Un hombre dijo al universo: “¡Señor yo existo!”. “Sea como fuere”, replicó el universo “ese hecho no ha creado en mi ninguna obligación” Stephen Craner.
Contacto
Paradójicamente nuestro sentido de unión depende de un acrecentado sentido de separabilidad, y esta paradoja es la que tratamos de resolver constantemente. La función que sintetiza la necesidad de unión y de separación es el contacto. A través del contacto, cada persona tiene la posibilidad de encontrarse nutriciamente con el mundo exterior.
Durante toda nuestra vida hacemos juegos malabares para mantener el equilibrio entre la separabilidad por un lado y el acceso o la unión por el otro. La disminución de la capacidad de contacto ata al hombre a la soledad.
Contacto no es un mero acoplamiento o espíritu gregario. Solo puede existir entre seres separados, que siempre necesitan independencia y siempre se arriesgan a quedar cautivos en la unión. Yo no soy ya solamente yo, sino que tu y yo ahora somos nosotros, Aunque lleguemos a ser nosotros solo nominalmente, a través de esta denominación nos jugamos nuestras identidades respectivas. Tú o yo podemos disolvernos. Al conectarme contigo, expongo mi existencia independiente. Sin embargo, solo a través de la función de contacto pueden lograr completo desarrollo nuestras identidades.
El contacto es incompatible implícitamente con el hecho de seguir siempre igual. No es necesario que uno se proponga cambiara través de él, porque su cambio se produce de todos modos.
… Más que un aparte del organismo, la frontera del contacto es esencialmente el órgano de una relación particular entre el organismo y el ambiente… Perls
Por así decirlo, en otras palabras, es el punto en que uno experimenta el yo en relación con lo que no es el yo, a través de este contacto ambos se experimentan más claramente.
El contacto supone no solo un sentido del propio yo, sino, además, el sentido de cuanto afecte a esa frontera, ya sea amenazándola, ya sea incorporándose a ella. La persona que depende exclusivamente de del consentimiento del otro, pierde el sentido del poder que debe ejercer para definir su propio espacio psíquico y defenderlo contra las incursiones naturales.
El contacto es una relación dinámica que solo ocurre en la frontera de dos figuras de interés poderosamente atractivas, si bien claramente diferenciadas ambas. Cada una tiene entidad diferenciada y un sentido propio de limitación, sino no podrían llegar a ser figuras ni entrar en contacto. La frontera del YO está determinada por toda una gama de experiencias de vida, y por las aptitudes que haya ido adquiriendo para asimilar experiencias nuevas o intensificarlas. Comprende toda una gama de fronteras de contacto, y define los actos, ideas, gente, valores, escenarios, las imágenes, los recuerdos y todo aquello que una persona quiere y puede elegir en un compromiso total con el mundo exterior y con las reverberaciones posibles de ese compromiso dentro de si mismo. En la realidad es muy frecuente encontrar dentro de la misma persona que la movilización hacia el crecimiento en diferentes áreas coincide con la resistencia al crecimiento de otras, de modo que hay zonas rezagadas en la frontera del yo.
El idioma atestigua que el tacto es prototipo del contacto, “palpamos” la verdad de lo que nos dicen. Para nosotros tacto y contacto han llegado a ser sinónimos. Aunque las experiencias de contacto se centralicen en cualquiera de los otros cuatro sentidos, siempre implican de algún modo ser tocados. Ver es ser tocado por ondas luminosas. Oír es ser tocado en la membrana basilar por ondas sonoras, oler y gustar es ser tocado por sustancias químicas, gaseosas o en solución. La mayor contigüidad del contacto sutil nos inclina a asignarle prioridad, desvalorizando con ello el contacto que puede entablarse a través del espacio.
Golpear, acariciar, abrazar, palmear, etc. Son algunas de las formas más obvias de alcanzar al prójimo rápida y vigorosamente. Sin embargo las ocasiones de tomar contacto con la gente a través del espacio por medio de la vista, el oído, o la conversación son más frecuentes que las oportunidades de tocar aun en las mejores relaciones interpersonales.
