EL BEBE DE 0 – 3 AÑOS. Extracto: El desarrollo AFECTIVO
Esther López Amelibia
El desarrollo infantil integral suele definirse a través de los cambios que los niños atraviesan en todas sus dimensiones como persona, física, cognitiva, emocional y social, y que los prepara para una vida autónoma y plena. La vida se empieza a abrir paso una vez que se da la concepción, en el momento en el que el espermatozoide y el ovulo se unen, pero el desarrollo, no el crecimiento, el desarrollo del niño empieza cuando el feto comienza a percibir sensaciones con su cuerpo, sensaciones ya sean cutáneas, gustativas o auditivas.
El crecimiento y el desarrollo del niño son dos fenómenos íntimamente ligados. Sin embargo, conllevan diferencias que es importante precisar. Se entiende por crecimiento un aumento progresivo de la masa corporal, tanto por el incremento del número de células como por su tamaño. El crecimiento conlleva un aumento del peso y de las dimensiones de todo el organismo y de las partes que lo conforman; se expresa en kilogramos y se mide en centímetros. Este proceso se inicia en el momento de la concepción del ser humano y continúa a través de la gestación, la infancia, la niñez y la adolescencia. El crecimiento es inseparable del desarrollo y, por lo tanto, ambos están afectados por factores genéticos y ambientales. El crecimiento físico de cada persona está sujeto a diversos factores condicionantes: factor genético, nutrición, función endocrina, entorno psicosocial, estado general de salud y afectividad.
El desarrollo implica la diferenciación y madurez de las células y se refiere a la adquisición de destrezas y habilidades en varias etapas de la vida. El desarrollo está inserto en la cultura del ser humano. Es un proceso que indica cambio, diferenciación, desenvolvimiento y transformación gradual hacia mayores y más complejos niveles de organización, en aspectos como el biológico, el psicológico, el cognoscitivo, el nutricional, el ético, el sexual, el ecológico, el cultural y el social.
DESARROLLO AFECTIVO. El desarrollo emocional de 0 a 3 años
El desarrollo afectivo del bebe es un proceso complejo y delicado, pasa por varias fases y depende de diversos factores. Pero algo si es seguro es que sentirse seguro y querido es un buen comienzo para todos los niños/as.
Aunque haya etapas más críticas que otras, el correcto desarrollo afectivo del bebe no depende de una decisión acertada en un momento oportuno, sino la creación de un vínculo entre padres e hijos que permita al niño sentirse seguro.
0 a 12 MESES:
“La educación de las emociones empieza en la cuna, incluso antes de nacer”. Al nacer el bebé está indefenso y totalmente dependiente del entorno que le rodea, el cual le presta la ayuda que requiere para cubrir sus necesidades básicas. Entre estas necesidades básicas que precisa el niño/a, destacamos:
La protección de los peligros contra la vida y la salud.
Los cuidados básicos como la alimentación, higiene, sueño, etc.
El establecimiento de vínculos afectivos con algunos adultos.
La exploración de su entorno físico y social.
El juego, con objetos y personas.
La capacidad para responder emotivamente ya se encuentra presente en los recién nacidos y la primera señal de conducta emotiva es la excitación general, debido a una fuerte estimulación. Sin embargo, al nacer, el pequeño no muestra respuestas bien definidas que se puedan identificar. Antes de que pase el período del neonato, la excitación general del recién nacido de diferencia en reacciones sencillas que surgieren placer y desagrado. Las respuestas desagradables se pueden obtener modificando la posición del bebé, produciendo ruidos fuertes y repentinos, impidiéndole los movimientos. Esos estímulos provocan llanto y actividad masiva. Por otra parte, las respuestas agradables se ponen de manifiesto cuando el bebé mama.
Parece evidente que el niño en su interacción con el mundo exterior dista mucho de ser pasivo. Los bebés desde los primeros meses de vida entran a formar parte activa de un mundo físico y social, mostrando un tono emocional diferente en función de los estímulos con los que están interactuando.
