El Carácter Compulsivo / Reich.
Siendo la función más general del carácter la defensa contra los estímulos y el mantenimiento del equilibrio psíquico, debe ser particularmente fácil ponerlo de manifiesto en el carácter compulsivo, pues se trata de una de las formaciones psíquicas mejor estudiadas. Existen transiciones fluidas que van desde los conocidos síntomas de compulsión hasta las correspondientes actitudes caracterológicas.
Puede faltar la compulsión neurótica de orden, pero una preocupación pedante por el orden es un rasgo típico del carácter compulsivo. Toda su vida se desarrolla conforme a un programa preconcebido, inviolable. Todo cambio en el programa se experimenta como displacer, en los casos más pronunciados provoca incluso angustia. Debido a la minuciosidad que le acompaña, este rasgo de carácter puede ayudar al individuo a hacer muchas cosas, pero por otra parte, también reduce considerablemente la capacidad de trabajo, pues excluye todo cambio rápido y toda adaptación a situaciones nuevas.
Puede tener valor para el funcionario, pero es un obstáculo para el individuo que trata de dedicarse al trabajo creador o que depende de las ideas nuevas. Así, rara vez encontraremos caracteres compulsivos entre los grandes estadistas; es más probable descubrirlos entre los hombres de ciencia. Pero como la pedantería paraliza toda especulación, este rasgo imposibilitará todo descubrimiento precursor.
Esto nos conduce a otro rasgo de carácter que nunca falta: la tendencia a la cavilación. Existe una incapacidad de concentrarse más en una cosa que en otra, conforme a la importancia real de un objeto, las cosas no esenciales se piensan con tanta minuciosidad como las de interés profesional. Cuanto más rígido y patológico se presenta este rasgo, más se concentran el pensamiento y la atención en cosas no esenciales, más se excluyen del pensamiento las cosas racionalmente importantes. Es decir, las ideas que han llegado a ser inconscientemente importantes son reemplazadas por ideas insignificantes.
Forma parte del proceso general de represión y va dirigido contra las ideas reprimidas. Por lo común, existen cavilaciones infantiles acerca de cosas prohibidas, a las cuales nunca se les permite llegar a la preocupación real. Estas cavilaciones tienen lugar también según esquemas históricamente determinados; en los trabajadores intelectuales, dificultan en forma considerable la movilidad intelectual. En muchos casos, esto se compensa con una capacidad superior a la común para el pensamiento lógico abstracto. Las dificultades críticas están mejor desarrolladas que las creadoras.
Otro rasgo nunca ausente en el carácter compulsivo es la economía, si no la avaricia. Pedantería, minuciosidad, tendencia a la cavilación y economía, todas derivan de una sola fuente instintiva, el erotismo anal, son formaciones reactivas contra aquellas tendencias que desempeñaron un papel de primordial importancia en la fase del aprendizaje del control de esfínteres. En la medida en que estas formaciones reactivas no han logrado éxito, encontramos rasgos de índole exactamente opuesta que, junto con los mencionados, son también típicos del carácter compulsivo. Mejor dicho, son irrupciones de las tendencias originales.
Encontramos entonces desorden, pereza, incapacidad de tratar el dinero, etc. La gran tendencia a coleccionar cosas completa la lista de los derivados caracterológicos del erotismo anal. Hay otros rasgos de carácter que no derivan de los impulsos anales, sino de los impulsos sádicos de ese período determinado. Los caracteres compulsivos presentan siempre marcadas reacciones de compasión y sentimientos de culpa. Correspondiendo a la fijación del carácter compulsivo en la etapa sádico-anal del desarrollo de la libido, estos rasgos son formaciones reactivas contra las tendencias opuestas.
Si bien los rasgos hasta ahora mencionados son derivados directos de ciertos impulsos parciales, existen otros rasgos típicos que muestran una estructura más complicada y resultan de la acción recíproca de varias fuerzas. Entre ellos se encuentra la indecisión, la duda y la desconfianza. En su aspecto exterior, el carácter compulsivo muestra un acentuado freno y control; sus reacciones afectivas, tanto negatividad como positivas, son tibias; en los casos extremos, esto se convierte en un completo bloqueo afectivo. Estos rasgos son ya de índole infantil y nos traen a nuestro verdadero tema la dinámica y la economía del carácter.
La experiencia clínica revela que los rasgos de duda, desconfianza, etc., obran como resistencia en el análisis y no pueden ser eliminados mientras no se logre quebrar el bloqueo afectivo. Tendremos que recordar primero lo que se sabe del desarrollo libidinal de un carácter compulsivo. Hubo una fijación central en el nivel sádico-anal, es decir, hacia la edad de dos o tres años. El adiestramiento de esfínteres tuvo lugar demasiado pronto, lo que condujo a fuertes formaciones reactivas, tal como un autocontrol extremado, incluso a una edad muy temprana.
