Apuntes Gestalt – El ciclo de la experiencia
El ciclo de la experiencia - Francisco Burgui Sendoa
2.- Ciclo de la Experiencia
El crecimiento personal depende de la satisfacción de las necesidades del individuo a través del contacto con los elementos capaces de satisfacerlas, un proceso vital que es impulsado y guiado por la capacidad auto-regulatoria del organismo.
La reducción de posibilidades de contacto pleno afecta tanto la capacidad natural de mantener contacto con el ambiente, como la capacidad del organismo de darse cuenta de sus propias necesidades (esto es, la capacidad de tomar contacto con las necesidades organísmicas de manera indeliberada y directa). Dadas estas consideraciones básicas, Perls (1969) definía la neurosis como trastorno del crecimiento y entendía los mecanismos neuróticos como mecanismos de evitación de contacto.
El modelo inicial de Perls y sus colaboradores de cuatro etapas, fue ampliado y refinado posteriormente, en particular, en el Instituto Gestáltico de Cleveland, siguiendo a terapeutas gestálticos como Zinker (1977) y Kepner (1987).
Reposo
En el reposo o retraimiento el sujeto ya ha resuelto una Gestalt o necesidad anterior, y se encuentra en un estado de equilibrio, sin ninguna necesidad apremiante.
Sensación
En la sensación el sujeto es sacado de su reposo porque siente “algo” difuso, que todavía no puede definir. Como por ejemplo, puede sentir movimientos peristálticos o sonidos en su estómago, o una cierta intranquilidad.
Darse cuenta o formación de figura
En el darse cuenta, la sensación se identifica como una necesidad específica (en los ejemplos anteriores, como hambre o como preocupación, respectivamente) y se identifica también aquello que la satisface: se delimita cierta porción de la realidad que adquiere un sentido vital muy importante para el sujeto, es decir, se forma una figura.
Energetización
En la fase de energización el sujeto reúne la fuerza o concentración necesaria para llevar a cabo lo que la necesidad le demanda.
Acción
En la acción, fase más importante de todo el ciclo, el individuo moviliza su cuerpo para satisfacer su necesidad, concentra su energía en sus músculos y huesos y se encamina activamente al logro de lo desea.
Contacto
En la etapa final, el contacto, se produce la conjunción del sujeto con el objeto de la necesidad; y, en consecuencia, se satisface la misma. La etapa culmina cuando el sujeto se siente satisfecho, puede despedirse de este ciclo y comenzar otro.
En términos generales, se puede decir que el ciclo de la experiencia, dado en un contexto específico y significativo, constituye en sí misma una Gestalt. Un ciclo interrumpido es una Gestalt inconclusa; un ente que parasitará al organismo consumiendo su energía hasta verse satisfecho.Las dificultades surgen en cuanto este ciclo es interferido de modo habitual por medio de la utilización de mecanismos de defensa o evitación del contacto que en sí mismos son neuróticos, y que ocasionan perturbaciones significativas del límite de contacto, ya que en este caso el individuo es incapaz de encontrar satisfacción a sus necesidades organísmicas una situación que, tarde o temprano, conduce a sensaciones de malestar. Las resistencias funcionales son entendidas, en este contexto, como mecanismos de bloqueo o interrupción del ciclo de contacto, que representa la manifestación de la auto-regulación del organismo. Kepner (1987) indica que los diferentes tipos de resistencias no son exclusivos de alguna etapa específica del ciclo de la experiencia, aunque son más evidentes y su acción más fácilmente reconocible en etapas particulares.
3.- Interrupciones del ciclo de la experiencia
Describiremos los diversos mecanismos neuróticos o perturbaciones del límite de contacto que la teoría de la terapia Gestalt ha reconocido y conceptualizado desde las formulaciones originales de Perls (1947) y a partir de los cinco mecanismos detallados por Perls, Goodman y Hefferline en 1951. Los terapeutas gestálticos contemporáneos han reconocido que las cinco perturbaciones de la frontera de contacto puntualizadas por ellos no agotan todas las posibilidades existentes de manipulación del límite entre organismo y ambiente.