Los tres primeros meses sus reacciones emocionales cuando se siente bien o mal son exageradas: llanto o reacciones positivas y sonrisas. En un principio el llanto y el grito son una descarga, luego pasarán a convertirse en elementos de comunicación, con intencionalidad, pues se da cuenta de que sus gritos le proporcionan la satisfacción de sus necesidades. Más tarde incorporará gestos y luego palabras. A partir de los 4-5 meses aparece la rabia y el disgusto, respondiendo cada vez más a las caras y a la voz, puesto que a partir de las diez semanas son capaces de distinguir las caras de alegría, tristeza y enfado, así como de imitarlas. A partir de los 6-7 meses reacciona ante lo desconocido con cierta tensión y miedo. Dado que el niño de esta edad ya es capaz de retener en la memoria objetos y personas, se alegrará al ver «caras» conocidas, y, de forma complementaria, sentirá miedo ante la presencia de adultos extraños.
Con todo ello, el miedo y ansiedad que manifiestan ante la separación temporal, generalmente de la madre o adulto con quien haya establecido un vínculo afectivo básico, es uno de los principales problemas emocionales que los niños y niñas afrontan cuando tienen entre siete y diez meses, edad en que ya perciben esa separación. Esta ansiedad de separación será más o menos acusada según el conocimiento que tengan el niño de la persona que se queda a su cuidado (hermano, otro familiar, canguro, etc.) y, sobre todo, de la calidad del vínculo que haya establecido con el adulto/s a su cuidado, siendo los miedos y ansiedades más acusados cuanto menos reforzado sea el vínculo afectivo. La activación del sistema de miedo depende de la evaluación que el niño realice de la situación. Los aspectos que resultan relevantes para este proceso evaluativo son diversos, incluyendo factores tanto individuales como contextuales.
Los niños, a partir de los 8 meses aproximadamente, empiezan a tener un certero sentido de la broma. Hacen payasadas en presencia de los adultos para diversión de éstos, inician acciones que les han sido prohibidas jugando “a ver qué reacción provocan”, hacen ademán de dar algo y retirar súbitamente lo que se les ofrece. Todo esto puede parecer trivial, pero ser reconocido como interlocutor es básico en el proceso constitutivo de la persona humana. Los niños no sólo ser atendidos en sus necesidades primarias de alimentación y cuidados de todo tipo; necesitan ser también destinatarios de actos comunicativos que ellos solicitan insistentemente. Quizás a través de la risa y del humor compartidos les llega a los niños una forma de reconocimiento típicamente humano.
A partir de los 9 meses expresa con facilidad alegría, disgusto, rabia, y se da cuenta si las personas están contentas o enfadadas con él, reaccionando de forma diferenciada. Al año, capta la información que le ofrece el adulto, si debe aproximarse ante un extraño, o no. Ante un objeto que llame su atención mirará a la persona que le cuida como si buscara orientación: una expresión temerosa por parte del adulto o una falta de expresividad inhibe su exploración. Las expresiones emocionales de un adulto pueden llegan a regular la conducta exploratoria y social del bebé.
Los bebés juegan más cuando las caras de los cuidadores expresan alegría; cuando expresan tristeza no juguetean tanto y apartan la mirada. El bebé irá expresando sus necesidades mediante gestos, actitudes y contactos visuales que provocarán reacciones en su entorno, dándose así un intercambio afectivo con los demás. Sus emociones irán cambiando y se irán diversificando, así como la expresión de éstas sobre el cuerpo (a través del tono muscular y de la tensión). El lenguaje del cuerpo será, pues, su primer lenguaje. Nos referimos por necesidades a las biológicas, y principalmente a las psíquicas, las afectivas, a las de sentirse querido.
-El bebé expresa su temperamento desde los primeros días. El temperamento es la parte heredada de la personalidad, es una forma característica de experimentar las reacciones con el medio y de responder a ellas.
