La inteligencia Emocional se basa en habilidades o competencias adquiridas y no necesariamente está ligada a atributos de personalidad. Es la capacidad que va adquiriendo el niño para razonar sobre las emociones y procesar la información emocional cuya finalidad es mejorar los procesos cognitivos. (Brackett y Mayer, 2003; Mayer, Salovey y Caruso, 2000). En 1997 Mayer y Salovey la definieron como un proceso con cuatro fases diferenciadas:
(1) Capacidad de percibir y valorar con exactitud la emoción;
(2) Habilidad para acceder y/o generar sentimientos cuando éstos facilitan el pensamiento;
(3) Habilidad para comprender la emoción y el conocimiento emocional;
(4) Habilidad para regular las emociones que promueven el crecimiento emocional e intelectual.
Esta regulación dota al niño de apertura a los sentimientos tanto positivos como negativos y de la posibilidad de acercarse o distanciarse de forma reflexiva de las emociones. En definitiva, es la habilidad para regular las emociones propias y de los demás intensificando las positivas y mitigando las negativas sin reprimir ni exagerar la información.
Los problemas de desregulación emocional en la infancia asociados a violencia doméstica se asocian con el deterioro en múltiples dominios de procesamiento, (fisiológicos, sensoriales, emocionales y cognitivos), una mayor reactividad al cortisol, y la desregulación intrínseca y relacional durante la edad adulta. Surgen problemas de atención, depresión ansiosa, desregulación afectiva, y problemas del comportamiento y de la cognición en la edad adulta temprana. La desregulación emocional es una variable esencial para poder explicar la relación entre violencia doméstica y problemas psicopatológicos, al respecto Eisenberg et al. vienen desarrollando un amplio trabajo en las últimas décadas (2002-2004-2008-2009-2011).
El maltrato infantil en general genera desregulación afectiva (Dvir, et al. 2014), ocasionando trauma interpersonal, trastorno de estrés post traumático, y otras condiciones psiquiátricas, (trastornos de ansiedad, alimentarios, del estado de ánimo, depresión mayor y trastorno límite o bipolar), con abundante comorbilidad entre ellos. Podemos resumir que la intervención en la población expuesta a violencia doméstica tendrá un mayor efecto trabajando la regulación emocional, a través de mejoras y cambios en el funcionamiento regulador emocional de la persona pudiendo establecerlo y mantenerlo en un contexto interpersonal o familiar.
Los eventos traumáticos en la infancia han sido asociados en multitud de estudios con una amplia gama de discapacidades clínicas, psicosociales y del desarrollo en niños, adolescentes y adultos, siendo la desregulación emocional una característica esencial para poder explicar el riesgo de relación entre trauma, maltrato y personalidad alterada en múltiples dominios de procesamiento informacional (fisiológicos, sensoriales, emocionales y cognitivos) con la desregulación auto y relacional durante la edad adulta y comorbilidades psiquiátricas. En los niños, la agresión reactiva, que es impulsada por estados emocionales negativos, se asocia con mayor reactividad al cortisol y disminución de la regulación emocional donde los niños maltratados corren mayor riesgo.
Así como la influencia de los padres opera sobre la capacidad de autorregulación de los niños, el proceso de influencia es bidireccional, es decir, los niños que no están regulados pueden obtener interacciones sociales de menor calidad. Como consecuencia de la violencia puede quedar afectado el grado para desarrollar relaciones saludables con compañeros y otras personas fuera del hogar (Shields, Ryan y Cicchetti, 2001), y aparecer conductas agresivas hacia hermanos, padres, figuras de autoridad, y con los iguales (Burnette 2013; Minze, et al., 2010; Voisin y Hong, 2012).