A los cinco modos básicos antedichos se añaden dos: la conversación y el movimiento. Estos siete procesos constituyen las funciones del contacto. A través de su desempeño normal puede entablarse el contacto, a través de su corrupción se bloquea o se evita. Todas las funciones conducen a un contacto idéntico: la carga de excitación que existe en la persona culmina en un sentido de compromiso con cualquier interés que prevalezca en ese momento. Todas las funciones de contacto están hoy expuestas a embotarse, amenazadas desde dentro por la propia inercia o indiferencia, y desde fuera por la técnica.
Mirar
Discernimos aquí una dicotomía que alcanza a todas las funciones de contacto. Existe en efecto un contacto referencial: la mirada en este caso, que provee de orientación para acontecimientos o acciones ulteriores.
Cuando predomina el contacto referencial la vida se hace sumamente práctica. La función referencial es sin duda de enorme valor para la existencia. Muchas personas bien dotadas para la visión referencial padecen ceguera de contacto, puesto que les importa poco ver por el hecho de ver, con esto le restan emoción a la vida y reducen el contacto referencial, ya que todas las funciones deben existir por su valor intrínseco, además de servir para fines prácticos. Los que se deleitan en la mera visión probablemente adquieren una visión más alerta y atinada para la visión referencial.
Mirar hacia otro lado no es más que uno de los procedimientos para desviar el contacto visual. El procedimiento inverso, clavar la mirada, permite bloquearlo, mediante la rigidez impuesta a la musculatura del ojo. La mirada fija da la impresión de un contacto intenso, pero se trata en realidad de un contacto amortiguado, como el del brazo que se entumece después de haber sujetado algo fuertemente mucho rato, o el del pie que se duerme después de meditar un buen rato. Entre la mirada intensa y directa del niño absorto en la contemplación de algo que lo fascina y la mirada fija y ausente del adulto, la diferencia es que el niño ve lo que está mirando, y el adulto se queda mirando lo que nunca alcanza a ver.
Sus ojos inexpresivos y sin efervescencia no responden a la vibración ni a la atracción del objeto visual. El bloqueo del contacto visual se restablece, naturalmente, restaurando la voluntad de ver y volviendo a sentir los efectos de mirar. No se puede fijar exclusivamente la atención en lo relevante sin sacrificar el sentido del contexto que completa la escena. Por lo demás, ciertos experimentos han sugerido que el movimiento y el flujo son actividades naturales del ojo en la buena percepción. La relación entre la figura y lo que rodea a la figura es una influencia lubrificante para las interacciones ulteriores.
Escuchar
Las dificultades de marcar el ritmo entre escuchar y hablar se hacen evidentes en cualquier conversación en la que al menos uno de los interlocutores tenga un punto de vista preestablecido o bien lleva al diálogo exigencias predeterminadas. Tal programa oculto impide siempre escuchar plenamente. La selectividad se ejerce, no solo sobre lo que se quiere escuchar o no decir, sino también sobre lo que se quiere o no escuchar.
Así, el que espera críticas, se especializa en oírlas, y apenas atiende otra cosa. En cambio para aquel que solo quiere oír opiniones favorables la crítica pasa desapercibida. Por supuesto que la capacidad de contacto se limita en la medida en que estas selecciones predeterminadas interfieren en la audición directa. Hay gente que solo oye afirmaciones cuando se han formulado interrogantes, de modo que se hace imposible preguntarles nada, ya que invariablemente lo toman por una exigencia o una acusación. Bastante a menudo en las conversaciones ciertas palabras desencadenan automáticamente las mismas respuestas, sin relación con los matices de cada declaración particular. El que al escuchar toma contacto está siempre atento a lo que se dice, pero también al sonido en sí, de modo que oye bastante más que las palabras. Escucha todo lo que tiene algún sentido para él, y es afectado por lo que oye. Cuando el que escucha oye, sabe que ha establecido un buen contacto, y cuando el que habla sabe que es oído, también su contacto se reanima.
