Es el sentimiento de ser poca cosa, de tener poca validez, que es vivido de una manera constante por la persona y que en determinadas circunstancias negativas para quien lo sufre llega hasta el deseo de desaparecer. Nace ante la vivencia de no ser nunca lo suficientemente válido para las expectativas de los padres. Las normas y deberes son impuestos por éstos desde temprana edad de manera exigente, autoritaria, e incluso tiránica y son padres que, por contra, no suelen reconocer lo que el hijo realiza. Son, así mismo, padres fríos en la manifestación de sus sentimientos.
Ante esta fuerte exigencia paterna, el hijo intentará una y otra vez satisfacerla. Una y otra vez cumple la demanda paterna y lo que se le devuelve es una nueva exigencia (si ha obtenido una nota de 8 se le exige 10), con lo que poco a poco, dentro del niño se va configurando un sentimiento de que nunca es suficiente para los padres, de que nunca llegará a la perfección que le exigen y, en definitiva, un sentimiento de que no es válido para ellos.
El niño para realizarse necesita la valoración, el amor y la aprobación de los padres. Bien y mal es el juicio parental que sirve al niño para valorarse o valorar su comportamiento; amor y aprobación de los padres son las garantías de la seguridad del niño. Al no obtenerlo de los progenitores, esta falta de valoración y la ansiedad que conlleva le llevarán a crear dentro de sí un «yo ideal» (que es el padre ideal) que responda a las exigencias paternas para intentar merecer el amor y reconocimiento de éstos. Esta figura paterna interiorizada será tan exigente, fría y tiránica como su vivencia de los padres y seguirá, dentro de sí, descalificando y desvalorizando todo lo que haga el niño.
El complejo queda así fijado y la convicción de no validez se reafirma una y otra vez por esta figura paterna interiorizada. Todo esto se acompaña de miedo a la hostilidad paterna (por no hacer las cosas como ellos quieren que se hagan) lo que hará que intente evitar el peligro escondiéndose, ocultándose de ellos. y también está el miedo al juicio negativo, descalificativo, que en el complejo de pequeñez llega a sentirse como juicio destructivo, pues para los padres todo lo que se hace está mal y su juicio es tan duro y demoledor que deja al hijo sin un ápice de validez, pues es vivido no sólo referente al hecho concreto, sino como juicio negativo de toda la persona.
El complejo de pequeñez es más fuerte y dañino que el sentimiento de inferioridad. Digamos que todos tenemos éste sentimiento pues el sentimiento de ser menos que nuestros padres es común a todos los niños, pero en el sentimiento de inferioridad hay cierto apoyo y reconocimiento y en el complejo de pequeñez éstos brillan por su ausencia.
En este complejo la figura paterna es como el sol del mediodía. Brillante, intenso, poderoso. Es el sol que lo ilumina todo, donde nada vive sin él. Es un sol tan maravilloso que ante él todo se empequeñece. Es un sol tan perfecto que todos queremos ser como él. El deseo del hijo es ser como él o por lo menos estar lo más cerca posible. Pero la exigencia, la crítica negativa, la descalificación frecuente le hace alejarse pues el calor quema y hace daño.
En un momento determinado el niño comprende la imposibilidad de estar cerca de él, sobre todo porque este sol-padre no admite otro similar a su lado (sólo hay un sol en el cielo) o bien, el dolor llega a tal punto que sólo queda alejarse muy, muy lejos, y este niño va perdiendo la ilusión, se va apagando hasta convertirse en un sol negro, sin luz, oscuro, el sol negro de medianoche. ¡Es imposible llegar a ser un sol, exige tanto, requiere tanto! Sólo queda distanciarse, alejarse para que el dolor no sea tan intenso. Pero sin el calor del sol padre todo se va haciendo frío, oscuro, vacio, una nada vagando por el cosmos sin rumbo ni destino.
Podemos llamarlo también síndrome de pequeñez, pues hay un conjunto de síntomas que acompañan a este sentimiento. Vamos a ver algunos de los más significativos.
La CULPA es el sentimiento de no hacer nunca las cosas como se tienen que hacer. Cualquier pequeño pero, cualquier pequeño defecto en lo hecho, tira por tierra todo lo demás e incluso todas las demás áreas de la vida de la persona, pues la figura paterna interiorizada juzga negativa y descalificativamente toda iniciativa propia y deja al individuo hundido (“en el pozo”) y la parte de rabia que lleva la culpa lo conducen a actitudes autopunitivas (de auto castigo) y/o heteropunitivas en un intento de aliviarla, lo que normalmente enredan aún más la situación.
La VERGÜENZA que siente la persona con complejo de pequeñez es de todo y por todo. Por el juicio tan negativo de sí, llega a pedir perdón por todo, se excusa por todo, cuando le haces un cumplido él cree que no lo merece… y por su fuerte autoexigencia-perfeccionismo puede sentirse “pillado” por cualquier pequeño error o deficiencia que “tendría que saber o haber previsto”.