-La frecuencia y la rapidez con que reciben respuesta a sus señales de desequilibrio. El niño sabrá si puede esperar respuesta con el primer llanto o si debe gritar durante mucho tiempo para que le atiendan como él necesita.
-El bebé es muy sensible al estado emocional de quien lo cuida. Cómo se le alimenta, cómo se le coge, el tipo de diálogo que se establece con él, todas las interacciones modelan al niño. Padres y cuidadores empáticos responderán mejor a las necesidades del bebé.
13 a 18 MESES
En esta etapa el niño comienza a mostrarse amoroso: besos y abrazos no se hacen esperar a medida que explora las sensaciones agradables que trae consigo el contacto físico. Muestra afecto no solamente como respuesta al adulto. Le encanta que lo alaben, lo aplaudan y repite cada movimiento o acción que tenga una respuesta de elogio. Todo esto lo anima a practicar sus nuevas habilidades hasta que logre dominarlas por completo. Pero también va a ser testigo de sus expresiones negativas a medida que se muestre obstinado y terco: demanda atención exclusiva y lanza con violencia los objetos que tenga a mano cuando está rabioso.
A partir de los 15 meses pueden aparecer los celos. A esta edad, el narcisismo está en furor, acompañado de nuevos sentimientos como celos, ansiedad, confianza en sí mismo, orgullo y frustración. Con estas emociones surge también la habilidad del pequeño para expresarlas de forma sutil e indirecta. También puede desarrollar miedo frente a cualquier situación, tener dificultad para conciliar el sueño y experimentar períodos de regresión en los cuales actúa como un recién nacido.
Para atender las necesidades emocionales del niño hay que dedicar tiempo al contacto físico: abrazarlo, tocarlo y besarlo siempre que se pueda. Él va a ser consciente de la forma como se le demuestra afecto a él, a la pareja y a los otros hijos, y aprenderá a expresar sus emociones por medio de la imitación.
19 a 24 MESES
Esta etapa puede convertirse en un período emocional de difícil manejo, pues el deseo de independencia y autonomía del menor riñe con su necesidad actual de dependencia. Este tira y afloja genera en él un gran conflicto y frustración. Esta fase de desarrollo está marcada por un fuerte egocentrismo. Si el niño quiere algo, debe ser para ‘ya’, y en su mente la gente que lo rodea sólo existe para complacerlo y responder a sus demandas. Ahora, ha comenzado a ser menos cariñoso y más aventurero que antes: no siempre desea que lo mimen y cuando ha tenido suficiente, lo hace saber. Asimismo, no desea que se toquen sus cosas favoritas; como ahora sabe que es una persona independiente y distinta a los adultos que le rodean, tratará de probar con frecuencia todos sus límites.
El camino a la independencia es su principal ocupación, lo que puede resultar frustrante para los padres. La conciencia de ser una persona diferente de sus padres le significa aprender a lidiar con ciertos imprevistos: no obtener siempre lo que desea. Ahora comprende que sus deseos son diferentes de los de sus padres. En esta etapa también se agudiza la ansiedad de separación. El fuerte deseo por la independencia y la autonomía con frecuencia se convierte en un apego excesivo o en una pataleta, que se suma a su confuso estado emocional. El pequeño muestra ansiedad cada vez que sus sentimientos se salen de control. Su rabia, con la cual pretende asustar a los a adultos, le produce mayor miedo a él, las pataletas provienen de la confusión interior del niño, y sólo él puede resolver la indecisión que las motiva: la lucha entre la dependencia y la independencia.
El pequeño siente la necesidad de explorar los límites de su poder. Probar y manipular son una manera de conocer y establecer la fortaleza y la importancia de cada una de las expectativas de los padres. Si un proceder no ocasiona una reacción, no vale la pena repetirlo. Con frecuencia, mediante estas maniobras, un niño manipulador mantiene comprometidos a sus padres. Además del florecimiento de su sentido de independencia, ‘No’ se vuelve su palabra preferida. Cualquier solicitud es recibida con declarada negatividad, ya que así prueba sus límites.
