Claudio Naranjo. Los tres Amores.
Universidad de Deusto
Me viene a la memoria la reflexión de Idries Shah acerca de
un hombre que enseñaba que el «árbol era bueno».
Había decidido que toda perfección y belleza estaba contenida en el árbol,
que daba fruta, refugio y materia prima para artesanías, sin plantear exigencias.
Sus seguidores amaron los árboles y los adoraron en bosques y selvas
durante diez mil años, y comenta Shah que esta gente confundía lo inmediato
con lo real, en forma semejante a como el hombre se confunde acerca del amor
en sus ideas actuales: «Sus ideas más sublimes del amor, si sólo lo supiera,
pueden tenerse por las más bajas de las percepciones posibles del
amor verdadero.
Me limitaré a señalar que tres experiencias, tres diferentes amores -la atracción erótica, la benevolencia y la admiración-, constituyen, en sus transformaciones y variadas combinaciones, manifestaciones
incuestionables de la vida amorosa. Si queremos ir más allá, sólo podemos recurrir a palabras como «afirmación» o «valoración» que nos quedan cortas a pesar de que no tengamos nada mejor.
Por lo menos, hay un énfasis lo suficientemente diferente como para que los filósofos del amor hayan siempre distinguido entre amor propiamente dicho y caritas, o -pasando del latín al griego- eros y agape: un amor que se asocia a la sexualidad y se expresa sobre todo en la atracción mutua de los sexos, y otroamor independiente de la sexualidad, cuya manifestación prototípica está en la relación alimenticia madre-hijo.
Independientemente de que existan relaciones amorosas en las que ambos ingredientes están presentes, e independientemente también de que haya relación entre estos dos amores (de modo que la compasión pueda alimentarse de la sexualidad, como en el camino tántrico), es cierto que ambos son fenómenos posibles de encontrar en relación de independencia o antagonismo -como típicamente en la cultura
cristiana, en la cual el principio agape se da en un contexto ascètico.
Pero esta dualidad no abarca la gama completa del amor.
Si el amor compasivo, eco del amor maternal, es un amor que da, y el amor erótico puro es un amor-deseo, que anhela recibir, hay también un amor-adoración que tanto da como recibe: otorga su afirmación a lo amado y se alimenta de los destellos de la divinidad que con su acto de adoración descubre y, a su vez, nutre.
Hay una verdad en todo esto, por cuanto existe un amor que entraña un don desinteresado de sí, un amor a algo que no es ni uno mismo (como el amor-deseo) ni el otro (como el amor-dar), y que se puede llamar «amor a Dios» en un amplio sentido de la expresión ya se trate de amor a la belleza, a la justicia, al bien o a la vida.
Eros (o amor-deseo), caritas (o amor-dar) y philía (o amor-admirativo) pueden caracterizarse como ámor de hijo, amor de ‘madre y amor de padre, y se relacionan predominantemente con la primera, segunda y tercera persona que distingue la estructura de nuestro lenguaje: el amor deseo, con su anhelo de recibir, privilegia al yo, en tanto que el amor ágape es un amor al tú, y el amor-admiración proyecta la experiencia de valoración más allá de la experiencia del yo-tú,en una personificación de lo trascendente o una simbolización del valor puro: EL.
Se puede también decir que el amor al yo acoge al animal interior que hay en nosotros, criatura de deseos, mientras que el amor al tú encara al prójimo como persona o ser humano y el amor-admiración encuentra su verdadero objeto en lo divino ,ya sea, en una dimensión universal o en la experiencia de la divinidad encarnada.
El niño va del amor-recibir hasta la capacidad de dar, o por lo menos podemos suponer que éste es el desarrollo sano; en la mayoría de los casos, sin embargo el individuo queda fijado en la necesidad: la frustración temprana se hace crónica y acapara las energías psíquicas del adulto.
Porque no sabe lo que es recibir, la persona no sabe dar El amor-recibir o libido, entonces, no sólo absorbe el eros del amor-placer, sino que eclipsa al amor-dar y al amor-admiración. La falsificación del amor supone una ilusión particular a la sobre- identificación del amor con alguna otra experiencia asociada y sobrevalorada como el placer, lo admirable, el don de la propia subordinación
Tal vez Dios nos ha llegado a parecer irrelevante tras siglos de nombrarlo en vano y de degradar su idea por medio de la asociación con instituciones religiosas autoritarias fosilizadas. Por ello quiero afirmar mi convicción de que la salud emocional implica un «amor a Dios» en el sentido amplio de la palabra, independientemente de toda ideología y compatible aun con el agnosticismo.
Pienso que un aspecto fundamental de las muchas condiciones patológicas es la pérdida de ese amor que está más allá del amor al prójimo y del amor a uno mismo, y que es algo así como un arder de la chispa divina que está dentro de nosotros, amándose.
De este amor sin objeto o cuyo objeto es infinito deriva en gran parte la densidad de sentido de la vida, su «significado», más “allá de toda razón y emociones interpersonales. Parte de mi análisis del «mal amor» -como lo llamaría el Arcipreste- consistirá en una consideración de los diversos caracteres en términos de los tres amores:
un amor paterno (philia, orientado hacia lo divino),
un amor maternal (agape, proyectado sobre el prójimo)
y un amor de hijo (eros, centrado en el deseo).
mi tema será el recíproco: el de cómo las motivaciones neuróticas constituyen un obstáculo para el amor; es decir, cómo esos patrones fundamentales de la personalidad que reconocemos como caracteres básicos (con rasgos que van desde lo postural y motriz hasta las formas del pensar) se manifiestan en términos de amor.
Claudio Naranjo. Universidad de Deusto