Diferentes estudios han establecido relaciones entre violencia doméstica, y desregulación emocional, determinando que ésta desempeña un papel central en la etiología, inicio y desarrollo de los estados depresivos en niños y adolescentes, resultando la principal vía de riesgo para la relación entre la exposición a violencia doméstica y maltrato con la depresión, ya que está relacionada con la capacidad de la persona para disponer de comportamientos que modulen o cambien experiencias vitales que resulten afectivamente aversivas.
Las otras vías, neuroendocrinas, autónomas o afectivas que siguen a un desafío ambiental, o los cambios en la fisiología del estrés juegan un papel menos crítico en la relación entre maltrato y sintomatología depresiva, que las vías conductuales responsables del manejo general de la experiencia emocional.
Fernando et al. (2014) en un estudio sobre el impacto de los traumatismos infantiles en la regulación de la emoción, informaron que los pacientes deprimidos obtienen puntuaciones significativamente mayores en el abandono emocional, mientras que las personas afectadas por trastornos de personalidad límite reportaron mucho más abuso emocional que los pacientes deprimidos.
Un ejemplo prototípico de desregulación emocional en la personalidad lo representa el Trastorno Límite (TLP). Características propias del TLP son la inestabilidad e intensidad emocional, reactividad, sensibilidad como tendencia a la respuesta rápida a los estímulos, problemas de identidad y relaciones negativas, impulsividad como característica básica y altos niveles de ansiedad.
En general los rasgos de la disfunción afectiva han sido identificados como rasgos de personalidad “básicos” subyacentes al TLP, hay una transformación y rápida transición, desde episodios volcánicos de ira y episodios transitorios de paranoia o psicosis, a relaciones intensas e íntimas, relaciones frágiles por la propia inestabilidad, esta rápida transición del estado anímico puede llevar a la personalidad borderline a experimentar impulsos autodestructivos o suicidas.
Los estudios de neuroimagen nos sirven para explicar un modelo de desarrollo del TLP. La disminución de la integración entre los hemisferios derecho e izquierdo y un cuerpo calloso de menor tamaño pueden provocar cambios bruscos desde un estado dominado por el hemisferio izquierdo a otro con predominio derecho, con percepciones y memorias emocionales muy diferentes. Esta polarización hemisférica puede provocar que una persona contemple su mundo relacional (familiares, amigos, compañeros) de una manera muy positiva en un estado y en forma negativa en el otro. De la misma forma, desde la irritabilidad eléctrica del sistema límbico se puede producir sintomatología agresiva, y síntomas de desesperación y ansiedad.
La desregulación en el ciclo evolutivo
Si una madre está ausente, en definitiva, si la figura de apego está ausente surgirá un profundo sentido de indefensión, falta de vinculación afectiva, desregulación emocional y una previsible paternidad severa. La regulación emocional está altamente influenciada por la capacidad de desarrollar apegos seguros apropiados. Hay tres prácticas de crianza que quedan afectadas en el maltrato:
el lenguaje como trabajo invisible, ingrediente vital en la interacción y la vinculación padres-hijos;
la sensibilidad o calidad afectiva relacionada con la calidad del apego; y
las expresiones de afecto o comportamientos de transmisión de amor y ternura.
Los niños expuestos situaciones incontrolables desarrollan un déficit en el aprendizaje, por haber aprendido que ninguna respuesta, ni activa ni pasiva, puede controlar la situación, disminuyéndose la motivación para iniciar respuestas y originándose a nivel emocional un efecto crónico. Esto ocurre cuando no existe una respuesta adecuada de las figuras de cuidado, (padres), a sus acciones.
En la edad preescolar (de 3 a 6 años), los niños ya tienen una mayor comprensión de sus cogniciones internas. Miller, Howell y Graham-Bermann (2013), en un estudio sobre 68 niños (4 a 6 años), encontraron que las evaluaciones de culpabilidad de los niños aumentaron con el tiempo, y hubo una tendencia a que las niñas denotaran más culpa de sí mismas que los niños, los autores mencionan que sin intervención, estos niños pueden estar en riesgo de desarrollar patrones cognitivos desadaptativos relativamente estables, lo que aumenta el riesgo para una psicopatología en los desarrollos posteriores.