-Cerca de los 2 años el niño se comunica a través de su cuerpo: si muerde o agrede nos manifiesta su necesidad de expresar su angustia o su necesidad de límites, o bien su dificultad para expresar adecuadamente sus sentimientos.
-Para que el niño vaya avanzando en su autonomía no hay que frenar su curiosidad natural, siempre y cuando no se ponga en peligro su seguridad ni la de los demás. Será esta curiosidad la que le impulsará a seguir aprendiendo.
-No debe olvidarse que los padres son los modelos a seguir, más por lo que hacen que por lo que dicen. Es conveniente favorecer el acercamiento del padre del mismo sexo al niño, para ir favoreciendo su identidad.
2 a 3 AÑOS
Es importante comprender que los niños de esta edad pegan de un modo más o menos involuntario cuando se les frustra o no pueden conseguir algo que quieren, sin intención de hacer daño, aunque e a veces utilizan estrategias.Los niños ya pueden predecir las reacciones de los demás en virtud de su capacidad para imaginar. Sus experiencias emocionales tienden a ser más cortas y menos frecuentes a medida que se acerca a los tres años.
Conviene transmitirle empatía con sus sentimientos, y a partir de ahí enseñarle a controlar sus emociones, para poder desarrollar un mundo emocional más equilibrado. Siguen expresando de forma exagerada sus emociones, sobre todo las “negativas” pero su deseo de agradar al adulto es cada vez mayor por lo tanto se esfuerza por expresarse de forma adecuada y controlar su conducta para recibir el elogio y evitar la desaprobación, es importante que aprenda a poner nombre a sus emociones
Aparece la emoción de la envidia, a medida que descubre el sentido de pertenencia, al acercarse a los tres años puede aparecer una crisis que tiene como objetivo probar su poder, su capacidad de manipular y se enfrenta a diferentes alternativas, por lo que suele ser “cabezota”. A menudo sus elecciones le llevan a situaciones de conflicto con los adultos. Límites versus independencia: aquí está la raíz del conflicto. El niño debe ir aprendiendo que su capacidad de actuar es limitada por el adulto y debe aprender a sentirse cada vez más autónomo. Las reglas para el son externas a su conciencia, no comprende su necesidad ni su sentido y las respeta porque proviene de las personas a las que respeta, por eso es importante concederle un nivel de poder.
Aparece el juego simbólico y a través de él descarga parte de su agresividad o tensión y le ayuda a expresar la ansiedad ante diferentes acontecimientos., asimismo, sienten la necesidad de exhibirse delante de los adultos, se vuelven gritones, quieren ser el centro de atención con sus gracias y es importante que el adulto se dé cuenta de qué gracias ríe y cuando.
APEGO
Dentro del desarrollo afectivo nos encontramos con el apego, interacción entre las personas basada en el afecto e interés mutuo, produciendo bienestar y satisfaciendo necesidades básicas (sentirnos seguros, protegidos, queridos). La etapa de la infancia es maravillosa. sin embargo, conlleva muchos cambios, pues los niños tienen que ir interiorizando en relativamente poco tiempo todo lo que los preparará para la vida adulta. En este proceso de evolución psicológica un factor necesario para el adecuado desarrollo del niño es el apego, en los primeros años de vida, se entiende como “apego” al vínculo emocional y conductual más importante, es decir, el sentimiento que une al niño con una o varias personas del sistema familiar.
El apego se establece durante los tres primeros meses. Da lugar a un modelo interno de relaciones afectivas, esto es, una representación inconsciente que, siendo bastante estable en el primer año, puede modificarse por experiencias posteriores. También sirve de base para relaciones afectivas, guiando la conducta de otros y la forma de dirigirse hacia ellos. Sus funciones son la supervivencia, relación social, salud física y psicológica, desarrollo social, seguridad, lúdica.