Tocar
El medio más obvio de establecer contacto es tocar. La inmediatez del tacto atraviesa los estratos intelectuales y cuaja en experiencias palpables de reconocimiento personal. Tocar no es una consecuencia inevitable de la relación afectiva, pero si uno está abrumadoramente asustado por esa posibilidad, la expectativa de la catástrofe ejercerá de todas maneras su efecto esterilizador. La diferencia entre lo que uno básicamente quiere rechazar y lo que en realidad rechaza es la brecha neurótica, esencia de la vida malograda.
No es que la gente se abstenga de decir no sino que si lo hace se ponga en contacto con su no existencial. El no existencial se dice a una cosa que se rechaza íntimamente, pero no se dice antes ni después, sino en el momento justo en el que surge el rechazo. Cuando uno no se atreve a estar cerca de otra persona por miedo a tocarse -aunque lo desee- abre una brecha entre el que es y el que podría ser. Cuanto mayor sea la brecha, menos posibilidades habrá de que se sienta realizado en la acción. Antes de nada debemos aprender a identificar el no existencia, en vez de quedarnos en el no prematuro, para vivir luego permanentemente insatisfechos e irrealizados, y del mismo modo, cada vez que digamos si debemos abarcar todas las proyecciones implícitas en el asentimiento, para no contraer un compromiso del que tarde o temprano podemos arrepentirnos. El si inicial tal vez reclame un no en el curso de la acción y hay que tener en cuenta esa posibilidad.
Conciencia
En primer término, una persona suele estar exageradamente consciente de sí misma solo para no hacer, por descuido, algo de lo que no querría tener conciencia. Su auto inspección continua es como el radar que la protege contra cualquier comportamiento que escapa al examen de su propio control consciente. No quiere hacer nada de lo que no quiera darse cuenta. Y no quiere darse cuenta de estar haciendo nada que no quiere.
Esta evitación de la temida toma de conciencia lo mantiene cohibido, tenso, falto de equilibrio, susceptible, quisquilloso… pero a salvo. Cuando la persona recobra su voluntad de tener conciencia probablemente es inevitable que adopte por algún tiempo un comportamiento demasiado auto consciente. Sólo después de restaurada la función normal puede olvidarse de sus movimientos y caminar naturalmente sin prestarle atención. La toma de conciencia ayuda a restablecer el funcionamiento total e integral del individuo. Para que esto pueda modificar de algún modo su conducta, tiene que abarcar previamente las sensaciones y sentimientos que conlleva.
Restaurar la aceptabilidad de la toma de conciencia es un paso decisivo en el camino hacia la conducta nueva. La gama de experiencias humanas está dividida en experiencias culminantes y experiencias constitutivas. La experiencia culminante es una forma compuesta: un acontecimiento total y unificado, de relevancia central para el individuo. Así el hecho de escribir estas palabras es la culminación de una vida entera de experiencias que han conducido a este momento y forman parte del acto compuesto de escribir.
Por lo demás, cada movimiento de la mano, cada aliento, cada pensamiento tangencial, cada variante en la atención, la confianza o la lucidez se conjugan para constituir la experiencia compuesta “Yo escribo”. Son elementos que entran en la composición de un todo y por tanto son experiencias constitutivas. Experiencias que pueden pasar desapercibidas, pero que si las exploramos podemos intensificar su experiencia culminante.
De igual modo cuando uno explora la propia conciencia puede identificar los ingredientes de las experiencias cotidianas que son la sustancia de la vida. El hombre se mueve entre la experiencia de la síntesis vital y la conciencia de los factores elementales que hacen de la existencia un ciclo dinámico en permanente renovación.
La toma de conciencia, bien empleada, sirve para mantenernos al día con nosotros mismos. Es un proceso incesante, accesible en todo momento: no una iluminación única y esporádica que sólo se puede alcanzar en ocasiones o condiciones especiales. Está siempre disponible, a modo de una corriente subterránea de la que puede surgir, en caso necesario el manantial de una experiencia reparadora y vivificante. La focalización en la propia conciencia mantiene a la persona inmersa en la situación presente, y aumenta el impacto de las experiencias de la vida cotidiana.)…
Sensaciones Y Acciones
Identificar las sensaciones básicas no es tarea fácil. Pero si pudiera llenarse la brecha que separa a estas del comportamiento más complejo, probablemente habría menos casos de acciones incongruentes o desconectadas. Salta a la vista que entre las sensaciones de la persona y sus actos no existe más que una relación vaga y remota… Nada tiene de extraño pues que la confusión resultante agrave la crisis de identidad tan a menudo lamentada.
