rabia, pérdida- no puede considerarse un desarrollo normal, excepto en la civilización que se opone al amamantamiento, o lo limite a tres, seis o nueve mese. Los niños cuyo acceso al pecho materno está regulado por su propia necesidad y deseo no muestran “fantasías e impulsos desaforadamente voraces y destructivos” hacia esa fuente de placer. Y si el pecho está a disposición del niño el tiempo necesario para satisfacer sus necesidades orales, el destete no será un trauma, ya que la pérdida de este placer esta compensado por los muchos otros placeres que el niño puede tener ya.
Nunca acabaremos de entender la reacción depresiva si aceptamos como normales la frustración y la privación infantiles. Si esta situación social adquiere prioridad sobre las necesidades del niño, entonces el niño puede que no consiga adaptarse.
Rene Spitz ha estudiado el efecto directo que ejerce sobre el niño la pérdida del contacto físico con la madre. Observó el comportamiento de niños separados de sus madres. En el primer mes de separación, los niños se esforzaban por recuperar el contacto con la figura materna. Lloraban, gritaban y se agarraban a cualquiera que les diera calor. Al cabo de tres meses mostraban un rostro rígido, el llanto había dado paso a una especie de gimoteo y se iban amodorrando. Si persistía la separación, aumentaba esa actitud de retirada, rechazaban todo contacto y se quedaban inmóviles en la cama.
Tanto en su actitud corporal como en su conducta, estos niños mostraban las mismas características que los adultos deprimidos. Sufrían lo que Spitz llamaba depresión analítica, para distinguirla de la reacción depresiva más complicada de los adultos.
En depresión del adulto nos enfrentamos a tres interrogantes: primero ¿qué ha sucedido en el presente de la persona para que se desencadene la reacción depresiva? Segundo ¿Qué ocurrió en el pasado que predispusiera al individuo a la depresión? Y tercero, ¿Qué relación hay entre presente y pasado?
Una reacción depresiva sucede cuando se derrumba una fantasía al enfrentarla con la realidad. El suceso que predispone es la pérdida de un objeto amoroso. La pérdida es siempre el amor de la madre y a veces el del padre. El pensamiento analítico no resuelve realmente la cuestión de cómo se relacionan ambos episodios. La afirmación de Freud de que el ego se ha identificado con el objeto perdido es una interpretación psicológica que evita el enfrentarse con la cuestión del mecanismo, es decir, con el cómo. La respuesta ha de buscarse en el nivel biológico o corporal.
Todos los estudios han demostrado que los bebes necesitan el contacto físico con el cuerpo de la madre. Este contacto excita el cuerpo del bebe, estimula su respiración y carga de sensaciones la piel y los órganos periféricos. El contacto ocular amoroso entre la madre y el niño es importante para el desarrollo de la relación visual del niño con el mundo. Al estar en contacto con el cuerpo de la madre el niño se pone en contacto con su propio cuerpo y con su propio yo corporal.
Si falta ese contacto la energía del niño se retira de la periferia del cuerpo y del mundo que le rodea. La depresión infantil que resulta de la separación no es una reacción psicológica, sino la consecuencia física directa de la pérdida de ese contacto esencial. En el niño la pérdida de amor de la madre supone la pérdida del pleno funcionamiento de su cuerpo o la pérdida de su vitalidad. Lo mismo sucede al adulto que pierde un objeto amoroso importante, con la diferencia de que su retirada del mundo y de la superficie del cuerpo solo es temporal. El cuerpo se defiende desahogando su dolor a través del duelo y recuperando luego su vitalidad.
La realidad le dice a la persona que existen otros objetos amorosos a su disposición si se las arregla para liberarse de su apego al amor perdido. ¿Se puede esperar que un niño sea capaz de liberarse del dolor a través de la aflicción, con la esperanza de encontrar otra madre?
Para un niño la pérdida de la madre es la pérdida de su mundo, de su self, en definitiva de su vida. Si el niño sobrevive es porque la pérdida no fue definitiva, porque recibió suficiente afecto y cuidado para mantener un funcionamiento mínimo, inferior desde luego al óptimo. Aquí los factores son cuantitativos. La cantidad de pérdida está en relación con el grado de carencia de contacto amoroso. En esta situación de pérdida del self, el yo infantil en desarrollo aspirará a la totalidad y a la plenitud en el nivel mental. Para lograr eso tiene que negar la pérdida de la madre y del self, y contemplar como normal la mutilación del funcionamiento de su cuerpo.. Motivación compensada a base de fuerza de voluntad, que permite “ir tirando”. Pero este funcionamiento no suple sentimientos y vitalidad. La negación de la pérdida obliga a la persona a actuar de tal manera que aquella no sea reconocida, creando la fantasía de que la cosa no estaba perdida del todo y que el amor perdido podría llegar a recuperarse con tal de intentarlo con la suficiente fuerza.
El niño no tiene ninguna alternativa. Si le falta el amor materno, no podrá alcanzar su plena vitalidad y funcionamiento de su cuerpo. En esta situación de desamparo y desesperación el duelo no tiene sentido. Lo tendrá posteriormente, cuando disminuya su desesperación e indefensión, es decir, cuando crezca y logre cierto nivel de independencia.
La pérdida es irrevocable -no se puede encontrar otra madre- y uno puede afligirse eternamente por esto, Lo importante es reconstruir el self, desarrollar el pleno funcionamiento del cuerpo y enraizarse en la realidad actual. Por lo que si puede afligirse un adulto es por la pérdida de su propio potencial como ser humano.
Toda terapia que pretenda ser efectiva, tiene que superar el efecto mutilante de la pérdida de amor. Acciones como apoyar al paciente, reconfortarle a asegurarle ayuda tienen beneficios tangibles, pero momentáneos. El paciente ya pasó la infancia, y tratarle como a un niño supone ignorar su realidad. Es preciso reconocer al niño insatisfecho que lleva dentro de él pero sus demandas no se pueden satisfacer. El énfasis debe caer sobre la mutilación de su funcionamiento corporal, porque esa es su realidad.. Para superar esa mutilación se pueden emplear distintos tipos de intervención terapéutica: análisis de sueños, fantasías, movimiento corporal, etc., pero el objetivo del tratamiento tiene que estar siempre claro. Lo esencial es entender en cada caso la forma de mutilación, porque solo así se pueden paliar sus efectos.

Alexander Lowen.
La depresión y el cuerpo.
Alianza Editorial 1.982