El estricto adiestramiento de esfínteres despertó una fuerte terquedad anal, la cual movilizó también impulsos sádicos. En la típica neurosis de compulsión el desarrollo continúa sin embargo hasta la fase fálica. Es decir, se activó la genitalidad, pero pronto volvió a abandonársela, en parte debido a fuertes inhibiciones establecidas a una edad muy temprana, en parte debido a la actitud anti sexual de los padres.
En la medida en que se desarrolló la genitalidad, lo hizo correspondiendo al desarrollo previo de la analidad y del sadismo en forma de agresión fálico-sádica. No necesitamos decir que un varón reprimirá sus impulsos genitales tanto más rápidamente cuanto más agresiva sea su constitución sexual adquirida y cuantas más inhibiciones y sentimientos de culpa se hagan sentir, provenientes de una fase anterior del desarrollo. Así, pues, es típico de la neurosis de compulsión que a la represión de la genitalidad siga una regresión hacia la etapa anterior de intereses anales y de agresividad.
Durante el llamado período de latencia, particularmente bien desarrollado en los caracteres compulsivos, las formaciones reactivas anales y sádicas se intensifican y dan forma al carácter final.
Durante la pubertad, bajo la influencia del creciente acicate sexual, el proceso se repite en forma abreviada. Por lo general, hay al principio violentos impulsos sádicos hacia las mujeres (fantasías de violación, de castigos, etc.), acompañados por un sentimiento de debilidad afectiva y de inferioridad afectiva; éstos despiertan compensaciones narcisistas bajo la forma de formaciones reactivas éticas y estéticas. Las fijaciones anal y sádica se intensifican, o al cabo de un movimiento breve y por lo común infructuoso en dirección a la actividad genital, se reactivan, lo cual provoca una ulterior elaboración de las correspondientes formaciones reactivas.
Como resultado de estos procesos de profundidad, la pubertad del carácter compulsivo adopta un curso típico. Existe, sobre todo, un progresivo achatamiento de las reacciones afectivas, junto a este bloqueo afectivo figura un sentimiento de vacío interior y un intenso deseo de “comenzar de nuevo la vida”, lo cual se intenta a menudo por los medios más absurdos.
El mejor objeto para el estudio de las perturbaciones formales del carácter compulsivo es el bloqueo afectivo. No se trata en manera alguna, como podría parecerlo, de una actitud pasiva del yo. Por el contrario, difícilmente existe otra formación reactiva en la cual el análisis ponga al descubierto un trabajo de defensa tan activo y tan intenso.
¿Qué es pues lo que se evita, y cuáles son los medios empleados?
El modo típico de represión en el carácter compulsivo consiste en disociar los afectos de las ideas, de modo que a menudo pueden aparecer en la conciencia ideas muy censurables. Uno de estos pacientes soñaba y hablaba abiertamente del incesto con su madre; incluso de violación por la fuerza, pero todo ello le dejaba absolutamente impávido. Faltaban por completo la excitación genital y la excitación sádica. Si analizamos a estos pacientes sin concentrarnos en el bloqueo afectivo, obtenemos, es cierto, mayor material inconsciente, quizá incluso una débil excitación ocasional, pero nunca los afectos que corresponderían a las ideas.
¿Dónde se mantienen escondidos?
En la medida en que no los absorben los síntomas, han de encontrarse en el bloqueo afectivo mismo, lo demuestra el hecho de que cuando logramos romper este bloqueo, reaparecen los afectos en forma espontánea, al comienzo por lo general en forma de angustia. Debe destacarse que en un principio no se liberan impulsos genitales, sino sólo agresivos. La energía agresiva está ligada en el bloqueo afectivo con ayuda de energías erótico-anales. El bloqueo afectivo es un gran espasmo del yo, todos los músculos del cuerpo, pero en especial los de la pelvis, hombros y cara están en estado de hipertonía crónica. De ahí la fisonomía dura, a veces parece máscara, de este carácter, y su torpeza física.
El yo toma de las capas reprimidas las tendencias de contención y las utiliza para defenderse de los impulsos sádicos, la analidad, la contención se usa como una defensa contra la agresión y viceversa. Esto significa que no podemos liberar las energías a menos de que no disolvamos el bloqueo afectivo. Toda expresión afectiva provoca en el inconsciente las antiguas excitaciones sin resolver, por lo cual existe un temor consciente de perder el autocontrol. Este abre el camino a todo el conflicto infantil entre el dejarse ir, a abandonarse y la necesidad de autocontrol debido al temor al castigo.
