Formarse en Gestalt - Albert Rams

Formarse en Gestalt me parece, en realidad, a la luz del tiempo en que vengo dedicándome a ello, casi un reformarse o un deformarse. Deformarse, porque la experiencia de esos tres o cuatro años que suelen componer generalmente la formación, supone para muchas personas un dejar caer sus ideas y preconceptos sobre sí mismas, un esencial encuentro con lo que uno decidió no ser y con lo que el estudiante se va encontrando, finalmente, ser.
Un trabajo de autoconocimiento como individuo en contacto, salpimentado de técnicas, teorías, estrategias y aprendizajes de intervenciones. Un volver, en alguna medida, al caos esencial, deformando la personalidad falsa por automática.  “Volver”, que tiene como objetivo fundamental, me parece, buscar lo más genuino de uno mismo y convertirlo en estilo de intervención con el otro, sea este otra persona, pareja, familia, grupo, institución o entidad. La formación en Gestalt supone también un reformarse. Tener una “‘segunda oportunidad” para mirarse a uno mismo en contacto con el otro, como adulto que se acuerda de que una vez fue niño, aprendiendo a reconocer a la vez lo propio y lo ajeno, precisamente lo que entonces, como infante, no fue posible.
Unas escuelas gestálticas ponen énfasis en lo gozoso o pleno del asunto, enfocarán como primer plano la frescura, y el desatasque de corsés y de guiones preestablecidos que tanto caracteriza la formación gestáltica; otras, priman lo doloroso como camino para verificar experiencialmente aquella aseveración del fundador, de Fritz Perls, de que la enfermedad es la evitación del dolor psíquico que lo transforma, paradójicamente, en sufrimiento crónico. Formarse en Gestalt es, asimismo, menos enfáticamente, aprender una metodología de intervención psicosocial donde importa quién es el profesional como persona, con lo patológico y con lo genuino, matrices ambas, creo, de lo más creativo del alumno y de todos nosotros.
Cuando a principios de los ochenta edificábamos aquel primer programa de formación de la A.E.T.G., hablábamos de la importancia de consolidar y de estructurar en un todo armonioso, en una verdadera Gestalt, los diferentes niveles o ámbitos que nos parecía tener lo formativo, es decir:
1.- Lo terapéutico, vivencial o experiencial. Encontrarse, como vengo redundando, con uno mismo como persona, con los huecos y con los llenos, con los déficits y con los excesos, con la patología biográficamente asentada, y con el intento de asumirla y transformarla en un estilo único y personal de ser gestaltista.
2.- Lo teórico. Ponerle palabras a la propia experiencia como interventor en el otro, como acompañante de procesos. Y tanto contrastarlas con lo que los pioneros del enfoque – Fritz y Laura Perls, Simkin, Goodman, Zinker, los Polster, Naranjo y otros – han dicho sobre ello, como también ponerlas en relación con las principales teorías de lo psicoterapéutico ( psicoanálisis, cognitivismos y enfoques sistémicos, otros enfoques humanistas y transpersonales, etc…) y, más en general, con los enfoques de la relación, del servicio o de la ayuda.
3.- Lo técnico. Reiterando el aforismo de los Polster, en Gestalt “el terapeuta es su mejor herramienta”. Precisamente por eso, a la vez que uno se incorpora a sí mismo como instrumento, el proceso en entrenamiento quiere llevar al alumno a encontrarse con un arsenal de útiles. Para unos, este arsenal deberá ser necesariamente limitado, porque entienden que la primacía de la actitud obliga a no dispersar el proceso con variables metodológicas que, si bien aportan creatividad y amplitud de miras, difuminarían lo esencial; otros rescatan la libertad de movimientos y de actitudes que el enfoque gestáltico otorga al profesional, y su consecuente riqueza de posibilidades técnicas, instrumentales y aplicadas.
4.- Lo estratégico o metodológico. Me parece que combinar la potencia personal, la significación y la simbolización teórica, y el uso de haceres eficaces, faculta para la “verdadera” libertad metodológica. Formarse es también aprender secuencias y procesos, pautas y posibilidades en el encuentro profesional con el otro como ser único. Aprender leyes que vinculan lo general con lo particular, y viceversa.
5.- La supervisión de todo ello. Poder “visar” la secuencia con otros ojos, sean los propios puestos en un lugar no frecuentado, sean los de los otros compañeros de grupo o los del supervisor-formador transformado en persona que está ahí y dice lo que, buenamente, puede.
Aficionados, estudiantes y profesionales de las ciencias psicológicas, pedagógicas, sociales, empresariales y médicas, principalmente, acuden a la formación en Gestalt atraídos por el reclamo de esa rara palabra, Gestalt, que, intraducible del alemán, viene a significar a la vez, un “todo con sentido en sí mismo, diferente de las partes…” y, ya más popularmente, un enfoque experiencial del vivir y de la vida. Y también, desde los años cuarenta, una disciplina que no sin esfuerzo se va abriendo camino entre lo científico, lo académico, lo artístico y lo social. Va siendo conocida, en definitiva, lentamente, en el mundo de los acercamientos a lo humano en su sentido más general.
“Gestalt es…”, por decirlo en pocas palabras, seguramente, un proceso de aprender a ser. Formarse en ello, por lo tanto, un entrenarse en lo ‘simpático’ que, en palabras de Perls, es un compromiso con el campo total, un percatarse de sí mismo y del otro.