¿Cómo puede uno saber quién es, si no tiene siquiera un conocimiento mínimo de lo que está ocurriendo en su interior? ¿Cómo puede saber lo que ocurre en su interior, si una parte tan grande de su experiencia le impide hacer justicia a este proceso? En estas perversiones de la relación natural de sentir y hacer está el quid del auto alienación. La sensación existe acoplada a la acción o a la expresión. Sirve de trampolín para la acción, y es, asimismo, el medio por el que se toma conciencia de ella. Sinopsis es la conjunción funcional de las neuronas en el punto donde la transmisión de una energía electroquímica forma un arco que salva la distancia
entre las fibras aisladas y eslabona el sistema sensorio motor en una unidad de funcionamiento regular. Aunque el énfasis recae inicialmente en la sensación, la conciencia de la sensación genera la expresión y juntas forman una unidad de experiencia. La experiencia sensorial es la raíz de la que brota toda forma de conciencia superior.
(La recuperación de las posibilidades existenciales tempranas resulta inapreciable en la búsqueda de la propia realización. Hoy la inocencia primitiva de la sensación ha sido anulada por fuerzas sociales que dicotomizan al hombre, haciendo del niño y del adulto dos seres aislados. Los sentimientos infantiles importan como algunos de los poderes más bellos que la vida adulta debe rescatar: la espontaneidad, la manipulación directa, la imaginación y la conciencia).
Sentimientos
Si bien el nivel afectivo de la experiencia sensorial está ligado inexcusablemente al nivel sensorial, los sentimientos tienen sin duda una calidad propia, que supera con mucho el alcance rudimentario de las sensaciones. Identificamos físicamente el miedo, palpitaciones, manos húmedas, taquicardia, movimiento de tripas, temblor general en el cuerpo, dificultad respiratoria, pero, también podemos tener conciencia del temor sin sensaciones físicas.
En los sentimientos adaptamos el acontecimiento particular al esquema general de la experiencia subjetiva, tendemos a generalizar, en cambio, las sensaciones pueden aceptarse aisladamente, no parecen requerir ni necesitar ese sentido de ajuste corporal.
Es posible experimentar plenamente la sensación sin efecto colateral alguno. Si el estado de conciencia aflora a la superficie, entonces sugiere el sentimiento existente y señala en qué dirección se mueve. Los sentimientos se fijan a veces sobre un objeto equivocado, o apuntan contra un blanco equivocado, o se expresan deficientemente, hay que descubrir el escenario que les corresponde, y desarrollar en el paciente la capacidad de expresión que convenga a la necesidad genuina.
Deseos
Tomar conciencia de los deseos, como tomarla de cualquier otra experiencia, es una función orientadora. El deseo cumple una función de enlace: integra la experiencia presente con el futuro, donde reside su cumplimiento, y, con el pasado que culmina y se compendia con él. Los deseos brotan de todos los lugares donde uno ha estado, y dan sentido a las sensaciones y sentimientos que condujeron al momento de desear.
Para alcanzar un máximo de satisfacción hay que volverse como el girasol en la dirección adecuada, y avanzar real o figuradamente en ese rumbo. El que sabe lo que quiere, tiene un poderoso estímulo para el movimiento. Sin una conciencia clara de lo que quiere la persona se inmoviliza en una creciente acumulación de sensaciones y sentimientos, o bien se organiza y emprende una desorganizada búsqueda que puede llevarlo a la actividad pero no a la satisfacción. Cuando consigue identificar y expresar lo que quiere, tiene la inmediata certeza de ir por buen camino, y de avanzar hacia la liberación y la realización.
Sin embargo, hasta que los deseos no se reconozcan, resulta imposible una acción focalizada. Un expediente habitual para aislarse del contacto con los deseos consiste en inflarlos haciéndolos globales, indefinidos y remotos, es bueno solucionar esto reduciéndolos a términos más concretos, específicos y comprensibles.