El análisis del bloqueo afectivo conduce a una irrupción entre este conflicto central y el desplazamiento a las posiciones originales, no obstante, esto es un sinónimo de disolución de la coraza. Partiendo del bloqueo afectivo llegamos también a los anclajes de las primeras identificaciones y del superyó: la exigencia de autocontrol, en sus comienzos impuesta desde afuera, a un yo que la resistía, pero que fue aceptada internamente. Más aun se convirtió en un modo de reacción rígido, crónico, inalterable. Esto pudo lograrse sólo con las energías reprimidas del ello.
Encontramos entonces en el carácter compulsivo dos capas de represiones: la más superficial es la sádica y anal, siendo la profunda la fálica. Esto corresponde a una inversión en el proceso regresivo. Lo que en el proceso de regresión fue invertido de afecto más recientemente, queda más próximo a la superficie, los impulsos de la lívido genital objetal son los duramente reprimidos y están cubiertos por capas de posiciones pre genitales.
Ambivalencia y duda son los obstáculos más difíciles, desde un comienzo, para separar los dos impulsos que forman la ambivalencia. Esto representa un conflicto entre el amor y el odio hacia la misma persona, y en una capa más profunda, una inhibición de los impulsos agresivos por temor al castigo. Si analizamos simultáneamente todas las manifestaciones, sin discriminar, no podremos dominar la ambivalencia, en cambio, si procedemos de acuerdo con condiciones estructurales pronto predominará el odio, después vendrán los impulsos libidinales. El mejor medio para escindir la ambivalencia es un laborioso análisis de la desconfianza, desde el comienzo mismo del tratamiento.
El Carácter Pasivo – Femenino /Lowen.
Freud sugirió tres categorías de masoquismo: masoquismo con perversión, masoquismo moral y masoquismo femenino, dejando este último sin estudiar. Fenichel, definía a los pasivo-femeninos (PF) como “personas en las que ciertos rasgos femeninos son tan evidentes que determinan un aspecto de su personalidad. Reich describió algunas características de este tipo: Cortesía y sumisión excesiva, suavidad y cierta tendencia a ser taimado, se muestran muy amistosos y humildes y se disculpan constantemente por las cosas más insignificantes, pueden ser torpes, tímidos y detallistas. Otros autores hablan de la sumisión como base.
Característica física importante es la voz suave y afeminada, con un tono agudo y falta de resonancia, con una pronunciación suavemente arrastrada de la R. Expresión facial suave y plástica, movimientos que nunca son bruscos o agresivos, manos blandas y bastante débiles. Pies estrechos y con el empeine ajustado y contraído. El pecho puede estar tirante sin moverse al respirar, quedando ésta muy reducida. Al respirar cuando existe temor se reacciona conteniendo la respiración, contrayendo el vientre y elevando los hombros con ello se consigue hinchar el pecho e inmovilizar la energía en el tórax. Caderas estrechas como resultado de las fuertes tensiones existentes en la pelvis y en los muslos, las cuales disminuyen la capacidad pélvica y la potencia genital.
Tensiones localizadas en los músculos intercostales, tienen fuerte tensiones en los músculos profundos, estando los superficiales relativamente blandos, lo que explica la suavidad de sus movimientos. La inmovilización de la agresividad genital interfiere con el normal desarrollo de la musculatura masculina.
En terapia se muestran ansiosos y deseosos de hacer lo que se les pida, aunque en realidad no participan, igual que en su infancia de la que traen cantidad de recuerdos pero sin ninguna emoción. Se posicionan en una transferencia positiva exagerada, siendo esta su resistencia puesto que no se esfuerzan, pero, esta transferencia es una expresión del yo tan válida como la resistencia negativa que oculta.
A tono con su falta general de agresividad, carecen del empuje masculino de la pelvis, no se derrumba como el masoquista, pero tampoco da muestras de agresividad. La agresión está bloqueada por la intensa ansiedad de castración y la regresión se ve impedida por el intenso temor a la homosexualidad. La estructura PF está asentada en la genitalidad, aunque inmovilizada por el temor, alcanza la fase genital de organización del yo, pero se queda paralizado por el miedo, siendo este su problema.
Habitualmente tienen padres autoritarios, irritables y encimosos con el niño, lo que les origina un conflicto que lo traslada a la figura femenina. La mujer se convierte en su rival y se identifica con ella en función de esta rivalidad. El PF no quiere ser un niño sino una mujer, desvía hacia ella todo el temor originado por el temor al padre, a través de la hostilidad como formación defensiva, pero no renuncia a la posición genital.