El MIEDO a no poder es otra constante. Su ideal de cómo tiene que ser o hacer las cosas es tal, que ante la posibilidad de llevar a término lo que se proponga esto se convierte en algo casi imposible, con lo que normalmente no lo hace y esto, a su vez, retroalimenta la culpa. Para el complejo de pequeñez o es todo o es nada: “o hago todo lo que tengo que cambiar y tendría que haber hecho o nada”. No hay término medio. Con lo que la carga que se añade a cada posible iniciativa, es tal, que lo normal es que no se lleve a término. El miedo al fracaso está presente en él de esta manera. Este miedo puede llevarle a realizar cualesquiera otras tareas, menos aquella que es la que quiera hacer pues ésta es la que quiere hacer, pues ésta es la que importa de verdad y, a la vez, es la que evita.
Su inseguridad y falta de valoración le hace difícil las relaciones con los demás y el mantenerlas. También se lo dificulta su aislamiento emocional.
Cuando pienso en pequeñez me viene uno de los cuentos de los Hermanos Grimm, Pulgarcito*. Pulgarcito es pequeño, “no abulta el tamaño de un pulgar”. Aunque tiene unos padres que parecen amorosos, su padre les vende por unas monedas a unos desconocidos. El sentimiento de no importar nada al padre es tal que en cualquier momento puede, como Pulgarcito, ser apartado de él, de la familia por cuatro perras. Eso genera un gran sentimiento de miedo e inseguridad en el niño, que o bien le hace redoblar sus esfuerzos por satisfacer al padre o bien le hace que se vaya alejando y convirtiendo en un sol negro.
El hecho es que al irse (al ser vendido) parece que puede empezar a hacer su vida, a ser él mismo. En el cuento, Pulgarcito ayuda a unos ladrones a desvalijar el tesoro del rey, gracias a que su pequeño tamaño le permite introducirse en el cuarto del tesoro por una rendija en la puerta. De alguna manera, desde el complejo de pequeñez se vive como imposible obtener nada del rey-padre, por lo que se intenta robar algo de él, de su tesoro-esencia: actitudes que se imitan, pensamientos o líneas de conducta, formas externas de comportarse que uno adopta y que no confieren una cierta seguridad de ser, pero que se vuelven efímeras y enseguida cae en la ansiedad e inseguridad que le caracteriza.
No se puede robar al padre lo externo, el oro, pues lo que da validez y estabilidad al hijo es lo que el padre da de sí mismo, de su esencia como persona, y el sol, en su distancia, aunque parece que lo da todo en realidad no da nada.
Pulgarcito busca otros padres en su ansia de reconocimiento y afecto. Al amo del mesón le obedece e incluso espía para él: Pulgarcito es contratado por el mesonero para espiar a los criados, pues éste cree que le roban. Cumple su tarea, pero los criados le descubren y tiene que salir por patas. Hará cualquier cosa para ser aceptado y valorado. Incluso se junta con ladrones y les ayuda con tal de que lo admitan con ellos. Es tal su sentimiento de pequeñez que se acerca a los marginados, pobres, poco poderosos, pues con ellos se puede sentir alguien.
Su ansia de reconocimiento, le lleva a aceptar que sea vendido por el padre e incluso ante las dudas de éste, él mismo le convence de que lo venda. Le dice al padre que no se preocupe, que él, Pulgarcito sabrá volver. Y, tras muchas aventuras, vuelve a casa a lomos de un zorro, al que ha convencido para que lo lleve de vuelta, prometiéndole que podrá comerse todas las gallinas que quiera del corral de su padre. Y así ocurre. Y «cuando el padre volvió a ver a su hijo, le dio al zorro las gallinas muy a gusto». El hijo le dice que a cambio de las gallinas le da el Kreuzes, la única pequeña moneda con que se quedó del robo del tesoro del rey, lo poco que ha obtenido del fruto de sus andanzas. Y el hijo le pregunta: “Pero, ¿por qué le dio las pobres gallinas al zorro para que se las comiera?”, y el padre le contesta: “¡No seas tonto, hombre! Tú padre también preferiría tener a su hijo antes que quedarse con las gallinas de corral, ¿no?”.
Final feliz del cuento. De lo que nos habla es de este deseo de volver a casa, al padre. En el complejo de pequeñez este es el gran deseo, como el del hijo pródigo. Volver y encontrar el reconocimiento y el amor de padre: “vales mucho más que unas cuantas gallinas”.
Pero la realidad, es que este camino de vuelta no es nada fácil, por no decir imposible. El sentimiento interno en el complejo de pequeñez es que no hay retorno. Se siente solo, abandonado a su suerte en un mundo donde todos son más grandes y fuertes. Y así que ha de buscar la manera de superar el complejo, encontrar la manera de sobrevivir en este mundo de gigantes.
Hay dos maneras básicas de intentar integrarse entre los demás: Una es el evitar ser visto, pasar desapercibido. El miedo a que se descubra lo poco que se cree que es y la vergüenza que eso conlleva, le conduce a evitar todo aquello que pueda descubrirlo. Intentará no destacar, que no le pillen en falta, evitar situaciones embarazosas, retirándose. O adoptar un disfraz que le proteja lo suficiente y con el que obtener algo de contacto y reconocimiento, como el de chico bueno, majo, afectivo, y que, en definitiva, encaje en su medio social.