Para Bowlby el apego es la conducta que facilita la supervivencia y lo divide en diferentes fases
Preapego (1 MES)
Formación del apego (2-7 meses)
Apego biendefinido (8-12 meses)
Realación reciproca (1-2 años)
A partir de 2 años
A partir de 4-6 años
EXTEROGESTACIÓN
La gestación en los humanos dura aproximadamente 38 semanas, 266 días, desde la concepción hasta el nacimiento. El bebé no es capaz de sobrevivir por sí mismo fuera del útero materno, es un ser indefenso que necesita que se le proporcionen cuidados básicos como alimento, protección y contacto físico permanente. El nacimiento es una continuación de esa dependencia, pero fuera del útero, lo que se conoce como exterogestación del bebé o los segundos nueve meses de “embarazo”. Al menos durante los nueve meses posteriores al parto, el bebé necesita sentir el calor, la protección y el confort que sentía dentro del vientre de su madre mientras se adapta a la vida extrauterina.
Los seres humanos nacen poco desarrollados y necesitan continuar “gestándose” fuera del útero con mucho contacto físico piel con piel y crianza en brazos, llevando al bebé en brazos y porteándolo el mayor tiempo posible. Un bebé recién nacido es incapaz de sobrevivir por sí mismo, necesita calor, alimento y nuestra protección para saberse fuera de peligro. Tampoco puede comunicarse con palabras, sólo el llanto, ni puede desplazarse por sí mismo. En el momento del nacimiento el bebé atraviesa una transformación, pasa de la vida dentro del útero a un mundo completamente diferente. Supone un cambio muy grande, por tanto, esta adaptación debe ser paulatina, necesita seguir sintiéndose dentro del útero materno estando fuera.
La cercanía a la madre durante los primeros meses de vida favorece en el bebé la regulación del desarrollo de sus sistemas aún inmaduros al nacer. Las 40 semanas de embarazo, 38 desde el momento de la concepción, son muy poco tiempo de gestación para el ser humano.
A lo largo de la historia de la evolución, el embarazo ha ido reduciendo su duración. Debido al aumento del tamaño del cerebro y de la cabeza, sumado al estrechamiento de la pelvis el comenzar la bipedestación, los seres humanos han tenido que reducir la madurez de sus sistemas para poder atravesar el canal de parto y poder nacer. La gestación humana se ha tenido que acortar haciendo que naciéramos indefensos e inmaduros. A lo largo de la vida, todas nuestras etapas de desarrollo (infancia, pubertad, adultez) son mucho más largas. Por tanto, el embarazo también debería serlo.
El cerebro inmaduro del bebé
El bebé nace con un cerebro muy poco desarrollado. Otros órganos como el corazón o los pulmones han completado su desarrollo para permitirle sobrevivir fuera del útero, pero el cerebro acabará de crecer y madurar fuera. Al momento de nacer el cerebro establece pocas conexiones neuronales y representa apenas el 25 por ciento del tamaño que tendrá en la edad adulta. De hecho, la mayor parte del desarrollo del cerebro se produce fuera, especialmente en los primeros años de vida alcanzando a los cuatro años1.000 billones de conexiones neuronales, la mayor en toda su vida.
Las experiencias vividas en los primeros años de vida son claves para el desarrollo de su cerebro. Aunque cuando sea adulto recordará muy poco de esos años, todo lo que viva y los cuidados que reciba determinarán en gran medida su vida futura. Al menos esos segundos nueve meses de “gestación” tras el nacimiento son necesarios para completar mínimamente su desarrollo. A partir de esa edad, entre los nueve meses y el año, el bebé comienza a interactuar con el mundo que le rodea, más allá de sus cuidadores.
EL BEBE DE 0 – 3 AÑOS. Extracto: El desarrollo AFECTIVO