A nivel del yo presenta tendencias femeninas, pero a nivel genital es masculino, aunque sea pasivo. Ante esto se produce una retirada de energía de los genitales hacia el tórax, no se renuncia a la posición genital, ni se retira toda la energía, sólo se retira la suficiente para reducir el conflicto y evitar la parálisis. Si esta energía es devuelta hacia abajo con la suficiente intensidad, el conflicto edípico se reactiva, lo que origina una fuerte resistencia y la situación de transferencia se intensifica.
Existen, por tanto, dos factores que explican las tendencias femeninas: La ausencia de un desarrollo muscular normal a la que se superpone una identificación posterior con la mujer. La estructura PF surge también como resultado del conflicto entre unos impulsos genitales debilitados y una fuerte frustración genital. La rigidez actúa como fuerza inmovilizadora que termina por suprimir casi por completo la agresividad masculina. A la que renuncia asumiendo una actitud pasiva.
Se caracteriza por su escasa expresión emocional y por su relativa inmovilidad física, carece de la impulsividad de los pre-genitales y de la agresividad del fálico, toda su amabilidad, su sumisión y su deseo de agradar oculta un profundo odio hacia el hombre que, ante ellos, ocupa una posición de superioridad.
Una estructura de este tipo en la mujer no se parece a la del hombre puesto que cualquier trastorno de la personalidad femenina tiende a hacer disminuir sus cualidades femeninas naturales. Como en el masculino hay dos aspectos, el pre genital, bien sea masoquista u oral, y el que se da en la fase genital de organización de la libido. Aquí la niña dirige su atención hacia la parte masculina como objeto amoroso, el mecanismo de este desarrollo es más complicado en la niña que en el niño dado que al pasar de fase el niño no tiene que cambiar de objeto amoroso, sigue siendo la madre, que adquiere un nuevo interés y significado. La niña, por contrario, ha de transferir al otro sexo una parte de su objeto libidinal.
La manifestación física del carácter PF en la mujer se manifiesta como una escisión en la estructura corporal. La mitad superior del cuerpo está muy cargado y es rígido y agresivo, la mitad inferior es débil, masoquista y pasiva, desarrollan un intenso sentimiento de orgullo. El conflicto dominante es el conflicto con el padre, después ese conflicto es transferido al hombre en general. Esto produce una identificación secundaria con el hombre, que se ve favorecida por las tendencias agresivas. Suelen ser agresivas en el acto sexual, como mecanismo de defensa contra la sumisión. En su actitud hacia el hombre hay muchos sentimientos contradictorios. Superficialmente compiten y tratan de dominar. Si son superiores a su pareja, suelen mostrarse despectivas y castrantes.
El hombre se convierte en el receptor de todo el odio derivado de su temprana frustración a nivel genital. A un nivel más profundo, desean ser obligadas y sometidas como consecuencia de su parte masoquista. Cuando la pauta de comportamiento en su totalidad está dominada por esta actitud agresiva frente al hombre, estamos ante una estructura masculino-agresiva que está relacionada bioenergética mente con la estructura pasivo-femenina del hombre.
La diferencia es que al ser la agresividad la característica natural del hombre su inhibición produce un carácter pasivo. En la mujer, la cualidad puede ser definida como receptiva-agresiva, lo cual concuerda con el giro hacia el interior de su corriente de excitación. El fracaso en la maduración de la función receptiva da como resultado una agresividad asexualizada como característica más destacada. Es decir, la agresividad queda únicamente al servicio del yo. La aparente agresividad sexual de estas mujeres es un impulso del yo y no un impulso genital.
Cuando en la mujer existe una combinación entre una privación oral pre genital y una frustración genital, esta combinación suele producir una estructura de carácter compuesta de dependencia oral oculta por un rígido orgullo. Cuando una niña que ha padecido un sentimiento de privación a nivel oral hace del padre su objeto amoroso, le transfiere los deseos orales insatisfechos de contacto y apoyo, además de la necesidad de amor sexual.
Al enfrentarse a la frustración a nivel genital, el daño es grave, ya que equivale a un rechazo en ambos niveles. La rigidez a que da lugar es grave, y los posteriores sentimientos de orgullo aparecen muy exagerados. El conflicto entre necesidades orales y el deseo genital se manifiesta como una lucha entre dependencia e independencia. Existe una ambivalencia caracterológica entre sumisión y contención. La estructura corporal presenta la debilidad oral y la posterior rigidez, siendo esta más patente en la mitad superior del cuerpo. El comportamiento se caracteriza por pasar alternativamente de la dependencia, pasividad y sensibilidad a la independencia, rebelión y orgullo.
Compulsivo: Lecturas de Reich. (Reich, W. 1949/2005. P.215-222)