La edad escolar (de 6 a 12 años) es un periodo de máxima necesidad en el aprendizaje de regulación emocional y adaptación de respuestas, no cabe duda de que estas funcionalidades ejecutivas dependen en gran medida de la relación parental establecida en esta etapa de educación del niño, la cual va a conferir un estilo parental de intervención que desemboca en la siguiente etapa, adolescencia, en el arraigo de conductas y formas de afrontamiento.
En el estudio de Zarling, et al., (2017) con 132 niños de 6-8 años y sus madres, la influencia de la violencia doméstica en la desregulación emocional de los niños fue un potente mediador de los vínculos entre la exposición y los problemas de internalización y externalización. El desarrollo de una regulación efectiva de las emociones está fuertemente influenciado, por las interacciones continuas entre cuidador e hijo, y las propias reacciones emocionales de los cuidadores. “Resultando la desregulación emocional una vulnerabilidad clave para los síntomas psicológicos en los niños que han estado expuestos a violencia doméstica”.
Delker, Noll, Kim y Fisher (2014), mediante diseño longitudinal examinan cómo los abusos en la juventud de una madre se relacionan con las dificultades de autorregulación de sus hijos en la preadolescencia. San Diego (USA). Familias en riesgo de maltrato infantil (488 madres). Evaluaciones de madres y niños en cuatro puntos de tiempo: 1-2 semanas del nacimiento del niño, y en niños de 12, 24 y 36 meses, y una evaluación de seguimiento a largo plazo (n = 240) cuando los niños tenían de 9 a 12 años.
Los hallazgos proporcionan evidencia de que el comportamiento materno en los primeros años del niño es una vía importante por la cual el historial de abuso materno conduce a la dificultad de autorregulación del niño en la preadolescencia, a través de la maternidad controladora en la primera infancia. Esto sugiere que las conductas de control parental de la madre tienen implicaciones a mayor plazo en el desarrollo autorregulador del niño que otros factores de riesgo proximales, la victimización materna en los primeros años del niño le afecta negativamente y predice percepciones prenatales más negativas del bebé y del yo como madre.
Para los autores un posible mecanismo desregulador es que las experiencias tempranas de abuso materno, combinadas con adversidades socioeconómicas, ejercen una activación excesiva del sistema de respuesta al estrés, activación que puede comprometer el desarrollo de áreas implicadas en funciones ejecutivas específicas (por ejemplo, control inhibitorio) y habilidades de autorregulación que ayuden a las madres a mantener entornos bien regulados para sus familias.
En consecuencia, las interacciones tempranas entre padres e hijos pueden desarrollarse en un ciclo bidireccional creciente de control coercitivo y desafíos del comportamiento infantil, originando una problemática o trastorno, sea interiorizado o exteriorizado.
Bradleyet al. (2011) con una muestra de 530 participantes, mujeres (62%), de entre 18 y 77 años (media = 42,3 años), encontraron que los problemas de regulación emocional en la edad preescolar secundarios a la exposición a violencia doméstica, se asocian con la desregulación en múltiples dominios de procesamiento informacional (fisiológicos, sensoriales, emocionales y cognitivos) y la desregulación intrínseca y relacional durante la edad adulta, sus resultados apoyan los modelos teóricos en los que la capacidad de desarrollo para regular las emociones de forma adaptativa puede verse perturbada por experiencias disruptivas tempranas.
Es decir, la desregulación de las emociones agregó una valía incremental significativa en relación con una amplia gama de síntomas psicológicos internalizados y comportamientos desadaptativos. Sugieren que, aunque el afecto negativo esté relacionado con formas de psicopatología, (p. ej., depresión), la desregulación emocional está más asociada con comportamientos y trastornos más impulsivos, autodestructivos o externos como el abuso de sustancias y los intentos de suicidio.