Desensibilización:
Cuando las sensaciones son perturbadoras y no es posible evitarlas actuando sobre la fuente ambiental de la perturbación o escapando de ella, una manera de enfrentarlas es alterar la percepción de la sensación. Los seres humanos somos capaces de amortiguar el impacto de las sensaciones ya sea reduciendo su calidad de atención o disminuyendo la capacidad de sus órganos de percepción. Este proceso de enfrentarse a las sensaciones perturbadoras alterando la capacidad de percepción es llamado desensibilización. La desensibilización es un disturbio del límite de contacto que impide al organismo experimentar una sensación que llevaría a la toma de consciencia de una necesidad que busca ser resuelta, actividades que involucran peligro y riesgo.
Proyección:
Perls (1973) la describió como el reverso de la introyección y como tendencia a hacer responsable al ambiente de lo que se origina en el self del individuo. Los psicoterapeutas gestálticos contemporáneos consideran, en términos generales, que la proyección puede ser entendida como una interrupción en el contacto al tratar una parte del sí mismo como si fuera un objeto en el entorno. El organismo que proyecta tiene dificultades importantes para distinguir, de modo claro y adecuado, entre aquellas facetas de su personalidad y de su funcionamiento que, en efecto, le pertenecen y aquellos elementos que forman parte del entorno y de las demás personas y que, en consecuencia, le son ajenos. En este sentido, la proyección representa una confusión entre el self y el ambiente una confusión significativa de la identidad personal que es resultado de la atribución de algún aspecto del individuo al mundo.
Desde el punto de vista del proceso de contacto, el límite de contacto no es disuelto, sino que es reubicado de manera que el organismo percibe y experimenta partes de sí mismo como si fueran partes del entorno es decir, corre el límite de contacto hacia afuera, más allá de los límites organísmicos efectivos. Así, el individuo está literalmente de ambos lados de la frontera de contacto y, habiendo convertido una faceta de sí mismo en un aspecto del ambiente, en el proceso de contacto se encuentra consigo mismo. Visto desde la perspectiva de las etapas del proceso de contacto, la proyección es un mecanismo neurótico que interfiere el contacto pleno entre las etapas de sensación y darse cuenta.
A diferencia de lo que ocurre en la desensibilización, en la proyección el organismo es capaz de experimentar con claridad la sensación corporal que señaliza la aparición de una necesidad organísmica y la emoción que la acompaña y que liga la necesidad al menos vagamente con algún elemento externo oportuno. Sin embargo, no asocia la sensación y el afecto consiguiente con el self y no se identifica con ellos; al contrario, los mantiene separados y, por lo tanto, es incapaz de generar una respuesta activa acorde a la búsqueda de satisfacción de la necesidad específica emergente.
De hecho, el individuo que proyecta inhibe los impulsos psicomotores organísmicos para evitar el proceso de dejarse llevar por las implicancias de su vivencia corporal. Con ello, el cuerpo, deja de ser vivenciado como sujeto experiencial y es tratado como si fuera ajeno al self. En términos de responsabilidad el individuo emplea la proyección tanto en la relación a sus quehaceres en el mundo externo al desposeer sus propios impulsos y sus propias necesidades, como para desposeer aquellas partes de sí mismo en donde se originan los impulsos y las necesidades conflictivas.
Les confiere, por así decir, una existencia objetiva fuera de él, de modo que puede culparlos de sus problemas sin encarar el hecho de que son parte de él mismo. Desde esta perspectiva, la mayor parte de las proyecciones están ligadas íntimamente a la activación de ciertos introyectos inconscientes, puesto que éstos conducen a menudo a actitudes de no aceptación y de auto-alienación de aspectos del self que, a su vez, llevan a la necesidad de proyectarlos, la proyección le da la coartada al self para no responsabilizarse. Todo lo que es rechazado deja de ser experimentado como propio, y por lo tanto, la personalidad se empobrece.
Introyección:
A diferencia de la asimilación saludable, la introyección es el mecanismo neurótico mediante el cual incorporamos dentro de nosotros mismos, patrones, actitudes, modos de actuar y pensar que no son verdaderamente nuestros. Puede ser visualizada como una especie de pseudo-metabolismo que implica la incorporación pasiva de elementos del entorno que no son digeridos y que, por lo tanto, no son asimilados.
Un introyecto, en este sentido, es un contenido específico (p. ej., un valor, una creencia, una pauta conductual, una reacción habitual, etc.) que el organismo incorpora de modo no selectivo sin asimilarlo y que ha sido adoptado a base de una recepción e identificación forzadas. Desde el punto de vista del proceso de contacto, la introyección implica que el organismo, dada la presencia y activación de un introyecto entre las etapas de darse cuenta y movilización energética desplaza su propia necesidad emergente y la reemplaza por actitudes, patrones conductuales y reacciones que se rigen por algún imperativo o principio externo o por la necesidad o el deseo de otra persona.