En sí implica una huida hacia dentro donde preservar lo poco que tiene y evitar que el exterior lo destruya y otra, que puede ir pareja con la anterior, es su intento continuo (y constantemente frustrado) de búsqueda de valoración de los demás. Es tan pobre su visión de sí mismo, que a nada que el otro le aprecie iniciara una relación donde hará cualquier cosa para agradar o satisfacer al otro. De esta manera, obtiene cierto afecto y relación pero al precio de olvidarse de sus propias necesidades, lo que a la larga le hará sentirse vacío y frustrado.
Es una relación donde él se valora porque el otro le valora; no puede valorarse a sí mismo como persona con derecho a vivir y ser él mismo; al no darse su propio reconocimiento lo busca en el otro. En definitiva, pretende la valoración del otro para así poder valorarse
Como hemos visto, tiene serias dificultades para llevar adelante sus propias iniciativas. Un paciente de unos cuarenta años que no ha trabajado nunca y que se dedica a cuidar a sus padres ya mayores, abandona los estudios de unas oposiciones a tres meses de las pruebas, alegando que quiere vivir su vida y relacionarse con los demás, pues lleva meses enclaustrado con los estudios. Deja la única oportunidad que tiene de aprobar unas oposiciones, tener un puesto de trabajo y una independencia, por el propio miedo que esto le supone.
El deseo de revalorizarse ante sí mismo y los demás en el complejo de pequeñez, se acompaña de un profundo miedo a llegar a ser uno más, de lograr ser uno más y en muchos casos, encuentran excusas para no concluir sus proyectos como vemos a menudo en consulta. Hacen una especie de autoboicoteo a sí mismos, como la paciente que tras una ruptura afectiva muy impetuosa, tiene que dejar su comunidad y empezar de nuevo con dos hijos pequeños y con lo puesto. Encuentra un trabajo sencillo pero duro, una casa para ella y sus hijos y cuando ya parece que ha logrado un cierto equilibrio, empieza a llamar compulsivamente a líneas de teléfono pretendiendo conseguir así una relación afectiva de pareja, que es su deseo desde hace tiempo. Y logra endeudarse, que tres amigos y familiares no le hablen y dejar la terapia, quedando más hundida que antes. O aquel otro que es alcohólico y que deja de beber y al cabo de un tiempo, cuando mejor se encuentra y sus problemas se van resolviendo, vuelve a beber y a echar todo por tierra.
Los fracasos en sus tentativas de relacionarse con los demás, le llevan a crear un mundo de fantasía en su interior, que le preserve (como un refugio) ante el dolor y las dificultades. En él creará un mundo propio, o se recreará en alguna etapa de su vida que fue más positiva y a la cual retorna en momentos de frustración.
También puede elaborar fantasías de reconocimiento, como aquella, donde un paciente se imaginaba a sí mismo en la última etapa de su vida recibiendo honores y premios, “a la labor de toda una vida”, es decir, con la esperanza de que algún día será reconocida su validez personal o profesional. Un mundo, en definitiva, donde verse a ‘sí mismo más grande, más seguro y fuerte.
Pulgarcito, en sus andanzas, oye a unos ladrones que quieren robar en a casa de un cura rico. Consigue convencerles de que él les puede ayudar, una vez dentro de la casa, se pone a chillar tan fuerte que despierta a la criada y los ladrones huyen asustados. Son fantasías donde realizan proezas: donde los demás reconocen su capacidad, su conocimiento y habilidad, donde obtiene premios ficticios que le llenan de orgullo y satisfacción. Y que en definitiva, pretenden demostrar (una y otra vez) la validez como hijo, persona, profesional, etc.
En estas fantasías, la persona con complejo de pequeñez se ve a sí mismo como ese sol de mediodía, brillando con intensidad, siendo él; Por fin siendo como el sol del mediodía, por eso la vuelta a la realidad es, de nuevo, frustrante, es volver a ese sol negro De manera que para salir de aquí volverá a fantasear y así se crea el círculo vicioso y sin salida.
La terapia va encaminada a hacer consciente la polaridad de ese sol de mediodía que debería ser y ese sol oscuro de medianoche que se cree que es para alcanzar un punto intermedio donde la persona es. Un punto que implica el apreciar los propios valores que uno tiene o puede desarrollar, y el reconocimiento de lo que uno es y difícilmente llegaría a ser (por mucho que la fantasía o exigencia le demanden que lo puede hacer o lo tiene que lograr) Un punto donde Pulgarcito crezca hasta ser el hombre que es; y donde el gigante que en sus fantasías le gustaría que fuera retorne hasta su estatura normal. Pulgarcito al final del cuento vuelve a casa, al origen, al lugar desde donde comenzar de nuevo, desde donde poco a poco podrá llegar a ser Pulgar y con el tiempo, tal vez, Don Pulgar.
Médicamente SINDROME significa: cuadro o conjunto de síntomas que existen y definen clínicamente un estado patológico determinado
Juan Carlos Egurzegi.
Médico. Psicoterapeuta.
Publicado en la revista de la Asociación. Española de Terapia Gestalt (A.E.T.G)