El contacto, se corre hacia dentro, de manera que aquello que es parte del entorno parece formar parte del organismo; el individuo introyector afirma “Yo pienso” cuando en realidad quiere decir “ellos piensan”. El individuo busca evadir el conflicto que surge de las diferencias entre organismo y ambiente, debido a lo cual es incapaz de reconocer sus propios intereses como contrapuestos a los intereses de ciertas figuras significativas y, de esta manera, sacrifica aspectos valiosos de su personalidad. En este sentido, al eludir la evaluación de lo que se enfrenta en el entorno a la luz de valores y necesidades propias, el individuo sólo es capaz de recurrir a un repertorio experiencial y conductual restringido, estereotipado, rígido e imitativo. Su comportamiento parece vago, inauténtico y carente de vitalidad.
La introyección se establece, siguiendo dos pasos fundamentales: el individuo incorpora fragmentos y trozos de representaciones exteriores que considera le permitirán enfrentar con éxito aquellas circunstancias del campo organismo-ambiente que sus respuestas parecen no poder solucionar y, con posterioridad, pierde consciencia de que ha comenzado a actuar, empieza a creer que es aquello que está representando y olvida su rendición. Se convence a sí mismo de que lo que no quiere es bueno para él, que es lo que realmente desea. Pero lo coge sin degustarlo ni masticarlo, en algún momento, renunció al sentido de libre elección en la vida.
La introyección es un proceso que puede ser sano o neurótico, dependiendo del contexto en el cual se produce. El material contenido en los introyectos sería de gran valor para el crecimiento del organismo si pudiese ser transformado y asimilado. Es importante no olvidar que sin la habilidad para introyectar, la convivencia social, la ética y la cultura no serían posibles.
Retroflexión:
La característica básica y definitoria de la retroflexión es que el organismo comienza bien a hacerse a sí mismo lo que desea hacerle a su entorno, o bien a hacerse a sí mismo lo que desea que su entorno le haga a él, reemplaza el entorno por sí mismo. El organismo que retroflecta coloca la frontera de contacto de manera que termina siendo su propio ambiente encontrándose de ambos lados del límite y siendo el único entorno tangible y realiza aquello que estaba, originalmente, dirigido hacia fuera de sí mismo sobre sí mismo.
Desde la perspectiva de la terapia gestáltica, el organismo interrumpe sus movimientos o impulsos naturales debido a la presencia de un temor profundo a herir o destruir a un elemento significativo del entorno o, por otro lado, debido a la existencia de un miedo a ser herido o dañado por parte del ambiente. La retroflexión exige al organismo dividirse a sí mismo en dos polaridades internas o partes opuestas pero complementarias. Una parte del organismo se esfuerza sin cesar por lograr sus objetivos originales de satisfacción de alguna necesidad a través de la realización de una acción que lo conecta con el entorno y, otra parte del organismo lucha sin cesar por controlar aquella parte que tiende hacia el contacto con el mundo externo.
En otras palabras, el individuo debe escindir su personalidad en una parte activa que “hace” y que encauza sus actividades en contra de otra parte pasiva que “es hecha” o que sufre las acciones de la parte activa esto es, una parte de la personalidad hace de otra parte de la personalidad su entorno. Así, la retroflexión puede ser entendida como una resistencia de ciertos aspectos del sí mismo por el sí mismo y, más allá, el individuo literalmente llega a constituirse en el peor enemigo de sí mismo. De este modo, lo que comenzó como conflicto entre organismo y ambiente se convierte en un conflicto interior entre dos aspectos de la personalidad o entre dos tipos contrapuestos de comportamiento.
Desde este punto de vista, existe una relación íntima entre la retroflexión y la introyección. De hecho, la teoría de la terapia gestáltica supone que toda retroflexión tiene su origen en un introyecto consciente o inconsciente. La aparición del mecanismo de la retroflexión está vinculada íntimamente con el rechazo o la reprobación de determinadas conductas organísmicas por parte del entorno humano que rodea al niño.
Así, el individuo condensa su universo psíquico, y sustituye con la manipulación de su propio yo lo que considera vanos anhelos de recibir atenciones ajenas. Se distinguen dos tipos distintos de retroflexión. En primer lugar, el organismo puede revertir una acción originalmente dirigida hacia afuera y ejecutarla sobre sí mismo, como cuando el individuo en vez de agredir a algún elemento del entorno aprieta su mandíbula y se agrede a sí mismo. En segundo lugar, el organismo puede inhibir físicamente la acción cuando ésta está comenzando a producirse.
En este caso, el movimiento incipiente es contrarrestado por la aplicación de una fuerza equivalente proveniente de la contracción de los grupos musculares opuestos a la musculatura que está ligada a la expresión del impulso original. De esta manera, “hay un equilibrio de tensión entre los músculos involucrados en la acción deseada y los músculos antagónicos a la acción”, siendo el resultado una inmovilización del organismo. En ambas situaciones, sin embargo, el denominador común es que la necesidad organísmica ha llegado a un primer plano y, acto seguido, el individuo inhibe los impulsos que apuntan al ambiente y se utiliza a sí mismo como objeto de los movimientos expresivos o como contenedor crónico de los mismos.
No podemos dejar de señalar que el mecanismo de retroflexión está directa y profundamente vinculado a las somatizaciones, somatizaciones que darán lugar a enfermedades, algunas de ellas graves. La compleja realidad del mundo hace indispensable la negociación de las propias necesidades, y este imperativo requiere la existencia de una manera eficaz de modular y contener muchos de los impulsos organísmicos hasta que sea factible alcanzar un equilibrio en el campo organismo-ambiente. En este sentido, la retroflexión oportuna es signo de madurez.
Deflexión:
La deflexión, es un concepto que no fue formulado por Perls, sino que constituye una innovación posterior creada por Polster y Polster (1973) con la finalidad de reemplazar la noción de desensibilización que hemos examinado con anterioridad; es una maniobra tendiente a soslayar el contacto directo con otra persona, un medio de enfriar el contacto real también se podría decir que la deflexión puede ser entendida como la evitación del contacto o del darse cuenta al desviarse de un elemento ambiental relevante. El organismo escoge un elemento ambiental diferente del que podría satisfacer su necesidad de manera plena y completar el ciclo iniciado de la experiencia.
En la deflexión, el impulso es dirigido hacia un sustituto en el entorno. Ejemplos de comportamientos deflectivos: circunloquio, verborrea, emplear lenguaje vago o exagerado, ser complaciente, tomarse a risa lo que se dice, evitar mirar al interlocutor de manera directa, hablar abstractamente en vez de ser específico, irse por las ramas, presentar ejemplos que no vienen al caso o no utilizar ejemplos ilustradores, preferir la cortesía a la franqueza, preferir los lugares comunes a la expresión original y auténtica, preferir sistemáticamente emociones débiles a emociones intensas, hablar de asuntos pasados cuando la situación presente es más relevante, hablar sobre alguien en vez de hablarle a alguien, no entender lo que se está discutiendo y restar importancia a lo que se dice. Todas estas conductas tienden a ser frustrantes al menos para uno de los involucrados en la interacción y, por lo común, cuando son frecuentes frustran a los dos o más participantes de un vínculo.
Cuando la deflexión se realiza de modo consciente y en concordancia con las necesidades emergentes del organismo, puede ser de gran utilidad. Por ejemplo, el lenguaje diplomático que facilita el desenvolvimiento fluido de las relaciones internacionales mediadas por representantes de distintos países, el deseo de disminuir la intensidad de algún asunto que podría resultar ser insoportable si el individuo fuera expuesto a él de una sola vez o, también, la atenuación de un contacto del que se anticipan consecuencias embarazosas, pueden ser consideradas instancias en las cuales la deflexión contribuye positivamente a la resolución de una situación particular.
Confluencia:
Perls (1947) describió la confluencia inicialmente como el caso más extremo de alienación respecto de uno mismo de entre todos los mecanismos neuróticos y la definió, en términos generales, como ausencia de límites frente al entorno. En la actualidad, se piensa que, siendo un concepto esencial de la Terapia Gestalt, la confluencia es objeto de múltiples comprensiones y, por lo tanto, fuente de equivocaciones o contrasentidos. Para algunos, la confluencia designa una plenitud, sensaciones oceánicas conscientes que serán la meta del contacto y la expresión misma del pleno contacto.
Para otros, remite a un “nosotros” indiferenciado del que habría que huir a toda costa so pena de perder su individualidad. Según Robine (1997), hoy en día la confluencia hace referencia a aquel fenómeno que no es ni contacto ni darse cuenta debido a la falta de una experiencia clara de la frontera de contacto. Aquí nos inclinaremos más bien en dirección de la segunda acepción del término ya que hemos estado examinando los mecanismos de la neurosis como resistencias al contacto. Es decir, el individuo no experimenta ningún límite entre él mismo y el entorno y, en consecuencia, se siente fusionado con lo que lo rodea.
El campo organismo-ambiente permanece indiferenciado y el individuo prescinde o hace caso omiso de las diferencias existentes entre él y el medio. En estas circunstancias, no es posible que se produzca un genuino episodio de contacto porque el contacto, en sí mismo, presupone una apreciación de tales diferencias y un encuentro del organismo con aquello que es diferente de él. La ausencia de la percepción del límite de contacto implica, asimismo, que el individuo pierde toda sensación de sí mismo como entidad separada del entorno.
En términos del ciclo de la experiencia, la confluencia guarda relación con una interrupción entre las etapas de contacto y retirada. En este sentido, la confluencia representa, un aferramiento a un comportamiento acabado para encontrar en él alguna satisfacción continuada. Desde esta perspectiva, la confluencia no es, como han podido decir algunos, un aferramiento al contacto, sino un aferramiento a una situación antigua que se ha vuelto caduca. Por lo tanto, el individuo se aferra a la no-consciencia con el objetivo de no reconocer la necesidad emergente; de este modo, no ocurre nada nuevo y, al mismo tiempo, lo antiguo no tiene ningún interés.
Así, existe una estrecha relación entre confluencia y desensibilización: puesto que el individuo busca evadir el reconocimiento de la excitación que anuncia la aparición de la siguiente necesidad que debe ser resuelta, suprime su percepción de esta excitación energética, “no siente ninguna necesidad, deseo, apetito o urgencia” se desensibiliza. Dado que se rechazan las posibilidades del contacto enriquecedor con el ambiente, el crecimiento natural del organismo se ve impedido.
Robine (1997) incluso piensa que la confluencia, de hecho, está involucrada en alguna medida en todos los mecanismos de la neurosis dado que es aquel proceso organísmico fundamental cuya acción, desde un primer momento, dificulta la emergencia de una necesidad clara y totalmente definida en la vivencia del organismo. La confluencia también está vinculada íntimamente con la introyección, podríamos hablar aquí de un introyecto generalizado. Los vínculos afectivos íntimos del individuo confluyente se caracterizan por la ausencia del sentido profundo del ser distinto del otro que forma parte del contacto genuino con otro ser humano es decir, no se producen contactos personales auténticos.
Cuando una relación interpersonal está marcada por la confluencia por parte de todos los participantes, los involucrados sólo pueden concebir diferencias mínimas de opinión o de actitud entre ellos y sólo con la condición de que sean disparidades momentáneas. Polster y Polster (1973) se refieren a la confluencia como la ilusión que persiguen quienes prefieren suavizar las diferencias existentes entre organismo y ambiente con la finalidad de atemperar la experiencia de novedad y diferencia.
El organismo confluyente prefiere hablar de “Nosotros” en vez de hablar de “Yo” y, dado que ha perdido por completo el sentido del límite de contacto, cuando lo hace es difícil distinguir si acaso se está refiriendo a sí mismo o a alguien más, existe una confusión básica entre él mismo y los demás que se manifiesta incluso en el lenguaje. Al igual que los restantes mecanismos neuróticos, la confluencia puede ser sana o insana. De manera sana, como personas, estamos en confluencia con todo aquello de lo que dependemos para nuestra supervivencia conocimiento, alimentación, empatía, concentración intensa, el orgasmo y el éxtasis, en las cuales la disolución temporal de la frontera de contacto constituye una condición experiencial esencial.
La confluencia también puede resultar ser necesaria en actividades que conllevan la representación de un rol y cuya realización exitosa depende de un apartamiento transitorio de las propias necesidades y deseos. No obstante, cuando las confluencias no están sujetas a la posibilidad de contacto y no son accesibles, cuando son crónicas e inflexibles, deben ser visualizadas como mecanismos neuróticos que impiden el contacto con plenitud.
Bibliografía
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